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Ramos, goles contra la incomprensión por la denuncia del club de sus amores
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indignado con el presidente del sevilla

Ramos, goles contra la incomprensión por la denuncia del club de sus amores

El capitán le dio un poco de ánimos a un Madrid en plena depresión posparto, pero en su mente aún arde la denuncia que el club que le vio nacer como futbolista le interpuso

Foto: Sergio Ramos volvió a liderar al Madrid (Cordon Press).
Sergio Ramos volvió a liderar al Madrid (Cordon Press).

Los últimos diez días de Sergio Ramos están siendo muy intensos. Demasiado, en realidad. Ha vivido de todo en apenas diez días. Lo que empezó como una visita más a casa, una de tantas en los últimos once años y medio con una camiseta del Real Madrid, pasó a ser un paseo de la vergüenza por el Pizjuán, hasta que el chico, hartito de que le mentaran a su madre y le dedicaran palabras necias a oídos no precisamente sordos, se encontró con una oportunidad de obtener una mínima venganza en forma de penalti, con la que respondió agriamente a esa grupeta de ceporros. De nada sirvió que pidiera perdón, no por el gesto, sino por el gol, al resto de la muchedumbre, pues todos lo entendieron como una provocación global y disfrutaron ofreciéndole tres días después una tortura sonora que inflige más dolor, si cabe, por provenir de la grada que la misma víctima siente como propia y a la que nunca ha faltado al respeto.

Foto: Momento en el que Sergio Ramos se marca el gol en propia puerta en el Pizjuán. (EFE)

El jolgorio general fue infinitamente mayor ante la desgracia del futbolista, que una vez más marcó de cabeza, pero hacia el lado que no era. Ramos no marcaba para el Sevilla contra el Madrid desde aquel disparo potente de falta en mayo de 2005 que enamoró a Florentino. Aquella vez, el primero que fue a abrazarle era Dani Alves, lo cual, con la perspectiva que da el tiempo, casa con la historia del brasileño. Esta vez, casi doce años después, nadie del Sevilla fue a abrazar a Ramos, pese a que todos estaban contentos con lo que había hecho. En la grada se reían de él. En los despachos conspiraban en contra de su persona. Él callaba, ya había hablado demasiado y le podía salir aún más caro.

El día del Celta, Sergio Ramos no estuvo bien, es decir, a la altura del resto de sus compañeros. Durante mucho tiempo, Ramos no estuvo a su nivel. Casualidad o no, el capitán bajó su rendimiento a partir del verano de 2015, momento en el cual forzó su renovación con una no tan pequeña rebeldía que día sí y día también le ponía camino a Old Trafford para firmar por el Manchester United. Durante la temporada de la Undécima, esa que acabó levantando él mismo después de otro gol al Atlético en una final, Ramos se relajó y su influencia en la defensa madridista no era la misma que en temporadas anteriores. No resultaba decisivo en su labor principal, que es evitar goles contrarios. Sí, sin embargo, en anotar en la portería ajena.

Pero al que lleva el brazalete no se le puede criticar. No porque esté defendido por nadie y haya que protegerlo, sino porque compensa su bajada de rendimiento con goles en los momentos clave de cada temporada. ¿Cómo renunciar al hombre más determinante del equipo cuando se está con el agua al cuello? El mejor ejemplo es esta misma campaña. La inició haciendo penaltis prácticamente cada vez que saltaba al campo, incluso con la Selección. Pero claro, luego marca ocho goles entre todas las competiciones, algunos muy decisivos como el de la Supercopa de Europa, el del Camp Nou y el del Depor, y claro, ¿qué le dices? ¿Que qué mal está jugando? Pues no, te callas y aplaudes.

Los dos últimos los ha marcado el mismo día, y una vez más, y ya van 'taitantas', cuando más lo necesitaba el Madrid. El Madrid había acumulado tanta felicidad en nueve meses que un golpetazo de realidad le ha hecho cuestionarse hasta su propia identidad. ¿Quiénes somos y adónde vamos? Y la pregunta más grave: ¿de dónde venimos? Vienen de 40 partidos sin perder, el único que ha completado esa cifra tan redonda en la historia de España, y por una derrota agónica en Sevilla se ha olvidado la virtud que los hizo casi invencibles. El Madrid de Zidane nunca ha sido una obra de Velázquez en preciosismo, nadie se quedaba embobado mirando el cuadro de Zizou, pero esa sensación de que nunca iban a perder la fueron incorporando a su ADN hasta que Jovetic pilló a Navas cubriendo solo un trocito de portería.

Foto: Esta ya es la Liga más goleadora de Ramos (Javier Barbancho/Reuters).
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Y a la siguiente oportunidad, apareció Ramos para que el periodo de luto se sobrellevara un poco mejor, como esos caterings con barra libre que hacen que un funeral acabe con una borrachera. Lo que pasó es que al Madrid, en plena depresión posparto, el alcohol de los goles de Ramos le puso melancólico y se empecinó en recordar lo feliz que había sido y lo desgraciado que era ahora, además de incapaz de recuperarse moralmente por sí mismo y a punto estuvo de volver a caer en el pozo, empujado por un Málaga que le apetecía hacer sangre del convaleciente. El capitán se vistió de psicólogo y trató de traer a la memoria de sus compañeros y de la grada esa época gloriosa que acaba de terminar, de hacerles ver a todos que no ha pasado una eternidad, sino una semana, y que si antes eran buenos, los mejores, pueden volver a serlo.

Sacó motivación de un lugar tenebroso que nadie exploró y la intentó repartir, con poca suerte. Pero en el fondo, el chico de Camas aún tiene el dolor de su tierra muy adentro. "Me parece muy fuerte que el presidente del Sevilla no se ponga en contra de la violencia. No merecen respeto", dijo cuando le preguntaron por la denuncia contra él del equipo que le formó. El foco vuelve a estar sobre él. No sobre los Biris...

Los últimos diez días de Sergio Ramos están siendo muy intensos. Demasiado, en realidad. Ha vivido de todo en apenas diez días. Lo que empezó como una visita más a casa, una de tantas en los últimos once años y medio con una camiseta del Real Madrid, pasó a ser un paseo de la vergüenza por el Pizjuán, hasta que el chico, hartito de que le mentaran a su madre y le dedicaran palabras necias a oídos no precisamente sordos, se encontró con una oportunidad de obtener una mínima venganza en forma de penalti, con la que respondió agriamente a esa grupeta de ceporros. De nada sirvió que pidiera perdón, no por el gesto, sino por el gol, al resto de la muchedumbre, pues todos lo entendieron como una provocación global y disfrutaron ofreciéndole tres días después una tortura sonora que inflige más dolor, si cabe, por provenir de la grada que la misma víctima siente como propia y a la que nunca ha faltado al respeto.

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