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SUPERÁVIT HISTÓRICO DE LA BALANZA DE PAGOS

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La historia económica de España ha estado permanentemente unida a las devaluaciones. Pero todo ha cambiado. La economía luce hoy el mayor superávit de la balanza de pagos de su historia. La apertura al exterior lo explica

Foto: Fábrica de SEAT en Martorell. (EFE)
Fábrica de SEAT en Martorell. (EFE)
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Se cuenta que fue Franco, al comienzo del Plan de Estabilización (1959), quien animó al ministro de Hacienda de la época, Mariano Navarro Rubio, a que fuera generoso con la devaluación de la peseta. El tipo de cambio por entonces equivalía a 42 pesetas por dólar y estaba a todas luces sobrevalorado, por lo que la decisión final fue situarlo en 60 pesetas. Era, sin duda, un tipo de cambio más ajustado a la dramática realidad económica del país, y que la autarquía, con su soberbia nacionalista, había negado. Hasta el punto de que en 1957, apenas dos años antes, la paridad equivalía a 10,95 pesetas por dólar, algo completamente irreal. Es decir, en solo un par de años, la peseta perdió más de 80% de su valor.

La situación, como han puesto de manifiesto algunos economistas*, llegó a ser desesperada en 1958, cuando el Gobierno se vio obligado a vender la mayor parte de las reservas de oro en poder del IEME (Instituto Español de Moneda Extranjera), que pasaron de 34,88 millones de dólares a tan solo 2,57 millones. Ello obligó, igualmente, a enajenar buena parte del oro en manos del Tesoro Público. Ambas ventas dejaron el Estado al finalizar 1958 con apenas 10,66 millones de dólares, lo que situaba España al borde de la suspensión de pagos por falta de divisas.

La causa era evidente: la autarquía había fracasado. No es de extrañar, por lo tanto, que Franco pidiera a su ministro de Hacienda que aprobara una devaluación de la peseta, todo lo que fuera necesario para ganar competitividad e intentar equilibrar la balanza de pagos, aunque ello pudiera significar, desde luego a corto plazo, el empobrecimiento general del país.

Aunque pueda parecer chocante, no fue suficiente. Desde aquel año, y hasta su defunción, la peseta fue devaluada en ocho ocasiones (1959, 1967, 1976 —un 11%—, 1977 —nada menos que un 20%—, 1982 —un 12%—, 1992 —dos veces— y 1993 —8%—). Cuando España entró en el euro, un dólar equivalía a 142,61 pesetas, a años luz de las 60 pesetas que pactó la dictadura 40 años antes con Gabriel Ferras, el economista francés que negoció con España en nombre del FMI.

La pesadilla de las devaluaciones

Las devaluaciones, de hecho, han acompañado a la economía durante décadas como si se trataran de una pesadilla que condenaba periódicamente a los españoles a empobrecerse cada pocos años respecto de los países vecinos: viajar era más caro y, sobre todo, el coste de los insumos necesarios para equipar el aparato productivo se disparaba. Lógicamente, hasta que en 1998 España abrazó el euro. Fue entonces cuando se abrieron dos alternativas. O se ajustaba la economía cuando la balanza de pagos acumulaba fuertes desequilibrios (lo que se hizo en 2012 tras estallar la burbuja inmobiliaria para salir de la crisis) o España tendría que abandonar la moneda única, lo que hubiera significado el suicidio de la economía. En el euro, no hay devaluaciones, hay, por el contrario, como se decía cuando España flirteaba con salir de la moneda única, disciplina. Históricamente, de hecho, las ganancias de competitividad han venido por la vía de las devaluaciones, no por los avances en productividad.

Lo que ha sucedido desde entonces pasará a los manuales de la pequeña historia económica de España. En 2007, el año previo a la crisis financiera, España llegó a tener unas necesidades de financiación del exterior —el desequilibrio de la balanza de pagos— equivalentes a 97.534 millones de euros. O lo que es lo mismo, el 9,1% del PIB, una cifra descomunal que solo podía poner de manifiesto hasta qué punto la economía española era dependiente del capital extranjero para financiar su actividad económica.

La autarquía había fracasado. No es de extrañar que Franco pidiera a su ministro de Hacienda que aprobara una devaluación de la peseta

Dieciséis años más tarde, la situación es completamente distinta. Los últimos datos del Banco de España muestran que en los últimos 12 meses la economía ya no solo no necesita pedir prestado en el exterior, sino que acumula en el mismo periodo un histórico superávit de 50.800 millones de euros, prácticamente el triple que el ejercicio anterior.

Nunca antes, ni siquiera durante el desarrollismo del franquismo, pese a la entrada masiva de remesas de la emigración española o de la llegada de turistas, la economía española había tenido un superávit tan abultado. No hay que olvidar que entre 1960 y 1967, según las estadísticas de los países de destino, emigraron al extranjero 1,9 millones de españoles. Alrededor de la mitad eran temporeros, pero 644.000 tenían residencia permanente, lo que refleja la importancia de las remesas de emigrantes en la balanza de pagos. En 1973 se llegó a un máximo de 1,2 millones de emigrantes, solo en Europa. Pero ni siquiera en ese contexto el superávit de la balanza de pagos alcanzó los niveles actuales.

