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Ricos en dinero, pobres en tiempo
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¿DE QUÉ NOS SIRVEN TANTOS BIENES SI NO PODEMOS DISFRUTAR DE ELLOS?

Ricos en dinero, pobres en tiempo

Un buen día, tras años de duro trabajo y esfuerzo prolongado, uno puede encontrarse con que ha alcanzado el estatus social deseado. Goza de un sueldo

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Ricos en dinero, pobres en tiempo

Un buen día, tras años de duro trabajo y esfuerzo prolongado, uno puede encontrarse con que ha alcanzado el estatus social deseado. Goza de un sueldo jugoso y un nivel de vida con el que sólo podía soñar años antes. Y, sin embargo, cuando deja el maletín sobre la mesa del aparador a las once de la noche, se da cuenta de que ha perdido algo que siempre había pensado que estaría allí esperándole todos los días: su tiempo libre. Así, se encuentra con que dispone de más dinero que nunca para consumir todo aquello que siempre había deseado, pero carece del tiempo necesario para disfrutarlo, y el horizonte de una apacible jubilación aún parece muy lejano.

Las investigadoras irlandesas Frances McGinnity y Helen Russell delimitan el fenómeno de forma precisa cuando señalan que "hay un sentimiento creciente de que el tiempo apremia. Aunque sería aventurado afirmar que este factor temporal ha acabado con todos los beneficios que conlleva la prosperidad económica, sí podemos señalar que en cierta forma, el aumento del empleo y el bienestar económico pueden llegar a comprometer nuestro tiempo libre". No todas las personas adineradas carecen del mismo, al igual que pertenecer a una clase más baja tampoco garantiza una mejor situación en este aspecto, pero sí existe una tendencia a la aceleración de la vida del consumidor de clase alta en comparación con el del pasado. 

Se trata de un fenómeno ampliamente extendido en las sociedades occidentales y que ha preocupado a los sociólogos y estudiosos británicos, que le han dado el nombre de "ricos económicamente, pobres temporalmente" (traducción de money-rich, time-poor). Que sea el país inglés el lugar donde se acuñó dicho término no es baladí, ya que presenta una de las tasas más altas de infelicidad causada por las presiones de vivir contrarreloj.

El ecónomo sueco Staffan Burenstam Linder fue uno de los primeros en teorizar sobre esta situación a comienzos de los años sesenta. Aunque su objetivo principal fue definir la llamada teoría de la demanda superpuesta en el comercio internacional, algunas de sus conclusiones se referían a los usos de consumo de la población. Básicamente, Linder llegaba a afirmar que "ciertos servicios serán menos utilizados si el tiempo necesitado para disfrutar un dólar de dicho producto es mayor que el tiempo que otro bien requiere para ser utilizado". Dicho de otra forma: consumimos aquello que menos tiempo requiere de nosotros, pues éste ya escasea lo suficiente como para además malgastarlo.

Los bienes comprados se almacenan en casa como símbolos de un potencial pero irrealizable futuro

Nos llevaría años gastar todo nuestro sueldo en chucherías. En la comedia El gran despilfarro (Brewster's Millons, Walter Hill, 1985), el personaje interpretado por Richard Pryor debía gastar treinta millones de dólares en pequeños objetos en apenas un mes, ya que si lo hacía, ganaría otro tanto. Pronto se daba cuenta de que invertir tanto dinero en trivialidades es una tarea harto difícil. Así que por qué no hacerlo en lujos, parecen pensar estos ricos pobres.

Comprar menos, pero más caro

Jonathan Gersuny estudió durante los años ochenta la evolución del consumo para concluir que un mayor tiempo libre aumentaría los puestos de trabajo, puesto que se consumiría más. Con lo que no contaba es que los bienes consumidos no se multiplican necesariamente, sino que se suele optar por consumir poco, pero caro. Así lo recogió el propio Gersuny en un reciente estudio publicado en el Journal of Consumer Culture. "Los bienes de ocio lujosos son consumidos por gente de clase alta con poco tiempo disponible. Los bienes comprados se almacenan en casa como símbolos de un potencial pero irrealizable futuro". Y aquí surge otro problema: ¿cómo demostrar que tenemos dinero, si no sabemos cómo gastarlo?

Oriel Sullivan explicaba en un reciente artículo publicado en Time & Society y titulado Negocios, distinción de estatus y estrategias de consumo de los ricos de dinero, pobres de tiempo que existen dos formas de consumo que caracterizan este tipo de perfiles socioeconómicos. Por un lado, la voraz, que se distingue por la cantidad de productos que se consumen. En este perfil no importa tanto disfrutar de aquello que se adquiere, como la felicidad que se obtiene en el momento de la compra. Como complemento, se encuentra lo que los estudiosos han llamado "consumo inadvertido": aquel que se emplea en productos de gama alta que nunca llegan a ser mostrados en público, por lo que no se relacionan íntimamente con el estatus que el consumidor quiere demostrar.

