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¿Si vives en un chalet significa que eres rico y de derechas? La respuesta es sí
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Fernando Caballero Mendizabal

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¿Si vives en un chalet significa que eres rico y de derechas? La respuesta es sí

Si existen casas, coches, hospitales y colegios exclusivos se debe precisamente a que mantienen unas barreras de entrada lo suficientemente altas como para que no todo el mundo pueda cruzarlas

Foto: Conjunto de chalés adosados en Las Rozas, Madrid. (Javier Bocanegra)
Conjunto de chalés adosados en Las Rozas, Madrid. (Javier Bocanegra)
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El túnel del Cadí une desde 1984 la comarca de la Cerdanya en el Pirineo catalán con Barcelona y quienes lo cruzan deben pagar trece euros por trayecto en la garita de peaje para llegar a Puigcerdá, uno de los municipios —junto con toda la comarca— que más crecimiento urbano ha experimentado en los últimos años en Cataluña. Mucha gente de Barcelona tiene una segunda residencia en este pueblo, o mejor dicho, mucha gente empadronada en Puigcerdá tiene una "segunda" residencia en Barcelona. La mayoría de ellos en la zona alta. Desde que se abrió el túnel, el valle se ha llenado de urbanizaciones de lujo, con elegantes casas de piedra, madera y pizarra que imitan la arquitectura tradicional del Pirineo. Junto a ellas, se han construido dos campos de golf, un pequeño aeropuerto para aviación privada y las estaciones de esquí de Molina y Masella. Tiene sentido que tantos barceloneses con pasta hagan la triquiñuela de empadronarse en Puigcerdá. A fin de cuentas, a los residentes les sale gratis los casi treinta euros de ida y vuelta cruzando el túnel y los forfaits de las estaciones.

Los cayennes, X5 y volvos que llegan los viernes a sus "residencias habituales" no pagan la barrera de entrada que supone llegar hasta allí. Un lugar donde no se construye vivienda protegida y donde la subida de los precios está haciendo que muchos habitantes, estos sí habituales, busquen casa en pueblos más allá de la frontera francesa.

Puigcerdá, donde Junts gobierna con nueve concejales, seguido por Esquerra con tres y el Partido Popular con uno, es un ejemplo, quizá el más extremo, de lo que comienza a ocurrir en muchos lugares que se están convirtiendo en "refugios climáticos" para las clases altas de las ciudades globales. Gente que puede teletrabajar tranquilamente junto a la bucólica chimenea o desde la terraza de casa, mientras pasa parte del verano en zonas caras, no masificadas y con temperaturas muy agradables. Un metaparaíso separatista y un intento de emular las ciudades-estaciones de Aspen o Breckenridge en Colorado, donde la especulación inmobiliaria creó un nuevo paraíso en la naturaleza, perfectamente separado de los problemas de la gran ciudad.

Esto es, en líneas generales lo que permite la vida suburbana, los chalets. Independizarte del resto del mundo y tener una vida cómoda con un trocito de campo para ti solo. Este modelo escapista tiene sus orígenes en Walden Henry David Thoreau a mediados del siglo XIX, justo cuando las primeras chimeneas de las fábricas empezaban a asomar sobre los tejados de Nueva Inglaterra. Desde entonces, conforme iban creciendo las ciudades, la vida suburbana se fue tornando en el ideal emancipatorio tanto de las clases altas como del naciente movimiento obrero. Una imitación de la vida rural al alcance del coche que, junto a este, se convirtió en el símbolo del American way of life.

placeholder Casas en Puigcerdá en 2017. (Nicolas Vigier)
Casas en Puigcerdá en 2017. (Nicolas Vigier)

Con el tiempo las ciudades mutaron. Y la ciudad suburbana produjo otras necesidades como la construcción de autopistas que canalizasen el enorme flujo de automóviles que se requería. Aparecieron también los centros comerciales, donde se centralizaba de forma funcional el mercado de ocio y compras que antes ocurría en el centro de las ciudades.

