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Así ayuda el cambio climático al chantaje de Putin a Europa en plena crisis energética
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TERMINA UN VERANO DE RÉCORDS

Así ayuda el cambio climático al chantaje de Putin a Europa en plena crisis energética

La sequía, la falta de viento o el aumento de la temperatura de los ríos reducen la oferta, y las olas de calor disparan la demanda. El resultado: los precios suben y el Kremlin aplaude

Foto: Girasoles secos en un campo en Ezerets (Bulgaria). (EFE/Vassil Donev)
Girasoles secos en un campo en Ezerets (Bulgaria). (EFE/Vassil Donev)
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Vladímir Putin ha encontrado un aliado inesperado este verano. Mientras el curso de la guerra se le atraganta al presidente ruso y la Unión Europea va encontrando vías para capear como puede la crisis energética, el chantaje de Moscú se ha visto reforzado por los eventos climáticos que han sacudido el continente. Se trata de fenómenos inusuales, pero que cada vez serán más frecuentes por el calentamiento global, según el consenso de los expertos. La sequía, la falta de viento o el aumento de la temperatura de los ríos no solo constituyen un desastre medioambiental, sino que tienen consecuencias nefastas en los mercados energéticos. Sobre todo si coinciden con olas de calor históricas como las de los últimos meses, que han contribuido a disparar los precios en un momento de récords y refuerzan la estrategia del Kremlin.

Putin aprieta, pero no ahoga. Ese delicado equilibrio se basa en dos premisas: mantener el suministro de gas a Europa en niveles mínimos para tensionar el mercado y, al mismo tiempo, mantener la incertidumbre sobre un posible cierre del grifo sin llegar a consumar la amenaza, lo que dejaría a Rusia sin su principal baza de negociación y hundiría sus ingresos en divisas. El éxito o el fracaso de este tira y afloja se basa en el miedo. Europa, planea el Kremlin, tiene que sentir la presión en forma de escasez y un coste desmedido por aprovisionarse. Pero esta vez el bloque comunitario ha sabido reaccionar, y las reservas ya están por encima del 80% que marcó la Comisión Europea antes del invierno. Sin embargo, las presiones inflacionistas siguen condicionando la agenda de los gobiernos en una tormenta perfecta que combina los acontecimientos geopolíticos y los climáticos.

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Como cualquier otro precio, los energéticos dependen de la oferta y de la demanda. La crisis actual empezó el año pasado, cuando la reapertura de las economías tras la pandemia empujó hacia arriba la cotización de las principales materias primas, y los cuellos de botella condicionaron la recuperación del comercio global. Pero entonces ya se empezaba a advertir un factor que, un año después, se ha sumado a todos los desequilibrios acumulados durante los últimos meses: la influencia del clima. Europa ha vivido el verano más tórrido de su historia, según los datos del Servicio de Cambio Climático de Copernicus, dependiente del Ejecutivo comunitario. Y, hagamos lo que hagamos en la lucha contra el cambio climático, esta tendencia será una constante al menos hasta 2060, de acuerdo con las predicciones de la agencia de la ONU para el clima (Organización Meteorológica Mundial).

El resultado es nefasto para los objetivos de ahorro energético que impulsa la UE para sobrevivir al chantaje de Rusia: el uso de electricidad para climatizar los hogares, comercios o edificios públicos se dispara. Según el informe mensual de Red Eléctrica, en julio de este año la temperatura media se incrementó en 2,8 grados con respecto al año anterior, y la demanda lo hizo en un 2,2%. Pero, en realidad, la demanda corregida, que elimina las variaciones debidas a la coyuntura —laboralidad (-0,9%) y temperatura (4,2%)— descendió un 1,1%. En otras palabras: el factor clave para que el consumo aumentara fue el calor.

Hogares y empresas cumplen la reducción de consumo de gas pactada con Bruselas, pero los ciclos arruinan el esfuerzo

Electricidad y gas se entrelazan cuando las condiciones climáticas son adversas, creando un círculo vicioso que dispara los precios de ambos, para regocijo del Kremlin. Según los datos de Enagás, el pasado agosto, la demanda 'convencional' del hidrocarburo fue de 11.731 gigavatios/hora (GWh), un 37,6% menos que la del mismo mes del año pasado y un 7% menos que la media de los últimos cinco años, justo la obligación que estableció la Comisión Europea para España. Sin embargo, la demanda total aumentó un 4,2%, debido al récord histórico del uso de gas para la producción de electricidad: 16.641 GWh, casi el doble que el año pasado. Es decir, las familias y las empresas están cumpliendo con la reducción pactada en Bruselas, pero ese 'esfuerzo' —en el que también influye la elasticidad del consumo por culpa de la inflación— cae en saco roto por culpa de los ciclos combinados de gas.

La excepción ibérica, que favorece la exportación de electricidad subvencionada al extranjero, podría estar contribuyendo a esta realidad, pero los cambios en el 'mix' energético apuntan a que la principal explicación del fenómeno tiene que ver con cuestiones climáticas. Entre junio y julio se batieron hasta tres récords diarios de demanda de gas para la producción de electricidad, que coincidieron con las dos olas de calor que asolaron la península al principio del verano. Hasta ahora, los mayores picos de demanda se daban en invierno, coincidiendo con las olas de frío, pero los patrones están cambiando.

