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Vivo en el tercer barrio más guay del mundo y no lo sabía: hay siempre pis en el portal
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Héctor G. Barnés

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Vivo en el tercer barrio más guay del mundo y no lo sabía: hay siempre pis en el portal

Nadie que viva en Carabanchel lo consideraría uno de los más 'cool' del planeta: para que algo mole hoy es necesario verlo desde fuera, sin tener que convivir con la mugre y el ruido

Foto: Una imagen que parece hecha por una IA. (Metro Madrid)
Una imagen que parece hecha por una IA. (Metro Madrid)
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Cuando esta semana la revista Time Out declaró Carabanchel el tercer barrio más cool del mundo (es un distrito, por cierto), decidí hacer un experimento como vecino: contar cuántas veces me encontraba la esquina de mi casa orinada. Dos veces en dos días, 100% de acierto, una de ellas incluso pillando al infractor in fraganti. En principio, la falta de higiene no es muy cool, pero tal vez al visitante le resulte canallita. Por eso un barrio mola, porque puedes conocer los lugares recomendados en las guías y volverte a dormir a tu propio barrio, seguramente también cool, sin tener que aguantar la suciedad, el ruido o el abandono del ayuntamiento.

Llevo oyendo eso de que Carabanchel es un barrio guay desde que me planteé mudarme a él, hace ya más de cinco años, y nunca he entendido por qué. De hecho, tengo que confesar con la boca pequeña que cuando quiero hacer algún plan o viene alguien de visita, le saco del barrio y terminamos en La Latina, en Lavapiés, en Malasaña.

Ni siquiera ha cambiado tanto en este lustro. Los bares y restaurantes que cita el artículo de Time Out llevan abiertos desde hace tiempo, y sí, Patanel no está mal si consigues mesa, en la Grifería me lo he pasado bien y suelo frecuentar el Observatorio porque está al lado de casa, pero no son mejores (ni peores) que los bares y restaurantes que puedes encontrar en cualquier otro barrio de Madrid.

No conozco a nadie que viva en Carabanchel que lo considere un barrio 'cool'

Así que cuando me cruzo con ese pobre turista despistado que ha decidido conocer el nuevo Williamsburg que se supone que es el polígono ISO y se ha topado con tres locales de ensayos y cuatro talleres con nombres ingeniosos como "motOstion", sé lo que piensan: me esperaba otra cosa. Yo también me esperaba otra cosa cuando, después de abandonar la calle Embajadores, me decían que pronto el metro Oporto iba a ser lo mismo, pero más barato. En realidad no, pero no importa. He terminado apreciando Carabanchel por otras razones muy diferentes.

Me parece un buen lugar para vivir, pero guay, lo que es guay, no. La vecina y socióloga Aida dos Santos tiene su opinión sobre este discurso recurrente de lo guay que es Carabanchel: le parece algo orquestado por rentistas "que quieren que la gente les alquile los pisos sin ascensor a precio de Malasaña". Lo que está claro es que no conozco a nadie que viva en Carabanchel que lo considere de verdad un barrio cool. ¿Cómo terminamos entonces en una lista así? Supongo que por la misma razón por la que se ponen de moda los calçots. Porque no puedes venderle a tu jefe otro artículo sobre el Madrid de la Movida de Malasaña, pero sí sobre ese desconocido barrio al otro lado del río que ningún malasañero conoce.

placeholder El bar de toda la vida, rodeado por neobares de viejos. (Foto: HGB)
El bar de toda la vida, rodeado por neobares de viejos. (Foto: HGB)

Para que algo nos fascine hoy, tenemos que verlo siempre desde la distancia, física y emocional, que es la que garantiza ese encanto que desaparece con la familiaridad y la repetición. Como ocurre con el amor-flechazo, nos gusta lo que conocemos de manera superficial, dejando que otros seleccionen lo bonito y oculten lo feo para evitar que la realidad contamine su imagen ideal. El Carabanchel guay son tres postales y dos bares que sortean el orín, las aceras desgastadas y la basura acumulada en la calle.

Lo importante en la era de la cultura del eventillo es poder hacer cada fin de semana algo nuevo y distinto, disfrutar sus ventajas y no sufrir las consecuencias negativas de la vinculación emocional que tiene ir, y volver, y volver, y repetir, hasta que se implica emocionalmente. Ese algo nuevo puede ser una ciudad, pero también un artista, una situación, una persona. Disfrutar sin establecer vínculos, extraer hasta que el recurso se agota o los precios ya están demasiado altos, y nos vemos obligados a expoliar el siguiente. Todo lo bueno, nada de lo malo.

Si repetimos lo suficiente que Carabanchel mola, terminará molando

No creo que exista ese Carabanchel guay salvo en ese mundo alternativo que son los cuatro talleres de arte privados, el pequeño Tercio Terol, las secciones de tendencias de los medios de comunicación y las cuentas de influencers, que se retroalimentan unos y otros repitiendo una misma idea, aunque sea falsa, hasta que se cumple: si decimos lo suficiente que Carabanchel mola, terminará molando. Una profecía autocumplida que cumple su objetivo, que es generar atracción turística y aumento de precios para los especuladores inmobiliarios. Maravillosa jugada.

