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'Salyut-7, héroes en el espacio': la dramática historial real del Apolo XIII ruso
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'Salyut-7, héroes en el espacio': la dramática historial real del Apolo XIII ruso

La cosmonáutica rusa guarda historias increíbles, como la lucha agónica por la supervivencia de dos cosmonautas rusos a mediados de los ochenta

Foto: Vladimir Vdovichenkov y Pavel Derevyanko, en 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)
Vladimir Vdovichenkov y Pavel Derevyanko, en 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)

El 11 de febrero de 1985, la estación espacial Salyut-7, la joya de la corona de la cosmonáutica soviética, cesó súbitamente las comunicaciones con su centro de control de misiones. De repente, el silencio. La estación llevaba cuatro meses orbitando en piloto automático a la espera de la llegada de una nueva tripulación, así que, sin posibilidad de saber qué había provocado exactamente el apagón, en cuanto la señal de la Salyut se apagó, en los despachos del Kremlin cundió la paranoia antiamericana como el herpes zóster. En plena carrera espacial y con los yanquis exprimiendo al máximo su transbordador espacial Challenger —apenas un año después, se desintegraría en el despegue—, la Unión Soviética no podía permitirse dejar entrever sus flaquezas en público, y en tiempo exprés organizó un plan de rescate — si es que había algo que rescatar— en una de las misiones más arriesgadas de la historia de la aeronáutica. Para muchos, una misión suicida.

Foto: Una imagen de archivo del cosmonauta Sergei Krikalev.

Por pasar, al comandante Vladimir Dzhanibekov y al ingeniero de vuelo Victor Savinikh les pasó de todo en aquella misión que les llevó a embarcar la nave Soyuz T-13 el 6 de junio del mismo año en dirección a la predecesora de la Mir. Primero, con el apagón de la estación —de 18.900 kilos de masa—, las maniobras de acoplamiento debían hacerse a ojo de buen cubero, a la velocidad orbital, mientras el armatoste espacial giraba a 1,5 grados por segundo; un cuasi imposible para el que solo Dzhanibekov estaba preparado. Segundo, cuando los cosmonautas entraron en la estación, se encontraron con todo el interior congelado e inutilizado, víveres y agua incluidos, y ni sus trajes ni sus herramientas estaban preparados para resistir las temperaturas en negativo con las que tenían que convivir. Para más inri, los sistemas de oxigenación tampoco funcionaban. Y hasta aquí el relato oficial.

Porque la película 'Salyut-7: héroes en el espacio', del director ruso Klim Shipenko, arroja más luz sobre un capítulo de la historia espacial con muchos claroscuros y del que durante décadas no se tuvieron demasiadas certezas. A las penurias ya relatadas, el director añade un fuego que impidió a Dzhanibekov (Vladimir Vdovichenkov) y Savinikh (Pavel Derevyanko) utilizar la nave Soyuz-T13 para regresar a la Tierra y una insuficiencia de oxígeno por la cual desde el centro de control se les advirtió de que solo podrían hacer regresar a casa a uno de ellos. El resto es historia.

Un fuego impidió a Dzhanibekov (Vladimir Vdovichenkov) y Savinikh (Pavel Derevyanko) utilizar la nave Soyuz-T13 para regresar a la Tierra

Y como explicita con una cartela al final de la película, Shipenko dedica 'Salyut-7' a "todos los héroes de la cosmonáutica espacial". Aunque Sabina cantó que las niñas ya no quieren ser princesas, le faltó constatar que los niños de hoy prefieren un balón de fútbol a una nave espacial como inversión de futuro. Cosas del 'marketing' y del pragmatismo capitalista. Pero para muchos de los nacidos dentro de la generación X, ser astronauta era la máxima aspiración, la sublimación de las capacidades del ser humano, sin olvidar el residuo romántico de la exploración y la colonización. Los aventureros de finales del siglo XX solo pueden llevar escafandra.

placeholder Otra imagen de 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)
Otra imagen de 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)

Y aunque a la película no le faltan dejes de orgullo patriótico —"los rusos han demostrado su heroísmo una vez más"—, Shipenko centra más su mirada en la capacidad de sacrificio y el código moral de dos hombres que están dispuestos a cumplir el cometido que se les ha encomendado hasta sus últimas consecuencias. Como herramienta dramática, el director presenta a los protagonistas como carácteres antagónicos: por un lado, Dzhanibekov es un tipo indisciplinado, enérgico y heterodoxo y, a la vez, el mejor en su campo de experiencia; por otro, Savinikh es cerebral, un hombre de ciencia —diseñó gran parte de la Salyut-7— al que Dzhanibekov considera un "simple ingeniero con traje espacial". "Ni siquiera eres un cosmonauta de verdad; nunca has paseado por el espacio".

