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DESINFORMACIÓN
Según datos oficiales del Kremlin, Rusia gasta 1.400 millones de euros al año en propaganda. Sin embargo, la Unión Europea sospecha que existen otros fondos no declarados, y que la cantidad real es mucho mayor. El Kremlin concibe la información exclusivamente como arma: “Ha llegado el día en que tenemos que admitir que una palabra, una cámara, una foto, internet y la información en general se han convertido en otro tipo de armamento, en otro componente de las fuerzas armadas”, declaró el Ministro de Defensa Sergeui Shoigu en 2015.
“Rusia tiene muchas herramientas, y las usa todas de forma simultánea. Hay una narrativa que desean difundir, a través de medios como RT y Sputnik”, explica Dace Kundrate, experta de la sección de Doctrina, Conceptos y Experimentación del Centro de Comunicaciones Estratégicas de la OTAN en Riga. Estos medios las desarrollan, y las redes sociales y los 'trolls' hacen de cajas de resonancia para amplificar ese mensaje. “Al final es una especie de pulpo cuyo gatillo puede ser pulsado cuando sea necesario”, comenta.
“Los principales programas de la televisión rusa se centran en la política exterior, así que ahí se puede ver cuáles son los principales intereses del Kremlin en ese momento”, afirma un funcionario de la Unión Europea experto en esta cuestión. “Lógicamente, Ucrania, y también Siria cuando Rusia inició su operación militar allí. Durante las elecciones estadounidenses era bastante obvio. Algunos periodistas rusos hasta bromeaban diciendo que estaban mejor cubiertas que las propias elecciones en Rusia”, indica.
Pero la agenda puede cambiar: “Cuando Turquía derribó un caza ruso, de repente se convirtió en el enemigo número uno. En ese momento la mayoría de la desinformación estaba dirigida contra Turquía o el presidente Erdogan”, dice el experto.
Y los observadores señalan que ya tiene un nuevo objetivo: Angela Merkel. Un patrón similar al ya empleado en Ucrania, los países bálticos y EEUU se está utilizando ahora en Alemania: “Asumo que habrá mucha actividad en las redes sociales, con todos los 'trolls' anti-Clinton y proTrump volviéndose antiMerkel”, afirma Janis Sarts, director del centro de la OTAN donde trabaja Kundrate. “Nuestro laboratorio ya ha encontrado algunas evidencias de ello”.
LOS 'TROLLS'
La secuencia es bien conocida: alguien escribe un artículo o difunde un análisis en Facebook o Twitter criticando, por ejemplo, la intervención militar rusa en Siria. Poco después aparece un comentario tratando de descalificarle; luego otro, y otro más; en poco rato, la presión en las redes sociales se ha multiplicado tanto que es imposible argumentar de forma seria al respecto. En muy poco tiempo, los 'trolls' prorrusos han logrado 'derrotar' a la fuente original, alejando la discusión y la opinión del público del foco original. El fenómeno, sin embargo, está lejos de ser espontáneo.
“Hay dos tipos de 'trolls': el original, que tiene sus razones individuales para actuar de cierta forma; y el otro, el organizado, que usa las mismas herramientas pero como elementos de una estrategia coordinada para crear un efecto particular”, explica Sarts. Según los periodistas que han entrevistando a 'trolls' organizados proKremlin, tanto en activo como retirados, estos cobran entre 700 y 1.500 euros al mes dependiendo del país en el que estén. También hay ‘trolls robots’, diseñados para replicar los mensajes de una fuente humana original.
“Los 'trolls' cumplen diferentes funciones. Uno es, sin duda, multiplicar el mensaje lanzado por los medios rusos, para producir la impresión de que hay otra esfera de información”, apunta el experto de la Unión Europea. “Pero también pueden usarse para el matonismo, para intimidar, en asuntos que el Kremlin no quiere que se cubran”, indica. Pone el ejemplo de la periodista finlandesa Jessikka Aro, quien, tras escribir una serie de artículos sobre la actividad de los 'trolls' rusos en su país, fue objeto de una campaña de difamación y acoso en la que incluso llegó a recibir un SMS en nombre de su padre, fallecido dos décadas antes, en el que le decía que no estaba muerto sino “observándola”.
“Otra función es convertir en absurda toda discusión seria”, prosigue el experto. Por ejemplo, cuando el diario ‘The Guardian’ comenzó a informar sobre el derribo del vuelo MH17 de Malaysian Airlines sobre el este de Ucrania, su web fue inundada por 40.000 comentarios prorrusos en un solo día, lo que acabó por bloquearla.
