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Mar, rapones y pastores australianos: esto es lo que se espera en la primera etapa del Tour
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EMPIEZA UNA NUEVA EDICIÓN

Mar, rapones y pastores australianos: esto es lo que se espera en la primera etapa del Tour

Vingegaard protagonizó, junto a Pogacar, una lucha preciosa por el título el año pasado. Finalmente, el danés consiguió un triunfo histórico por el que fue homenajeado en su país

Foto: Vingegaard ganó la última edición del Tour de Francia. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Vingegaard ganó la última edición del Tour de Francia. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Que empieza el Tour de Francia, amigos, que empieza el Tour de Francia. Y siempre da ilusión, si te gusta esto de las bicis, cuando empieza el Tour de Francia.

Miren, yo soy un señoro ochentero y noventero, alguien muy de Perico e Induráin, para qué decir contrario. A mí me chiflan las clásicas, y me pirran los monumentos, y disfruto mucho más con Roubaix que con cualquier cosa allí por julio, La France... Eso es completamente verídico... pero también lo otro. Que llevamos insertao en el ADN todo el gusto por el Tour, colegas, que somos más de Val Lourones que de Kwaremonts. Aunque mole todo el Kwaremont, que mola todo el Kwaremont.

Este año, encima, se viene Tour calentito. Lucha de todas las luchas, rivalidad a recordar en tiempos. Igual desde el 86 no teníamos algo así... o desde el 72, por aquello de llevar maillots distintos... Hace 12 meses derrocaron al rey entre un chavaluco con menos carisma que Albert Celades y más patas que Ulltich subiendo Arcalis, y su equipo, que era el Toho de Mark Lenders. Pasa que quien cayó derrotado (por estrategia, por una carajuca, porque andaba menos que el otro) se llama Tadej Pogačar, y Tadej Pogačar ha seguido ganando en (casi) todos los sitios, porque Tadej Pogačar no corre sobre una bici, sino que monta el caballo de Atila. Y quien se coronó en los Elíseos es Jonas Vingegaard, y Jonas Vingegaard parecía "únicamente" un hombre-Tour, pero lleva este año tantas victorias como Guido Bontempi o Ján Svorada, y ha tenido dos o tres arranques de genio, de marcar territorio, que molaron mogollón. Y eso que tú los miras, a Tadej y Jonas, y parecen aún más poderosos que hace un año, y no tienen complejillos, y no juegan a amarrar. Y, joder, qué bien pinta esto, sí, a nada que salga como uno espera...

Y lo que espero... joder, lo que espero. Porque sale el Tour de Euskadi. Primera etapa, final en Bilbao. Segunda etapa, final en Donosti. Yo no quiero crear demasiado hype (nada más lejos de mi intención), pero seguramente sea el mejor inicio de Tour de toda la historia, con dos parciales bien guapos, los buenos dándose hostias y, en general, un estado total y absoluto de embeleso para aficionados y periodistas que nos va a durar hasta entrao agosto (a mediados de agosto son las fiestas de Torrelavega, y allí ya es más dolor o resistencia que felicidad pura y dura). Vamos, que por el Botxo ganan Vingegaard o Pogačar, o van Aert, o van der Poel, y no descartó victoria de Merckx, miren. Joder, que estamos arribísima, arribísima.

placeholder Pogacar fue el gran rival de Vingegaard por el Tour el año pasado. (Reuters/Vincent West)
Pogacar fue el gran rival de Vingegaard por el Tour el año pasado. (Reuters/Vincent West)

La lluvia habitual de los primeros días

Aquí nos tomamos muy en serio el Tour. Mucho. Más que algunos ciclistas, diría yo, porque ellos se pasan la vida en Instagram. En fin. Y eso, que como nos tomamos muy en serio el Tour hemos contratado un enviado especial para hacer reconocimiento de la primera etapa. El enviado especial, para sorpresa de nadie, soy yo. Y la primera etapa... Miren, yo pensaba hacérmela en bici completa, batiendo algunos segmentos de Estraba por el camino, pero es que eso lo van a hacer todos los influensers de la bici, y a mí me dan urticaria. Así que paso, a mi rollo, a mi puta bola. Bueno, y que son 182 kilómetros para 3.300 metros de desnivel, o así. Y yo escribo libros, colega, escribo libros, y escribir libros lleva mogollón de rato, y no tengo tiempo pa entrenar. Así que... etapa a ratines. Soy sincero. A ratines.

