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Perico Delgado: "Hasta el 83, los franceses nos trataban fatal, creían que éramos unos vagos"
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LA SOLEDAD DEL CICLISTA

Perico Delgado: "Hasta el 83, los franceses nos trataban fatal, creían que éramos unos vagos"

La biografía introspectiva del segoviano aporta una nueva visión de su carrera

Foto: Perico Delgado posa para El Confidencial. (I. B.)
Perico Delgado posa para El Confidencial. (I. B.)

Perico Delgado (Segovia, 1960) saca libro. Es el cuarto, pero no se parece a los anteriores. Por primera vez, Perico habla de emociones. De la soledad que sentía cuando se quedaba en el Galibier, del pánico de estar perdido en Luxemburgo mientras corre el crono y de la cara que se le quedó cuando un marciano, de apellido Induráin, le quitó los galones antes de tiempo.

Perico es España condensada en un segoviano de 60 kilos: un tipo campechano proclive a grandes gestas y enormes cagadas. Quizá por eso, aunque no haya ganado tanto como Contador, Freire o Induráin, le queremos más que ninguno.

Nos cita en el hotel Eurobuilding, tótem ochentero, y aparece por el hall con esa sonrisa con la que usted le recuerda en el podio de París. En realidad, Perico no ha cambiado mucho en los últimos 40 años: sigue fino, uniformado por Le Coq Sportif (firma con la que mantiene un idilio legendario) y dándole a la bici. Eso sí, no intente salir con él: "No voy en grupeta, soy un lobo solitario", avisa.

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'La Soledad de Perico' es el cuarto libro de Delgado. (I. B.)

A Perico le sale el carisma por las orejas: la editorial le ha ofrecido un taxi, pero ha preferido venir en su moto. Nos ofreció 65 minutos de entrevista, pero nos dedicó 90 y se ofreció a acabarla por teléfono. Dice que los franceses nos consideraban ciudadanos de segunda y que está muy orgulloso de haberles hecho cambiar de idea. Le preguntamos por su íntimo enemigo, García, y nos termina reconociendo que fue el padre del ciclismo tal y como lo conocemos.

Y todavía cree que solo le tenemos presente porque sigue en la tele: "Cuando deje de comentar el Tour, a los dos o tres años nadie se acuerda de mí".

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PREGUNTA. Cuarto libro, hay escritores con menos obra publicada. ¿Por qué otro libro?

RESPUESTA. Pues porque estoy hecho un Lope de Vega (ríe). Sinceramente, tenía un ruido desde hacía años de hacer otro libro, pero tampoco sabía muy bien cómo enfocarlo. Entonces, la gente de Planeta me ayudó a encontrar el formato: una biografía introspectiva, que escribo desde dentro. La otra (A golpe de pedal, Aguilar) era del Pedro Delgado que salió tarde de Luxemburgo. Y esta de cómo me sentí cuando veía que no encontraba la salida y allí no me entendía nadie. Hay ciclismo, claro, pero se habla más del sufrimiento, de combatir contra uno mismo, de ser capaz de superar tus miedos y de sobrellevar el fin de tu liderazgo.

Tenía claro lo que quería contar, pero yo no soy escritor, alguien tenía que echarme una mano. Y pensé en Ainara (Hernando), a quien conozco desde hace muchos años. Me gusta de su estilo, que es capaz de comprender las sensaciones que vive un ciclista en carrera. Creo que ha hecho un trabajazo en nuestras conversaciones, porque han salido un montón de flashbacks de la infancia y anécdotas que ni creía recordar.

"Es un libro que cuenta cómo era aquel ciclismo que no volverá"

P. ¿Pero es que hay algo más que España no sepa de Perico Delgado?

R. Sí, no te creas. Date cuenta de que, aunque esté en los medios, no suelo contar batallitas propias. Me gusta más contar las de los demás, hablar de mí me da un poco de vergüenza. No me siento cómodo contándoles batallitas a mis hijos, así que para eso está el libro, ¡que vean que su padre hizo alguna cosa! (ríe).

Más en serio, también es un libro que cuenta cómo era aquel ciclismo que no volverá.

P. ¿El último libro?

R. Hombre, no sé, yo creo que sí. Lo que te aseguro es que, si hay otro, será de ficción, porque de mi vida ya no me queda más que contar (ríe).

P. Hay partes muy interesantes. Explicas que, el día que murió tu madre, comenzaste la etapa del Tour con ganas de arrasar para dedicarle la victoria, pero que, a medida que fuiste notando la fatiga física, te viniste abajo emocionalmente. Aquella etapa del Tour del 86 la terminaste llorando en el coche del equipo.

