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'Socorro, vivo rodeado de ricos': tres fronteras invisibles en pleno Madrid
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'Socorro, vivo rodeado de ricos': tres fronteras invisibles en pleno Madrid

Aún resisten en Madrid varias colonias que se construyeron durante el franquismo y a las que la ciudad ha engullido hasta dejarlas prácticamente obsoletas

Foto: La colonia San Cristóbal, flanqueada por las Cuatro Torres (A.P.)
La colonia San Cristóbal, flanqueada por las Cuatro Torres (A.P.)

"Vivir aquí... vivir aquí era lo más", lamenta Eusebio Casado, uno de los últimos de San Cristóbal. "Aquí teníamos un estadio, un centro médico, piscinas, colegios... todo lo que uno pudiera necesitar. Ahora nos quedan una farmacia y una parroquia, porque por no tener no tengo ni luz natural en casa. Antes miraba a la sierra por la mañana desde mi ventana, pero ahora me tapan el sol esos mamotretos que han construido", dice refiriéndose al complejo de las Cuatro Torres, al norte de la ciudad de Madrid.

Casado reside en una peculiaridad urbana. Entre su casa y las Cuatro Torres apenas hay cien metros, pero son mundos distintos. Su barrio, la colonia de San Cristóbal, es una aldea irreductible al frenesí inmobiliario de la Castellana. A finales de los cincuenta, cuando se construyeron estas 800 viviendas para empleados de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), la colonia superaba, con mucho, los estándares de vida en la ciudad. "Se mudaron cientos de familias jóvenes de golpe a estas casas. Revisores, conductores, mecánicos de autobuses.... tenían las cocheras a 50 metros de casa y un montón de servicios en las instalaciones de la EMT", recuerda Casado, vecino desde 1986 y casado con la hija de un extrabajador del autobús.

San Cristóbal prosperó a lo largo de los años sesenta y setenta hasta convertirse en un pueblo autónomo. Los jóvenes trabajadores empezaron a tener hijos y el barrio se llenó de savia nueva. Se celebraban misas en la calle, fiestas multiculturales (porque cada uno venía de una zona de España) y hasta una procesión los días que había comuniones. Era un barrio feliz. Tanto es así que, con el paso de los años, los 25 bloques de San Cristóbal pasaron a ser conocidos como "la Moraleja de los pobres".

placeholder San Cristóbal en los años 50, con el tranvía haciendo el trazado de Castellana (Urbancidades)
San Cristóbal en los años 50, con el tranvía haciendo el trazado de Castellana (Urbancidades)
placeholder El campo de fútbol de la EMT en los años 60 (Urbancidades)
El campo de fútbol de la EMT en los años 60 (Urbancidades)
placeholder Curso de natación en San Cristóbal, años 60 (Urbancidades)
Curso de natación en San Cristóbal, años 60 (Urbancidades)

Pero pasaron los años, la ciudad se fue expandiendo hacia el norte y las nuevas construcciones dejaron en evidencia los patios aporticados de Secundino Zuazo, diseñador también de la Casa de las Flores en Chamberí. La ciudad se tragó a San Cristóbal, aunque los vecinos lucharon contra la ballena inmobiliaria: primero contra DARSA, una promotora que quería sacar los pisos subvencionados a precio de mercado, después contra los Albertos por las Torres Kio y por último contra Florentino Pérez y sus cuatro torres. Solo tuvieron éxito la primera vez.

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Pedían, en las otras dos ocasiones, equipamientos para la zona. Zonas verdes, mejores accesos, un reasfaltado que no llegaba nunca. Que la ciudad no les dejase obsoletos, como finalmente sucedió. Hoy San Cristóbal es un barrio fantasma, un escenario cinematográfico del Madrid de los 60 donde convive el antiguo logo de Pepsi, en el único bar, con el nuevo de KPMG, cuya torre es visible desde cualquier punto del barrio. Los trabajadores se jubilaron y la mayoría de sus hijos se fueron del barrio. El mercado solo abre unas hizo honor a su nombre y en las instalaciones de la EMT pronto se construirá parte de la Operación Chamartín. Hasta para hacer la compra del día hay que coger el coche.

