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Lo que pasa en Las Vegas, ya no se queda en Las Vegas o cuando un gran éxito se va de las manos
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MANERAS DE CELEBRAR LOS ÉXITOS

Lo que pasa en Las Vegas, ya no se queda en Las Vegas o cuando un gran éxito se va de las manos

Por méritos propios, los nombres de Alex Goode en rugby o de Jack Grealish en fútbol figuran en esa estirpe de deportistas a los que les cuesta bajar el telón de sus celebraciones

Foto: Grealish, con el título de la Champions. (Reuters/Molly Darlington)
Grealish, con el título de la Champions. (Reuters/Molly Darlington)

Hay formas un tanto anodinas de celebrar un título de campeón de Europa. Una foto, unas palabras de agradecimiento y, cuando llega la noche, pronto a la cama para estar descansado al día siguiente y tener buena cara. Otras resultan emocionantes al ver las lágrimas derramadas por los vencedores cuando aluden a su afán de superación para hacer frente a las adversidades que se les han presentado durante su carrera deportiva hasta alcanzar el éxito. Las hay también ruidosas —o muy ruidosas— que finalizan cuando se apagan las luces del estadio o de la discoteca de turno. Elevadas a la máxima categoría aparecen las que nadie se atreve a poner un límite horario. Son aquellas en las que se pierde la noción del tiempo y solo se dan por terminadas cuando el sueño amansa a los trasnochadores.

Por méritos propios, los nombres de Alex Goode en rugby o de Jack Grealish en fútbol figuran en esa estirpe de deportistas a los que les cuesta bajar el telón de sus celebraciones. Sus andanzas quedan lejos de la omertá de los juerguistas basada en la recurrente frase de "lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas". A veces, las redes sociales pueden ser muy traicioneras. Ambos han dado muestras inequívocas de poseer algo parecido a unos superpoderes que manan de la kryptonita y que les permite aguantar tres días seguidos sin pegar ojo. Siempre erguidos, salvo esporádicos descansos en cualquier silla o banco que tuvieran mano. Su cansancio, por denominarlo de alguna manera, solo les delataba cuando caminaban con paso lento dada su imposibilidad de hacerlo en línea recta sin tambalearse. El rictus de la cara, sin embargo, mostraba una aparente felicidad. Pese a las circunstancias adversas, no derramaban al suelo ni una gota de cerveza. Las botellas, vasos o latas de bebidas alcohólicas se convirtieron durante esas 72 largas horas en una especie de apéndice de sus manos.

Foto: Jack Grealish, durante la celebración del City. (Reuters/Jason Cairnduff)

Estos excesos etílicos no han sido criticados de forma abrumadora. Más bien ha sido al contrario. Han producido cierta hilaridad. Peor suerte corrió el presidente de Francia, Emmanuel Macron, cuando hace dos semanas se le ocurrió beberse de trago una botella de cerveza de una conocida marca mexicana con las cámaras de varias televisiones de testigo. Tardó en hacerlo menos de 20 segundos. Mientras, le jaleaban en el vestuario los jugadores del equipo de rugby de Stade Toulousain, que acaban de ganar la liga francesa a La Rochelle. Su conducta, políticamente incorrecta, fue reprochada por el portavoz del Partido Socialista en la Asamblea Nacional, Arthur Delaporte. "Un presidente de la República nunca debería hacer esto. Cincuenta años de políticas de salud pública contra el consumo excesivo de alcohol, contra el binge drinking [atracón de bebida]... Claramente, el mensaje que ha dado no es bueno".

Goode, capitán del equipo de rugby londinense de los Saracens, coqueteó con el fútbol cuando de joven ingresó en la academia del Ipswich Town hasta que descubrió su pasión por el deporte que le ha hecho famoso. Es de esos jugadores que no les gustaba cambiar de equipo. One club man, que suelen decir en Gran Bretaña. Entró en Saracens y allí transcurrió la mayor parte de su vida deportiva. "Cada vez que salgo al campo con esta camiseta, es un privilegio para mí", acertó a decir nada más concluir en el estadio Saint James Park de Newcastle el partido donde vencieron a los irlandeses del Leinster por 20-10. "Ha sido una parte increíble de mi vida y ganar con estos muchachos es una sensación increíble", añadió antes de consumir a pie de campo su primera cerveza.

