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Sangre, lágrimas y desconcierto: el tribunal pone cara a "la masa"
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LOS VOTANTES RELATAN EL 1-O

Sangre, lágrimas y desconcierto: el tribunal pone cara a "la masa"

Evidencia diferencias de interpretación brutales entre la visión subjetiva de la policía y el relato, también subjetivo, de las personas que acudieron a los centros electorales

Foto: Imagen tomada de la señal institucional del Tribunal Supremo de la testigo Pilar Calderón durante la 38ª jornada del juicio. (EFE)
Imagen tomada de la señal institucional del Tribunal Supremo de la testigo Pilar Calderón durante la 38ª jornada del juicio. (EFE)

Y en la jornada 38ª pusimos cara a "la masa". El juicio del 'procés' acogió este martes a los primeros votantes del 1-O. Y evidenció diferencias de interpretación brutales entre la visión subjetiva de la policía y el relato, también subjetivo, de las personas que acudieron a los centros electorales aquella mañana de octubre. Mujeres, hombres, jóvenes y maduros, y una misma historia: incomprensión, miedo, dolor ante una actuación policial que no entendieron y que se ejerció contra sus vecinos, amigos, contra el tendero de la esquina. No se puede soslayar un matiz: la policía cumplía la ley.

El día completo pintó a las fuerzas de seguridad como ya lo hizo Lorca en el 'Romancero gitano'. "Los caballos negros son. Las herraduras son negras. Sobre las capas relucen manchas de tinta y de cera. Tienen, por eso no lloran, de plomo las calaveras. Con el alma de charol vienen por la carretera", escribía el poeta. Esa imagen fue la que vieron los votantes, solo que la describieron con otras palabras. Hablaron de ejércitos oscuros que avanzaban, de escuadrones con casco, con escudo, con defensas, con las caras tapadas. Hablaron del ruido, ese ruido de las botas al avanzar en formación que conoce perfectamente cualquiera que haya estado en una manifestación tensa y haya visto en acción a los antidisturbios. Ese ruido que asusta.

Un votante del 1-O: "Nos pegaban por abajo y al agacharnos nos abrían la cabeza"

"Llevaba una cadena. Se la golpeaba en el muslo, yo decía, '¡parad, parad!'. Estaba asustadísima", explicaba una joven por la tarde, con voz temblorosa. Otro testigo, Joan Pau Salvadó, llegó a emocionarse ante el tribunal. También habló de ruido. "Me acuerdo del ruido de las porras cuando abrían las cabezas". Los que fueron pasando ante el tribunal tuvieron la virtud de lograr que el gentío de los colegios dejara de representarse a oídos de quienes escuchaban como un algo informe sin definir, que se movía a impulsos de rabia. Un monstruo de mil cabezas. Pusieron nombre a los votantes. El tío Juanito, el de la barretina, que llevaba una 'chamarreta' del Barça. Miquel Àngel. El carnicero. Lope.

Hablaron de sorpresa, de perplejidad. En sus palabras encadenadas, uno detrás de otro fueron explicando que no esperaban esa reacción, a sus ojos desmedida, de Policía y Guardia Civil. Las historias de todos no son caminos que discurran en paralelo a la versión policial. Son caminos opuestos, que conducen a lugares diferentes, alejados entre sí kilómetros y kilómetros.

Foto: Miles de personas durante la Diada previa al 1 de octubre de 2017. (EFE)

Esa distancia insalvable está cimentada en un discurso irreconciliable. Ellos hablaban de ilusión, de que el 1-O era uno de los días más importantes de su vida, de las ganas que tenían de votar. "La gente tenía muchas ganas de autodeterminarse", dijo una. Los agentes, de cumplimiento de la legalidad, de que su mandato era incautar el material electoral, de que intentaron acceder y encontraron resistencia. Los de hoy, a ratos negaban este enfrentamiento y a ratos lo reconocían con términos diferentes: protesta. Todos venían a petición de Junqueras y tenían, muchos, cargos políticos en ayuntamientos.

Estuvo, por ejemplo, el primer edil de Sant Julià de Ramis. Describió cómo la gente esperaba expectante a Carles Puigdemont. Una señora gritó "¡¡¡qué vienen!!!". Todos creyeron que era el 'president'. Pero no. Era la Guardia Civil. Este centro fue uno de los primeros en los que la policía actuó. "Venían como eso, como un ejército", dijo. Aseguró que se contabilizaron 70 heridos, una parte del grueso de 1.066 que reportó el director del Servicio Catalán de Salud, otro de los que declararon en la sesión.

Hubo también alusiones a niños. Niños asustados y perdidos que como no encontraban a sus familiares iban a buscarlos al bar del pueblo. Una embarazada que avisaba de su estado. Un abogado que se fue a casa a ponerse la toga para ver si así tenía más suerte al tratar de hablar con los agentes pero que contó, entre la ironía y el gracejo, que 'recibió' igual y varias veces. Una señora a la que desplazaron por el suelo como un balón.

Las acusaciones trataron de incidir en el objetivo de toda esta indignación. La de entonces y la de ahora. En si se conocía que el referéndum era ilegal. En si lograron votar. En si hubo insultos. Si miraron con odio. Si había censo universal. Si los 'mossos' actuaron. Nada de esto centró la jornada. Todo quedó arrastrado por el descomunal ruido de la violencia. Esa de la que se culpan unos a otros.

Y en la jornada 38ª pusimos cara a "la masa". El juicio del 'procés' acogió este martes a los primeros votantes del 1-O. Y evidenció diferencias de interpretación brutales entre la visión subjetiva de la policía y el relato, también subjetivo, de las personas que acudieron a los centros electorales aquella mañana de octubre. Mujeres, hombres, jóvenes y maduros, y una misma historia: incomprensión, miedo, dolor ante una actuación policial que no entendieron y que se ejerció contra sus vecinos, amigos, contra el tendero de la esquina. No se puede soslayar un matiz: la policía cumplía la ley.

Juicio procés Manuel Marchena
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