R. Es la vida. Uno piensa que, cuando te anuncian el fallecimiento de tu madre, dejas la carrera de inmediato, pero yo no lo viví así. La noticia me llegó en un momento de enfado porque el día anterior había llegado muy entero al Granon y tenía la convicción de que no había aprovechado la oportunidad. Así que la noticia me pilló eufórico, con muchas ganas de que llegase la etapa del día siguiente.

De hecho, yo había dicho muchas veces antes que no comprendía a esos ciclistas que se iban de la carrera cuando se morían sus padres. No me daba cuenta de que estaba metido en mi burbuja, que se rompió en mitad de un puerto de primera categoría. De repente, me di cuenta de que no iba a ver nunca más a mi madre y eso pudo conmigo. Lloré tanto que tuve que bajarme de la bici y seguí haciéndolo en el coche del equipo.

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Perico ríe durante la charla. (I. B.)

P. Cuentas los episodios con mucho detalle, como si hubiesen sucedido ayer.

R. Yo siempre he creído tener muy buena memoria, pero ahora no sé qué decirte. Por ejemplo, recuerdo perfectamente que iba escapado en el Tour del 93, subiendo el Galibier, y que Chiapucci, Romiguer y Bugno me adelantaron a mil por hora. Pues, bien, cuando he ido a mirarlo en la retransmisión, me encuentro con que eso no sucedió. Y lo mismo me ha pasado con otros dos o tres episodios. Digo, coño, a ver si es que la inteligencia artificial ha llegado a YouTube y está cambiando la realidad. No sé, no sé. Al final he llegado a la conclusión de que mi memoria sigue siendo buena, pero no tan fiel como creía.

En el covid se colgaron en internet muchas de mis viejas etapas, así que mejor que no se fíen mucho y comprueben lo que digo, no sea que Perico se lo esté inventando (ríe).

P. La primera vez que entras en directo con José María García, le sueltas: "José María, tú al periodismo, que de ciclismo el que sé soy yo".

R. (Ríe) Sí, yo siempre he sido muy simpático.

"García me hizo mucho daño, especialmente cuando habló de mi familia, y esa relación la di por zanjada"

P. Después, tu enemistad con García conmocionó al país. Mientras ganabas Vueltas y Tours, García no paraba de atizarte en antena y tú te negabas a hablar para Antena 3. ¿Ya limasteis asperezas?

R. Sí y no. Yo siempre trato de separar al personaje de la persona. Y creo que todas las personas nos merecemos una segunda oportunidad. En Salamanca, en la Vuelta 94, nos sentamos a hablar, enterramos el hacha de guerra. Eso sí, yo le dije que me tenía para hablar, comer, cenar, lo que quisiera, pero no para la parte profesional. Él me hizo mucho daño, especialmente cuando habló de mi familia, y esa relación la di por zanjada. Le dije que yo podía hablar para Antena 3, porque contra ellos no tenía nada, pero él no podía estar en el programa.

¿Hemos hecho las paces? No, pero la tensión ha desaparecido por completo.

P. Mira que García zurraba a sujetos cada noche, pero tengo la sensación de que contigo empezaron a cambiar las cosas. A la gente no le hacía gracia que se metiese contigo y tuvo que aflojar.

R. ¡Y eso que García tenía un peso en la Vuelta a España impresionante! ¿Tú sabes esto de que ahora se puede escuchar lo que le dicen los directores de equipo a sus corredores? Eso ya lo tenía García en los años 80. Metía en directo a los directores de los siete u ocho equipos españoles que había y les preguntaba qué tenían en mente hacer ahora. De hecho, García, junto a Televisión Española, son los que pusieron de moda el ciclismo durante la era de los 80.

García empezó a cubrir la Vuelta con muchas motos, un helicóptero, retransmisiones de varias horas... Obligó al resto de las radios a ponerse a su nivel. Al final, estabas corriendo la Vuelta y había 10 helicópteros sobrevolando la carrera, algo que no se ha vuelto a ver. García era un currante bestial, que no solo te hacía la carrera y entraba en los boletines de noticias, [sino que] por la noche te hacía otro programa de una hora y media.

P. ¿Por qué crees que eres más popular que estrellas como Contador o Induráin?

R. Popular... popular puede, pero mejores ciclistas, ellos. Puede que sea más popular porque estoy en Televisión Española y la gente tiene mi cara fresca en la memoria. A Contador le penaliza que trabaja en Eurosport, que es de pago y tiene menos audiencia, y otra cosa que no es tontería: su época ya es la de los cascos y las gafas, no se les veía tanto la cara como a nosotros.