A resultas, como muestra el mapa de rentas inferior, San Cristóbal se ha convertido en una isla: mientras sus habitantes ganan menos de 21.000 euros al año por hogar, sus vecinos de distrito casi triplican sus ingresos. El paraíso de los sesenta es un infierno del siglo XXI: "Faltan servicios, tenemos problemas con los niveles freáticos en el barrio y la mayoría de las casas tienen humedades", denuncia Eusebio Casado, "y además sufrimos una enorme contaminación acústica y medioambiental por los coches. Cada mañana y cada noche el barrio se atasca, porque hay mucha gente que busca caminos alternativos a Castellana. La gente se va. La situación del barrio es crítica", dice el vecino.

placeholder Mapa de renta de Madrid, en escala de intensidades de rojo (más pobre) y azul (más rico) (A.P.)
Mapa de renta de Madrid, en escala de intensidades de rojo (más pobre) y azul (más rico) (A.P.)

"Lo peor de todo es que los vecinos ya casi ni nos conocemos", dice Jorge Dompablo Bernaldo de Quirós, el párroco de la colonia. "Ahora llegan empresas, compran una casa, la reforman y piden 1.200 euros de alquiler. ¿Por qué? Porque la zona es muy buena, pero después se dan cuenta de que estas casas son muy pequeñas, de 60 metros cuadrados, y que los tabiques son de papel, se oye todo lo que dicen los vecinos. Entonces la gente pasa poco tiempo, se va y dejan los pisos vacíos. Muchos están solo unos meses, son trabajadores de Repsol o de las Cuatro Torres, y no se mezclan con el barrio", dice el párroco.

La pequeña parroquia del padre Jorge, presidida por una pila bautismal forjada con los hierros de un viejo autobús de la EMT y el cristo que tenían en las cocheras, es un museo de la época dorada de San Cristóbal. Siguiendo la estela del padre Benito, histórico párroco de San Cristóbal, Jorge se esfuerza por aglutinar la comunidad de nuevo. Un día de invierno se encontró a una familia celebrando un cumpleaños en plena calle y decidió alquilar el local de Falange Española en el barrio. Y allí se celebran ahora todos los eventos de San Cristóbal aunque, reconoce el párroco, pocas veces consigue juntar a más de cincuenta vecinos.

placeholder Jorge Dompablo Bernaldo de Quirós, párroco en San Cristóbal (A.P.)
Jorge Dompablo Bernaldo de Quirós, párroco en San Cristóbal (A.P.)

La gran zanja

En Madrid, la frontera más notable en términos de renta la marca la M-30. Separa zonas ricas como Pacífico, Centro o Mirasierra de otras más humildes como Vallecas, Usera o El Pilar. Sin embargo, en ningún tramo la comparación es tan salvaje como en la pasarela del kilómetro 7.

A un lado el barrio de La Estrella, distrito Retiro a la sombra del Pirulí, formado en un 80% por vecinos con estudios superiores que generan unos ingresos medios por hogar de más de 57.190 euros. Sus casas, construidas sobre las imponentes lomas del parque de Roma, tienen piscina, garaje y cuestan casi un millón de euros.

Al otro lado, apenas cien metros, las urbanizaciones de El Ruedo y La Herradura, distrito Moratalaz, levantadas en 1991 para reubicar a la población marginal del Pozo del Huevo o cómo se metió a todo un poblado chabolista dentro de una gigantesca mole de ladrillo diseñada por Saénz de Oiza, autor también de las más afortunadas Torresblancas. Las 300 familias de El Ruedo ingresan menos de 15.000 euros al año y sufren una tasa de analfabetismo del 8%, una de las tasas más altas de la ciudad. Sus pisos, simplemente, no suelen salir a la venta.

placeholder Imagen panorámica desde la pasarela de la M-30: a la izquierda Estrella, a la derecha El Ruedo (A.P)
Imagen panorámica desde la pasarela de la M-30: a la izquierda Estrella, a la derecha El Ruedo (A.P)

Basta mirar a los niños para percibir las diferencias. En Estrella, decenas de ellos, vestidos de 'boy scout', están sentados en el césped del parque Roma. La monitora les grita: "¡Atención! ¡Os voy a decir cuál es el siguiente reto!". Todos se levantan. "¡Recoger todas las hojas de los caminos del parque! ¡Gana el equipo que más traiga!" dice, mientras una horda de prepúberes se lanza a adecentar un parque ya de por si impoluto.