Lo que hoy aprecio de Carabanchel es todo aquello que no la hace guay, sino precisamente, lo que la hace cercana, cotidiana, familiar y defectuosa. Me gusta porque me proporciona identidad ante la mirada del extranjero de las revistas de tendencias. Mis abuelos y mi madre vivieron en la calle de al lado, mi padre fue profesor unas cuantas cuadras más allá. Circunstancias personales que hacen que, al volver a Oporto, lo haga con una identidad y un orgullo del que no pueden presumir los modernos de barrio que llegan expulsados del carísimo centro en busca de alquileres más asequibles.

placeholder El símbolo del nuevo Carabanchel está en el PAU. (Foto: CC/Wojtek Gurak)
El símbolo del nuevo Carabanchel está en el PAU. (Foto: CC/Wojtek Gurak)

Pero al mismo tiempo, me pregunto si esa identidad y orgullo no será otra manera de establecer una falsa distancia respecto a aquellos que en realidad son como yo, una forma de diferenciación cultural a través de la autenticidad para sentirme mejor conmigo mismo y pensar que no soy otro turista más. Yo también he ido y he venido y cojo la línea 5 para plantarme dentro de la M-30 cuando tengo la ocasión. Me pregunto si no querría yo también estar en otra parte y bajar a Carabanchel un sábado cualquiera con la seguridad de que no tendré que aguantar el pis en el portal. Uno nunca puede ser turista en su propio barrio, así que se dedica a ser turista en los barrios de los demás.

Mirar desde dentro, mirar desde fuera

Cada vez que oigo hablar de mi barrio, suele ser o en Time Out o en la cuenta de Twitter Pasa en Oporto, que, por ejemplo, me cuenta cómo el vestíbulo del metro en Valle de Oro se ha quedado pequeño, narra la invasión de las terrazas en las aceras del paseo de Oporto o ilustra la suciedad acumulada por las esquinas de la plaza, haciendo gala de un conocimiento minucioso de cada uno de los rincones de esas cuatro calles. Es muy gracioso comparar uno con otro porque parecen realidades totalmente opuestas. La vendible, bonita y gentrificable, y las miserias cotidianas. La escala global (Carabanchel es como Laurales en Medellín o Smithfield en Dublín) y la ultralocal.

El que no sale del barrio porque lo tiene todo es la némesis del turista de 'finde'

Los barrios siempre habían sido eso, lugares donde ocurren cosas pequeñitas que afectaban a un grupo limitado de personas, pero para las cuales estos pequeños acontecimientos se percibían como hitos. Pueblos grandes donde se compraba, se convivía, se frecuentaba el bar de la esquina y, de vez en cuando, uno bajaba al centro a realizar la gestión de turno o visitar algún que otro lugar de moda. Lugares que a medida que pasaba el tiempo se iban degradando, abandonados por los más rentables barrios céntricos o los nuevos desarrollos de las periferias, y que de repente la mirada externa ha convertido en sitios de moda y, por lo tanto, potencialmente explotables.

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Aunque nadie diría que Carabanchel es el barrio más guay del mundo, tal vez sí diría que es el mejor, que parece lo mismo pero no lo es. Es el resultado del orgullo de barrio de haberse criado en un lugar que no le ha interesado a nadie hasta que te toca. Esa mentalidad de quien no sentía la necesidad de visitar otros distritos porque en el suyo tenía de todo: sus amigos, su familia, sus lugares de siempre, que eran suficiente. Se tenían a ellos mismos. "¿Para qué voy a ir al centro, si está lejos, lleno de gente y es mucho más caro?" Es el opuesto exacto de la mentalidad moderna de la cultura del eventillo que busca cada fin de semana algo nuevo, ampliar horizontes, conocer lugares y personas sin implicarse demasiado con ellas y poder volver a casa emocionalmente indemnes. En realidad, es un barrio en el que, como indicaba el Sindicato de Inquilinos, hay decenas de personas en riesgo de desahucio.

Hoy los barrios son lugares para vivir y para visitar, para mirarse desde cerca con ojos familiares y desde lejos con mirada de extranjero. Hoy conviven, puerta con puerta, la fauna del bar de toda la vida con el neobar de viejos que imita al primero sin su suciedad y una pátina de respetabilidad, dos realidades socioeconómicas paralelas que conviven pero no se llegan a tocar, porque unos van y otros vienen porque les han dicho que tienen que venir, aunque no sepan muy bien a qué. Carabanchel mola, y más que molará, porque ya alguien decidió que así es. Y el lenguaje crea realidades, siempre que haya dinero de por medio.

Cuando esta semana la revista Time Out declaró Carabanchel el tercer barrio más cool del mundo (es un distrito, por cierto), decidí hacer un experimento como vecino: contar cuántas veces me encontraba la esquina de mi casa orinada. Dos veces en dos días, 100% de acierto, una de ellas incluso pillando al infractor in fraganti. En principio, la falta de higiene no es muy cool, pero tal vez al visitante le resulte canallita. Por eso un barrio mola, porque puedes conocer los lugares recomendados en las guías y volverte a dormir a tu propio barrio, seguramente también cool, sin tener que aguantar la suciedad, el ruido o el abandono del ayuntamiento.

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