Apertura económica

¿Qué ha sucedido? Las causas son variadas. Pero se resumen en una: el país es más competitivo y está más abierto que nunca a la economía mundial, lo que lo hace muy dependiente de las exportaciones. Nunca antes la apertura de la economía ha sido mayor. El estancamiento de las exportaciones de bienes y servicios fue, precisamente, el principal responsable de la caída en la tasa de apertura de la economía durante los años más negros del franquismo. Está acreditado que en esos años la economía española se separó de la tendencia europea hacia una creciente integración, lo que explica la cronificación de los déficits exteriores durante décadas.

Todo ha cambiado, y a ello ha ayudado la geografía. La renta de nuestros socios comerciales —el 62% va a la Unión Europea— es más elevada, y, por lo tanto, tienen mayor capacidad de compra, mientras que, en paralelo, los precios interiores siguen siendo más bajos, lo que alimenta las exportaciones. Mientras que la remuneración media por asalariado se sitúa en la eurozona en 44.686 euros, en España alcanza apenas los 34.927 euros. Ahora bien, con una productividad equivalente (63,5% en el primer caso y 61,7% en el segundo).

Un dato pone negro sobre blanco la importancia de estas cifras, junto con la capacidad de adaptación de la economía española a la nueva realidad. El año pasado, la suma de las exportaciones de bienes y servicios representó el 40,8% del PIB (algo más de 550.300 millones de euros). Es decir, muy por encima del 26% que pesaban las exportaciones en 2007, cuando la balanza de pagos registró un déficit histórico. España nunca antes ha vendido tanto al exterior.

En 2007, España llegó a tener un desequilibrio de la balanza de pagos equivalente a 97.534 millones, nada menos que el 9,1% del PIB

Es verdad que todavía el saldo comercial es deficitario (59.188 millones de euros el año pasado), pero no hay que olvidar que 2022 fue un año extraordinario por el alza de los costes de la energía. En el quinquenio anterior (salvado 2020, que también fue un año singular por el covid), el déficit nunca ha superado los 30.000 millones de euros, muy lejos de los 94.040 millones alcanzados el año 2007, el más emblemático del boom inmobiliario, cuando la economía crecía por encima del 5% y se hizo célebre el give me two que decían muchos españoles cuando salían al extranjero y compraban con financiación ajena. Algo que explica el poderoso stock de deuda externa que todavía soporta la economía española, una de las deudas más altas del mundo, desarrollado y no desarrollado.

El fin de la peseta

De aquel desenfreno crediticio procede la ingente deuda externa que todavía arrastra la economía española, pese a los sucesivos superávits de la balanza de pagos, y que en el segundo trimestre del año se sitúa en el 56,6% del PIB. Nada menos que 798.000 millones de euros, que es lo que los agentes económicos, públicos y privados, deben al extranjero en términos netos.

La cifra es imponente, pero por eso hay que tener en cuenta de dónde viene la economía española. En 2009, llegó a representar el 97,7% del PIB, 41 puntos porcentuales más que ahora. Esa diferencia es la que explica, precisamente, la mejora del saldo exterior de España.

Una peseta de 1868, que es cuando nació, equivalía en 1935 a 1,50 pesetas, pero su poder adquisitivo era igual al de 455,75 pesetas de 1999

Una mejora que necesariamente hay que vincular al buen comportamiento de la balanza por cuenta corriente, que mide las transacciones de bienes y servicios, además de las llamadas rentas primarias: del trabajo, de inversión, los impuestos sobre la producción y las importaciones y las subvenciones. En este caso, el superávit asciende a 37.400 millones, a los que hay que sumar otros 13.800 millones de la cuenta de capital.

Tan solo el turismo, en los últimos 12 meses, aportó 57.400 millones de euros al superávit exterior, lo que supone 11.400 millones más que un año antes. Un último dato lo dice todo: el saldo del sector servicios —los ingresos y los pagos— asciende a algo más de 75.501 millones de euros, lo que es la mejor confirmación de que España es ya un país de servicios. Ya lo era en el pasado más reciente, pero el proceso se está intensificando.

El profesor Serrano Sanz, de la Universidad de Zaragoza, ha explicado como nadie de dónde venimos. Una peseta de 1868, que es cuando Laureano Figuerola creó la divisa española, equivalía en 1935 a 1,50 pesetas, pero su poder adquisitivo era igual al de 455,75 pesetas de 1999, cuando finalizó su andadura. El problema se concentró en los años posteriores a la Guerra Civil, como sostiene el historiador. Es decir, una devaluación colosal que empobreció a todos. Hoy, los tipos de cambio son fijos —no hay devaluaciones posibles— y la economía española se ha abierto al mundo. Ese es el auténtico cambio de paradigma.

*Elena Martínez Ruiz. "El sector exterior durante la autarquía. Una reconstrucción de las balanzas de pagos de España (1940-1958)", Banco de España.

Se cuenta que fue Franco, al comienzo del Plan de Estabilización (1959), quien animó al ministro de Hacienda de la época, Mariano Navarro Rubio, a que fuera generoso con la devaluación de la peseta. El tipo de cambio por entonces equivalía a 42 pesetas por dólar y estaba a todas luces sobrevalorado, por lo que la decisión final fue situarlo en 60 pesetas. Era, sin duda, un tipo de cambio más ajustado a la dramática realidad económica del país, y que la autarquía, con su soberbia nacionalista, había negado. Hasta el punto de que en 1957, apenas dos años antes, la paridad equivalía a 10,95 pesetas por dólar, algo completamente irreal. Es decir, en solo un par de años, la peseta perdió más de 80% de su valor.

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