Si me lo puedo permitir, para qué gastármelo en otras cosas que se van a quedar en casa cogiendo polvo

El ejemplo más claro de este último ejemplo quizá sea el de Iván, un comercial de 30 años que no para de viajar durante todo el año, por lo que el escaso tiempo libre que le queda lo dedica a estar con su pareja. Pero dado que las dietas le permiten vivir desahogadamente en su día a día, los fines de semana se convierten en un capricho que poca gente se podría permitir. "Un balneario, un viaje al extranjero, un restaurante de lujo… ¿por qué no?", señala Iván. "Ya que paso poco tiempo con ella, por lo menos que lo pasemos bien. Si me lo puedo permitir, para qué gastármelo en otras cosas que se van a quedar en casa cogiendo polvo".

Iñaki, compañero de Iván, se ha propuesto estas Navidades hacer limpieza general en su casa. De forma tan profunda que no duda en admitir que ha llegado a tirar DVDs y discos que ni siquiera había desprecintado. "Deben llevar años en la estantería y hasta el otro día no me di cuenta de que los tenía. Si no los he escuchado o visto en todos estos años, supongo que puedo prescindir de ellos. No voy a gastar mi tiempo en oírlos sólo porque los he encontrado". Iñaki es la contrapartida a Iván: consume rápidamente y olvida por qué, y considera que los productos adquiridos le roban demasiado tiempo. Sería el ejemplo perfecto del consumidor voraz.

La industria del tiempo

El estudio realizado sobre los hábitos de consumo de los británicos anteriormente nombrado señalaba que entre los objetos preferidos por los compradores voraces se encuentran los utensilios de cocina, aparejos para acampar, las mejores cámaras fotográficas, diversas creaciones artesanales y en especial, toda una gama de productos relacionados con el deporte, de los consabidos utensilios de pesca a bicicletas de montaña pasando, cómo no, por palos de golf. En su carácter de actividad relajada, quizá sea este deporte el epítome del deporte preferido por los que no tienen tiempo: practican un deporte que no exige un gran esfuerzo físico (y con ello, un prolongado tiempo de recuperación) al tiempo que establecen relaciones sociales, refuerzan su estatus social y disfrutan del aire libre. Cuantos más pájaros se puedan matar al mismo tiempo, mejor.

La industria se ha alterado para dar cabida a estos nuevos usos del tiempo. Por ejemplo, dicha coyuntura ha cambiado la forma en la que tomamos vacaciones. Se acabó estar un mes fuera: ahora predominan las escapadas cortas, repartidas a lo largo del año y con un punto de lujo (que se traduce en destinos vacacionales exóticos, o experiencias únicas), según un estudio realizado por la revista australiana Holidays For Couples hace un par de años.

Otro ámbito en el que se ha comprobado el impacto de los nuevos hábitos de consumo es el de la alimentación, polarizándose en dos extremos opuestos: los que comen mal, rápido y de cualquier forma, y los que suelen preferir la gastronomía selecta. La industria de productos alimenticios de lujo, señala un estudio anual realizado por Datamonitor, va en crecimiento año tras año. Por el contrario, el mismo estudio apunta que los ingleses cada vez realizan más comidas que las tres tradicionales (desayuno, almuerzo, cena), situándose en una media de cuatro y media.

Quizá sea este último dato el que mejor resuma de qué forma nuestra organización del tiempo está cambiando. Ya no podemos realizar tres grandes comidas, así que realizamos cinco, más pequeñas. Ya no tenemos tiempo para leer novelas, así que preferimos los relatos cortos. Ya no nos viene bien sentarnos dos horas a ver una película, por lo que recurrimos a las series de televisión. Ese es el futuro: gastar sólo el tiempo estrictamente necesario en divertirnos. No vaya a ser que lo estemos desperdiciando.

Un buen día, tras años de duro trabajo y esfuerzo prolongado, uno puede encontrarse con que ha alcanzado el estatus social deseado. Goza de un sueldo jugoso y un nivel de vida con el que sólo podía soñar años antes. Y, sin embargo, cuando deja el maletín sobre la mesa del aparador a las once de la noche, se da cuenta de que ha perdido algo que siempre había pensado que estaría allí esperándole todos los días: su tiempo libre. Así, se encuentra con que dispone de más dinero que nunca para consumir todo aquello que siempre había deseado, pero carece del tiempo necesario para disfrutarlo, y el horizonte de una apacible jubilación aún parece muy lejano.