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La electrificación de la economía cae a niveles prepandemia y se aleja del objetivo de Ribera
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EN PLENO RÉCORD DE GENERACIÓN RENOVABLE

La electrificación de la economía cae a niveles prepandemia y se aleja del objetivo de Ribera

El peso de la electricidad en el consumo final cae por tercer año consecutivo, hasta el 23,3%, por la mayor eficiencia y el lento despliegue del coche eléctrico y la bomba de calor

Foto: Tendido eléctrico en Castrelo de Miño (Ourense). (EFE/Brais Lorenzo)
Tendido eléctrico en Castrelo de Miño (Ourense). (EFE/Brais Lorenzo)
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La electrificación de la economía española ha caído a niveles previos a la pandemia de coronavirus. El desplome de la demanda eléctrica es el principal responsable del dato, que aleja a nuestro país de la trayectoria para alcanzar los objetivos del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Tanto de los antiguos como, especialmente, de los nuevos. Se trata del tercer año consecutivo de caídas, lo que, según los expertos consultados, no supone un hecho coyuntural, sino una tendencia estructural. El giro de los combustibles fósiles a la electricidad no acaba de arrancar.

A falta de los datos oficiales que presentará el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) en su balance energético anual, el Observatorio de la Transición Energética y la Acción Climática (OTEA) —un grupo de investigación del Basque Centre for Climate Change (BC3)— ha hecho su propia proyección. Pese a que otros indicadores del PNIEC también avanzan por debajo de los objetivos establecidos por el Gobierno, el de electrificación es el que presenta un peor desempeño: solo el 23,3% del consumo de energía final es eléctrica, exactamente el mismo porcentaje que en 2019, justo antes de la pandemia.

Se trata de 2,3 puntos menos que en 2020, cuando se alcanzó el récord histórico, motivado por el freno al transporte privado y de mercancías a causa del confinamiento y, por tanto, por el descenso del consumo de combustibles fósiles. Desde entonces, el nivel de electrificación se ha mantenido a la baja, a medida que se reabría la economía y la crisis energética cogía el testigo de la pandémica. Como el índice es un cociente, puede aumentar o disminuir en función de cambios en el numerador (el consumo eléctrico) o del denominador (el consumo total). Durante el covid, la clave estuvo en el desplome del segundo, pero en estos últimos años la evolución ha venido marcada por el descenso del primero.

La electrificación no avanza porque el despliegue de vehículos eléctricos en las carreteras y de bombas de calor en las casas todavía es anecdótico, mientras la transición desde el gas hacia la electricidad en las industrias se da a paso de tortuga. En cambio, los récords del precio de la luz durante los últimos años, especialmente 2022, han llevado a ciudadanos y empresas a ahorrar al máximo e invertir en una mayor eficiencia energética. Como consecuencia, el consumo ha caído: según Red Eléctrica, el gestor del sistema, la demanda de electricidad se redujo en 2023 un 2,3% respecto al año anterior.

A falta de los datos del IDAE sobre consumo total, lo más probable es que este también haya descendido, pero menos que el de la electricidad. Así ocurrió, por ejemplo, en 2022, y por eso el valor del índice de electrificación fue a la baja. En otras palabras: pese al crecimiento económico, la mayor eficiencia en los procesos y el ahorro por el récord de precios provocó un descenso del consumo de energía durante la crisis inflacionista, pero el de electricidad fue más pronunciado que el de las energías sucias. Como resultado, la electrificación retrocede, y se aleja de los objetivos del Gobierno.

OTEA ha hecho su proyección comparando los datos reales con los previstos por el Ejecutivo en el PNIEC que estuvo vigente hasta ahora. Y, a diferencia de otros estudios, tiene en cuenta el autoconsumo a la hora de computarlos. Como se puede apreciar en el gráfico, la línea azul oscura recoge la trayectoria lineal que debería seguir la electrificación para llegar a los objetivos marcados por el Gobierno en el plan aprobado en 2021, y que tenía dos puntos de referencia: 2025 y 2030. A este ritmo, las metas se antojan complicadas: la tendencia es descendente, justo la contraria a la que debería trazar. Paradójicamente, España cumplía los objetivos antes del PNIEC, y después ha dejado de cumplirlos, en una situación muy marcada por la crisis de precios. Algo similar ocurre con los indicadores de pobreza energética, que han desbordado todas las previsiones.

