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Ganó la selección con el corazón más grande: Argentina, en un Mundial redimido por la final
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TRIUNFO EN QATAR 2022

Ganó la selección con el corazón más grande: Argentina, en un Mundial redimido por la final

Fue uno de los partidos más épicos que se recuerdan en una Copa del Mundo. Messi por fin logró el título que le faltaba, auxiliado por un Ángel Di María que estuvo pletórico

Foto: Messi celebra la victoria en el Mundial. (Reuters/Molly Darlington)
Messi celebra la victoria en el Mundial. (Reuters/Molly Darlington)

Ahora Messi ya es un suceso. Ya es como Maradona, el ídolo que tuvo que morir para resucitar en un cuerpo pequeño y prieto y con el balón cosido por dentro. Argentina, Argentina, Argentina. Era el canto general de una hinchada que se fue haciendo con el Mundial de Qatar. En la previa, no había más que banderas albicelestes agitadas por hombres y mujeres encantados de vivir una emoción tan real que parece una suplantación de la vida. Es el fútbol, en un país donde el juego es sagrado y la realidad, poco más una impostura.

Francia al otro lado. Una selección fría, a ratos impenetrable. Nunca jugaron bien. Nunca emocionaron. No lo necesitaban para ganar. Ni siquiera se tomaban los partidos a vida o muerte. Había suficiencia y un punto de soberbia en ellos. Les sobraba con tener ritmo y con la amenaza de Mbappé, que en semifinales pareció sobrevolar el partido contra Marruecos sin inmiscuirse demasiado. Deschamps no quiso traer de vuelta a Karim Benzema, hasta nueva orden, el mejor jugador del mundo. Nunca se soportaron y el divorcio fue civilizado e hipócrita, como casi todo en la vieja Europa. Francia es un país riquísimo y lo lleva siendo siglos. Creyó que con una pequeña parte de sus tesoros coloniales iba a poder con Argentina, llena de descendientes de españoles e italianos, nunca del todo acomodados y que luchan por una idea superior: la Copa del Mundo de fútbol, un deporte que creen que les pertenece y donde la herida profunda de su nación queda sanada.

placeholder Messi recoge el trofeo como MVP del Mundial. (EFE/Yoan Valat)
Messi recoge el trofeo como MVP del Mundial. (EFE/Yoan Valat)

Ese melodrama de Argentina con la Copa del Mundo, lleno de posesión, de despecho, de éxtasis y de sufrimiento, está latente en cada Mundial y según van pasando rondas se hace carne en la mirada de los jugadores argentinos que se vuelve severa y profunda. Aprenden a mirar más allá, al horizonte, al destino final donde les aguarda la historia más bella de todas. El triunfo con la copa elevada a los cielos. Ese destino también puede ser letal. Lleva, desde 1994, atrofiando cada generación de jugadores argentinos, tal como les pasó a los madridistas durante 30 años hasta alcanzar la Séptima. Todos dijeron que, el año pasado, esa Copa América alzada por Messi fue una liberación. Y flotaba en el ambiente que la muerte de Maradona había hecho que Leo se hiciera mayor. Sin el padre, lo que ahora hiciera se tornaría irreversible. Eso flotaba en el ambiente. Pero el fútbol está lleno de deseos inconclusos, imaginados con fiereza, pero que se deshilachan al contacto con la realidad. Y Francia, con su velocidad tremenda y lo impasible de sus victorias, era la realidad.

Su mejor Mundial

Según iban pasando los partidos, Messi iba congeniando con el juego hasta alcanzar el nivel que se le supone. Alguien fuera de la historia, porque es el que hace la historia. Scaloni hizo un equipo que se cerraba sobre el rosarino como una ostra sobre su perla interior. El equipo era durísimo y jugaba con desesperación. Messi flotaba libre, siempre cerca de la pelota, y cuando la tocaba el suceso ocurría. Los rivales lo sabían y eso acababa de matarlos. Eran conscientes de que tenían un jugador delante que se estaba labrando la posteridad, y ellos no podían más que mirar y quedar retratados en la foto final. Así fue con Gvardiol, contra Croacia, defensa futurista que se quedó hipnotizado por un pequeño depredador llamado Leo.

