Una juerga de Capablanca en Buenos Aires: el genio del ajedrez bohemio y con debilidad por la farándula
Tenía un problema que le lastraría durante toda su carrera. Además, no era de índole estrictamente patológica, aunque por ello, precisamente, perdería la corona
Buenos Aires es probablemente una de las ciudades más efervescentes de América. Museos y librerías, teatros, cafés y boliches, proliferan como una invasión de esporas, son la salsa de la ciudad. Es una urbe vital y dinámica, llena de emigración de primera, segunda y tercera generación, de gente latina, españoles, italianos, judíos mezclados con alemanes y refugiados de la Segunda Guerra Mundial provenientes del este de Europa. Cabe, asimismo, la posibilidad de que las mujeres más hermosas de este continente pueblen esta centenaria ciudad, mujeres de una belleza imposible creadas en algún ignoto laboratorio divino en un trance de inspiración extrema.
A algunos miles de kilómetros, más al norte, años antes, en las postrimerías del siglo XIX, en la instalación militar de Castillo del Príncipe, en La Habana, tal que un dia 19 de noviembre del año 1888, nació, hijo de José María Capablanca Fernández, un capitán del ejército español. Y de María Graupera, nativa pero española por derecho propio, puesto que Norteamérica aún no nos había expoliado a uno de los más increíbles genios de la historia del ajedrez.
José Raúl Capablanca y Graupera nació español en aquella conflictiva demarcación al oeste del Atlántico, llamada Cuba. Norteamérica llevaba años intentando echar el guante a la isla con el pretexto de revitalizar la Ley Monroe con un golpe de autoridad, e incluso llegó a hacer dos ofertas al gobierno español del momento, ofertas millonarias en dólares. Pero que fueron rechazadas en ambas ocasiones.
Impresionado con la farándula
Hombre de educación exquisita y amplia cultura, políglota y una de las grandes referencias del ajedrez mundial de todos los tiempos, tenía un problema que le lastraría durante toda su carrera y que, además, no era de índole estrictamente patológica, aunque por ello precisamente, perdería la corona mundial de ajedrez. Las mujeres siempre fueron su debilidad y condicionaron toda su carrera, mediatizando de forma mas que patente el torneo que jugó en Buenos Aires en el año 1927 contra el jugador franco-ruso Alekhine.
Capablanca quedó impresionado con la farándula y la bohemia porteña. Tangos, milongas, garitos de dudosa reputación y actrices revoloteando junto al genio lo descentraron de tal manera que, cuando llegó a la primera partida, el perfeccionismo y preciosismo con el que jugaba este polímata, fueron puestos en duda. Hoy en día sabemos por el ajedrez computado que el campeón ya estaba en graves complicaciones por el sumatorio de algunas inusuales imprecisiones, que a la postre le iban a impedir salvar la primera partida del match, pésimamente jugada desde el inicio. Un detalle que no pasó desapercibido para la prensa fue el enorme termo de café que discretamente había sido puesto para consumo de este pertinaz mujeriego; las noticias volaban y se sabe hoy, que con dos horas de sueño había parcheado el desmadre de la noche anterior. No, no empezaba bien el torneo. Alekhine, una especie de Salieri versus Mozart ganaba por 1-0.
El decurso del torneo se convirtió en un toma y daca entre dos colosos, o lo que es lo mismo, en un cuerpo a cuerpo. Uno muy sobrado, el campeón, Capablanca; el otro, un trabajador farragoso, marmóreo, con defensas impenetrables, estudioso, con una disciplina feroz. El hispano cubano no entendía, que el mero hecho de ser un talento indiscutible, fuera una garantía de éxito. Sus aventuras nocturnas lo iban mermando poco a poco. El público porteño lo animó a que cesara en esa actitud, pero la adicción a la noche bonaerense se le había incrustado en su alegre alma latina.
Un silencio absoluto
El termo de café bajo la mesa subió un día a la superficie de esta, pero con un nuevo amigo. Como contrapunto, una palangana metálica accedió al lugar que con anterioridad ocupó el café y lo sustituyó puntualmente. Dos impecables camareros dejaban, antes de comenzar cada partida, dos bloques de hielo que, con el paso del tiempo, más allá de hacerse imprescindibles, se iban derritiendo mientras tonificaban el agotado sistema nervioso del jugador isleño. Era duro ver como la adicción a la nocturnidad iba debilitando al extraordinario jugador que, curiosamente, cuidaba en el tablero, los pequeños detalles, por mínimos que estos fueran, en sucesivas simplificaciones que le conducían a ventajas posicionales incontestables, que por efecto de erosión solían dejar a sus oponentes encomendándose a no se sabe quién.
La diferencia de estrategias no estaba dentro del tablero o entre los planteamientos de los contendientes, no. Mientras José Raúl Capablanca ramoneaba alegremente (y también de forma irresponsable) por los garitos porteños o, agotaba la noche en un famoso restaurante de la Avenida Callao para recuperarse de tanto trajín. Alekhine, sin embargo, se alojaba en el silencio más absoluto junto a su esposa en la habitación 2626 del Majestic, un antiquísimo hotel remozado para tal evento. Todos los días se hacía un potente paseo hasta los jardines del teatro Colon ida y vuelta acompañada por una discreta escolta.
Curiosamente, la última partida que jugaron, la número 34, fue el 26 de setiembre. El Gambito de Dama Declinado fue el caballo de batalla de ambos jugadores. Tras 25 tablas (empates en el lenguaje del ajedrez), Alekhine ganó por un resultado de 6 a 3. La última partida es de una belleza irreprochable y, sobre todo, una antología de maestría en finales. El peón de ventaja de las blancas en la columna A, parece que no hace nada, pero todo pivota en torno a él; es mágico.