Pero guapísimo, ¿eh?

Comienza.

El día que fui yo estaba lloviendo. A mí eso me encanta, porque me gusta el País Vasco cuando llueve, igual que me gusta (aun más) el paisaje de Cantabria cuando llueve. Seguramente no llueva cuando lo del Tour, porque cada vez hace más calor en verano, y los tomates salen antes, y los grillos se han marchao para fin de agosto, pero yo les cuento lo que vi. Así que... colores grises, asfalto brillante, espejo en algunas curvas, sensación de que eso puede patinar mucho. Tras cada giro de la rueda... gotitas que te saltan al rostro, a las patas. Gotitas de agua y barro. Qué miseria.

Qué felicidad.

Vale, yo salgo de Sopela, de la calle Jesús Loroño, porque me parecía muy adecuado. Jesús Loroño ganó una Vuelta, y le guindaron otra aquí cerquita, en Sollube, así que... Todo esto es zona residencial, mil pueblos que empiezan sin acabar el anterior, rotondas (en Urdúliz hay una con representación de ciervo volante... antes veías más ciervos volantes, ahora ya no, porque escasean como ataques en el Giro), frontones, casucas que se meten casi en la calzada (a mí no me engañan, eso está fuera de ordenación), unos 3.452 badenes, salto arriba o abajo. En serio, se nos fue el tema de los badenes, coleguita, que ya no hay recta de 100 metros sin badenes, que yo no sé qué clase de imbéciles irresponsables llevan coches hoy en día, para necesitar tantos badenes. Bueno, sí que lo sé, pero no es el asunto hoy.... Muchos badenes. Fijo que ven a los ciclistas dando saltucos como Trueba...

placeholder Vingegaard quiere repetir victoria en el Tour. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Vingegaard quiere repetir victoria en el Tour. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Unas curvas matadoras

Digamos que ahí empieza el primer punto interesante de la etapa. Un sube y baja por la costa de Vizcaya, plena reserva de Urdaibai (al parecer Urdaibai es reserva, además de trainera), zona súper chula. ¿Rompepiernas? Pues, a ver, cómo decirlo... mucho. Pero mucho. Muchísimo. Curva, curva, curva, árbol, curva, repecho, árbol, curva, árbol, jadeo. Para nosotros... matador. Ellos, los pros, pasarán riéndose.

(Ojo, yo lo hice con mal tiempo... vete tú a saber si el pelotón profesional se hubiera plantado, que muchos llevan maillot albo en el Tour y eso transparenta horriblemente las carnes cuando moja).

En general todo el día es así, con subiditas de un kilómetro, de dos, tres, luego bajadas, falsos llanos, aquí sopla viento, aquí hace bochorno. El aire tendrá su importancia, porque por la costa entra (casi) siempre... aunque no creo que se busquen cosquillas el primer día desde tan lejos. Pero aquí queda reseñao, porque sufrí de cojones...

Vale, empezamos a subir. Primero Jata desde Armintza, sólo que el Tour no quiere puntuar Jata, que cinco puertos ya está bien cuando faltan tres 3.000 y pico kilómetros hasta los Elíseos. Pero, para nosotros, Jata puntúa. Joder, si puntúa, menudos pinchazos en las piernas, tú, este Jata. Casi en el primer repechón entra el agua hasta la mismísima carretera. Bueno, queda a unos metrucos, pero sensación chula. Aquí la mar es bravía, y cubre de blanco rocas negras como maglias de último. Hay, hoy, una ensenada de color terroso, una que abreva aguas de ríos y torrentes que bajan enturbiaos. Nota mental... este debe ser buen sitio para angulas...