Grealish proviene de una familia católica irlandesa. De ahí que hasta los 14 años practicara el fútbol gaélico y estudiara en un colegio de nombre un tanto cursi llamado Our Lady of Compassion (Nuestra Señora de la Compasión). Tuvo el privilegio de jugar en el Aston Villa, el equipo de su ciudad natal, Birmingham, y allí permaneció hasta que hace dos años el Manchester City exhibió su músculo financiero poniendo sobre la mesa alrededor de 120 millones de euros para hacerse con sus servicios. El internacional inglés, que llegó a jugar en las categorías inferiores de Irlanda, ya tuvo algún problema con el Aston Villa por su vida un tanto desordenada cuando el club le multó por incumplir las normas de la cuarentena durante el covid. Él aceptó el castigo sin rechistar porque, tal y como reconoció, sus acciones fueron "erróneas" y "totalmente innecesarias".

Un tercer tiempo excesivo

La carrera de Alex Goode como jugador de rugby siempre fue modélica. Y lo sigue siendo. Ni siquiera alzó la voz cuando el seleccionador inglés Eddie Jones le dejaba una y otra vez fuera de sus convocatorias. Otra cosa es su vida privada y su particular manera de celebrar los triunfos. Y eso que para él ganar la Championship no resultaba algo nuevo. Era la tercera vez que lo conseguía en cuatro años, solo que en la edición de 2019 también fue distinguido con el premio de mejor jugador europeo del año. Además, por entonces, ya tenía cinco títulos de la Premiership con su equipo. De ahí la complejidad de explicar de forma cabal los motivos que le llevaron a prolongar en exceso el tercer tiempo.

Tras el pitido final, Goode decidió no pasar por la ducha. Algo que, por cierto, tampoco hizo durante el maratón de visitas que realizó por varios pubs de Londres y alguna que otra fiesta en casas de amigos durante esos tres días que duró su particular celebración. Tras atender a la prensa y festejar la victoria en el campo junto a sus compañeros y seguidores, el sonido del clic que hacen las latas de cerveza al abrirlas le acompañó las siguientes 72 horas. Se sabe porque así lo atestiguan varias fotografías. Está documentado que Goode se subió al avión que partió de Newcastle rumbo a Londres sin cambiarse de ropa. Junto a él, viajaban sus compañeros ya vestidos de calle. Fue una especie de declaración de intenciones de que alguien iba a saltarse el guion. Solo le faltaban las pinturas de guerra dibujadas en su cara.

Durante unas horas, se le perdió la pista en Londres hasta que al día siguiente apareció en una fiesta privada organizada por el club. Entró en el local vestido con el pantalón corto y la camiseta roja de los Saracens. Tal vez debido al frío de la noche londinense había añadido a su performance otra camiseta interior de color negro y manga larga. Sus ojos delataban que había descansado poco o, mejor dicho, nada. Aun caminaba con sus llamativas botas de tacos con colores chillones entre el verde y el amarillo que también había rehusado quitarse. En plan glamuroso, en la media guardaba el protector bucal que utilizan los jugadores de rugby en el campo. Por si alguien se pregunta cómo pagaba sus consumiciones, la respuesta puede estar en la riñonera negra que llevaba puesta sobre la cintura.

Sean Maitland y otros compañeros del equipo como Mako Vunipola o Nick Isiekwe comenzaron a publicar las primeras fotos de Goode en Instagram. En una de ellas, aparecía de pie con una pinta de Guinness asida con fuerza por su mano izquierda. Diferent level (diferente nivel), tituló Maitland la instantánea. En otro mensaje, con el hashtag #letsgoooo se aportaban los lugares de la fiesta. "Nos estamos moviendo. Dirección, 94 Sixth Avenue, Londres". Era la ubicación de la casa donde pretendía seguir la juega y que parecía ser una especie de invitación para que sus seguidores también acudieran.

Ya el lunes volvió a escribir en Twitter: "Botas puestas, vendaje hecho, protector bucal puesto", junto a la dirección de un lugar donde beber más cerveza. No hay constancia fotográfica de todo su periplo durante aquel día hasta bien entrada la noche. Ya sin fuerza, escribió otro lacónico tuit, "over and out [cambio y corto]", que incluía su uniforme tirado por el suelo. Se supone que durmió, porque al día siguiente hizo acto de presencia en una ceremonia donde le entregaron el trofeo al mejor jugador europeo del año. Acertó a decir alguna que otra palabra de agradecimiento y se marchó.

Grealish y otra fiesta desmedida

Que la noche de fiesta de Grealish iba a ser larga era fácil de prever. Nada más acabar el partido, se metió en el vestuario y se convirtió en el alma de las celebraciones, seguidas por sus fans casi en streaming a través de las redes sociales. Desde el pitido final, la sonrisa en la comisura de sus labrios le acompañó en todo momento. Allí estaba aquel estudiante del Our Lady Compasion con la medalla de campeón de la Champions colgada al cuello dirigiendo un improvisado coro, al tiempo que una lata de cerveza hacía las veces de improvisada batuta. Empezó el show con "Wonderwall" y siguió con "Don´t look back in anger", los míticos temas del grupo Oasis, cuyos líderes, los hermanos Liam y Noel Gallagher, son fieles seguidores del Manchester City, el equipo de su ciudad natal.