Y así fue en la final contra Francia, durante 70 minutos tremendos, donde Argentina impuso las normas con la eficacia de un tirano y con un jugador —en el vértice de cada jugada— que convertía el agua en vino y empujaba a sus compañeros a la lucidez suprema.

Todo lo que había rodeado el partido se deslizó dentro de él sin que los franceses tuvieran oportunidad de reaccionar. Cada argentino llevaba dentro un trozo de la cola del cometa. Cada francés parecía carecer de alma, eran meros figurantes en la gran obra magna que se estaba recreando. La superioridad atlética francesa, tan comentada por los expertos, era enterrada por el compromiso suicida de los sudamericanos. Francia estaba aterida y cada jugador, tan lejos de los demás como las estrellas lo están unas de otras. Los gestos de Messi eran pinceladas para la leyenda. Francia lo sabía y eso la hacía vulnerable. Estaba siendo empujada por los hados de forma irremediable. No había razón, ni geometría, ni rebeldía en el equipo galo. Solo un vago compromiso para no encajar más goles de la cuenta.

placeholder Di María fue clave para la victoria argentina. (Reuters/Dylan Martínez)
Di María fue clave para la victoria argentina. (Reuters/Dylan Martínez)

Había un jugador, Ángel Di María, que no existió durante el Mundial y convirtió la albiceleste en un equipo superior. Messi descorría las cortinas, todos se apiñaban a su alrededor, y por el otro lado del mundo aparecía el Fideo. Corriendo despavorido como si todavía estuviera en aquella prórroga contra el Atleti, provocó un penalti, marcó un gol y se marchó al banquillo en el minuto 60 cuando ya no le quedaba fútbol ni vida en ese cuerpo salido del hambre. Era un 2-0 y todas las profecías se estaban cumpliendo. Messi seguía destilando fútbol esencial, sin carne, solo espíritu, como si fueran los últimos poemas de un místico, antes de soltar su cuerpo mortal y ascender a los cielos. Argentina no descansaba. Estaba jugando como si transcurrieran siempre los últimos 10 minutos. En el fondo, era respeto por Francia. No podían dejarles entrar en el partido. No podían dejarles coger ritmo. Porque algo podía pasar. Algo que despertase a esa juventud cruel e indiferente que Mbappé simboliza como nadie.

Salieron Camavinga y Coman y el partido cambió. Desde que Di María se había ido —en el minuto 60—, el juego de Argentina se hizo embudo. Las entretelas de Messi ya no tenían un profeta que gritara por el lado contrario de la cancha. Camavinga comenzó a ganar duelos con esa belleza imperturbable y en un balón caído en el área, hubo un penalti. Mbappé marcó y el partido cruzó el espejo. Los que antes dominaban ahora se encogieron de miedo y el equipo tímido y deslavazado encontró la esperanza, el ritmo y la fe. Mbappé volvió a crucificar al Dibu, con un disparo más propio de un animal salvaje que de un hombre civilizado, y se llegó al final del partido con todos desencadenados, como en la escena culmen de un western. Hubo varios goles arrancados de las gargantas y cada gesto de los delanteros anunciaba el juicio final. En la prórroga, nadie tuvo piedad. Messi marcó un gol sucio y mordido que gritó con cada parte de su cuerpo y su némesis, Kylian, volvió a la línea de penalti para empatar el partido. Hubo más. En cada minuto entraban varios acontecimientos históricos y tal fue la densidad del partido que, llegados a los penaltis, nadie se acordaba ya de que fuera del estadio estaba el mundo. Un mundo en crisis que necesitaba gritar la victoria de Argentina. La victoria del espíritu y del fútbol como sentimiento trágico. Una victoria que llegó de forma inexorable, quién sabe por qué. En una final tan hermosa y salvaje como no se recuerda ninguna.

Ahora Messi ya es un suceso. Ya es como Maradona, el ídolo que tuvo que morir para resucitar en un cuerpo pequeño y prieto y con el balón cosido por dentro. Argentina, Argentina, Argentina. Era el canto general de una hinchada que se fue haciendo con el Mundial de Qatar. En la previa, no había más que banderas albicelestes agitadas por hombres y mujeres encantados de vivir una emoción tan real que parece una suplantación de la vida. Es el fútbol, en un país donde el juego es sagrado y la realidad, poco más una impostura.

Mundial de Qatar 2022
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