LAS JOYAS DE LA CORONA
El instituto de investigación húngaro Political Capital calcula que Moscú dedica 370 millones de euros al año en su plan de medios en el extranjero. De estos, dos cabeceras sobresalen de forma ostensible: RT y Sputnik News.
RT emite en inglés, ruso, español y árabe, y tiene además página en alemán y francés. Según la propia RT, su web recibe medio millón de usuarios únicos al día, y el canal de YouTube más de 800 millones de visionados, por encima, aseguran, de la BBC, la CNN o Al Jazeera. Sputnik News es una red de portales noticiosos en 35 lenguajes, no solo los más utilizados del mundo sino también otros mucho más minoritarios como el abjasio y el vietnamita.
El problema es que, a diferencia de otros medios considerados alternativos, RT y Sputnik no parecen interesados tanto en mostrar puntos de vista diferentes como en tergiversar o falsear los hechos para apoyar una narrativa concreta que se adapte a los intereses del Kremlin. “Para mucha gente es tan evidente cómo funcionan que no consiguen que nadie les haga declaraciones. De los expertos europeos que yo conozco, la mayoría pasan de participar en el canal o hablar con ellos porque no se fían de ellos”, dice un analista especializado en el espacio postsoviético.
A pesar de ello, la cadena no duda en recurrir a cualquier supuesta voz autorizada que contribuya a su mensaje: RT ha presentado al negacionista del Holocausto Ryan Dawson como un “activista de derechos humanos”, y al neonazi Manuel Ochsenreiter como “analista sobre Oriente Medio”.
La reportera Liza Wahl trabajó para la sección estadounidense de RT, hasta que un día dimitió en directo como protesta, según sus propias palabras, de los intentos de “lavar las acciones de Putin” en Ucrania. Wahl describe así su trabajo con la cadena: “Mi experiencia como reportera y presentadora de RT es que su principal misión no es perseguir la verdad y reportarla. En lugar de eso, el propósito es crear confusión y sembrar la desconfianza hacia los gobiernos e instituciones occidentales dando cobertura a todo lo que parezca desacreditar a Occidente e ignorando todo lo que suponga puntos a su favor”.
UCRANIA Y SIRIA
La mayoría de los expertos considera que, para Rusia, el punto de inflexión en su concepción de la información como arma llegó con la guerra de Georgia de 2008: aunque las fuerzas militares rusas vencieron sin problema sobre el terreno, perdieron la batalla de la información, con gran parte del mundo considerando a Rusia la agresora. El Kremlin decidió cambiar las tornas, con considerable éxito: cuando llegó la crisis de Ucrania y la invasión de Crimea, consiguió que una fracción importante del público asumiera la narrativa rusa.
Hoy, muchos europeos están convencidos de que la caída del presidente prorruso Viktor Yanúkovich fue un 'golpe de estado' que llevó al poder a una 'junta fascista', lo que forzó a los habitantes rusófobos del este de Ucrania a alzarse en armas para evitar poco menos que un genocidio. El manejo ruso de los medios de comunicación ha sido muy hábil, llegando a orquestar operaciones militares para la televisión. El periodista británico Peter Dickinson, que cubrió el conflicto en profundidad, asegura: "En Ucrania Oriental circula una broma macabra: si ves una cámara rusa, corre, significa que algo está a punto de suceder".
Algo similar sucede en Siria, donde ambos bandos han hecho un uso extensivo de la propaganda. Un influyente informe de los analistas Peter Pomerantsev y Michael Weiss destaca varios ejemplos de desinformación rusa en dicho conflicto: una masacre presuntamente cometida por los rebeldes sirios en Adra -que nunca tuvo lugar-, o vídeos en los que se ve a supuestos rebeldes sirios manipulando gas sarín (lo que les convertiría en los responsables de ataques químicos en Ghouta oriental, Damasco), pero que, al analizar la fecha de creación y aparición en Youtube, demuestran ser una fabricación.
Y a pesar de que el ejército rusa ha concentrado sus esfuerzos en apuntalar el régimen de Bashar al Asad, y su aviación ha castigado sobre todo posiciones de las fuerzas rebeldes que lo amenazaban, gran parte de la opinión pública internacional –empezando por el presidente Donald Trump- está convencida de que Moscú intervino en Siria “contra el Estado Islámico”. Poco importa que las evidencias digan otra cosa.