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Relato del ascenso y caída de Marco Asensio: demasiado zurdo para el mundo real
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Relato del ascenso y caída de Marco Asensio: demasiado zurdo para el mundo real

En 'Desde el mundo Real' se repasará la actualidad e historia del Real Madrid. De las noches de grandezas y remontadas a los fracasos del Santiago Bernabéu, empezando por el caso de Asensio

Foto: Marco Asensio. (Reuters/Juan Medina)
Marco Asensio. (Reuters/Juan Medina)

Marco Asensio (Mallorca, 1996) fue rumor antes que jugador madridista. Imágenes que llegaban de campos embarrados, donde un jugador impoluto dejaba un reguero de conducciones y últimos pases que parecían tener el destello de lo grande. El madridismo buscó en su memoria y lo identificó con Mesut Özil, ya desterrado, pero todavía objeto de adoración en las conversaciones sobre lo que pudo ser y no fue.

Asensio fue fichado en diciembre de 2014 y ese verano ganó el Europeo sub-19 donde fue rey, dama y ejecutor. Todavía no había llegado al Madrid y su disparo ya abría los telediarios. Permaneció un año cedido en el Espanyol, donde parecía contraatacar siempre llevando el balón de forma majestuosa, y en el verano del 2016, por fin, llegó al equipo blanco. Era un Madrid campeón de Europa, pero que no convencía por su juego. Ese año se ganó la Champions casi por accidente (o eso decían). El mediapunta oficial, James Rodríguez, había caído en desgracia para el nuevo entrenador: Zinedine Zidane. Le llamaremos "el proceso" y es lo siguiente: la estrella exquisita levanta oleadas de admiración en sus primeros meses, se lesiona y cuando regresa, ya no levita ni convierte el arte en un ejercicio de sencillez, al contrario, vuelve complicado lo fácil y se desespera ante lo evidente. Intenta luchar duro para mantener su status y recupera balones y muerde al contrario durante unos días, pero se le pasa pronto. Baja al medio campo y allí parece que rinde pero no rinde. Su juego se convierte en una representación, en una parodia de lo que fue. Lo que antes le venía por inspiración divina, ahora debe pensarlo, mascarlo, y ahí se le va el tiempo. Ese segundo donde los contrarios ya se le han echado encima.

Foto: Marco Asensio, este verano contra la Juventus. (EFE/Etienne Laurent)

Los zurdos celestes no están hechos para la rutina, son como los artistas bohemios, el día a día es pedregoso para ellos. Están para la joya incrustada en el partido y por eso su posición es tan frágil en el Madrid, donde es ganar o la muerte. Números. Goles. Últimos pases. Es la única forma de medir a esos animales desamparados que viven en el borde del área. Ozil tuvo que marcharse al Arsenal, un equipo donde con andar bonito ya has satisfecho la exigencia del aficionado. Y James —con su enorme vanidad a cuestas— acabó pareciendo un coche mal aparcado en las inmediaciones de la frontal, al que había que quitar de en medio para poder ganar.

Así que esa zona de la mediapunta, donde se sueldan las jugadas y se deciden los partidos, en el Madrid suele ser el hábitat de mucha gente. De interiores de largo recorrido (Luka Modric o Toni Kroos). De extremos que se van hacia adentro (Cristiano Ronaldo, Rodrygo, Bale) y sobre todo de 'nueves' móviles y ambiguos que bajan a recibir y hacen paredes como quien abre la puerta a la Sagrada Familia (Karim Benzema, Emilio Butragueño o Raúl González).

placeholder Ozil, otra zurda que enamoró al madridismo. (EFE/Andreas Gebert)
Ozil, otra zurda que enamoró al madridismo. (EFE/Andreas Gebert)

Y en esto llegó Asensio. Por mucho que los augurios estuvieran en su contra, el balear deslumbró desde el primer día. Vimos un partido contra el Sevilla donde marcó un gol desde 30 kilómetros. Vimos su disparo, un auténtico fenómeno natural que no se había dado nunca en el jugador español. Tenía muchas cualidades, pero esa era la que le podía salvar la vida. El disparo de Asensio se parecía a los triples de Stephen Curry. No había lógica en la distancia —desproporcionada— y su ejecución era instantánea. Era algo que ocurría y dejaba al público boquiabierto y al partido listo para sentencia. El balón va ingrávido, como una pedrada contra un cristal que hace a los niños gritar extasiados.

La famosa segunda unidad

Esa temporada, la 2016/2017, Asensio pertenecía a la segunda unidad. Jugaban en los campos de fuera del Santiago Bernabéu, con Álvaro Morata, Mateo Kovacic y Lucas Vázquez. Y ganaban casi siempre, a la contra, corriendo y saltando como en los vídeos antiguos, dejando en evidencia a los titulares que tenían un fútbol mucho más espeso, más evidente y conocido. En esos partidos, que son un tobogán continuo, era donde más lucía Asensio. Conducía el balón como los príncipes, veía a Morata en lo frondoso del área y de vez en cuando: "¡KABOOM!", soltaba su rayo de luz desde fuera del área para cerrar el marcador. Su rendimiento no decayó en Europa, era frío y resolutivo en los grandes escenarios. En los cuartos de final contra el Bayern de Münich, marcó el 4-2 definitivo. Un gol elegantísimo donde regatea a dos contrarios y le cruza el balón a Neuer con esa facilidad de los elegidos. El madridista soñaba alto. Un Balón de Oro español, madridista, casi de la cantera. Allá en lo alto, como en la final contra la Juventus de Turín, donde salió unos minutos al final y marcó un gol viniendo desde atrás. Llegando, siempre moviéndose, como era él. Un mediapunta con modales de extremo o quizás un extremo que adoraba el carril central.