Pero vamos, que en cuanto esté dos o tres años sin salir en la tele, no se acuerda nadie de mí.

P. ¿No tendrá algo que ver tu forma de competir?

R. Puede ser. A Miguel le veían como intocable y a mí como al hijo al que le pasan todas las desgracias. Miguel era el tío que salía en hora, ganaba las cronos, aguantaba en la montaña... y conmigo todo eran sobresaltos. A veces atacaba y me quedaba, otras parecía que me iba a quedar y atacaba... y las cronos, en fin. La gente nunca sabía qué iba a pasar conmigo y, bueno, entiendo que eso ha hecho que algunos momentos se les hayan quedado grabados.

Hay un instante, cuando un aficionado me echa agua y yo ataco en Luz Ardiden en el 88, que lo tiene todo el mundo grabado, es raro el día que no me lo recuerdan.

P. Hasta la adolescencia no tuviste tu primera bici, porque la economía de casa no daba. ¿Querías competir?

R. No. Yo quería ir al río con mis amigos. Poco a poco, todos los padres les fueron comprando bicicletas y con ellas se iban al río, que no está muy lejos de Segovia, como a tres kilómetros, pero andando era mucho rato y yo me quedaba solo en el barrio. Mientras ellos se bañaban yo vi la victoria de Ocaña pasando por delante de un bar. Soñaba con tener una bici, pero en mi casa no había más que necesidad.

Para mí, la bici era salir de Segovia, conocer nuevos sitios. ¡Podía irme a Madrid, que para mí era como ir a la Luna! Era una cuestión más de viaje personal que de hacer deporte.

P. ¿En qué momento te das cuenta de que eres mejor que los otros niños con la bici?

R. Desde el primer momento. El ciclismo es muy físico y se nota rápido. Desde las primeras carreras venía gente a decirle a mi entrenador que yo tenía madera de campeón. Menos mal que ahí estaba mi padre, como contrapeso, que me recordaba que del ciclismo no vivía nadie. Y era verdad, sobre todo en una ciudad pequeña como Segovia, en la que la mayoría eran campesinos o funcionarios. Ser ciclista en Segovia era una cosa exótica, nadie daba un duro por mí. Pero, bueno, tenía una condición física que me permitía ir a carreras por España y, después, a Francia.

Había mucho miedo a ir a Francia, se creía que era un ciclisimo mucho más duro. Y, cuando fui, bueno, vi que no era tan distinto y que me gustaría seguir aprendiendo.

P. ¿Por qué los españoles tenían ese complejo de inferioridad cuando competían en el Tour?

R. Es que tú no lo has conocido, porque eres de otra generación (ríe). Los españoles nos sentíamos ciudadanos de segunda, creíamos que lo mejor era lo de fuera. Ese halo todavía sigue existiendo. Como yo era rebelde, no me importaba ir a descubrir lo desconocido, pero otros preferían no corren en Francia. Tampoco había mucha necesidad de competir fuera en nuestra época, porque había un programa de carreras en España durante todo el año. Estabas de febrero a septiembre sin parar.

Ese sentimiento conseguimos cambiarlo en el ciclismo en el Tour de 1983. En lo que respecta al resto de España, lo cambiamos en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. En el deporte nos ganamos el respeto, pero a los trabajadores les costó más. Si tú emigrabas a Suiza a trabajar, era muy dura la vida. Si eras español, se daba por sentado que éramos unos vagos y que solo íbamos a ganar dinero. Creían que éramos lo peor. Cambiarle esa mentalidad a los extranjeros y a nosotros mismos costó unos años.

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Perico ha demostrado estar muy lúcido de memoria. (I. B.)

P. Se hizo, a través del deporte, el rey del soft power.

R. Sí. La referencia en esos momentos era Ángel Nieto por todo lo que hizo en las motos. Con Severiano Ballesteros, con Miguel Induráin y conmigo hubo poco a poco un cambio de mentalidad. Estaba el Real Madrid, que había ganado muchas Copas de Europa, pero la Champions no tenía la misma envergadura. La situación que vivíamos en el extranjero era muy desagradable.

P. Cuentas que en el pelotón había un cierto racismo. Incluso ahora hay corredores que acusan a los colombianos de provocar caídas en el pelotón.

R. En mi época teníamos martirizados a los colombianos, creo que ahora es más de novatos. Pregunta al Caja Rural, al Kern Pharma... Ahora los equipos World Tour se creen intocables y achacan las caídas a los equipos pequeños. La lucha del débil por hacerse un hueco entre los fuertes es feroz.

