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"No se perdía una fiesta": el matarife de las SS perdonado por España porque escanciaba sidra
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"No se perdía una fiesta": el matarife de las SS perdonado por España porque escanciaba sidra

De entre todos los nazis instalados en la península tras la II Guerra Mundial, Auke Pattist fue el que menos se ocultó... y no le fue mal. Un documental revisa su agitado periplo asturiano

Foto: Bert Pattist. (Alamy/EC)
Bert Pattist. (Alamy/EC)
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"Nunca fallaba en las fiestas". Uno espera oír un comentario así sobre Chimo Bayo o sobre Pocholo Martínez-Bordiú, pero no sobre un teniente de las Waffen SS, Bert Pattist, que, en los años cincuenta, llegó a Asturias huyendo de varios países europeos y se hizo un hueco en la sociedad folclórica asturiana con sus aires de extranjero exótico.

De la borrosa raya que separa la persecución de judíos de la banalidad costumbrista habla un documental sobre Pattist, El amigo de todos, estrenado en Asturias, pero en más salas y plataformas los próximos meses. Dirige José Antonio Quirós, para el que este asunto es algo personal: Pattist era el misterioso extranjero que, cuando Quirós era un guaje, aparecía en moto en el bar de sus padres en la Asturias profunda. Cuando Quirós hizo la primera comunión, Pattist le regaló un tren de juguete. Evocador recuerdo infantil emborronado cuando, muchos años después, el realizador conoció las actividades de Pattist durante la II Guerra Mundial. Resumiendo: policía holandés enrolado en las SS tras la invasión nazi, Países Bajos le condenó luego a cadena perpetua por facilitar el traslado de judíos a los campos de exterminio.

De eso huía Pattist, del que diríamos que enterró su oscuro pasado bajo capas de tipismo astur, de no ser porque nunca se molestó demasiado en ocultar quién era. Figura singular, por tanto, entre los diversos oficiales nazis que usaron la España franquista como discreto santuario. A Pattist nunca le fue el perfil bajo. Animador e intérprete del Descenso del Sella, cuando empezaba a ser una masiva apoteosis del asturianismo achispado. Casado con una asturiana de una familia pintoresca de Ribadesella. Él abrió una academia de idiomas en Oviedo y ella una peluquería canina. Pattist era un "tertuliano más" en el Oviedo de los bares de artistas y periodistas, un "enamorado de Asturias" que "hacía vida completamente normal", cuentan personas que le trataron en el documental. "Cuando se pasaba de copas alardeaba de su ideología nazi, pero la gente lo tomaba a broma", añaden.

placeholder Quirós con su madre en una imagen del documental. (EC)
Quirós con su madre en una imagen del documental. (EC)

Al aflorar su pasado bélico, le apodaron, ejem, "el nazi que echaba sidra". La tensión entre lo primero —el Tercer Reich— y lo segundo —la campechanía de chigre— se acabó resolviendo en favor de la sidra tras un embrollo judicial. En 1979, Países Bajos pidió su extradición. En una entrevista a José Ramón Patterson en el diario Asturias, Pattist dijo que la extradición le parecía una broma y negó ser un criminal de guerra, pero reafirmó su fe en el nacionalsocialismo y dejó titulares para la historia: "Los judíos no me gustan mucho. Es el pueblo más racista del mundo". "Hitler tenía muy buenas ideas. Pero al final, como se dice en español, se pasó de rosca". El Führer se pasó de frenada, sin duda un titular heterodoxo para lo que fue el siglo XX.

Aunque el franquismo ya había muerto en la cama, España se puso de perfil con Pattist. La policía alegaba que estaba en paradero desconocido, aunque sus rutinas en sidrerías eran conocidas en Oviedo. Siguió viviendo tranquilo. Trabajó de traductor en la sede asturiana del Mundial 82 (recuerden el escandaloso apaño entre Austria y Alemania en El Molinón). En 1983, Interviú volvió a ponerle en el disparadero: "El terror de Drenthe vive en Oviedo". Interpol presionó y la Audiencia Nacional relanzó la extradición. Le detuvieron.

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Para entonces, como cuenta Patterson en el documental, los asturianos ya le consideraban "uno de los nuestros", y algo de loca razón tenían: Pattist tenía cinco hijos asturianos y la nacionalidad española. Su imagen “dicharachera" era más fuerte que su pasado.

En mayo de 1983, tras varias maniobras hábiles de su abogado, la Audiencia Nacional desistió de extraditarle. Volvió a ser un hombre libre y regresó al perfil alto: directo al programa de José María Íñigo en TVE, en una de las entrevistas más extrañas de la historia de la tele en España, con el ex teniente de las Waffen SS agradeciendo a todos los asturianos "el cariño recibido" y el público del programa ovacionándole.