Los dos hombres están dispuestos a cumplir el cometido que se les ha encomendado hasta sus últimas consecuencias

En un difícil ejercicio de funambulismo, esta cuenta atrás por la supervivencia consigue maridar el rigor técnico con el drama más íntimo, al tiempo que recuerda al espectador que detrás de los avances de la exploración espacial hay padres —y madres— de familia que dejan atrás pareja e hijos, profesionales que no saben si volverán a ver a sus familias, que aceptan estoicamente exponerse a experiencias extremas en las que ponen en juego su vida. Que detrás de la foto oficial hay tejemanejes políticos, guerras publicitarias de cara a la galería internacional y decisiones en las que la vida de una persona pasa a ser una cuestión secundaria, aunque no se pueda decir en voz alta. "Es la reputación de la cosmonáutica soviética", alega uno de los gerifaltes cuando las cosas se empiezan a torcer a 400 kilómetros de altura. Por un lado, los soviéticos no pueden permitirse un fracaso en la reparación de su emblema en la carrera espacial —recordemos que menos de cinco años después la URSS habrá desaparecido—, tampoco que los estadounidenses se hagan con el control de la Salyut en el caso de abandono, y están dispuestos a derribarla ellos mismos.

placeholder Vladimir Vdovichenkov es el cosmonauta Vladimir Dzhanibekov. (A Contracorriente)
Vladimir Vdovichenkov es el cosmonauta Vladimir Dzhanibekov. (A Contracorriente)

Con una puesta en escena discreta —más allá de los efectos especiales— y una narración clara y lineal —salvo los 'flashbacks' que intercala de vez en cuando—, Shipenko mantiene el ritmo y el suspense hasta el mismo final de la película, en lo que es su mayor virtud, interpretaciones aparte. Consigue además un clímax emocional que exalta la dignidad de un hombre que enfrenta el mayor de los contratiempos sin aspavientos, con entereza. Y el director lo cuenta con una sencillez, además, conmovedora.

También seducen las recreaciones espaciales de las naves escoltadas por el perfil terrestre —no tanto los planos subjetivos generados por ordenador de los paseos en el exterior, que degradan notablemente la factura del filme— y la habilidad con que la cámara aprovecha las limitaciones de los interiores, con unas dimensiones poco cómodas, pero ambientados con bastante realismo o, al menos, verosimilitud.

placeholder Otro momento de 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)
Otro momento de 'Salyut-7: héroes en el espacio'. (A Contracorriente)

Sin embargo, el director trastabilla a la hora de tratar a uno de los pocos personajes femeninos del entorno profesional de los cosmonautas: por un lado parece que critica el ninguneo que tenía que enfrentar una mujer en un entorno laboral eminentemente masculino en los años ochenta, pero por otro parece que todas las decisiones que toma son cuestionables, a pesar de su buena voluntad.

placeholder Cartel de 'Salyut-7'.
Cartel de 'Salyut-7'.

La película de Shipenko exuda cierta nostalgia de los héroes de antaño, de los valores del compromiso y el sacrificio. 'Salyut-7: héroes del espacio' supone un tributo justo para aquellos nombres olvidados en el oscurantismo político y en la desmemoria histórica. Una oportunidad para recordar una época en que la épica del astronauta era reconocida, en que la ciencia era 'cool' y en que el espacio estaba, paradójicamente, más cerca que ahora.

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El 11 de febrero de 1985, la estación espacial Salyut-7, la joya de la corona de la cosmonáutica soviética, cesó súbitamente las comunicaciones con su centro de control de misiones. De repente, el silencio. La estación llevaba cuatro meses orbitando en piloto automático a la espera de la llegada de una nueva tripulación, así que, sin posibilidad de saber qué había provocado exactamente el apagón, en cuanto la señal de la Salyut se apagó, en los despachos del Kremlin cundió la paranoia antiamericana como el herpes zóster. En plena carrera espacial y con los yanquis exprimiendo al máximo su transbordador espacial Challenger —apenas un año después, se desintegraría en el despegue—, la Unión Soviética no podía permitirse dejar entrever sus flaquezas en público, y en tiempo exprés organizó un plan de rescate — si es que había algo que rescatar— en una de las misiones más arriesgadas de la historia de la aeronáutica. Para muchos, una misión suicida.

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