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Arthur Ashe, el negro que revolucionó el tenis y dio un raquetazo al sida y apartheid
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fue importante en la lucha contra el apartheid

Arthur Ashe, el negro que revolucionó el tenis y dio un raquetazo al sida y apartheid

Arthur Ashe es el único hombre negro en ganar el US Open (hace 50 años), Wimbledon y el Abierto de Australia. También fue un destacado luchador por los derechos civiles y sufrió el SIDA

Foto: Arthur Ashe, en la Davis de 1979. (Imago)
Arthur Ashe, en la Davis de 1979. (Imago)

En la foto se ve un corte de pelo a lo afro y se adivina la montura de una pesada gafa de pasta. Enfrente del protagonista, tomando notas, una pléyade de periodistas encorbatados, atentos a lo que escuchan desde el otro lado de la mesa. Todos blancos. Tampoco puede sorprenderle, él es Arthur Ashe y su vida es el relato de un negro conviviendo -y luchando- en un mundo de blancos, el del tenis. Una historia que se repite en su tiempo, porque nacer con su raza en los años 40 es sinónimo de aguantar desigualdad, escarnio y racismo institucionalizado. También de convertirse en observador de una pelea por la igualdad como pocas hubo en la historia del deporte. En su caso, de hecho, convertirse en un actor privilegiado dentro de esa batalla, entre otras cosas por ser el primer negro en ganar un grand slam, el US Open, victoria de la que se cumplen 50 años este verano.

Arthur Ashe jugaba al tenis y lo hacía tan bien que hoy en día sigue siendo el único negro en ganar Wimbledon. También se hizo con el US Open y el Abierto de Australia, cerrando así un palmarés que, sin más añadidos, ya le convertiría en un personaje notable en la historia de su deporte. Constreñir su peripecia en unos cuantos torneos es, en todo caso, minimizar una vida ejemplar. Porque Ashe fue un gran tenista, pero eso solo un dato más en una ilustre biografía.

Foto: Anderson celebra su victoria sobre Isner. (Reuters)

Ashe nació y eso le costó la vida a su madre, que murió en el parto para poner aún más difícil lo que estaba por venir. Su padre era el severo encargado de mantenimiento de uno de los parques públicos de la ciudad, con residencia incluida en el mismo. Esa pequeña casualidad marcaría para siempre la vida del joven Arthur, que terminó jugando a un deporte que nadie de su raza pensaba como una opción. Las pistas en las que empezó estaban en esos jardines. A él le gustaba el fútbol americano, pero la fisionomía no ayudaba. Demasiado enjuto, demasiado frágil, no lo suficientmente fuerte. Que en la familia le llamasen 'bones', es decir, huesos, apunta a que el físico de aquel chico de gafas no era el de un gran atleta.

placeholder Dos fotografías del nuevo libro 'Crossing de line'.
Dos fotografías del nuevo libro 'Crossing de line'.

Pero con una raqueta, en la soledad que tiene el tenis, se defendía bastante bien. Entrenaba a hurtadillas, porque las canchas eran terreno segregado, pero un jugador local que peloteaba con él vio potencial en su juego. Y le recomendó a otro, que también observó lo mismo. Así hasta que alguien, con poder y visión, determinó que Arthur Ashe era un jugador digno para una beca en UCLA, la universidad californiana de Los Ángeles que destaca, entre otras muchas cosas, por tener unos potentísimos programas deportivos.

Ashe hizo de la raqueta el medio de vida perfecto, pero no resumió su vida en el tenis. En 1968, y de eso hace ya 50 años, se impuso en el US Open. Por ello hoy se desvelan fotografías que antes no habían visto la luz, y se hará en su honor una exposición que se mostrará en el torneo neoyorquino. Además, un libro, 'Crossing the line' tatará de acercar su figura a las nuevas generaciones. La imagen del tenista es de esas que se quedan siempre en la memoria, la ropa blanca, las gafas de montura ligera, el pelo ensortijado. Pero, más allá de su inconfundible figura, era su voz lo que destacaba, la que le hizo no conformarse y le llevo siempre a tratar de mejorar las condiciones de vida de la gente.

Los derechos civiles

Antes de llegar a eso, su primera final, a los 12 años. Los niños juegan en la confusión entre lo que es competitivo y lo que es puramente recreativo. Él, que era muy bueno, fue poco a poco pasando rondas hasta plantarse en la final. La perdió sin dar un raquetazo, sin lesionarse, sin ningún problema de agenda. La perdió porque era negro y no querían darle un título a una persona de su raza. Caería muchas veces más, porque el deporte implica la derrota, pero fue la única vez que la causa fue el color de su piel.