Al otro lado, en el centro de El Ruedo, donde nadie entra sin un buen motivo, un niño de seis años está limpiando su bicicleta en una fuente. Al pasar por su altura, se dirige al reportero:

- Eh, tú, no hagas fotos. Aquí no se pueden hacer fotos, te inflan mis amigos si te ven.
- No fotografío a gente, sino al edificio.
- ¿Qué gente? ¿Qué es "gente"?
- Personas. Digo que estoy haciendo fotografías de las paredes.
- Ni paredes ni "gente", aquí no se hacen fotos, coño. Largo de aquí que como te vean... aquí muchos somos boxeadores.

placeholder Interior de El Ruedo (A.P.)
Interior de El Ruedo (A.P.)

Aunque El Ruedo sigue siendo un lugar áspero para el curioso, los años de la heroína quedaron atrás y la delincuencia del barrio está en mínimos. No obstante, cuando en 2009 el ayuntamiento deslizó la idea de montar una pasarela entre los dos mundos, los vecinos ricos se echaron a la calle. Unas 3.000 personas salieron en varias manifestaciones contra una pasarela que, según ellos, traería al barrio "gitanos, droga y delincuencia". Incluso tres años después, a raíz de una oleada de robos en coches de la zona, algunos vecinos de Estrella intentaron forzar el cierre de la pasarela.

placeholder Mapa de renta de Madrid, en escala de intensidades de rojo (más pobre) y azul (más rico) (A.P.)
Mapa de renta de Madrid, en escala de intensidades de rojo (más pobre) y azul (más rico) (A.P.)

Han pasado diez años y el camino solo ha servido para ayudar a ambos barrios. Los de El Ruedo, y las viviendas aledañas de Media Legua, tienen ahora a tiro de piedra el Retiro y el hospital Gregorio Marañón, mientras que los vecinos de la Estrella lo aprovechan, principalmente, para comprar en el Alcampo de Moratalaz. "Este barrio ha sido y es un lujo asiático", dice Marisol, 73 años, viuda de un alto cargo del Banco de España y vecina de Estrella desde que se construyó. "Aquí no ha habido gitanos ni problemas con las drogas en ningún calle o parque. Como puedes ver, esto es un remanso de paz y naturaleza", dice señalando la exubuerante vegetación por todo el barrio. "Lo único, y ya tengo una carta preparada para el próximo alcalde, es que voy a pedir que limpien estas escaleras con agua a presión, porque aquí mucha gente tiene perritos de esos enanos que se van meando por todas las esquinas", concluye.

placeholder El Paseo de John Lennon, en el barrio de la Estrella (A.P.)
El Paseo de John Lennon, en el barrio de la Estrella (A.P.)

Diez kilómetros al este, justo entre el aeropuerto de Barajas y el Estadio Metropolitano, se encuentra la colonia de Fin de Semana, un ejemplo de barrio donde ricos y pobres tienen un largo historial de convivencia segregada. Solo aquí te puedes encontrar una pequeña industria quebrada, una casa baja de 50 metros cuadrados y un chalé de los que se estilan en Pozuelo compartiendo manzana. "Es que esta colonia nació como una zona de veraneo", dice Pepe Cabanillas, 64 años y vecino histórico de Fin de Semana. "Aquí venían en los años 30 los ricos de Madrid a pasar el fin de semana, gran parte de la alta sociedad tenía aquí casa. Se dice que los primeros eligieron la zona por la proximidad al río Jarama", dice.