Una respuesta para la historia
Con respecto a las manías, el eslavo rozaba el delirio. Tenía que tocar la casilla blanca de la derecha cuando jugaba con blancas, y en la llegada a Buenos Aires, el camarote en el vapor Massilia, era asimismo el número 26. Años más tarde, ocurriría algo inaudito, un proceso de superstición inversa en Estoril (Portugal), pero eso lo contamos en un rato porque habría que hablar de las esencias del Determinismo y quizás, ponerlas en cuestión.
En honor a la verdad, se hace digno de mencionar que, entre estos dos genios, disputaron entre 1913 a 1938, 49 partidas, siendo el resultado total, favorable para Capablanca por +9 -7 = 33. ¿Qué habría pasado si el hispano cubano se hubiera puesto las pilas? La respuesta quedará para la historia.
Hacia 1935, Alekhine seleccionó cuidadosamente a su nuevo rival: Max Euwe, opción a la que estaba en su derecho. El holandés era un segundo espada de mucho cuidado; profesor de matemáticas, en la vertiente táctica era muy poderoso por su enorme capacidad de cálculo. El medio juego era su territorio de maniobra, en el cual generaba emboscadas antológicas. El ruso, para esa época, estaba muy condicionado por el alcohol. No obstante, no quiso aceptar las limitaciones de su adicción y debió considerar al neerlandés un rival fácil y así, aceptó un encuentro. Lo que no pudo prever es la enorme sorpresa que le esperaba. Finalmente, aquella apuesta lo convirtió en perdedor; perdedor que en 1937 recuperaría tras estudiar exhaustivamente a su adversario, el cetro de campeón. Euwe era alérgico a los gatos, Alekhine lo sabía y se llevó al torneo de revancha a su gato Chess…Y el gato al agua claro.
La autodestrucción de ambos
Es curioso cómo los derroteros de ambos jugadores, tras el enfrentamiento en Buenos Aires, condujeron a ambos a la autodestrucción. Capablanca cayó en marzo del año 1942 en Nueva York de un derrame cerebral fulminante; como así lo atestiguan los hermanos y neurólogos, Orlando y Manuel Hernández Melián, tras el estudio de la autopsia hecha en el hospital de Monte Sinaí en Nueva York. Un multitudinario entierro en La Habana con todo el país volcado en una oración, selló el destino y pasaje hacia la eternidad de quien ya la habitaba por derecho propio desde hacía tiempo.
Lo que hizo Alekhine sí que fue una tragedia con mayúsculas. Tuvo que sobrevivir, sin expectativas de escape – y esto hay que rubricarlo - en medio de un régimen de terror, probablemente el más brutal jamás visto en la historia. Un totalitarismo atroz que puso a la humanidad al borde del colapso, con una vocación nítidamente criminal y de una violencia inconcebible.
En opinión de este escribano, Alekhine estaba en una condición de Zugzwang que, traducido al Román Paladino, significa más o menos "obligatoriedad ineludible" en la que cualquier decisión que se tome, empeorará la situación, se haga lo que se haga.
Fugado de Rusia, a punto de ser fusilado por otro gran majadero y genocida, Stalin, cayó en manos de la Gestapo en los prolegómenos de la invasión de Polonia y, de la II Guerra Mundial, ya desencadenada. Para denigrar al pueblo judío más si cabe, escribió un panegírico antisemita (El ajedrez ario y el ajedrez judío), que a la postre le supuso la exclusión de la élite mundial del ajedrez. La coacción de aquel escrito queda patente en el tratamiento despectivo e insultante que se le adjudicó en aquel opúsculo a su amigo de procedencia judía, Emanuel Lasker, íntimo amigo en el circuito del ajedrez. Creo, honestamente, que el acto de sobrevivir en aquel inmenso cenagal de horror no permitía alternativas a la libertad individual.
Tras vagar por España y Portugal, en una odisea en la que amigos ingleses, españoles, alemanes fugados de la miseria hitleriana, y una buena parte de la hermandad ajedrecística mundial, lo apoyó en su nueva etapa de fugitivo y superviviente; una presión enorme de eminente carácter político impidió que este super ajedrecista compitiera en el campeonato del mundo, siendo él el verdadero protagonista. Repudiado por quienes no comprendían las circunstancias de este hombre reducido a escombros, recluido en un hotel lisboeta, al parecer, un malvado estofado se le atragantó asfixiando su ya de por sí compleja vida. Otras versiones dicen que faltaban pocos días para enfrentarse con el brillante jugador soviético Botvínnik. Se cree que sicarios del otro gran genocida del siglo XX, el georgiano del mostacho alargado, lo cosieron a puñaladas. Curiosamente, no se registró la intervención forense. A día de hoy sigue siendo una incógnita como murió.
Buenos Aires es probablemente una de las ciudades más efervescentes de América. Museos y librerías, teatros, cafés y boliches, proliferan como una invasión de esporas, son la salsa de la ciudad. Es una urbe vital y dinámica, llena de emigración de primera, segunda y tercera generación, de gente latina, españoles, italianos, judíos mezclados con alemanes y refugiados de la Segunda Guerra Mundial provenientes del este de Europa. Cabe, asimismo, la posibilidad de que las mujeres más hermosas de este continente pueblen esta centenaria ciudad, mujeres de una belleza imposible creadas en algún ignoto laboratorio divino en un trance de inspiración extrema.
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