P. ¿Dentro de los equipos también hay racismo? Hablo de la época del PDM.

R. No, no. La del PDM fue una época buena. El ciclismo español ya estaba bien valorado cuando yo fiché por ellos, por eso me incorporaron. Los franceses te pueden hacer sentir ciudadanos de segunda, pero, cuando eres parte de ellos, te conviertes en intocable. Yo seré español, pero soy parte de Francia. Perico Delgadó.

"Los italianos son mucho más mitómanos. Para ellos, uno que ha ganado el Tour es un dios del Olimpo"

P. ¿Siguen amándote los franceses?

R. Sí, porque, cuando voy a Francia, la gente me trata muy bien, como si estuviese en casa. Me gané el prestigio y su respeto. Pero nada que ver con cómo lo viven los italianos, que son muy mitómanos. Para ellos, uno que ha ganado el Tour es un dios del Olimpo. Me hace gracia cómo reaccionan al verme.

P. En el 88, cuando saltó la noticia de tu positivo, la prensa francesa tiró a matar. Tú esperabas que te abucheasen los aficionados, pero fue al contrario.

R. Había mucha tensión. Recibí muchos mensajes de apoyos de los míos, pero no sabía cómo reaccionaría el resto. Aunque tenía la sensación de que habría mucha más gente en contra, me encontré un apoyo incondicional del público francés. Eso fue un revulsivo. Y un descubrimiento, porque no dejaba de ser un extranjero en Francia. Fue uno de mis mejores momentos como deportista.

Foto: El Triatlón Blanco, en bicicleta hasta Alto Campoo. (Gema Rodrigo)

P. ¿Se ganaba dinero en el ciclismo de antes?

R. Si ganas el Tour de Francia, sí, tanto antes como ahora (risas). Esto es ley de vida: si eres un número uno, ganas mucho dinero. La vida se dispara, así que imagínate cómo sería vivir ahora con el sueldo que yo tenía. En ciclismo, la élite vive bien, aunque infinitamente peor que en otros deportes como fútbol o baloncesto. La clase media ahorra, pero tienen que reinventarse cuando tienen 35 años.

P. ¿El Giro es la deuda pendiente?

R. Sí. Una de las mayores crisis que tuve de cara a los medios, gracias a José María García, fue cuando decidí ir al Giro de Italia en 1988. Me tacharon de antiespañol y el Reynolds pasó a ser el equipo navarro. Se vivieron momentos de mucha tensión. El calendario español era muy potente y, además, teníamos patrocinadores nacionales, que querían que estuviésemos en La Vuelta. A Banesto le interesaba que corriese en España, porque en Italia no tenían negocio. De hecho, la gente no sabía qué era Banesto. En una etapa del Tour hicieron una encuesta y la mayoría creían que era una marca de caramelos.

P. A lo largo de los años, en internet se ha creado un cierto mito en torno a la penúltima etapa de La Vuelta de 1985. Tenías la carrera perdida y se dio una misteriosa entente de equipos españoles que te llevó hasta el amarillo.

R. El libro arranca con ese momento. Nunca pensé que sería capaz de ganar esa Vuelta, porque mi objetivo era ir etapa a etapa. Yo creo que Peugeot, el equipo de Robert Millar, planteó mal la carrera. Controlaron todos los ataques en lugar de hacer una escapada. En las etapas anteriores, siempre que ataqué, Millar me replicó con rapidez, así que pensaban que la cosa estaba hecha.

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Perico ganó menos que otros, pero nadie emocionó tanto. (I. B.)

P. ¿No le dijiste a Recio que te echara una mano?

R. Hablaron de alianza española aquel día, pero no hubo nada de nada. Aquel día quería luchar la etapa y le propuse a Recio ir a relevos, pero no quiso. De modo que intenté descolgarle en el alto del León, pero no hubo manera, porque Recio era un corredor sensacional. Así que, cuando llegamos al llano, Recio me dijo que a relevos, porque el terreno le venía de miedo (ríe). En realidad, yo solo quería llevarme aquella etapa y al final Millar se quedó sin Vuelta.

P. ¿Fue Millar tu primer gran adversario?

R. Sí, porque somos de la misma quinta. Lo conocí en una carrera italiana, el Gran Premio Liberazione. Era una carrera de un día en Italia, donde cada uno competimos con nuestras respectivas selecciones. Le recuerdo por aquel pendiente que tenía. Rival nunca lo llegué a considerar, pero sí uno de los primeros adversarios. Y eso que en el 85 coincidimos en La Vuelta y en el Tour.