Sin embargo, hoy conocemos los efectos sociales que ha producido este tipo de urbanismo de baja densidad. El uso extensivo del suelo, donde solo se construye una vivienda por parcela y no un edificio de apartamentos aumenta considerablemente su valor. A su vez, esto hace que necesitemos desplegar muchísimos más metros de carretera, cables, tuberías, etc… para el mismo número de habitantes que ocuparían un par de manzanas del centro de una ciudad. Donde además cualquier recado puede hacerse a la vuelta de la esquina y no tener que coger siempre el coche. Evidentemente, esto tiene un impacto medioambiental considerable. Por último está la cuestión de la segregación social. Las fronteras urbanas en zonas de alta densidad son menos acusadas que en aquellos territorios infestados de chalets. Y dado que no hay mezcla de usos porque todo son casitas privadas, no hay ninguna necesidad de ir a esas zonas si no vives o tienes conocidos allí.

placeholder Vista aérea de Rivas Vaciamadrid. (Landsat/Copernicus)
Vista aérea de Rivas Vaciamadrid. (Landsat/Copernicus)

Las comunidades de chalets son extensiones enormes de territorio donde vive gente con perfiles socioeconómicos tremendamente homogéneos. Yo no vivo ni en la Castellana, ni en el Barrio de Salamanca, ni en Usera, pero es posible que pase por allí varias veces al año, ya sea para ir a algún restaurante chino, a un partido de fútbol o para ver una exposición. Esos sitios son claramente de todos.

Lo interesante es que en España, donde en general el chalet sigue siendo una tipología cara y no tan generalizada como en otros países como Francia o Alemania, este tipo de urbanizaciones se asociaron durante décadas como las zonas residenciales de las clases acomodadas y con sus segundas residencias en la costa.

Sin embargo, esto cambió durante el boom inmobiliario. El acceso a financiación por parte de la clase media permitió el pago en diferido de las versiones más baratas de estos modelos: "los adosados". Las barreras de entrada parecían ser cada vez más bajas. Este es un tema sobradamente conocido, que hemos tratado en muchos artículos y que en 2021 Jorge Dioni López consiguió elevar a categoría con La España de las piscinas. La tesis fundamental es que el urbanismo influye en el comportamiento de las personas, en sus intereses y por tanto condiciona su ideología. Y cuanto más baja sea la densidad, cuanto más separada esté la gente tras los cuatro muros de SU jardín, mayor será su individualismo y por tanto la aceptación que tengan a los parámetros mentales de la derecha.

En las afueras de Madrid hay dos ciudades de chalets que también se plantearon como espacios de emancipación para la clase media. Una de ellas es Arroyomolinos. Una ciudad que en el año 2000 tenía menos de 4.000 y ahora tiene 33.000. Allí llegaron muchas familias jóvenes, asalariados, autónomos y pequeños empresarios con la aspiración de realizarse en un entorno tranquilo, próximo a la gran ciudad, pero a un paso del campo y del río Guadarrama. Ese sueño de libertad que hasta una generación antes solo podían permitirse los ricos de Pozuelo, Majadahonda, Torrelodones, Las Rozas, El Escorial o Galapagar. En los años 90, el PSOE aprobó un nuevo desarrollo en forma de ciudad jardín. Treinta años después y una crisis que obligó a muchos de sus habitantes a comer lentejas durante años para pagar el crédito dio como resultado que allí arrasase la derecha.

En los años 90, el PSOE aprobó un nuevo desarrollo en forma de ciudad jardín, el resultado fue que arrasó la derecha

La otra es Rivas-Vaciamadrid, una ciudad dormitorio construida de la nada sobre zonas de áridos al sureste de la ciudad. El suelo allí era muy barato y en los años ochenta un grupo de 15.000 cooperativistas vinculados a Comisiones Obreras, muchos de ellos funcionarios, pusieron en marcha "Covibar". Una promoción privada que fue el germen de la actual ciudad. Hoy viven allí más de 100.000 habitantes y es desde entonces el gran feudo de Izquierda Unida en la Comunidad de Madrid. Rivas es una gran paradoja. Un enorme mar de chalets, con piscinas y urbanizaciones, centros comerciales y algunos nuevos desarrollos construídos bajo el modelo PAU que la izquierda tanto ha criticado.