Los adinerados vivían en Madrid, pero tenían al servicio allí todo el año. "Algunos de los que trabajaban en los chalés empezaron a comprarse parcelas, que estaban bastante bien de precio, y nos construimos nuestra propia casa, sin licencias ni nada", dice Cabanillas, historia viva del barrio. "Así que esto se llenó de casitas, a las que a veces se les caía el techo, y de chalets y unos cuantos negocios orientados al ocio, principalmente casas de citas, bares con zonas privadas... en los años 60 venían Manolo Manzanilla, Lola Flores y todo el artisteo a desfasar. Esto no era Madrid, aquí podían hacer cosas que eran impensables en la ciudad", sigue.

placeholder Pepe Cabanilles. A la izquierda, una fábrica de bolsos: a la derecha, una nueva promoción de chalets
Pepe Cabanilles. A la izquierda, una fábrica de bolsos: a la derecha, una nueva promoción de chalets

El franquismo hizo la vista gorda con los asentamientos ilegales pero, al calificar como rústico el suelo de Fin de Semana, abrió las puertas de la colonia a la industria ligera, acudió en masa por su cercanía al aeropuerto. Los vecinos compartían fachada con peleterías y talleres mecánicos, a menudo en calles embarradas y sin asfaltar. En 1956 se construyó al lado de Fin de Semana Ciudad Pegaso, la colonia de los trabajadores de la empresa de camiones, y con ella la prosperidad. Los nuevos vecinos no solo reactivaron los restaurantes de la colonia, sino que crearon sus propios negocios: "En los 60, algunos directivos de Pegaso vieron que la empresa empezaba a subcontratar la fabricación de varias piezas y montaron fábricas en Fin de Semana. Esto estaba lleno de talleres, fábricas y fresadores que hacían piezas para camiones. Durante varios años todo el mundo aquí tenía su trabajo y hacía horas en algún taller, nadie estaba parado", recuerda Cabanillas.

Los vecinos de Fin de Semana tardaron más de veinte años en que se legalizase la colonia

Fin de Semana crecía y a la vez lo hacía el problema de las viviendas ilegales. La negociación con el ayuntamiento se alargó durante más de veinte años. Fue Cabanillas y su inagotable activismo político quien legalizó la colonia, por entonces estimada en 600 propietarios: "No fue hasta 1987 que conseguimos que, con unas pequeñas reformas en casos concretos, que el Colegio de Arquitectos certificase estas casas y Tierno Galván diera luz verde", recuerda Cabanillas.

Hoy la mayor parte de las industrias se han marchado, las promotoras se rifan las parcelas y a los herederos les cuesta rechazar las ofertas. Desde arriba, Fin de Semana es un pueblecito a punto de ser devorado por un océano de chalets. Ahora esta pequeña colonia, a la que solo llega un autobús, el 77, y cuyo principal acceso es una rampa parcheada, se enfrenta a un nuevo problema: la masificación. A los vecinos que llegan con las nuevas promociones, y ya son 16.000 en todo el distrito, se suman los visitantes del centro comercial Plenilunio, los del estadio Metropolitano y, pronto, un complejo de Iberdrola con 600 plazas de aparcamiento. "No tenemos ni metro, estamos encajonados entre autopistas y el mayor centro comercial del mundo, y ahora tendremos que soportar un tráfico pesado por vías construidas en los años 30, a menudo por nosotros", concluye Cabanillas.

"Vivir aquí... vivir aquí era lo más", lamenta Eusebio Casado, uno de los últimos de San Cristóbal. "Aquí teníamos un estadio, un centro médico, piscinas, colegios... todo lo que uno pudiera necesitar. Ahora nos quedan una farmacia y una parroquia, porque por no tener no tengo ni luz natural en casa. Antes miraba a la sierra por la mañana desde mi ventana, pero ahora me tapan el sol esos mamotretos que han construido", dice refiriéndose al complejo de las Cuatro Torres, al norte de la ciudad de Madrid.

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