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'La batalla de los sexos': el legendario partido de tenis entre un hombre y una mujer
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'La batalla de los sexos': el legendario partido de tenis entre un hombre y una mujer

La película muestra tal dedicación a santificar a King como deportista, militante feminista y mujer que lidia con su sexualidad reprimida que resulta casi imposible empatizar con lo que le sucede

Foto: Emma Stone y Steve Carell son los protagonistas de 'La batalla de los sexos'. (Fox)
Emma Stone y Steve Carell son los protagonistas de 'La batalla de los sexos'. (Fox)

Resulta extraño que Hollywood haya tardado nada menos que 44 años en recrear el espectacular circo mediático que rodeó el evento hoy conocido como la 'batalla de los sexos': el legendario y estrafalario partido de exhibición que el 21 de septiembre de 1973 enfrentó a la por entonces número uno del tenis femenino, Billie Jean King, con el antiguo ganador de Wimbledon Bobby Riggs. Cierto que, considerado en términos estrictamente deportivos, el duelo fue un sopor. Sin embargo, nunca pretendió que fuera considerado así. Fue vendido como un enfrentamiento entre machismo y feminismo, y se convirtió en un algo parecido a un plebiscito sobre la legitimidad de las mujeres para practicar deportes de competición y, en general, sobre sus derechos sociales.

Los directores Jonathan Dayton y Valerie Faris ('Pequeña Miss Sunshine', 2006), en efecto, ponen el astracanesco enfrentamiento entre King y Riggs en paralelo con las luchas públicas de la tenista a principios de los setenta con el fin de equiparar el salario de las mujeres tenistas al de sus homólogos masculinos, que por entonces ganaban alrededor de ocho veces más. Con ese fin, junto a algunas de sus más destacadas compañeras de circuito, creó la actual Asociación de Tenis Femenino (WTA) y, así, allanó el camino para la paridad de género a la que el deporte sigue acercándose actualmente. Asimismo, por último, la película observa el conflicto interno que sufre King mientras empieza a asumir su homosexualidad a pesar de su matrimonio y de la homofobia imperante en la época.

El valor simbólico del evento, pues, es más que obvio. A diferencia de casi todas las películas deportivas, que tratan lo que sucede en el terreno de juego como metáfora de luchas de raza, clase, género o identidad nacional, la batalla que 'La batalla de los sexos' representa está ahí, en primer plano. No hay metáfora. Dicho de otro modo, no habría hecho ninguna falta que Dayton y Faris se mostraran tan toscamente explícitos manejando un mensaje —un mensaje de vigencia incuestionable en una sociedad como la nuestra, en donde la misoginia permanece institucionalizada— que prácticamente se transmite solo.

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Lo mejor que puede decirse de 'La batalla de los sexos', pues, es la atención al detalle con la que emula la estética y las texturas del cine, la televisión y la moda de la época. El problema es que también a nivel dramático hace gala de una meticulosidad calculada y aséptica. Todo lo que se hace y se dice está en su sitio, y por eso resulta tan olvidable. Los personajes nunca pierden los nervios ni se sienten particularmente mal, como haría la gente real.

placeholder Otra imagen de 'La batalla de los sexos'. (Fox)
Otra imagen de 'La batalla de los sexos'. (Fox)

Asimismo, la película muestra tal dedicación a santificar a King como deportista, militante feminista y mujer que lidia con su sexualidad reprimida que resulta casi imposible empatizar con lo que le sucede. Escenas que deberían estar cargadas de emotividad, como el despertar carnal que la tenista experimenta con su peluquera y la consiguiente confrontación con su marido, acaban resultando estériles a causa del empeño de Dayton y Faris por blanquear el comportamiento de su heroína. Y las ansiedades e inseguridades de que la actriz Emma Stone trata de dotar a King a medida que el partido se acerca se ven anuladas por la insistencia del guion en la infalibilidad del personaje. Sabemos de antemano que va a ganar no solo porque de otro modo no se habría hecho una película sobre ello sino, sobre todo, porque todo cuanto sucede en pantalla hasta el momento del partido —de la torpeza y la falta de energía con la que este es recreado, mejor no hablamos— lo deja claro de antemano.

placeholder Otra imagen de 'La batalla de los sexos'. (Fox)
Otra imagen de 'La batalla de los sexos'. (Fox)

En cambio, 'La batalla de los sexos' no muestra un ápice de esa seguridad a la hora de trazar a su antagonista, todo lo contrario. Parece claro que Dayton y Faris intentan que simpaticemos con él, y por eso lo retratan como un bufón inofensivo que se mueve esencialmente por la búsqueda de cierta publicidad y, sobre todo, de dólares con los que financiar su galopante ludopatía. Pero es de suponer que cualquiera que se preste a explotar una actitud repulsiva en público de forma tácita la está defendiendo, y esa es una complicación que el esquemático perfil ofrecido por la película no se toma molestia alguna en contemplar. De hecho, en última instancia, Riggs funciona como mero secundario en la historia de King.

placeholder Cartel de 'La batalla de los sexos'.
Cartel de 'La batalla de los sexos'.

Tampoco ayuda, por último, la serie de toscas estrategias dramáticas a que los directores recurren, como convertir al promotor tenístico Jack Kramer, uno de los mandamases de ese deporte de la época, en algo parecido a un villano de Bond, o la predilección que el guion muestra por hacer que los personajes expliquen una y otra vez no solo sus acciones y motivaciones sino los temas mismos de la película. Cualquiera de los vídeos conmemorativos del partido o de las entrevistas con King que aloja YouTube son mucho más esclarecedores y menos insípidos que esta película, y no tratan de insultar nuestra inteligencia de forma tan obvia.

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Resulta extraño que Hollywood haya tardado nada menos que 44 años en recrear el espectacular circo mediático que rodeó el evento hoy conocido como la 'batalla de los sexos': el legendario y estrafalario partido de exhibición que el 21 de septiembre de 1973 enfrentó a la por entonces número uno del tenis femenino, Billie Jean King, con el antiguo ganador de Wimbledon Bobby Riggs. Cierto que, considerado en términos estrictamente deportivos, el duelo fue un sopor. Sin embargo, nunca pretendió que fuera considerado así. Fue vendido como un enfrentamiento entre machismo y feminismo, y se convirtió en un algo parecido a un plebiscito sobre la legitimidad de las mujeres para practicar deportes de competición y, en general, sobre sus derechos sociales.

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