Arquitectura & Diseño

Los últimos ‘waldenitas’

Por José Ariza de la Cruz

Ricardo Bofill

En la resaca de Mayo del 68, el Taller de Arquitectura, encabezado por Ricardo Bofill, alumbró un edificio que buscaba dar cobijo residencial a formas de cohabitación distintas a la vez que fomentar la relación entre vecinos. El resultado fue Walden 7, una enorme fortaleza en la que viven más de 1000 personas y que cuenta con insólitos espacios comunes y un entramado laberíntico que se inspira en las ciudades árabes. Medio siglo después, la alta rotación vecinal ha diluido su función de cohesionador social.

¿Puede el diseño arquitectónico condicionar nuestro comportamiento, cómo nos relacionamos o cómo pensamos? La idea que subyacente a esta poderosa pregunta ha influido durante siglos la manera en cómo construimos el espacio que habitamos. Un ejemplo paradigmático es el panóptico creado por Jeremy Bentham en el siglo XVIII. Su diseño, pensado inicialmente para las cárceles, permitía a quien vigilaba observar a los presos sin que estos supiesen si en ese momento estaban siendo o no vigilados. Esto generaba una sensación de observación perpetua en las personas encerradas con el objetivo de inducirlas a un comportamiento deseable para la institución de forma permanente.

Otra tradición de pensamiento derivada de la pregunta inicial tiene que ver con algo sobre lo que la sociología lleva reflexionando desde su existencia: la relación entre el individuo y la comunidad.

La disciplina arquitectónica no ha sido ajena a ella y en muchas ocasiones a lo largo de la historia ha tratado de ser partícipe e influir en esta relación.

El Walden 7 construido en la localidad catalana de Sant Just Desvern y finalizado en 1975, es un gran ejemplo de ello. Es un enorme edificio en el que viven aproximadamente unas mil personas hoy en día y cuya apariencia externa es difícil de describir. En él se condensan muy diversas tradiciones arquitectónicas.

Ricardo Bofill © Getty Images

Fue ideado por el Taller de Arquitectura, un estudio fundado por Ricardo Bofill en 1963 y que reunió a personas de disciplinas muy diversas, como la filosofía, la sociología o la poesía. Su hermana Anna Bofill, que formó parte del grupo, todavía vive en el edificio y fue una de sus principales artífices, aunque no siempre ha tenido el debido reconocimiento por ello. Merece la pena escuchar una entrevista reciente que le hace Nuria Moliner en Animals arquitectes sobre las causas de ello.

Surgió como un proyecto de vivienda social con una importante reflexión detrás sobre el modo de vida de la clase obrera. Y es que el espacio construido no solo influye en cómo nos comportamos, nos relacionamos o pensamos. Este, a su vez, es fruto del pensamiento, la cultura o las relaciones económicas de la sociedad donde surge.

Las viviendas se componen de módulos de 30m2 que se pueden combinar de forma vertical u horizontal -la mayoría son dúplexs-, para así ajustarse a las necesidades de sus vecinos

El contexto en el que nace, comienzos de la década de 1970 -aunque las ideas en las que se basa comienzan a gestarse en los 60-, es un momento en el que la sociedad civil se está empezando a organizar contra el régimen franquista. En el que está brotando una incipiente efervescencia social, con nuevas formas de entender el mundo, nuevas formas de convivencia, nuevas formas de relacionarse, nuevos horizontes políticos. Todo ello influido por lo sucedido en Francia, y en muchos otros países, en Mayo del 68.

El movimiento tectónico que se estaba dando en el pensamiento colectivo internacional, y que llegaba con mayores dificultades a una España bajo un régimen dictatorial, tendría una de sus formas materiales en el Walden 7.

Fruto de este contexto histórico y político, uno de sus objetivos reconocidos era ser capaz de dar respuesta residencial a formas de cohabitación distintas a la familia nuclear tradicional. Por ello, las viviendas se componen de módulos de 30m2 que se pueden combinar de forma vertical u horizontal -la mayoría son dúplex-, para así ajustarse a las necesidades de espacio de los diferentes tipos de hogar.

Otro propósito declarado del edificio, del que surge la pregunta que abre este artículo, era fomentar las relaciones vecinales para llevar a cabo una vida en comunidad. De hecho, el propio nombre lleva consigo esta impronta -que en cierto modo, opera como profecía autocumplida-. Viene dado por los libros Walden de Henry David Thoreau, escrito en 1854, y Walden Dos: hacia una sociedad científicamente construida escrito en Burrhus Frederic Skinner en 1948, cuyo título hace referencia al primero. En este libro, el autor narra a través de la ciencia ficción la vida en una comunidad con una convivencia virtuosa gracias al uso de la ciencia de la conducta. En el libro llegó a haber cinco más, hasta llegar a Walden Seis, por lo que el Walden 7 sería la continuación en la vida real de estas comunidades ficticias.

Muralla Roja
Muralla Roja

Sin embargo, hay una diferencia clave entre el Walden 7 y sus predecesoras. Y es que las seis primeras estaban formadas por varios edificios con distintas funciones mientras la séptima, es un único edificio.