El respiro en la etapa

(Y, con buen tiempo, delicia para bañarte, oigan).

Subimos entre árboles. Chopos, pinos, una carreteruca que se va estrechando y estrechando hasta quedarse sin arcén. Aquí y allá asoman mojones, mojones de esos tan vascos, mojones de cuneta con boina verde o roja, mojones que te van desgranando sufrires. Cómo animan los mojones cuando vas bien, cómo hunden, sí, los mojones cuando vas penando. Ah, a lo lejos, ramoneo de lomas, se ven vaquitas. Diez o 20. Las hay de color crema, también marrones, negras, pintas, con careta. A mí es que las vacas me gustan muchísimo, qué le voy a hacer... Para la bici... bueno, pues Jata son diez kilómetros, pero tiene más descansos que la jornada de escritor, así que asumible. Eso sí, sus metritos de rampa no te los quita nadie...

Porque la carretera se retuerce como ese gato contorsionista que se quiere colar en una casa donde hace calor. Herradura, te asomas al acantilado, te moja agüita con sabor a percebes. Y ahora se pone a granizar. Qué bien. Ah, un poco más adelante pasamos por las ruinas de Lemoiz, de la nuclear de Lemoiz, y es como si dos caracoles gigantes se hubiesen quedado paraos, a resguardo, esperando que pase una tormenta de lustros, amusgándose las conchas, dormiditos. Paisaje de Racoon City (o de la urbanización de Seseña, ya saben cuál), y entre el cielo oscurísimo, que estoy empapado y que aquello parece la sede de Umbrella Corporation pues...

Acelera, acelera.

Un poco más arriba... respiras. Respiras divinamente, porque estás metido en un bosque de eucaliptus, y los eucaliptus, cuando se mojan, huelen a catarros de infancia y mantitas calientes. Pasa que los eucaliptus, con viento, tampoco son árboles tranquilizadores. Yo no sé si ustedes se han fijado en eso, pero es que hacen un gemir que acojona, gemir de mástiles desvencijaos, de jarcias a punto de romperse en el Mar del Norte, gemir como si toda la montaña llorase.

Los eucaliptus gimen como críos chicos que se hubieran perdido en el bosque.

Foto: Nairo Quintana, durante la etapa 20 del Tour de Francia. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

Las advertencias en las curvas

(Todo esto uno lo ve cuando pedalea despacio, cuando tiene el ácido láctico bajo mínimos, cuando solo escucha la lluvia que baña, ahora mansa, tu manillar. Si buscas récords, y vatios, y jadeos... pues no).

Casi arriba hay unos cuantos miruellos posadetes sobre una señal que advierte lo cerrado de la curva. Están hinchados, las plumas como si fueran abrigos gordos, y de vez en cuando se sacuden cual perros recién bañaos. La verdad es que ha salido un día curioso. Descenso y... San Pelaio.

Miren, San Pelaio no existe. No existe en el recorrido del Tour, digo, porque allí marcan como alto de San Juan de Gaztelugatxe. Pero es que San Juan de Gaztelugatxe tampoco existe, porque es Rocadragón, y hay un montón de niñas llamadas Jennifer Daenerys (qué malo es fliparse antes de leer los libros hasta el final) haciéndose fotos y poniendo morritos. Pero el puerto, de toda la vida... San Pelaio. Duro, eh. Cuatro kilómetros, sostiene, cada recta es más jodida que la anterior. Hay neblina, una neblina que llega desde la mar como si la soplasen nuberos enfadaos, niebla que ves moverse, niebla que empapa y da temblores. Asoma, como si fuese la Vetusta Morla a medio esbozo, San Juan de Gaztelugatxe. Imposible en bici. Tienes que bajar, luego subir, luego bajar, luego subir. Escaleras y rampones. Vamos, que en San Juan de Gaztelugatxe entrenaba series Abdoujaparov, según historia apócrifa que me acabo de inventar. Al menos hay muchos colorines (aquí les dicen txatxangorri) piando. Pasan frío, los pobrucos.

