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Angrist: "Acudir a una universidad más cara no da mejores resultados"
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ENTREVISTA CON EL PREMIO NOBEL

Angrist: "Acudir a una universidad más cara no da mejores resultados"

La desigualdad ha tendido a ensancharse en las últimas décadas. ¿Qué papel juegan en ello la educación y, en concreto, las universidades de élite? El Nobel Angrist (2021) ha respondido a esta y otras preguntas en Madrid

Foto: Joshua Angrist durante la entrevista con El Confidencial. (I. B.)
Joshua Angrist durante la entrevista con El Confidencial. (I. B.)
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Joshua Angrist (Columbus, 1960) recibió el año pasado, junto a David Card y Guido Imbes, el Nobel de Economía. Su disciplina es, probablemente, una de las más desconocidas, la econometría, cuya función fundamental es describir e intentar entender los comportamientos de los agentes económicos mediante sofisticados modelos matemáticos. La materia prima intelectual con la que trabaja, por lo tanto, son los datos, y, a partir de ahí, ha pretendido demostrar con sus estudios empíricos la relación causa-efecto de determinados actos sociales. La pregunta que se hace, por ejemplo, es si vale la pena pagar 50.000 dólares al año en una matrícula universitaria privada. Lo duda. Ha estado recientemente en Madrid para ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos e impartir una clase magistral en la Fundación Ramón Areces. Tiene doble nacionalidad israelí-estadounidense y es profesor de Econometría en el MIT de Massachusetts.

PREGUNTA. Vale la pena pagar 40.000 o 50.000 euros para obtener un máster y luego encontrar fácilmente un buen empleo. Usted lo ha estudiado con detalle y de forma empírica.

RESPUESTA. Está claro que las universidades de élite tienen más probabilidades de éxito, pero no es seguro que sus resultados sean mejores que en otras universidades, digamos, menos caras. Creo que eso es más importante en las escuelas secundarias o en el bachillerato, pero no tanto en la universidad. Ahora bien, es cierto que los estudiantes que consiguen entrar en el MIT suelen acceder después a salarios más altos que la media durante su vida laboral. Sin embargo, también hemos descubierto que hay estudiantes que no van a universidades tan buenas y que después ganan igual que los que van a una con tanto prestigio. En definitiva, tu salario no depende de haber ido a una universidad o a otra, más cara o más barata.

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Foto: I. B.

P. Usted también ha estudiado con especial atención los beneficios de la educación. En los últimos años, ha habido una intensa polémica en España sobre la meritocracia. Muchos piensan que ha fracasado. Da la impresión de que el networking, la red de contactos, es ahora más importante que la educación. Incluso las universidades de élite lo han convertido en una de sus herramientas para captar alumnos.

R. Es verdad que es importante acudir a colegios de calidad y con buenos compañeros, pero en mis investigaciones, como le he dicho, hemos llegado a la conclusión de que no es tan determinante. Da igual quiénes sean tus compañeros de clase. En EEUU, existe un fuerte debate sobre los colegios que son muy selectivos, muy exigentes, en los que es necesario realizar una prueba muy dura para poder entrar. Lo que hemos visto es que en Nueva York, por ejemplo, solo el 8% del alumnado de estos centros es negro, cuando en la población ese porcentaje es muy superior, en torno a uno de cada tres habitantes. Estos colegios elitistas son muy exigentes a la hora de elegir a los alumnos, pero hemos detectado que estos centros después no son tan buenos. A eso lo llamo la ilusión de las elites. Estar rodeado de buenos estudiantes de por sí no aporta nada.

"No hay un número óptimo de alumnos por aula, depende de cada lugar y circunstancia. Lo que hay que analizar es el coste y el beneficio"

P. Usted popularizó la llamada ley de Maimónides, que establece que una clase no debe tener más de 40 alumnos. Lógicamente, la cifra habría que adaptarla a los nuevos tiempos, pero el debate sobre cuántos alumnos deben estudiar en una clase sigue abierto. En su opinión, tanto en primaria como en secundaria, cuál es el número óptimo.

R. Esa regla parte de que el número máximo de una clase deben ser 40 alumnos, y que, si hay 41, el aula debe desdoblarse. Pero esas eran cifras de tiempos de Maimónides que se basaron en un experimento natural para poder leer el Talmud. No hay un número óptimo, depende de cada lugar y circunstancia. Es verdad que es más caro, pero depende de muchos factores. Lo que hay que analizar en la mayoría de los casos es el coste y el beneficio.