Y es que tras el Walden 7 está la teoría de la ciudad en el espacio, la cual se intentó desarrollar previamente en Madrid, concretamente en Moratalaz, pero Carlos Arias Navarro -alcalde por aquella época-, lo impidió. Su trasfondo era crear una comunidad vertical, de manera que hubiera importantes lazos sociales entre el vecindario y que dentro del propio edificio se pudieran satisfacer la mayoría de necesidades vitales.

Dentro del laberinto

El Taller de Arquitectura se sirvió de numerosos elementos del diseño para llevarla a cabo y tratar de fomentar una vida comunitaria en el Walden 7.

Cuando subes a la planta superior la primera sensación es de estar en un laberinto de varios niveles. Líneas y curvas se combinan para formar figuras cuyo conjunto es de una enorme complejidad. Puedes andar y perderte. Puedes sorprenderte en cada giro de esquina. De hecho, una de sus principales influencias es la casba, es decir, la ciudad árabe tradicional.

Aunque lo más impresionante, es cuando observas desde arriba sus patios, con sus calles y puentes colgantes, y descubres la enormidad en la que te encuentras. Y es que, desde ahí, eres consciente, desde cualquier piso, de que cada vivienda forma parte de un todo. Este es probablemente uno de los elementos del diseño con mayor capacidad para generar una identidad colectiva propia en el edificio y contribuir a la generación de lazos vecinales.

Los espacios intermedios, no obstante, es donde se ha de materializar la interacción entre sus habitantes. El edificio juega con la relación entre lo público y lo privado de una manera muy particular. Hay determinados lugares cuya forma y función cabría esperar que estuvieran dentro de las viviendas. Pero no, son comunitarios. Por ejemplo las terrazas, con sus sillas, que ofrecen una preciosa vista de Sant Just Desvern. O los rincones llenos de plantas que te llevan a preguntarte si sin querer te has metido en una casa ajena. Diseñar es jugar con los límites. Y aquí los límites construyen unos espacios concretos, intermedios, que facilitan el conocimiento del resto de habitantes. Generan la posibilidad de encuentro.

A ello se le suman otros espacios comunes tales como dos piscinas, pistas de ping-pong o una biblioteca donde las personas dejan y recogen libros de manera autogestionada. También comerciales, pues cuenta con peluquería, restaurante o lavandería -la ciudad en el espacio requiere satisfacer las necesidades básicas-.

Un edificio con autoconsciente

¿Logran todos estos elementos arquitectónicos la comunidad deseada en su construcción? La respuesta a un vecino sobre esta pregunta fue la siguiente: “No podría afirmar eso de forma categórica. Las personas propietarias, sobre todo quien vive aquí desde el principio, sí. Las personas que viven en alquiler, no lo tengo tan claro”.

Claro, el tejido social no solo depende del escenario físico donde se desarrolla, también su escenario temporal. En un momento donde cada vez más personas viven en alquiler ante las dificultades de comprar una vivienda y donde los precios no paran de crecer, la rotación residencial dificulta las relaciones vecinales duraderas. La propia Anna Bofill, en una entrevista en Vogue, reconoce cierta decadencia de las actividades comunitarias en los últimos años.

Sin embargo, es evidente que residir en el Walden no es residir en un edificio cualquiera. Sin ir más lejos, un mural pintado en el Taller de Arquitectura -que está pegado-, celebraba los 50 años de su inicio. Un edificio que celebra su aniversario es un edificio con autoconciencia, que, como no puede ser de otra forma, es la autoconciencia de quien lo habita. De hecho, sus residentes cuentan con un nombre propio, los waldenitas, lo que refleja una identidad colectiva propia.

¿Qué edificio da nombre a sus residentes, pero también es capaz de comprometerles a donar un 0,7% del presupuesto a ayuda al desarrollo o mantener una fiesta anual durante medio siglo?

Ricardo Bofill © Getty Images

Es evidente que el Walden 7, es un edificio excepcional, fruto de un contexto político muy específico y de constelaciones de ideas a priori muy lejanas entre sí. Como evidencia Raquel Álvarez Arce/ en su tesis doctoral sobre el edificio, sus influencias arquitectónicas son muy diversas, tanto vernáculas como modernas. Desde el modernismo catalán hasta las ciudades árabes, pasando por lo que estaba sucediendo en la escena internacional en el momento de su construcción. Y es que, aunque no reconocido de forma explícita, pues Ricardo Bofill es crítico con su obra, las ideas de Le Corbusier también quedan plasmadas. Especialmente las desarrolladas en sus Unidades de habitación, que también constituyen edificios aislados multifuncionales.

Su existencia nos enseña las dificultades del diseño físico a la hora de influir en las relaciones sociales que se dan en su interior, pues hay muchos otros factores que operan en ellas. Pero también sus enormes posibilidades, porque es evidente que la conciencia colectiva que se da en el Walden 7 es difícil de lograr en otros lugares. El espacio construido siempre nos interpela, nos condiciona al limitar o potenciar con quién nos relacionamos y con quién no. Pero no siempre de la manera en la que quiere quien lo idea, pues la vida social tiene infinitas posibilidades.