Por qué las bicicletas eléctricas aumentan el número de ciclistas en invierno
Te ayudan a gestionar mejor los esfuerzos, a sumar un poco más de kilometraje y a superar terrenos más complicados por las condiciones poco estimulantes del invierno. Diversión asegurada
"Las bicicletas son para el verano' era una famosa obra de teatro cuyo título no encajaría en el presente. Porque siempre es tiempo de bicicleta y la oferta es extraordinaria. Pero estaremos de acuerdo que el invierno no estimula a montar o rodar con lluvia, frío y hasta nieve. Sin embargo, las bicicletas eléctricas ayudan a que levantemos el trasero del sillón. Por varias razones. Intentaremos ilustrarlo con un caso práctico. Aunque personal e intransferible, muchos ciclistas de diferente condición podrían sentirse más o menos identificados.
Ante todo, una aclaración para los más sensibles: no se trata de defender aquí el uso de la bicicleta eléctrica por encima de las tradicionales 'musculares', sino de valorar una opción más, como dentro del ciclismo de montaña se puede optar por monturas rígidas, doble suspensión, enduro o descenso. ¿Qué ventajas pueden aportar entonces este tipo de bicicletas cuando el tiempo y el terreno se ponen, hablando en plata, hecho un asco? Salgamos fuera a pasar algo de frío -bastante-, embarrarnos y hasta pisar nieve, tan de moda estos últimos días en España.
Rodar a bajas temperaturas
El recorrido buscaba alcanzar la sierra de Madrid desde un determinado punto de partida, a unos 25 kilómetros de distancia. Subir uno de sus puertos por pista forestal, bajar y volver por otra zona diferente. Se trataba de alcanzar altura en estos días de nieve. De ser posible se utilizaría en todo momento el sistema 'eco' -el básico- de asistencia eléctrica para alargar la bateria y mantener la exigencia física. Una de las ventajas de las bicicletas eléctricas reside en que cada modo de asistencia -generalmente tres- es a su vez regulable. Usar la mitad o el mínimo de asistencia en el modo 'eco' ya requiere cierto nivel de esfuerzo cuando hablamos de monturas con un peso superior a los 21 kilos. No se va silbando.
Antes de nada, recordemos que rodar a bajas temperaturas supone un consumo calórico mayor y un menor rendimiento muscular, factor este último disuasorio. En nuestro caso, la temperatura media fue de 4 grados, sensiblemente inferior al alcanzar los 1.600 metros de tope en la ruta. Por cuestiones de tiempo y para empezar a subir cuanto antes se usó inicialmente un carril bici para los primeros kilómetros. Alcanzar los 25 km/h resultaba muy fácil y a partir de esa velocidad se desconecta la asistencia eléctrica. Cabía entonces como estímulo picarse con los ciclistas de bici de carretera. Con una bici de 21 kilos y ruedas gordas, normalmente se muerde el polvo.
Hágase el barro
Llegó la hora de comenzar a subir. En principio, unos 11 kilómetros aproximadamente. El recorrido ya era conocido, por lo que se podía comparar el rendimiento y grado de cansancio respecto a otros momentos del año. La batería del ciclista seguía intacta, buena noticia, porque a pesar del día desapacible el cuerpo te indicaba alegre que aún tenías horas de bici por delante. Allí donde la normativa lo permitía, buscamos algunos senderos empinados fuera de pista, algunos convertidos en regatos de agua con barro. Todos conocemos la sensación de que las pedaladas vayan al vacío al levantar el trasero para superar piedras mojadas, o cuando la bici desliza por el fango.Te acuerdas de sus muertos aunque, para qué decir lo contrario, aquí la tracción eléctrica es una gozada, hasta el punto de que te entra cierto sentimiento de culpa. La realidad es que, simplemente, vas demorando el desgaste, y cuerpo y mente te piden más kilómetros de lo que estás acostumbrado en estas condiciones.