Ni el célebre cazanazis Simon Wiesenthal, que pidió la extradición al Gobierno Aznar en los noventa, pudo acabar con el dulce exilio asturiano de Pattist. Murió en 2001, a los 80 años, en un hospital de Langreo.

El trenecito

“En El amigo de todos me planteé qué hubiéramos hecho nosotros hoy con Pattist; también, que hubiéramos hecho nosotros de ser Pattist”, cuenta el director del documental. .

Hablamos con el director José Antonio Quirós (Pídele cuentas al rey, Gran Casal) sobre las colisiones entre nazismo y campechanía, pasado y presente.

PREGUNTA. ¿Qué sintió cuando supo que el extranjero mitificado de su infancia era un criminal de guerra nazi?

RESPUESTA. Fue un proceso extraño porque los recuerdos pesan. La presencia de ese cliente peculiar —que entraba en el restaurante de mis padres hablando en alemán y neerlandés— aún se mantenía poderosa en mi memoria. Pattist llegaba a las minas como intérprete de los ingenieros extranjeros. Trataba de sorprender constantemente, invitaba a todo el mundo e incluso daba propinas. Durante la pandemia, al descubrir quién era realmente, tuve la sensación de no querer asumir lo que había descubierto. Me puse a investigar. La situación tenía cierto paralelismo con otra experiencia pasada: muchos años después de dejar el internado, nos convocaron a los antiguos alumnos a un aniversario. La mayoría no acudió porque no quería enfrentarse a viejos demonios. Para mí fue un reto volver a visitar un colegio que para un niño de diez años era como una cárcel. Volver a aquellas literas donde se estilaba el miedo y los madrugones, era a la vez incómodo y liberador, porque sabía que no iba a volver a vivir allí. Algo así, aunque de un modo diferente, me pasó con el nazi Pattist, quería indagar sobre él, aunque hubo momentos en los que lo pasé muy mal.

"Eso salvó a muchos nazis: les veían como personajes desechables que envejecían"

P. Algunos asturianos le adoptaron como propio, un paisano dicharachero que escanciaba sidra, restaron importancia a su pasado. ¿El costumbrismo es a veces más fuerte que cualquier otra circunstancia vital por oscura que sea?

R. Yo me crie en un ambiente donde todo lo que venía de fuera era digno de admirar, por el exotismo, por traer algo nuevo. Este hombre tenía don de gentes, era sociable aunque poco a poco se fue distanciando, sobre todo en la fase final de su vida, cuando estuvo en el punto de mira de manera más evidente. Ese costumbrismo se basaba en "mirar hacia otro lado" y en “ver, oír y callar".

P. Dada su condición de condenado en su país, cualquier otro hubiera optado por ocultar su identidad, pero él se convirtió en un extranjero de referencia en Oviedo. ¿Le gustaba estar en la pomada?

R. Por alguna razón se sintió muy seguro, tenía contactos y decidió darle una vuelta de tuerca a su situación. Por ejemplo, iba a tertulias con periodistas, se relacionaba con intelectuales que le trataban como un vecino más. Sabemos que el pintor Eduardo Úrculo y el periodista Faustino F. Alvarez congeniaron con él aunque sabían perfectamente quién era. La película muestra todas esas contradicciones, de las que tampoco se libra el gobierno holandés, que solicitó a España extraditar a Pattist… al tiempo que le contrataba para llevar trabajadores españoles a Países Bajos.

placeholder Bert Pattist en una entrevista en TVE.
Bert Pattist en una entrevista en TVE.

P. En sus entrevistas, negó las acusaciones de criminal de guerra, pero no su afinidad al nazismo. Era un convencido. ¿El fuego ideológico era más fuerte que la prudencia?

R. Por supuesto. El nazismo era una ideología. Así se estableció entre muchos, y en mayor o menor medida continúa siéndolo. Pattist se adaptó y aprovechó el momento. Supo adelantarse a los acontecimientos. Salvo en algún momento, en plena democracia, donde llegó a correr cierto peligro, se sintió ajeno a la persecución.

P. Sabemos que el franquismo permitió que España se convirtiera en santuario de nazis fugados. Menos conocido es que a la democracia le costó atajar esa situación. ¿Por qué?

R. Los tentáculos del franquismo aún no se había ido del todo. Tengo la impresión de que, al principio, no nos creímos del todo la democracia. La otra razón es que entonces había temas más urgentes que resolver. Eso fue lo que salvó a muchos nazis: se les prestaba poca atención porque no se les consideraba peligrosos, les veían como personajes desechables que envejecían.

P. Para acabar: el enfoque del programa de Íñigo, donde se le aplaudió como víctima de una injusticia judicial, ¿tuvo algún sentido?

R. Esas imágenes son demoledoras. Los aplausos son muy significativos. Ves una orden del regidor de un plató donde toca aplaudir. Ves a un público que ni piensa ni reacciona, o aplaude por rutina. Además, el programa genera una situación en la que vale todo, como si fuera un espectáculo más.

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