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El Confidencial, la libertad de decir y de pensar
  1. El valor de la información
los medios, al servicio de los ciudadanos

El Confidencial, la libertad de decir y de pensar

El prestigio de un medio pasa por su independencia. Tengo claro que esa independencia vale dinero. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza un servicio de suscripción. Únete a los lectores influyentes. Suscríbete a El Confidencial

Foto: Ilustración: Diseño EC.
Ilustración: Diseño EC.

La primera vez que pisé El Confidencial, era agosto. Me citaron para una entrevista y, mientras esperaba, me dieron asiento en una sala. Estuve ahí un buen rato con una frase impresa interpelándome desde la pared. Hablaba de los “principios inquebrantables” del periódico, de la independencia, de la excelencia y del rigor informativo. Esperé hasta convencerme de que era invisible para la redacción y entonces saqué el móvil e hice una foto. A hurtadillas, como si fuera un robado. La hice, confieso, con un ‘ja’ retumbando en mi cabeza. Como cuando a veces tomo nota de las declaraciones de un político y lo subrayo con algo de maldad, sabiendo que algún día ese corte me dará una noticia porque lo incumplirá. Al periodista le llegan demasiado pronto el escepticismo y la incredulidad.

Llegué a este periódico enseñada de casi todo lo bueno que te da una redacción, que para alguien enamorada de su oficio es mucho. Aquí he seguido aprendiéndolo. Venía de remar en las galeras. Los más veteranos nos habían enseñado lo importante que es buscar historias, salir a la calle, hablar de tú a tú con mucha gente, contrastar, trabajar en equipo, ser honesta, ambiciosa y generosa. Llegué con la escuela impagable de un periódico centenario, 'El Correo de Andalucía', que dejaba al filo del cierre.

Pero también llegué apaleada por la precariedad, los ERTE, los recortes y amenazada por la autocensura, que es el peor mal del periodista. Ese que te convence de que meterse con un asunto no merece la pena, te va a crear problemas o va a poner en riesgo tu nómina o la supervivencia de tu medio. Eso es lo peor. Un buen medio de comunicación jamás debería permitir a sus periodistas pensar que el bien común no es otro que su cuenta de resultados y su balance de ingresos. Por más que sea muy cierto que para un periódico independiente ganar dinero no es una opción sino una obligación.

El Confidencial me ha dejado trabajar con una libertad que nunca antes había conocido y una exigencia que tampoco había sentido

Hoy, seis años más tarde, sé que me sentaron en aquella sala con la intención de que aquellos principios se instalaran en mi cabeza. Hasta ahora, puedo decir que El Confidencial me ha dejado trabajar con una libertad que nunca antes había conocido y con una exigencia, eso también, que tampoco nunca antes había sentido. Suena inverosímil en esta profesión tan prostituida, pero esta es mi experiencia. Posiblemente habrá quien tenga otra, pero en mi caso debo decir que en este periódico, si nadie puede ponerle una coma o un pero que no puedas rebatir, tu historia sale. Le pese a quien le pese. Y si deja de ser así, también lo contaré y lo lamentaré.

En ocasiones, la publicidad da al poder la idea equivocada de que puede exigir algún trato de favor a cambio, pero un periódico, en mi escuela y en la de El Confidencial, es un medio al servicio de los ciudadanos y de la sociedad y no de ningún 'lobby' empresarial o partido político. El periodista debe ser por naturaleza valiente e inconformista. Su prestigio, el de un medio de comunicación, pasa por su independencia. Tengo claro que esa independencia vale dinero. Defiendo periodistas bien pagados que se sientan libres y medios de comunicación con ingresos propios que les permitan orillar a esos poderosos que trepan amparados en los favores mediáticos.

Hay que mirar con los ojos de la calle, de la gente, y volver al origen del que nunca debió desviarse un periodismo que a veces me sorprende convertido en agitador de trincheras, de odios o de sectarismo, de filias y de fobias. Huyan de quienes sepan lo que les tienen que contar antes de oír y preguntar, de los que llevan el titular en la recámara antes de sacar la libreta. En este periódico defendemos una mirada propia, curiosa, combativa y justa con la realidad. Personalmente, creo que las ‘noticias falsas’ no existen como no existe la ‘nueva normalidad’. La noticia es veraz o no es noticia, es mentira, calumnia, infamia o injuria, pero ¿noticia?, jamás.

El prestigio de un medio de comunicación pasa por su independencia. Tengo claro que esa independencia vale dinero

Rompiendo todas las reglas de una periodista que elude siempre la primera persona, me atrevo a decir que me siento una jornalera de la información. Obrera de un oficio que amaba desde que hacía redacciones en el colegio y pensaba en cómo escribir para que la clase escuchara atenta hasta el final. Escribo para usted. No para el que me cuenta desde el púlpito, sino para quien lee. Me parto la cara para contarle lo que pasa siendo cuidadosa de no deformar la realidad, para no hurtarles nada, preocupada de que estén todas las voces, para que pueda tener su propio juicio crítico sobre lo que pasa. Eso es cosa suya. Así creo honestamente que trabaja la inmensa mayoría de compañeros en El Confidencial.

El filósofo Emilio Lledó siempre defiende que “si no nos enseñan a mirar, no vemos nada”. Diferencia este sabio entre la libertad de decir cosas, que la tenemos, y la libertad de pensar, que no es tan sencilla. Abogo por que el periodista tenga ambas libertades y que ustedes las sigan encontrando en El Confidencial cada vez que decidan informarse, con libertad para poder formarse su propio criterio, a través de este periódico.

La primera vez que pisé El Confidencial, era agosto. Me citaron para una entrevista y, mientras esperaba, me dieron asiento en una sala. Estuve ahí un buen rato con una frase impresa interpelándome desde la pared. Hablaba de los “principios inquebrantables” del periódico, de la independencia, de la excelencia y del rigor informativo. Esperé hasta convencerme de que era invisible para la redacción y entonces saqué el móvil e hice una foto. A hurtadillas, como si fuera un robado. La hice, confieso, con un ‘ja’ retumbando en mi cabeza. Como cuando a veces tomo nota de las declaraciones de un político y lo subrayo con algo de maldad, sabiendo que algún día ese corte me dará una noticia porque lo incumplirá. Al periodista le llegan demasiado pronto el escepticismo y la incredulidad.

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