P. Usted, que es un experto en estudiar los efectos que tienen las políticas públicas sobre los ciudadanos, cree que están bien enfocadas las que se han diseñado en Europa para compensar la caída de rentas provocada por la pandemia.

R. Eso no lo he estudiado, y de verdad no lo conozco. Prefiero no contestar. Estoy encantado de hablar sobre mi trabajo, pero no de cosas que no conozco.

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Foto: I. B.

P. Sí que conoce, por otros estudios que ha realizado en su ámbito universitario, la utilidad de los incentivos. O, expresado en términos más concretos, si las ayudas hay que generalizarlas o, por el contrario, deben focalizarse en los sectores más vulnerables.

R. Lo que sabemos es que, en el caso de los estudiantes universitarios en EEUU, donde la universidad es muy cara, los resultados sugieren que las ayudas financieras y los préstamos no tienen tanto éxito como a priori se cree. Hubieran tenido éxito sí o sí. Es probable que las ayudas hubiera que hacerlas a cuestiones más específicas.

P. La pregunta es genérica, pero de qué manera la ciencia de datos puede predecir el futuro.

R. Los datos, al final, lo que hacen es describir el pasado. Lo que hacemos es utilizar los datos para hacer predicciones, y la alternativa sería no tenerlos. Y eso sería mucho peor.

P. Usted, que ofrece clases muy pedagógicas a través de internet, ¿no cree que el exceso de información está ganando a la educación como disciplina coherente y lógica?

R. Los datos, por sí mismos, no son suficientes, y se necesita entenderlos. De eso trata, precisamente, la econometría. Los economistas tenemos que salir a buscar experimentos naturales al mundo real, están a nuestro alrededor y nos permiten estudiar todo tipo de situaciones y escenarios.

P. ¿Por qué es tan difícil establecer relación causa-efecto en las ciencias sociales, algo que usted ha estudiado mucho?

R. Normalmente, no tenemos mucha información sobre determinados fenómenos, por ejemplo, si tenemos más o menos inmigrantes, si existen diferencias entre colegios o, por último, si no tenemos acceso a experimentos reales. Un científico social lo que intenta es sacar algo común. Esa es, precisamente, la regla de Maimónides.

"La mayoría de los estudiantes americanos va a colegios públicos. El sistema es más parecido de lo que se piensa al que tiene España"

P. ¿Se ha detenido el ascensor social, como muchas veces se ha acreditado en EEUU o Europa?

R. No sé qué quiere decir con ascensor social. Pero desde luego la diferencia es la educación, que es el mejor instrumento para luchar contra la pobreza. Esa es la principal política pública.

P. ¿Qué influye más en el ensanchamiento de la desigualdad, los salarios o la educación? ¿O ambos factores forman parte de un mismo problema?

R. Los quintiles más bajos y más altos están fuertemente influidos por esas fuerzas, y por eso lo importante son los cambios institucionales. También los cambios tecnológicos están ayudando a aumentar el valor económico de la educación.

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Foto: I. B.

P. ¿Y qué se puede hacer para que la transformación digital no ensanche las desigualdades?

R. Obviamente, facilitar una mayor educación, no hay otra vía, además de hacer cambios institucionales, tanto entre los jóvenes como en los trabajadores.

P. ¿Fue una buena idea la decisión de Biden de anular los préstamos no devueltos por los estudiantes?

R. Es complicado. La mayoría de los estudiantes americanos va a colegios públicos. El sistema es más parecido al que tiene España de lo que se piensa habitualmente. La reciente política de préstamos no creo que mejore mucho el rendimiento de los estudiantes.

Joshua Angrist (Columbus, 1960) recibió el año pasado, junto a David Card y Guido Imbes, el Nobel de Economía. Su disciplina es, probablemente, una de las más desconocidas, la econometría, cuya función fundamental es describir e intentar entender los comportamientos de los agentes económicos mediante sofisticados modelos matemáticos. La materia prima intelectual con la que trabaja, por lo tanto, son los datos, y, a partir de ahí, ha pretendido demostrar con sus estudios empíricos la relación causa-efecto de determinados actos sociales. La pregunta que se hace, por ejemplo, es si vale la pena pagar 50.000 dólares al año en una matrícula universitaria privada. Lo duda. Ha estado recientemente en Madrid para ser nombrado doctor honoris causa por la Universidad Rey Juan Carlos e impartir una clase magistral en la Fundación Ramón Areces. Tiene doble nacionalidad israelí-estadounidense y es profesor de Econometría en el MIT de Massachusetts.

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