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Esa gente que no quiere tener más tiempo libre porque no sabe qué hacer con él
  1. Cultura
Héctor G. Barnés

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Esa gente que no quiere tener más tiempo libre porque no sabe qué hacer con él

Para saber qué hacer con tu tiempo libre, tienes que haber tenido tiempo libre: muchos no saben qué hacer en su ocio porque nunca han tenido la posibilidad de descubrirlo

Foto: Un hombre esperando a jugar una partida de ajedrez. (Reuters/Jon Nazca)
Un hombre esperando a jugar una partida de ajedrez. (Reuters/Jon Nazca)
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Buen melón el que abrió El__Yayo en Twitter sobre esos obreros que no quieren una semana laboral de cuatro jornadas porque no sabrían qué hacer con ese día extra. Nos extrañó mucho a los usuarios de la red social, que no solemos ser obreros y por lo general sabemos a qué dedicar nuestro tiempo de ocio (básicamente, a estar en Twitter). Quién no querría tener más tiempo.

Pero es una frase que todos hemos oído en algún momento u otro La solemos escuchar en boca del recién jubilado, que lamenta tener que quedarse en casa porque se aburre, acostumbrado al marcial ritmo laboral, y termina bajándose a contemplar las obras. O cuando llegan las vacaciones y hay quien está esperando que llegue septiembre porque total, para estar en casa viendo la tele…

A diferencia del trabajo, la vida no tiene límites, ni sentido, ni fines, ni reglas

La gente lamenta tener tiempo libre cuando abandona las certezas del trabajo y sus horarios estipulados, exigencias, jerarquía, reglas y cotilleos de máquina de café que en realidad no le importan a nadie y le lanzan a ese desierto de lo real que es la vida ociosa, en la cual uno tiene el derecho y la responsabilidad de hacer lo que le dé la gana o, al menos, lo que pueda permitirse. Por fin, dedicar su tiempo a sí mismo. Y hay quien cae en el vértigo existencial al darse cuenta de que al contrario que en el trabajo, la vida no tiene límites, ni sentido, ni objetivo, ni reglas.

Hablábamos de obreros con todo el sentido del mundo. Para saber disfrutar del tiempo libre hay que haber tenido tiempo libre. Quien no ha podido disfrutar jamás de una cierta cantidad de horas a la semana para desarrollar sus aficiones probablemente no habrá obtenido esa capacidad de sacarle partido a su tiempo libre. La jubilación, el verano o la semana laboral de cuatro días suponen encontrarse de golpe con un montón de tiempo vacío, como si te hubiese tocado una lotería temporal, que te enfrenta a ti mismo.

Para saber disfrutar del ocio seguramente también haga falta cierto nivel cultural y económico: el primero te abre las puertas a saber qué quieres hacer y el segundo, a poder hacerlo. La cultura del eventillo en la que se basa gran parte del ocio moderno es cada vez más cara y las alternativas públicas se han reducido, así que no tener un duro limita mucho tu ocio. Si de joven no tuviste tiempo libre, no sabrás qué hacer con él cuando seas viejo, de igual forma que el nuevo rico no sabe en qué gastar su fortuna y la termina despilfarrando en lo más tonto, feo e inútil.

Tener tiempo libre no quiere decir que tengamos tiempo de ocio. Para gran parte de la población, esas dieciséis horas (siendo benévolos) que pasan fuera del trabajo tienen como objetivo recuperarse de ese trabajo para poder rendir bien al día siguiente, aunque se disfracen de ocio. Un tiempo dedicado a cargar las pilas y a desconectar, esas metáforas robóticas; a relajarse y olvidarse de todo por un rato, esas metáforas del mundo chill.

Ese ama de casa que no ha parado nunca de repente se encuentra con mucho tiempo libre

Este tiempo libre sin ocio es el de sentarse agotado ante el televisor cada noche, de pasar el fin de semana sesteando ante el telefilm de turno en la sobremesa y viendo el partido de fútbol por la noche. Falso ocio poco exigente, psicológica y emocionalmente, que no tiene otro objetivo que servir de pasatiempo antes de que la alarma vuelva a sonar por la mañana, y que no puede llegar a convertirse en una afición. Su única función es servir de descanso del trabajo. En ese sentido, la lectura y las películas, las bibliotecas y los cines, fueron la tabla de salvación para gran parte de las clases bajas que a través de ellas podían acceder a otra clase de ocio.