Mi rival era más Laurent Fignon.

"Dejé de ser Kelme sin saber qué hubiera pasado. Y tampoco me veía en PDM porque no quería proteger a LeMond"

P. En el 87, PDM ficha a LeMond para el año siguiente y se te presenta la disyuntiva de trabajar para él o ir a Reynolds.

R. Sí. Cuando pensaba a qué corredor tendría que proteger, me di cuenta de que podría sacrificarme por Induráin, pero no por LeMond, que es un tipo al que no conocía de nada.

De todos modos, yo había acordado irme al Kelme. Les confirmé que ficharía por ellos antes de irme al Tour, con la condición de que no filtrasen nada para no crear mal ambiente en el PDM. Pues a los dos días salió en la prensa, así que les llamé, les dije que quedaba todo anulado y me fui al Reynolds.

P. Ese año llegaste de amarillo a París. Si no se hubiera filtrado la información, Kelme tendría un Tour de Francia.

R. Sí, si hubiéramos hecho las cosas como hablamos, pero ellos no cumplieron el pacto de caballeros. Aunque me pusieron más dinero, no tuve ningún interés. Incumplieron su palabra y a mí no me valía nada más.

P. En el libro demuestras que eres tajante cuando te decepcionan.

R. Sí, trato de romper. Cuando veo que esas personas no me aportan nada, prefiero mantenerlos a la distancia.

Foto: Ángel Arroyo, José Miguel Echavarri y Perico Delgado. (EFE/Juanjo Martín)

P. Hay otra anécdota estupenda: cuando te rompes en el Tour 91 y vas pensando en la que te va a liar la prensa en meta. Sin embargo, al llegar, todos están hablando de Induráin, que se ha puesto de amarillo. En ese momento crucial, de cambio de guardia, lo que sientes es alivio.

R. Así es. Yo era muy mediático en esa etapa, porque iba con mi vía crucis. Me sacaban siempre noticias y no sabía ni de dónde. Aquel día del que hablas, Induráin fue el mejor de la etapa con diferencia y yo llegué bastante rezagado. Cuando acabé, me quedaba el último sector, el de la prensa. Y no sabía qué decirles. “Perico, ¿estás contento?”, fue la primera pregunta. Y yo, pfff, porque por esa época los periodistas eran así, se ponían muy sarcásticos. “¿Tú qué crees?”, le respondí. “¿No estás contento de que Induráin se haya puesto de amarillo?”. Yo iba con mi pesar de haber fallado ese día y no me apetecía dar la cara. Todos empezaron a hablar de Miguel y fue una liberación.

P. ¿Qué tal llevaste el cambio?

R. Muy bien, muy bien. Hay que conocer a Induráin. Aunque para la gente es muy distante, el tipo es un pedazo de pan. Es un gran compañero. Lo había demostrado mil veces antes, así que, cuando cambiaron las tornas, no me costó trabajo alguno apoyarlo. La transición fue muy sencilla porque él gestionó las cosas a su manera.

P. ¿No te planteaste una última oportunidad en otro equipo?

R. No, no, porque en esa época el ciclismo había empezado a ser moderno. Yo venía de otro ciclismo, del de tener dos bicicletas para toda la temporada: tenías en casa la bici con la que competías y otra de reserva para entrenar. Yo creía que Banesto me iba a abrir las puertas, pero en su lugar me hicieron sentir muy arropado. Me mantuvieron las condiciones y me dijeron que querían que me quedase porque era parte de la historia del equipo y para ayudar a Induráin.

P. ¿Te imaginabas hasta dónde podía llegar Induráin?

R. Sí, sí... Hombre... nadie pensaba que fuese a resistir tan bien la alta montaña; él mismo tenía muchos miedos. En el Tour 90, a Miguel le ofrecieron compartir galones conmigo y él dijo que no, que el líder era Perico. Se le hacía muy larga la tercera semana de la carrera y no confiaba en llegar hasta el final. Pero, en el momento en el que resolvió una tercera semana y se empezó a ver fuerte, tú fíjate.

Perico Delgado (Segovia, 1960) saca libro. Es el cuarto, pero no se parece a los anteriores. Por primera vez, Perico habla de emociones. De la soledad que sentía cuando se quedaba en el Galibier, del pánico de estar perdido en Luxemburgo mientras corre el crono y de la cara que se le quedó cuando un marciano, de apellido Induráin, le quitó los galones antes de tiempo.

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