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El viaje diario de El Confidencial al corazón de las tinieblas
  1. El valor de la información
"HAY UN SABOR A MUERTE EN LAS MENTIRAS"

El viaje diario de El Confidencial al corazón de las tinieblas

El oficio de contar cosas, de llegar al Kurtz oculto en la espesura, nos ha permitido rellenar un cuaderno de bitácora con las exclusivas que este barco se ha empeñado en desvelar

Foto: Ilustración: Diseño EC.
Ilustración: Diseño EC.

Llegué a El Confidencial hace casi nueve años, con la nicotina de tres paquetes de Ducados diarios en los pulmones y el regusto amargo de que el periodismo, el segundo oficio más antiguo y el de peor reputación —con permiso de los políticos, que esa es una profesión—, estaba sentenciado. Hoy, casi una década después, con 60 kilos menos, ya no fumo y estoy convencido de que el periodismo sigue siendo la mejor manera de llegar al corazón de las tinieblas que muchos, siempre, esconden en lo profundo de la selva para intentar que nada cambie. Y que es el momento de subir a bordo.

Tras abandonar el papel y uno de los periódicos más antiguos del país, que hacía agua, me embarqué —me embarcaron, tras dos conversaciones con el editor y el entonces nuevo director entre 'chai tea latte' del Starbucks (lo que estuvo a punto de frustrar la operación, se lo confieso)— en un barco nuevo, pequeño aún, lleno de ilusiones y con apenas una treintena de tripulantes que desafiaba las corrientes del mercado, las presiones de los poderosos y las traicioneras aguas de la crisis que permanentemente acompaña a este negocio.

Como la Nellie de la novela de Conrad, El Confi lleva desde entonces río arriba y, se lo aseguro, no hay aventura más divertida, desagradecida, reconfortante, desasosegante, dura, estimulante...

Como la Nellie de la novela de Joseph Conrad, El Confidencial lleva desde entonces río arriba adentrándose diariamente en la espesura de la actualidad y, se lo aseguro, no hay aventura más divertida, desagradecida, reconfortante, desasosegante, dura, estimulante y hasta esquizofrénica que la de esta nave en la que hoy, a punto de cumplir 20 años, viajan ya 170 tripulantes acompañados por millones de lectores que, estoy seguro, disfrutan, sufren y se enfadan leyendo El Confidencial tanto como quienes lo hacemos.

Porque el oficio de contar cosas, de llegar hasta ese Kurtz que se oculta cada día en la espesura manejando el imperio de marfil que mueve el mundo, nos ha permitido desde entonces ir rellenando un particular cuaderno de bitácora con algunas de las exclusivas que este barco se ha empeñado en desvelar. Panamá y sus papeles; Brasil, Colombia y las compras fraudulentas del Canal de Isabel II; Cartagena de Indias y las ‘fiestas’ donde una fiscal general vio a sus colegas de toga intimar con menores sin denunciarlos; Suiza y sus cuentas, Soleado y las de las comisiones de Granados…

Otras veces, y como dijo alguien, no hay que buscar a Kurtz en desiertos remotos: recalamos en puertos más cercanos, como el 3% de la corrupción en Cataluña, viajamos al Levante para descubrir una casa no declarada que le costó el puesto a un breve ministro de Cultura o adelantamos la jubilación forzosa de un todopoderoso banquero desvelando sus acuerdos con las cloacas.

En todas las travesías, desde ambas orillas, a izquierda y derecha, han intentado que la nave torciera su rumbo e, incluso, cuando el Kurtz era caza muy mayor, que se fuera a pique. Kurtz y todos los Kurtz que se esconden en la espesura de la política, de las sociedades pantalla, lo han intentado y lo siguen haciendo a diario. Pero también, y ahí están los números, cada día son más quienes nos acompañan a bordo.

Y ahora es cuando el barco necesita más combustible para seguir haciendo frente a unas corrientes cada vez más caudalosas y traicioneras en esta época de crisis. “Hay un toque de mortalidad, un sabor a muerte en las mentiras”, dice Conrad en su libro. La verdad, descubrirla, no es barato. Cuesta esfuerzo, lágrimas y dinero. Sí, también dinero.

O simplemente poder seguir narrando cómo se vive la ELA desde la cama del mejor de nuestros tripulantes, que cada mañana abre los ojos al mundo con las mismas ganas del primer día

Dinero que permita seguir esquivando las dos orillas, izquierda y derecha, y seguir avanzando hacia otras geografías: a las UCI de los hospitales en pleno covid; para denunciar el drama de las residencias donde se ha dejado morir a una generación; para desplazarse durante semanas a narrar el desafío independentista; para contar la España vaciada con un formato especial…

O simplemente, para poder seguir narrando cómo se vive la ELA desde la cama del mejor tripulante de El Confi, que cada mañana abre los ojos al mundo con las mismas ganas del primer día. Siempre dispuestos a desenmascarar al Kurtz que se oculta en 'El corazón de las tinieblas'.

Llegué a El Confidencial hace casi nueve años, con la nicotina de tres paquetes de Ducados diarios en los pulmones y el regusto amargo de que el periodismo, el segundo oficio más antiguo y el de peor reputación —con permiso de los políticos, que esa es una profesión—, estaba sentenciado. Hoy, casi una década después, con 60 kilos menos, ya no fumo y estoy convencido de que el periodismo sigue siendo la mejor manera de llegar al corazón de las tinieblas que muchos, siempre, esconden en lo profundo de la selva para intentar que nada cambie. Y que es el momento de subir a bordo.

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