Lejos de recular a la vista de los resultados, el Ejecutivo ha actualizado el plan con unas metas más ambiciosas. En el nuevo diseño, que ya ha sido aprobado por Bruselas, prevé alcanzar un nivel de electrificación del 34% en 2030, casi 11 puntos por encima del nivel actual. El peso de la electricidad respecto al consumo final tendría que aumentar 1,5 puntos anuales para llegar a esos datos.

"No ha habido ningún avance en 10 años. Lo que estaba electrificado entonces es lo mismo que está electrificado ahora"

Diego Rodríguez, experto de la Universidad Complutense de Madrid y la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea) no lo ve posible. "No ha habido ningún avance en 10 años. Lo que estaba electrificado entonces es lo mismo que está electrificado ahora", asegura. Y destaca, sobre todo, el lento despliegue de las matriculaciones de vehículos eléctricos, que debe ser el factor crucial que permita reducir el uso de combustibles fósiles. Las cifras, que rondan el 5%, resultan insuficientes para alterar la composición del parque móvil y, por tanto, tener una influencia mínimamente significativa en la distribución del uso de la energía final.

La clave está en el transporte

Según el investigador, será necesario esperar al menos hasta 2026 o 2027 para que el proceso acelere, a medida que la tecnología avance y se haga más competitiva en precios. Mientras tanto, será muy difícil encontrar otro vector que impulse la electrificación hasta llegar a las cifras que prevé el Gobierno, teniendo en cuenta que los demás procesos, como la generalización de las bombas de calor o la sustitución del gas por la electricidad en las factorías, todavía tardarán más: llegarán, previsiblemente, en la próxima década.

España se halla, por tanto, en manos del transporte si quiere avanzar, mientras que en el ámbito de los hogares y en el de la industria el camino por recorrer se antoja mucho más largo. Pero no se trata de un problema específico de nuestro país: en otras naciones europeas, incluso las que van más avanzadas en movilidad (como las nórdicas o Portugal), el proceso de electrificación también se halla estancado, recuerda Luis Rey, el investigador de OTEA encargado de la base de datos.

Foto: El embalse de Belesar, en Galicia. (EFE)

El economista destaca otra paradoja de la situación actual: mientras nuestro país bate récords de producción de energía renovable —el año pasado superó el 50% del mix eléctrico por primera vez, según Red Eléctrica— y cada vez instala más parques de aerogeneradores y placas solares, el consumo de electricidad sigue retrayéndose. Tanto, que España ha registrado en los últimos días sus primeros precios negativos de la electricidad, a causa del exceso de la producción fotovoltaica y eólica en determinadas horas del día. "El aumento de la capacidad se tiene que trasladar a un aumento de la demanda", añade Rey.

Mientras no lleguen las baterías o los sistemas de bombeo que permitan almacenarla, se seguirán produciendo vertidos, y la inversión, apostilla Rodríguez, cada vez se verá más amenazada, ante los precios irrisorios que dificultan el retorno. Es lo que ocurre cuando los datos de generación renovable se acercan al objetivo del Gobierno, pero los de consumo de electricidad se quedan muy por debajo.

La electrificación de la economía española ha caído a niveles previos a la pandemia de coronavirus. El desplome de la demanda eléctrica es el principal responsable del dato, que aleja a nuestro país de la trayectoria para alcanzar los objetivos del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Tanto de los antiguos como, especialmente, de los nuevos. Se trata del tercer año consecutivo de caídas, lo que, según los expertos consultados, no supone un hecho coyuntural, sino una tendencia estructural. El giro de los combustibles fósiles a la electricidad no acaba de arrancar.

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