Cada canción duraba lo mismo o menos que una cerveza en la mano de Grealish. Ya metido en faena, se atrevió a versionar junto a todos sus compañeros "Freed from desire", de la italiana Gala Rizzato, cambiando el estribillo por "Rodri is on fire", en reconocimiento al jugador español que había logrado el tanto de la victoria. El reducido espacio del vestuario se le iba quedando pequeño, así que decidió comenzar a exhibir poco a poco su alegría allí donde hubiera una cámara o un móvil para inmortalizarle. Y qué mejor sitio que la zona mixta donde los periodistas entrevistan a los jugadores. Lata de cerveza en mano, se paseó rumboso con su aparato de música a todo volumen y destrozando la canción "Everywhere", de los Fleetwood Mac, que hizo popular la vocalista del grupo Stevie Nicks.

La fiesta siguió en un hotel de Estambul donde demostró que era cierto que en sus ratos libres había aprendido a pinchar discos. Hasta se había puesto en plan profesional el apodo de DJ Grealo. Para entonces, ya se había cambiado de camiseta y, como el resto de sus compañeros, lucía otra con la leyenda en la que sobresalía la palabra treble (triplete). Juntos, pero siempre Grealish liderando el grupo, gritaban una y otra vez: "Have you ever won the treble have you fuck" (el que no haya ganado el triplete que se fastidie). El domingo, el grupo se dividió en dos: los que querían regresar a Mánchester y los que apostaban por coger un vuelo privado a Ibiza para seguir la fiesta. Por supuesto, en el segundo estaban Grealish y sus inseparables amigos Phil Foden, Kyle Walker, John Stones o el noruego Erling Haaland, que aterrizaron en la isla sobre la medianoche.

"El pavo necesita alimentarse"

La fiesta debió ser muy dura porque, a la mañana siguiente, el extremo izquierdo caminaba con dificultad. No estaba lesionado, así que era fácil adivinar el motivo de sus balanceos a derecha e izquierda a cada paso que daba. El personal del aeropuerto le vio tan perjudicado que hasta le ofreció una silla de ruedas para conducirle hasta las escalerillas del avión. La rechazó. Y es que junto a él siempre estaba su compañero Walker para echarle una mano en lo que hiciera falta. El vuelo salió puntual, por lo que los jugadores llegaron con tiempo de sobra para participar en la rúa que iba a recorrer a partir de las 18:30 las principales calles de Mánchester. Como los festejos se demoraron por la fuerte lluvia con aparato eléctrico que cayó sobre la ciudad, hubo tiempo para tomar alguna que otra cerveza o para que Haaland regara a Grealish con una botella de champán.

Hay quien afirma que durante esas 72 horas vio al internacional inglés beber agua. "El pavo necesita alimentarse", comentó el número 10 del Manchester City en plan jocoso para quitar hierro al asunto. Quedaba la traca final. Un fotógrafo consiguió captar la imagen del Grealish humano y sin una cerveza en la mano. Iba subido en el autobús de la rúa sin camiseta junto a sus compañeros. En un momento dado, extendió sus brazos en cruz, cerró los ojos y alzó su cabeza al cielo. Le gustó tanto la foto que la colgó en su cuenta de Twitter con la frase: "Hang it in the Loooovre" (pónganla en el Louvre). Solo él alcanza a saber el significado de aquella instantánea. Tenía al público a sus pies aclamándole, el mismo que la temporada pasada le pitaba en el campo. Justo debajo de su imagen, se veía el escudo del Manchester City y la frase "Love this city" (amo esta ciudad). ¿Quién se lo hubiera dicho hace un año? Las fotos no hablan, pero sí dicen cosas que podrían explicar el desmadre de Grealish.

Hay formas un tanto anodinas de celebrar un título de campeón de Europa. Una foto, unas palabras de agradecimiento y, cuando llega la noche, pronto a la cama para estar descansado al día siguiente y tener buena cara. Otras resultan emocionantes al ver las lágrimas derramadas por los vencedores cuando aluden a su afán de superación para hacer frente a las adversidades que se les han presentado durante su carrera deportiva hasta alcanzar el éxito. Las hay también ruidosas —o muy ruidosas— que finalizan cuando se apagan las luces del estadio o de la discoteca de turno. Elevadas a la máxima categoría aparecen las que nadie se atreve a poner un límite horario. Son aquellas en las que se pierde la noción del tiempo y solo se dan por terminadas cuando el sueño amansa a los trasnochadores.

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