Ashe iba ganando y, en paralelo, reinvirtiendo. En derechos humanos, en políticas contra el racismo, en hacer todo un poco más igualitario. En sus días como tenista la situación en Estados Unidos no se había arreglado, pero ya habían pasado los duros 60, con Martin Luther King o Malcolm X. Pero quedaba por hacer, porque la igualdad no es solo una cuestión de leyes, muchas veces la clave es el dinero. Ashe invirtió en becas universitarias, también en instalaciones deportivas, siempre con la idea en la cabeza de borrar los escalones que separaban a los privilegiados.

Su objetivo, al principio, era jugar la Copa Davis, una victoria completa para el teniente, pues Ashe también pasó por el ejército. Representar al país siendo negro. Lo consiguió muy rápido, al poco salir de UCLA. Ashe, de hablar pausado, nunca gritaba en la pista porque creía que, de hacerlo, iban a decir que era por su raza y le iban a tachar de poco educado. Hasta esos límites llegaba.

Y en la Davis, en 1969, llegó el momento de ir a Sudáfrica. Pidió la visa deportiva, como era de recibo, y se la denegaron. Por aquel entonces el Apartheid estaba en plenitud y el gobierno del país, estrictamente racista, se veía con fuerza para determinar que uno de los mejores jugadores del tenis del momento no podía disputar partidos por el color de su piel. Ashe no pidió un boicot a los jugadores sudafricanos, pero emprendió una dura campaña contra el país. Reclamó el visado una y otra vez, siempre sin éxito y terminó consiguiendo que su país sancionase a Sudáfrica por sus conductas racistas así como que fuesen expulsados de la federación internacional. Fue una de las primeras sanciones importantes que se encontró el Apartheid y el deporte, en los siguientes años, sería importante para internacionalizar y juzgar un régimen tan vil.

placeholder Ashe, el día que ganó Wimbledon. (Imago)
Ashe, el día que ganó Wimbledon. (Imago)

La pandemia del sida

Sudáfrica nunca desaparecería del todo de su vida. Por protestar ante la Casa Blanca contra el régimen sudafricano fue detenido en 1985. Por aquel entonces ya se había retirado del tenis, había sido capitán de la Copa Davis y se le detextaron importantes problemas cardíacos que marcarían su vida. No le quitaron, eso sí, las ganas de guerrear, ya que años después sería detenido de nuevo por protestar en la crisis de refugiados Haitianos. Además, pronto se vio que Ashe tenía dotes intelectuales elevadas, le fue concedida una columna en el Washington Post y su voz resonó mucho más allá del deporte.

La segunda operación de corazón tendría que haber sido menos problemática que el triple by-pass, pero a la larga se sabría que fue fatídica. En ella recibió una transfusión de sangre. Y esa sange estaba contaminada con el VIH. Con ello le tocó vivir una pandemia que se llevaría por delante a cientos de miles de personas. También volver al escarnio, al miedo y al dolor, porque en aquel momento el sida era una enfermedad desconocida, temida y que causaba una importante alarma social. Ashe trató durante años de esconder su dolencia, pero un artículo del USA Today desveló lo que ocurría.

"Estoy enfadado porque se me ha puesto en una posición en la que he tenido que mentir para proteger mi privacidad. No he cometido ningún crimen", dijo poco antes de romper a llorar al nombrar a su hija de cinco años. No le quedaba demasiado por delante, pero le dio tiempo para crear una Fundación y explicar lo que significaba realmente tener la letarl enfermedad. El 6 de febrero de 1993, con solo 49 años, fallecía Ashe. Todavía hoy el único negro en ganar Wimbledon, la pista central del US Open se renombró para homenajearle, porque había muerto mucho más que un tenista. Muchas pistas del país se llaman como él, que tanto ayudó a financiarlas. La barrera del racismo, siempre tan dura, rebajó su tamaño gracias a él. Se cumplen 50 años de su primer grande y 35 de su muerte. Aquel día, marchó una leyenda.

En la foto se ve un corte de pelo a lo afro y se adivina la montura de una pesada gafa de pasta. Enfrente del protagonista, tomando notas, una pléyade de periodistas encorbatados, atentos a lo que escuchan desde el otro lado de la mesa. Todos blancos. Tampoco puede sorprenderle, él es Arthur Ashe y su vida es el relato de un negro conviviendo -y luchando- en un mundo de blancos, el del tenis. Una historia que se repite en su tiempo, porque nacer con su raza en los años 40 es sinónimo de aguantar desigualdad, escarnio y racismo institucionalizado. También de convertirse en observador de una pelea por la igualdad como pocas hubo en la historia del deporte. En su caso, de hecho, convertirse en un actor privilegiado dentro de esa batalla, entre otras cosas por ser el primer negro en ganar un grand slam, el US Open, victoria de la que se cumplen 50 años este verano.

Xenofobia
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