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La confianza de los hogares se hunde y ya es inferior a la de la eurozona
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POR PRIMERA DESDE LA RECUPERACIÓN

La confianza de los hogares se hunde y ya es inferior a la de la eurozona

El componente que más pesa en la economía hace aguas. El consumo privado se ralentiza por el deterioro de la confianza de los consumidores en el futuro de la economía

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La economía española ha entrado en una nueva fase. Pero no solo porque el deterioro de la actividad está siendo más intenso que lo estimado hace pocos trimestres, sino, sobre todo, porque su principal componente, el consumo de las familias, que representa algo más del 57% del PIB, pierde tracción de una manera cada vez más evidente. Y no de una forma irrelevante.

Por primera vez desde la recuperación, el indicador de confianza de los consumidores elaborado por la Comisión Europea se sitúa ya claramente por debajo de la media de la eurozona (un -10,6% frente al -6,5%). Y lo que no es menos significativo, la tendencia negativa solo ha empeorado desde primavera.

La causa de este deterioro tiene que ver con la desconfianza sobre la situación económica general más que con la percepción subjetiva sobre la posición particular de cada hogar, que se mantiene en un terreno positivo (5,4%). En términos de contabilidad nacional, esto se manifiesta en el hecho de que ya en el segundo trimestre de este año, frente al trimestre precedente, el consumo privado se estancó (0,0%), algo que tampoco sucedía desde que en 2014 la economía española dejó atrás los números rojos.

La pérdida de confianza es creciente, como lo revela el hecho de que si en agosto el indicador de sentimiento y confianza en la economía se situaba en 107,3 puntos (101,4 puntos en el conjunto de la UE), en septiembre había bajado hasta los 104,2 puntos, pero es que en octubre, como ha publicado este miércoles la Comisión, ya estaba en 101,2 puntos. Es decir, ya muy cerca de los 99 en que se sitúa de media la UE.

Propensión al consumo

El debilitamiento del consumo se debe, sin embargo, no solo a causas coyunturales vinculadas al ciclo económico sino también a fenómenos de carácter estructural, como el envejecimiento, que reduce la propensión al consumo. Un reciente informe de BBVA Research estimaba que los clientes con un mayor nivel de consumo, entendido como la suma de las compras con tarjeta y los importes retirados, son los que se sitúan en las edades comprendidas entre los 35 y los 64 años. O lo que es lo mismo, la población entre 20 y 34 años y los mayores de 65 años exhiben un gasto por habitante menor.

También hay factores como el agotamiento de la llamada demanda embalsada durante los años de la crisis, que ya ha sido satisfecha, lo que significa que los hogares ya no necesitan renovar sus equipamientos domésticos en bienes duraderos porque ya lo han hecho en los últimos años. Además de fenómenos como la caída de la remuneración del ahorro o el pobre comportamiento de las cotizaciones bursátiles, que influyen de forma negativa en la renta disponible de los hogares, lo cual, su vez, determina el consumo.

Muy por el contrario, las familias prefieren ahorrar (por el llamado ‘efecto precaución’), con lo que, paradójicamente, al mismo tiempo que se está produciendo una ralentización del consumo, se registra un aumento de su riqueza financiera.

Los últimos datos del Banco de España, en concreto, muestran que la riqueza financiera neta de los hogares, es decir, la diferencia entre sus deudas y lo que tienen ahorrado en todo tipo de activos financieros, se situó a finales de junio en 1,57 billones de euros, lo que supone un 5,2% más en términos interanauales.

Incertidumbres políticas

Es más, respecto del PIB, la riqueza financiera de los hogares representa ya el 128,4%, lo que supone 2,1 puntos porcentuales por encima del nivel existente un año antes. Solo hay que tener en cuenta que los depósitos de las familias (en plena ralentización de la economía) están creciendo a un ritmo anual del 5,6%, mientras que los de las empresas lo hacen al 3,1%.

La debilidad del consumo, por lo tanto, va mucho más allá de un simple resfriado vinculado al ciclo o al aumento de las incertidumbres políticas, y es de carácter estructural. Y lo que es todavía más significativo, buena parte del consumo se hace a crédito, cuyo volumen está creciendo ya de forma muy relevante.

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En concreto, el crédito al consumo está avanzando en términos interanuales en el entorno del 12%, y eso que el tipo aplicado medio de las nuevas operaciones se situaba en agosto en el 7,41%, cuando los tipos oficiales siguen en el 0%.

Pese a esta restricción, buena parte del consumo se hace a crédito, lo que está provocando un fenómeno muy negativo para las entidades financieras. La ratio de morosidad está creciendo por encima del 5,5%, su mayor registro en cinco años. Es decir, casi el triple de lo que está aumentando el producto interior bruto (PIB). Ahora bien, a mayor riesgo, mayor beneficio, lo que favorece el ensanchamiento del margen financiero de los bancos, que tienen que operar con tipos muy próximos al cero en el resto de préstamos.

La economía española ha entrado en una nueva fase. Pero no solo porque el deterioro de la actividad está siendo más intenso que lo estimado hace pocos trimestres, sino, sobre todo, porque su principal componente, el consumo de las familias, que representa algo más del 57% del PIB, pierde tracción de una manera cada vez más evidente. Y no de una forma irrelevante.

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