Cierto es que el ayuntamiento como Covibar ha dedicado muchos recursos en abrir locales y servicios públicos. Pero también que, con los años, el tejido social tan ideologizado va menguando. Conforme van llegando nuevos habitantes, conforme deja de ser un lugar con un perfil social homogéneo y segregado, el aspiracionismo liberal empieza a escalar concejales en su ayuntamiento.

Durante décadas, en la ciudad con el urbanismo más neoliberal de la Comunidad de Madrid no ha operado el neoliberalismo. O al menos no a nivel de siglas políticas. La razón parece evidente: la mayoría de sus habitantes pertenecen a la clase media acomodada, con sueldos fijos en la administración. Lo que les permitió aspirar a la vida que salía en las películas y pagar sus créditos sin problemas. A su manera, en Rivas, como en Pozuelo o Puigcerdá siempre hubo una barrera de entrada: El sueldo de por vida. Lo que ocurre es que sus vecinos tienen la capacidad de disociar su ideología de su bolsillo. Un privilegio que no es tan habitual en lugares como Arroyomolinos.

Rivas es una ciudad que un marxista describiría como ejemplo del urbanismo segregador, contaminante y neoliberal

Es común la crítica desde la derecha a ciertos comportamientos sociales asociados con las clases acomodadas cuando son practicados por gente que es abiertamente de izquierdas. ¿Por qué no van ellos a poder vivir así? ¿Acaso solo la gente de derechas puede comprarse un chalet, tener un Mercedes, un seguro de Sanitas y llevar a sus hijos a un colegio privado? Pues quizás me equivoque y espero que me perdone la pullita algún que otro amigo pero cada vez estoy más convencido de que sí. Porque si existen casas, coches, hospitales y colegios exclusivos se debe precisamente a que mantienen unas barreras de entrada lo suficientemente altas como para que no todo el mundo pueda cruzarlas. Y quienes participan de ello, están colaborando en mantener altas esas barreras. De hecho, si Ayuso arrasa en Madrid, no es por salir a tomar cañas, sino porque, en buena medida, su propuesta consiste en mantener esas barreras pero sin que cueste demasiado saltarlas. En Madrid no hay un túnel con peaje ni una montaña que separe y esconda a los verdaderamente ricos de los demás.

Existe por tanto una enorme contradicción. La misma que se visualiza en esa suerte de Kansas City a la madrileña que es Rivas. Una ciudad que cualquier geógrafo marxista describiría como ejemplo canónico del urbanismo segregador, contaminante y neoliberal. Un lugar pensado para el coche, donde muchas calles y avenidas tienen nombres como Dolores Ibárruri, Pablo Iglesias, Federica Montseny o Manuel Azaña.

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Pero ya saben el refrán: "Si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato". Y es que quizá sea precisamente ese, uno de los más graves problemas de la izquierda de nuestro tiempo: aspirar a ser de izquierdas mientras se critica (desde arriba) el aspiracionismo de quienes solo buscan prosperar.

Lo que vemos en el urbanismo de Rivas es una izquierda sin un proyecto alternativo de ciudad, que es lo mismo que decir de vida en común. Una izquierda sin sustancia.

El túnel del Cadí une desde 1984 la comarca de la Cerdanya en el Pirineo catalán con Barcelona y quienes lo cruzan deben pagar trece euros por trayecto en la garita de peaje para llegar a Puigcerdá, uno de los municipios —junto con toda la comarca— que más crecimiento urbano ha experimentado en los últimos años en Cataluña. Mucha gente de Barcelona tiene una segunda residencia en este pueblo, o mejor dicho, mucha gente empadronada en Puigcerdá tiene una "segunda" residencia en Barcelona. La mayoría de ellos en la zona alta. Desde que se abrió el túnel, el valle se ha llenado de urbanizaciones de lujo, con elegantes casas de piedra, madera y pizarra que imitan la arquitectura tradicional del Pirineo. Junto a ellas, se han construido dos campos de golf, un pequeño aeropuerto para aviación privada y las estaciones de esquí de Molina y Masella. Tiene sentido que tantos barceloneses con pasta hagan la triquiñuela de empadronarse en Puigcerdá. A fin de cuentas, a los residentes les sale gratis los casi treinta euros de ida y vuelta cruzando el túnel y los forfaits de las estaciones.

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