'Priscilla': el lado muy oscuro (y muy mujeriego) del rey del rock
Sofia Coppola llevó al pasado Festival de Venecia este 'biopic' sobre Priscilla Beaulieu, quien más tarde se convertiría en Priscilla Presley, la mujer más envidiada (y solitaria) del mundo
Lo primero que hay que tener en cuenta en la última película de Sofia Coppola, una biografía íntima de la relación entre Priscilla Beaulieu y Elvis Presley, es que cuenta con el beneplácito, la supervisión y el relato de la propia protagonista —el guion se basa en las memorias
De vuelta a la idea del punto de vista, Priscilla llega a los cines tras su estreno en el pasado Festival de Venecia, en el que la actriz Cailee Spaeny, quien interpreta a la propia Priscilla, ganó la Copa Volpi. Y lo hace apenas año y medio después del biopic musical de Baz Luhrmann, Elvis, otra biografía que coloca a Elvis no solo en el pedestal del Olimpo musical, sino también al frente de la lucha por la igualdad racial —Elvis se crio en Tupelo, Misisipí, en un entorno humilde rodeado de afroamericanos—.
En la película de Luhrmann, desde la admiración, Elvis versiona a músicos negros como Big Mamma Thornton, para acabar convirtiéndose en el rey de un rock cuyo inventor se considera, como muestra otro documental reciente, Little Richard. "Creo que Elvis era mejor aceptado en esa época por ser blanco. Creo que si Elvis hubiera sido negro, no hubiese sido tan grande como llegó a ser. Si yo hubiera sido blanco, ¿sabes lo grande que hubiera sido? Si yo hubiera sido blanco me sentaría en lo alto de la Casa Blanca", se lamentó el autor de Tutti Frutti. Más tarde, muchos otros artistas afroamericanos planearon la duda de si la carrera de Elvis en el rock había sido un robo más que un homenaje.
De nuevo, el punto de vista. Por eso, Sofia Coppola no se separa en ningún momento del prisma de Priscilla, la chica americana hija de un militar que conoció a Elvis en una fiesta en una base estadounidense en Friedberg, Alemania. Ella tenía catorce años y él era una estrella mundial, el epicentro de un FFF —fenómeno fan femenino— juvenil. La primera pregunta que se plantea la película es "¿por qué?", "¿por qué ella?". Implícitamente, se lo preguntan también la directora y la protagonista. El dibujo que hace Coppola de la jovencísima Priscilla es, efectivamente, la de una niña inocente, insegura y retraída, poco habladora, bastante ensimismada, crecida en una familia tradicional que no veía con buenos —y sabios— ojos que su hija se enredase en una relación con una superestrella.
Para contar su historia de amor Coppola elige la sencillez y el intimismo, sin estridencias, pero también sin la poesía visual que ella tan bien compone. A través de momentos, secuencias, casi píldoras, Coppola va desentrañando una relación que ni la propia protagonista entiende. Cailee Spaeny, a quien ya habíamos visto en series como Devs o Mare of Easttown, confecciona una Priscilla frágil y apocada, diminuta en los brazos de un Jacob Elordi de casi dos metros de alto. Coppola tampoco propone un Elvis monstruoso, sino a un hombre que reafirma su ego en la dependencia que crea en su pareja.
Necesita una madre, una devota, una chica abnegada que lo acune como un paracetamol en un día de resaca. Pero también necesita una niña lo suficientemente ingenua e inexperta como para que normalice las dinámicas abusivas de una relación para la que ella no cuenta con referencia. Encerrada en Graceland, tan solo alterna con el círculo de la artista. Priscilla pasa del tutoriaje de su padre al tutoriaje de su marido, como la mayor parte de mujeres de la época, pero exacerbado por la presión mediática, el lujo y la idea de haber sido la elegida sin siquiera —en su cabeza— merecerlo.
Es interesante ese otro rol dual que busca Elvis en su pareja, lleno de contradicciones. Por un lado, la contraposición de la madre y la amante: él nunca se acostaría con la madre de sus hijos. Al contrario de lo que se pudiera esperar a priori y de los roles de género de la época, Coppola presenta una mujer sexualmente frustrada, deseante y con la necesidad de sentirse deseada. Ahora la protagonista y la directora se preguntan implícitamente, "¿por qué ella no?". En ese sentido, aunque con importantes diferencias, comparte ese rol de mujer empujada a la asexualidad involuntaria con el personaje de Felicia Montealegre, la esposa de Leonard Bernstein, que interpreta Carey Mulligan en Maestro (2023).
Con la diferencia de que Priscilla empieza a llevar una vida de clausura apenas cumplidos los 21 años. Y, de nuevo, la contradicción. Porque la clausura que marca los largos periodos en los que Elvis parte de gira o de rodaje, se contradicen con la vida noctámbula y etílica que ambos llevan a su regreso a Memphis. Aunque toma partido, la directora intenta representar situaciones tridimensionales en las que los hechos hablan y los personajes no responden a una representación de virtudes o defectos.
Elordi es uno de los actores jóvenes del momento. Y lo demuestra con su Elvis poliédrico, complejo, inconstante, a mitad en camino entre el ídolo y el hombre que huía de un pasado de pobreza y abandono. Elordi consigue pasar de la ternura al desprecio de una escena a otra. La directora no lo muestra en ningún momento patético ni se ceba en su decadencia. Se centra en la dualidad y la contradicción, en la paradoja: ¿cómo podía ser la mujer más envidiada del mundo tan infeliz? ¿Cómo sobrellevaba la absoluta soledad dentro de una mansión gigante y pasar al hostigamiento de prensa, el desdén de su marido, el borrado de su identidad? Porque Priscilla no era ya Priscilla, sino la mujer de para el resto del mundo. Y, para Elvis, solo una de sus mujeres.
Esta revisitación feminista y femenina de la figura de Elvis a través de Priscilla resulta interesante. Pero también cabe preguntarse si Priscilla, el personaje en sí, ofrece un interés más allá de, efectivamente, ser la mujer de Elvis. La vemos esperando, maleada por el cantante, pero no hay sensación de que sea un personaje activo, con sueños propios, con intereses. Y es difícil sostener una película sobre los hombros de un personaje absolutamente pasivo. Solo al final Priscilla parece despertar del embrujo. También se echa en falta un lenguaje visual menos apegado a la narrativa, una mirada como la que siempre ha demostrado Coppola en sus Vírgenes suicidas o en su Lost in Translation, incluso en su más cuestionada La seducción. Ojalá vuelva pronto la mejor Sofia Coppola.
Lo primero que hay que tener en cuenta en la última película de Sofia Coppola, una biografía íntima de la relación entre Priscilla Beaulieu y Elvis Presley, es que cuenta con el beneplácito, la supervisión y el relato de la propia protagonista —el guion se basa en las memorias