La temporada siguiente 2017/2018 comenzó con una Supercopa de España contra el Barcelona. Asensio marca en la ida y en la vuelta. Dos goles inolvidables que destrozan la escuadra blaugrana y siguen la estela del año anterior. Él ya tiene estatus de titular. Y ahí es donde se le cae el halo. Sus números se mantienen (un gol o asistencia cada tres partidos) pero no son suficientes para un titular indiscutible. El balear solamente juega en la parte de arriba, es uno de los 3 atacantes y sus compañeros son bestias como Cristiano, poetas como Benzema o un genio algo extraviado como Gareth Bale, que, aun así, gana partidos casi sin querer. También está Isco Alarcón, que combina en cada vértice y sostiene la posesión del equipo en los peores momentos. Nada de eso hace Marco, que únicamente comparece en el último tercio. Todo lo demás, sus escapadas al medio campo o sus labores defensivas, entran en el terreno de lo intrascendente. Es lo que ya sabíamos que era: un mediapunta. Y lo es hasta sus últimas consecuencias.

placeholder Asensio celebra un gol ante el Espanyol. (Reuters/Susana Vera)
Asensio celebra un gol ante el Espanyol. (Reuters/Susana Vera)

Se tilda su temporada de "irregular". Como suelen ser las segundas temporadas de los jugadores donde el madridista ha puesto todas sus expectativas. En 20 minutos, Marco era un ángel del señor vestido de blanco, pero en 90, sus defectos van quedando al aire, y sus virtudes se difuminan hasta perderse. En la frontal del área, Asensio no es rápido de gestos, tarda en darse la vuelta y es incapaz de mantener el balón, de hacer esa pausa que descuadre a los contrarios. Es demasiado zurdo y parece jugar en tacones. Ese lugar que creíamos el suyo, solamente le vale a partir del minuto 70, cuando tiene el horizonte libre y puede correr y sacar su disparo a relucir. Zidane lo mueve de sitio. A ratos en la izquierda para aprovechar la eficacia de su centro a Cristiano, a ratos en la derecha donde antes recortaba y le surgía perspectiva para el disparo o el pase interior, y ahora ya nadie le deja espacio. Su frialdad, tan preciada en los momentos cumbre, se convierte en indolencia en el día a día.

La frase que condena a Asensio

Al comienzo de la 2018/2019, el 'Marca' le hace una entrevista. "Yo no tengo que tirar del carro, hay otros jugadores más experimentados que deben hacerlo". Aunque él no lo sepa, es su final en el Madrid. Sin grandes dramas, el aficionado le da la espalda. Asensio pareció un ser mitológico creado en nuestra imaginación, que tuvo un bache y dimitió de todos sus cargos. El discurso del jugador madridista esté cargado de lugares comunes, no hay sitio para la sinceridad, es como el discurso de un político. Siempre se ha de luchar, todos quieren jugar, la eliminatoria será disputada, pero ganaremos, yo nací para tirar del carro, bajaremos los impuestos, el año que viene saldremos de la recesión. Asensio fue sincero y se transparentó un interior donde no había grandeza ni ansias demoníacas. Solo un jugador que quería unos minutos para quedar bien ante su familia y asegurar su pensión.

La temporada de Asensio fue mediocre, como la del Madrid, no encontraba sitio en el campo y sin Cristiano, sus pases al área eran un desperdicio. Llegó el verano y llegó la lesión. Una mala lesión, ligamento cruzado y un año fuera del equipo. Al año siguiente su juego mejoró. Se hizo más realista. Jugador número 15 que desatascaba partidos. Era una pena verle correr las contras, hacía como en las películas de terror, miraba hacia atrás continuamente hasta que le alcanzaban los contrarios. Pero seguía pesando en grandes escenarios, una gran actuación contra el Liverpool en cuartos de final de la Champions, volvió a prender la llama.

placeholder Asensio, condenado al banquillo. (Reuters/Pablo Morano)
Asensio, condenado al banquillo. (Reuters/Pablo Morano)

En esta última temporada, Asensio se ha convertido en un especialista. Un francotirador para los partidos donde no hay manera de ganar. Un disparo suyo y ya está. Necesita correr, moverse para que la música suene dentro de él, pero pocas veces lo consigue. De vez en cuando da 20 minutos donde se cose al partido, donde su cabeza vuelve a estar sobre el césped y él en el centro del fútbol. Es una pequeña maravilla eso, pero ahora sucede en campos secundarios. En lo importante de la Champions, en la temporada de los milagros, Asensio ha pasado desapercibido. Superado por el ritmo brutal que ahora domina Europa, el balear, parecía un jugador de otra época, una especie extinta en un mundo que ya no era el suyo.

El Madrid lo puso en el escaparate, donde acaban todos sus mediapuntas. Decían que ofrecían 30 o 40 millones. Decían que tenía ofertas de Inglaterra o de Italia. Pero nadie lo quiso. Carlo Ancelotti mira y juzga. Él sabrá donde ponerlo para que no estorbe o para que nos haga soñar con una pequeña resurrección.

Aunque la verdad, eso a nadie le importe ya.

Marco Asensio (Mallorca, 1996) fue rumor antes que jugador madridista. Imágenes que llegaban de campos embarrados, donde un jugador impoluto dejaba un reguero de conducciones y últimos pases que parecían tener el destello de lo grande. El madridismo buscó en su memoria y lo identificó con Mesut Özil, ya desterrado, pero todavía objeto de adoración en las conversaciones sobre lo que pudo ser y no fue.

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