Como ese ama de casa que ha pasado día tras día durante décadas cocinando, planchando, limpiando y cuidando a la familia hasta el punto de que cuando ya no tiene por qué hacer todas esas cosas sigue haciéndolas (cocinando tuppers para sus nietos, dándole otra pasada a los muebles, llamando a sus hijos a ver si necesitan algo). Ellas sí eran multitarea: recuerdo a mi abuela planchando mientras veía la novela, y he conocido a muchas mujeres que al llegar a ancianas no pueden dejar de trabajar, porque sino, no sabrían qué hacer porque nunca han tenido el tiempo suficiente como para descubrirlo.

placeholder El tiempo muerto. (Reuters/Nacho Doce)
El tiempo muerto. (Reuters/Nacho Doce)

No ocurre solo con los obreros, sino también con el otro extremo de la sociedad, con los más poderosos. Ricos en dinero, pobres en tiempo. Esos directivos que pasan su día de desayuno en comida y de comida en cena, codeándose con ministros, periodistas y otras élites, de repente se encuentran en sus casoplones en la urbanización de turno sin más compañía que la del portero de la finca y el inaguantable vecino de al lado, sin saber qué hacer. No solo no saben qué hacer con su recién adquirida libertad, sino que todo ese tiempo libre sin ocupar es el síntoma más doloroso de su pérdida de estatus.

Tanto a los hombres ricos como a los hombres pobres les ocurría algo parecido, que es que construían su personalidad alrededor de su trabajo, de las palmaditas en la espalda, de la gente a la que conocían e incluso de la ropa que llevaban. Pasar de ir de punta en blanco todos los días a ponerse el chándal era la degradación definitiva para muchos trabajadores que se venían sometido a otra jerarquía en la que ya no podían destacar: la del hogar.

Hay mucha gente que no quiere tiempo libre porque eso le supondría ayudar en casa

Seamos sinceros, hay mucha gente que no quiere tiempo libre porque eso le supondría responsabilizarse de las tareas del hogar. Trabajar en lo que nadie te ha pedido, hacer infinitas horas extra sin necesitarlo o buscarse excusas para no volver a casa ha sido siempre una manera efectiva de esquivar las exigencias de conciliación. Cariño, no me esperes para bañar a los niños. Mi amor, ya te quedas tú con el abuelo. Lo siento, no voy a poder ir a recoger a tu madre. Qué miedo quedarse de repente sin excusas.

Cuando no había nada que hacer

La del rechazo al tiempo libre es mentalidad propia de un pasado en el que la cultura y la vida social aún no estaban orientadas al evento, a lo excepcional, sino a que el descanso se integrase en la cotidianidad del día a día. Una época en la que muy poca gente se planteaba viajar, ni ir a conciertos, ni descubrir el mejor restaurante de la ciudad, y solo unos pocos tenían el tiempo suficiente como para desarrollar una afición hasta sus últimas consecuencias. Eran veranos de poco dinero, pero que alcanzaba para el bono de la piscina, una bicicleta, algo para refrescarse mientras se echa la partida y pasar la noche al fresco.

placeholder La vida parcelada. (Reuters/Isabel Infantes)
La vida parcelada. (Reuters/Isabel Infantes)

El abanico de alternativas a las que dedicar el tiempo libre era mucho más limitado, por lo que este no parecía tan valioso como para las nuevas generaciones que nos hemos educado en esa abulia en la que nunca hay tiempo suficiente como para hacer todo lo que uno podría hacer. Para un centennial es absurdo pensar que alguien no quiera tener tiempo libre, aunque ellos mismos se sientan aburridos precisamente por tener infinitas posibilidades a su alcance. Ni siquiera todo el tiempo es suficiente.

¿Es una vida sin ocio una vida vacía? Para usted y para mí tal vez sí, si creemos que nosotros no somos nuestro trabajo sino lo que hacemos fuera de él, que nos definen todas esas actividades y aficiones no determinadas por la productividad laboral, a las que la repetición de lo cotidiano nos aburre. Para la generación del trabajo sin ocio quizá no haya mayor humillación que quedarse en casa con la "parienta", enfrentado con sus obligaciones y aburrimientos, enfrentado al sinsentido de la vida.

Buen melón el que abrió El__Yayo en Twitter sobre esos obreros que no quieren una semana laboral de cuatro jornadas porque no sabrían qué hacer con ese día extra. Nos extrañó mucho a los usuarios de la red social, que no solemos ser obreros y por lo general sabemos a qué dedicar nuestro tiempo de ocio (básicamente, a estar en Twitter). Quién no querría tener más tiempo.

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