Vale, elipsis... Una elipsis fácil, una elipsis que ustedes podrán sostener sin problemas, salvo que su único eje cultural sean las series y no tengan ni puta idea de lo que es una elipsis. Pero para los otros... elipsis. Elipsis orográficamente dura, eh... Bajamos a Gernika, subimos hasta Nabarniz (por aquí hay unas trampas monstruosas... menos mal que no han querido huelgas el primer día), luego Morga, descender a Larrabetzu (donde nació ese Loroño que dijimos más arriba) y... fin de la elipsis.

Un puerto con mil vertientes

Porque empezamos El Vivero. En los últimos 30 kilómetros hay dos subidas. Dos subidas que... en fin, que hacen pupa. Pupa gorda. Da para ver cositas, prometido. Y es final de jornada exigente, y es (creo que será) un día con calor. No se lo pierdan.

El Vivero. A ver... de primeas... puerto con mil vertientes, y esta no es de las más frecuentadas, porque su acceso es complicao. Esa nacional, ese irse hasta la rotonda para luego volver. Bueno. Pero una vez entras... delicia. Si hasta nos ha salido el sol (y ahora me estoy asando, porque el bochorno es muy de majos, y del norte). Nada más comenzar hay dos rampas, luego una herradura donde la bici se encabrita, después pinares, luz color melocotones de julio, caseríos que asoman a derecha e izquierda. Más abajo suenan coches, pero aquí parece que subieses a la cabaña de Heidi. Mira, una granja con ocas... y las ocas se vuelven loquísimas, las ocas graznan al ciclista, porque las ocas graznan, da igual que sean escritores gordos o galos que quieren invadir Roma. Más arriba... pues un aloe vera, hojas redondas (avellano, seguramente) volando por el aire, cloquear de gallinas desde otra cabañuca, unas cuantas calas al borde del asfalto. Qué oportuno, sí, esto de las calas por donde van a pasar pelotones.

(A las calas en Cantabria les dicen mantos, y por otros laos son lirios de agua. Molan mucho, porque tienen hojas enormes como colas de castor vegano y unas flores blancas donde se esconden los sanjuanines).

Qué fácil es subir cuando no estás pensando que subes, macho. Otros cuatro kilómetros, apretar a ratines, carretera anchísima, bicicleteros de toda condición, peso y edad que te adelantan y a los que adelantas. Ni te das cuenta... y coronas. Coronas en un espacio recreativo, con bikers perdiéndose entre los montes, un bar donde ponen tortilla de esa riquisima que hay por Vizcaya (tortilla poco hecha, porque la tortilla es como los gregarios buenos... tiene que sudar), y hasta un frontón. Allí hay unos paisanos, saludo, paso de largo, pero escucho un grito a mi espalda.

"Reparte bacalao, Patxi".

Hostias. Me detengo, pie a tierra, quiero hablar con esta gente.

Los trucos de los kilómetros

Los cuatro que juegan siguen jugando, los cuatro de fuera sonríen, estiran, responden. Mira, chaval, este es el frontón donde más se compite en Euskadi. Todos los días, por la mañana, venimos. Todos. Yo miro el suelo, aun algo húmedo por la lluvia de hace un rato. Oye... y en Año Nuevo... ¿también? Y ellos ríen. En Año Nuevo también, solo que llegamos más tarde, y fallamos más. Carcajada. Huela a réflex, miro los latigazos que dan al asunto, entiendo que huela a réflex. Y, ¿para dónde tiras? Pike Bidea, digo, como la etapa del Tour. Pike, Pike... ellos reflexionan... espera... ¿por La Ola para arriba? Sí, por allí, desde la Urbanización La Ola para arriba. Joder. Resoplan, miran mi abdomen. Joder, repiten. Me despido. Ellos quedan allí, negando con la testa.