Foto: La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera. (EFE/Javier Lizón)

Con el gas por las nubes, los ciclos combinados se han convertido en la energía más cara. Las renovables, ya maduras, permiten ahorrar costes, pero el diseño del mercado, en el que la fuente que cubre la demanda marca el precio con el que se remunera a todas las demás, hace que en los periodos de baja generación eólica y solar el gas tenga que entrar en el 'mix', en algunos casos de forma muy relevante, y dispare la luz. Paradójicamente, el rendimiento de la producción fotovoltaica se ve afectado por el calor, sobre todo a partir de los 25 grados, y la falta de viento provoca el parón de los aerogeneradores y, por tanto, la disminución de la producción eólica.

Todo esto ha obligado a tirar de los ciclos y, en consecuencia, a aumentar las necesidades de importación de gas —tanto para Putin— e incrementar el precio de la electricidad. Volvamos a julio, el peor mes de la ola de calor: la generación renovable cayó un 3% respecto al mismo mes del año pasado, pese la tendencia alcista que se observa en el largo plazo, mientras que la quema de gas se disparó un 157%. Los ciclos produjeron un tercio de la electricidad en España —solo suponen la quinta parte de la potencia instalada— y en los peores días de la ola de calor su contribución superó el 50%.

La producción hidráulica, de bajo coste, ha caído a la mitad este verano debido a la sequía

Otra de las fuentes baratas que ha perdido peso en el 'mix' es la energía hidráulica. La histórica sequía que asola Europa se ha dejado sentir en España en forma de una fuerte caída de la producción hidroeléctrica. Según el Boletín Hidrológico Nacional, la energía disponible en los embalses está al 29% de su capacidad máxima, seis puntos por debajo de las mismas fechas del año pasado. La generación a través de los saltos de agua ha caído a la mitad este verano respecto al anterior. Sin embargo, las consecuencias de la falta de precipitaciones van mucho más allá.

Según el Observatorio de la Sequía, dependiente de la Comisión Europea, todo el ciclo del agua está alterado. Las imágenes del Rin con el caudal bajo mínimos reflejan hasta qué punto este fenómeno afecta al transporte fluvial en una vía crucial para Europa, y la producción de energía atómica es otro de los daños colaterales de este descontrol climático. Las centrales nucleares, una fuente barata que muchos gobiernos europeos pretenden recuperar para hacer frente a la crisis actual, vierten en los ríos el agua que utilizan para su refrigeración. Pero las condiciones de este verano han disparado la temperatura de muchos cursos fluviales y las asociaciones ecologistas denuncian que los ecosistemas están en riesgo si continúan recibiendo el agua recalentada de las centrales.

Foto: Niveles bajos de caudal en el Rin por la sequía. (EFE/Ronald Wittek)
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El problema ha causado una fuerte discusión en Francia, donde el Garona, por ejemplo, ha alcanzado unas temperaturas seis grados superiores a las habituales. Con la mitad de su planta nuclear —que supone el 70% del 'mix' energético del país— parada por labores de mantenimiento, París tomó en agosto una polémica decisión: permitir que los vertidos de cinco centrales superasen los umbrales térmicos establecidos para no tener que prescindir de su aportación al sistema. Si la legislación se hubiese cumplido tal y como estaba estipulado, la producción de energía atómica se hubiese reducido aún más, con un incremento adicional de los precios de la electricidad debido al mayor uso de fuentes más caras.

En este círculo vicioso, que conecta el cambio climático con el encarecimiento de los precios de la energía, los futuros de la electricidad van de récord en récord y han llegado a superar los 1.000 euros el megavatio/hora en el país galo, mientras que los del gas europeo —TTF, que se negocia en la Bolsa de Ámsterdam—marcaron a finales de agosto su máximo histórico. Nadie duda de que Vladímir Putin es el principal causante de la situación, pero la meteorología ha contribuido a crear este verano la tormenta perfecta que Rusia desea.

La partida de verdad, eso sí, se jugará en invierno. El cambio climático ha suavizado la dureza de la estación fría, aunque también provoca fenómenos extremos más frecuentes. De hecho, el récord histórico de la demanda convencional de gas en España se produjo el 8 de enero de 2021, durante la inusual tormenta 'Filomena', que congeló la península. Las principales capitales europeas han hecho todo lo que está en sus manos para aprovisionarse y cruzan los dedos para que esta vez el calentamiento global juegue a su favor. Napoleón ya fracasó contra el General Invierno, pero entonces la Revolución Industrial solo acababa de empezar y la temperatura media del planeta era un grado inferior a la actual.

Vladímir Putin ha encontrado un aliado inesperado este verano. Mientras el curso de la guerra se le atraganta al presidente ruso y la Unión Europea va encontrando vías para capear como puede la crisis energética, el chantaje de Moscú se ha visto reforzado por los eventos climáticos que han sacudido el continente. Se trata de fenómenos inusuales, pero que cada vez serán más frecuentes por el calentamiento global, según el consenso de los expertos. La sequía, la falta de viento o el aumento de la temperatura de los ríos no solo constituyen un desastre medioambiental, sino que tienen consecuencias nefastas en los mercados energéticos. Sobre todo si coinciden con olas de calor históricas como las de los últimos meses, que han contribuido a disparar los precios en un momento de récords y refuerzan la estrategia del Kremlin.

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