Entramos en las pistas forestales. Una flota de camiones madereros que trabajan en el bosque las han destrozado. Cada curva es un barrizal lleno de roderas. Pero tú, 'pim pam', sigues subiendo sin problemas. La batería humana sigue a tope, aunque la de la bici (375 kw) ya empieza a menguar, pero se ha montado la secundaria. Sigues calculando mentalmente por dónde vas a alargar el recorrido.
El desprendimiento
Baja un ciclista haciendo malabarismos en el barrizal. “Ha habido un punto en el que me he tenido que dar la vuelta. La nieve tenía cada vez más profundidad y no podía pedalear, me iba de un lado a otro”. Perfecto, vamos para allá. Tras superar las zonas destrozadas por los camiones, alcanzamos zona de nieve y seguimos las huellas de nuestro colega. Pero seguimos al 'tran tran', siempre en modo 'eco'. Empezamos a abrir pista desde donde se dio la vuelta nuestro amigo. Las ruedas se hacen más perezosas al rodar, peor cuanto más balón de la cubierta. La velocidad se reduce. A ver, que esto también se pasa con una 'muscular' y buenas piernas. Pero la asistencia eléctrica es una bendición, incluso cuando también deslizas. La capa de nieve aumentaba, aunque estaba lejos de suponer un problema para seguir avanzando.
No fue nuestro caso porque acercándonos a lo alto del puerto la pista estaba bloqueada por un desprendimiento. Imposible seguir ni con la bici en brazos. Lástima porque la etapa prometía más altura y paisajes espectaculares en esta época. Pero parte del objetivo ya estaba cubierto. Tocaba ahora volver. Realmente, hacía frío y fue entonces cuando la batería del ciclista empezó a descender abruptamente al bajar. Sin poder pedalear fuerte por el estado del terreno y el frío, que agarrotaba el cuerpo con ese atontamiento típico que ablanda los reflejos, convenía ser cauteloso porque mentalmente la única imagen que aparecía en la cabeza era el pincho de tortilla y el café en el 'Corazón de Tiza' de toda la vida.
Se lo comen todo
Una vez recargada la batería personal, restaba la vuelta a casa. Otros 25 kilómetros en constante sube y baja. La memoria corporal de otras salidas te recuerda que en algún repecho ya deberías acusar el esfuerzo a estas alturas del partido, pero vuelves a sentir en los músculos la mayor autonomía de esfuerzo que proporciona una bicicleta eléctrica. Buscas alguna pequeña trialera cercana al camino de vuelta para comprobarlo. Por sus características y recorridos de suspensiones, las bicicletas eléctricas de montaña se lo comen todo. Con el cuerpo pidiendo repostaje y algo más torpón por el frío de la tarde, la asistencia es gloria bendita.
Al finalizar, quedaba autonomía para 35 kílometros más como mínimo. Fueron 65 que podían haber sido 10-15 más de no ser por el dichoso desprendimiento, con unos 1.200 metros de desnivel. Nada que no se pueda hacer con una 'muscular' fondo y buen tiempo. Pero te reafirmas en esa magnífica sensación de que en una jornada de frío, barro, nieve, subidas y bajadas, la bicicleta eléctrica amplía tus límites cuando podías justificarte quedarte en casa tumbado con un libro o delante de la tele. Al siguiente tienes también libre. Chequeas el cuerpo. Nada, mañana salimos otra vez. Las bicicletas eléctricas también son para el invierno.
"Las bicicletas son para el verano' era una famosa obra de teatro cuyo título no encajaría en el presente. Porque siempre es tiempo de bicicleta y la oferta es extraordinaria. Pero estaremos de acuerdo que el invierno no estimula a montar o rodar con lluvia, frío y hasta nieve. Sin embargo, las bicicletas eléctricas ayudan a que levantemos el trasero del sillón. Por varias razones. Intentaremos ilustrarlo con un caso práctico. Aunque personal e intransferible, muchos ciclistas de diferente condición podrían sentirse más o menos identificados.