Lezama, llano, cruce, cruce, la carretera cada vez más angosta, dos carteles que muestran cómo ir a La Ola. Qué bonito todo, qué sitio tan bello, con sus sombritas, sus fuentes, su río salpicando orejas con murmullos. Y tampoco es para tanto. Cómo exageran, tú, los de Bilbao.

Hostia.

Pasas un desvío y... esto sí que es Pike Bidea. ¿Fría numerología? Dos kilómetros al diez. Pero tiene truco, como siempre tienen truco las cifras. Porque el primer kilómetro es al seis, y el segundo casi llega hasta el 13. Toma ya. Y hay más de 500 metros al 15. De media.

De media.

Ay. Y eso... rampas, rampas y más rampas. Pintoresco, eh, porque hay bambúes acariciando tu hombro (bambúes en Vizcaya, qué cosas), y vas cerca de la autovía pero lejos de la civilización, y dos o tres árboles caídos están disfrazaos de musgo, y la sensación es rara, y las hojas crujen bajo tus ruedas, pero a veces también patinan, y como llueva el día del Tour esto lo suben cuatro, porque al primer resbalón y pie a tierra...

placeholder Mikel Landa fue cuarto en el Tour en 2020. (EFE/Biel Aliño)
Mikel Landa fue cuarto en el Tour en 2020. (EFE/Biel Aliño)

Sigo... rampa, descanso, rampa, cruce, espera, que subo otro piñón, joder, si llevaba el más grande, rampa, rampa, ahí acaba, sí, ahí acaba, qué coño va a acabar, rampa, una herradura, un 20%, un badén, un perro que ladra, es un pastor australiano, un perro que ladra, pero cuánto tiempo llevo en este kilómetro, cuántos metros tienen los kilómetros de Bilbao, tío, vale ya de reírse, ¿no?, que hacer eses es de guapos, que meter chepazos es de lindos, que mover los hombros es muy de tener elegancia.

(Mikel Landa aquí, agarrado abajo. Todos ven, impotentes, cómo cabalga hacia el horizonte, Mikel Landa. La gente, los aficionados. No pasará, qué coño va a pasar, pero me sirve para subirme otros 100 metrucos sin darme cuenta de que jadeo como un youtuber abriendo cartas de la Agencia Tributaria).

Espera, que ahora sí... una casa blanca a la izquierda, y suaviza, y otra casa a la derecha, y un cartel de txakoli, y qué bien caería ahora un txakoli, pero no, hasta lo más alto, siempre hasta lo más alto. Mira, qué cachondos, una señal de prohibido ir a más de 30 por hora... en serio, me parto. ¿Quieren opiniones? Aquí, si quieren, se van solitos Vingegaard y Tadej... uno de ellos o los dos, pero solitos. Es brutal.

Brutal.

Luego llaneas un poco (sólo que no es llano, que sube pelín, y eso duele muchísimo ahora), y llegas hasta Artxanda, donde el funicular, y hay mucha gente que ha subido por sitios normales, y me miran así, como diciendo "de dónde llega este mozo tan apurao y tan simpático". Un apunte... por Pike había bonificaciones, pero los del Tour las han quitado, porque las improvisaciones son algo universal. Y porque aquí se podía hacer una carnicería, oigan...

placeholder Van Aert, en una etapa ciclista de esta temporada. (Reuters/Gonzalo Fuentes)
Van Aert, en una etapa ciclista de esta temporada. (Reuters/Gonzalo Fuentes)

A meta... diez kilómetros. Bajada muy rápida, no demasiado difícil, la herradura que te deja encima de San Ignazio, las dos horquillas finales, justo al pasar la flamme rouge. Últimos mil metros... subidita. Al cuatro o así. Poca cosa, pero da para sprint agónico, si llegan varios escapados. Aquí un van Aert te aplana asfalto, pero es que no sé yo si llegará un van Aert.

Veremos.

Eso sí... no se lo pierdan. Porque va a estar precioso.

Que empieza el Tour de Francia, amigos, que empieza el Tour de Francia. Y siempre da ilusión, si te gusta esto de las bicis, cuando empieza el Tour de Francia.

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