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Este es el hombre que le salvó la vida a Primo Levi cuando estaba en Auschwitz
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Este es el hombre que le salvó la vida a Primo Levi cuando estaba en Auschwitz

Durante seis meses, el albañil Lorenzo Perrone llevó a escondidas comida al escritor italiano al campo de concentración. El historiador Carlo Greppi reconstruye ahora su vida

Foto: Lorenzo Perrone. (EC)
Lorenzo Perrone. (EC)

Uno tenía 24 años, había estudiado en la universidad, era judío y se encontraba encerrado en Auschwitz; era el prisionero 174.517, según el número que le habían tatuado en el brazo. El otro le sacaba 15 años, era prácticamente analfabeto y trabajaba como albañil a cambio de un sueldo en Monowitz-Buna, uno de los tres campos de concentración que componían el gigantesco complejo de la muerte que era Auschwitz.

El primero era Primo Levi y se haría famoso con Si esto es un hombre, uno de los libros más conocidos y estremecedores sobre el Holocausto. El segundo se llamaba Lorenzo Perrone y fue gracias a él que Primo Levi logró sobrevivir a Auschwitz. “Creo que es a Lorenzo a quien debo estar vivo hoy”, escribió Primo Levi en Si esto es un hombre.

Pero ¿quién era Lorenzo Perrone? El historiador italiano Carlo Greppi ha reconstruido la vida de este desconocido héroe en El hombre que salvó a Primo Levi, un libro fruto de una profunda investigación que ahora publica en España la editorial Crítica.

placeholder Portada de 'El hombre que salvó a Primo Levi', libro en el que el historiador Carlo Greppi reconstruye la vida de Lorenzo Perrone.
Portada de 'El hombre que salvó a Primo Levi', libro en el que el historiador Carlo Greppi reconstruye la vida de Lorenzo Perrone.

Las vidas de Primo Levi y de Perrone se cruzaron en 1944. En marzo de ese mismo año, Levi había sido encerrado en Auschwitz y, como era químico, fue obligado a trabajar en condiciones de absoluta esclavitud en la fábrica de caucho sintético que tenía allí I.G. Farben, el grupo empresarial alemán dueño de la patente del Zyklon B —el veneno a base de cianuro que emplearon los nazis en las cámaras de gas para matar a millones de personas— y responsable directo de la explotación laboral y de la muerte de miles y miles de personas.

Lorenzo Perrone, por su parte, era un albañil nacido en 1904 en Fossano, una localidad de la región italiana del Piamonte situada a unos 70 kilómetros de Turín, la ciudad en la que en 1919 vino al mundo Primo Levi. Como tantos otros italianos, Perrone solía emigrar (sin papeles) varios meses al año a Francia para trabajar allí. Pero, cuando en 1940, la Italia de Mussolini se alió con la Alemania nazi, regresó a casa y encontró trabajo en Beotti, una compañía italiana que suministraba operarios especializados a I.G. Farben. Perrone fue uno de ellos.

placeholder Primo Levi en 1986. (Getty/Gamma-Rapho/Gianni Giasanti)
Primo Levi en 1986. (Getty/Gamma-Rapho/Gianni Giasanti)

El encuentro entre los dos hombres tuvo lugar en junio de 1944, cuando a Levi le ordenaron unirse a un grupo de obreros que levantaba un muro en el subcomplejo de Monowitz-Buna. Levi escuchó que uno de los albañiles se dirigía a otro hablando en piamontés, su mismo dialecto. Ese tipo era Perrone.

El albañil, como el resto de trabajadores italianos desplazados hasta allí, tenía un sueldo, descansaba los domingos, disfrutaba de vacaciones anuales y vivía en unas condiciones bastante confortables. Pero tenía absolutamente prohibido hablar con los prisioneros de Auschwitz. La Gestapo temía que, si había contacto entre los obreros y los presos, podía llegar a conocerse el secreto de las cámaras de gas que allí se empleaban para el asesinato masivo de judíos, gitanos y otras víctimas, así que la comunicación de los trabajadores con los presos estaba severamente castigada y podía conllevar el encierro en Auschwitz del infractor.

Pero Perrone no solo habló con Levi en aquel primer encuentro en junio de 1944. Un par de días después, le entregó de tapadillo al preso su tartera de metal llena de sopa y con un trozo de pan, diciéndole únicamente que se la devolviera vacía al atardecer. A partir de entonces y durante medio año, poniendo en peligro su propia vida, Perrone le llevó diariamente comida al preso 174.517. Y fue esa porción extra de calorías lo que le permitió a Primo Levi sobrevivir en Auschwitz y no morir de desnutrición.

placeholder La alambrada del campo de concentración de Auschwitz. (Getty/Christopher Furlong)
La alambrada del campo de concentración de Auschwitz. (Getty/Christopher Furlong)

Además de comida, Perrone también le llevó a Levi una vieja camiseta, para que se la pusiera debajo del uniforme a rayas de prisionero de Auschwitz y pasara algo menos de frío. Incluso accedió a enviar tres postales a un amigo de Levi, lo que permitió a la madre y a la hermana de este (escondidas ambas en Italia) saber que seguía vivo y hacerle llegar al campo de concentración, a través de una cadena de amigos que terminó en el propio Perrone, un paquete de comida que incluía chocolate, galletas y leche en polvo. “Describir su verdadero valor, el impacto que me produjo, excede los poderes del lenguaje común. Ese inesperado e improbable paquete fue como un meteorito, un objeto celestial cargado de símbolos, inmensamente precioso y con un enorme ímpetu. Ya no estábamos solos: se había establecido un vínculo con el mundo exterior”, confesó Levi en Si esto es un hombre.

En varias ocasiones, el prisionero advirtió al albañil del gigantesco riesgo que corría ayudándole. “Me da igual”, respondía Perrone encogiéndose de hombros. El obrero no solo se jugó el pescuezo durante medio año por salvar la vida de Primo Levi: lo hizo desinteresadamente, sin pedir absolutamente nada a cambio. Tan solo aceptó intercambiarse un día los zapatos con Primo Levi para que este le arreglara los suyos, que estaban rotos.

La bondad de Perrone le recordaba a Levi "que aún existía un mundo justo fuera del nuestro, algo y alguien para lo cual valía la pena sobrevivir"

“Un obrero civil italiano me trajo un pedazo de pan y las sobras de su rancho todos los días durante seis meses, me dio una camiseta suya llena de remiendos; escribió para mí una carta a Italia y me hizo recibir la respuesta. Por todo esto, no pidió ni aceptó ninguna recompensa, porque era bueno y simple, y no pensaba que se debiese hacer el bien por una recompensa”, escribió Primo Levi.

Pero, más allá del alimento que permitió la supervivencia física de Primo Levi, Perrone le dio al prisionero algo igual de valioso: le nutrió de una razón para vivir, de un motivo espiritual para no rendirse. “En el ambiente violento y abyecto de Auschwitz, un hombre que ayudase a otros hombres por puro altruismo era incomprensible, ajeno, como un salvador venido del cielo”, en palabras de Levi.

Tal y como recordaría en otro pasaje de Si esto es un hombre, Lorenzo Perrone le recordaba constantemente a Levi “que aún existía un mundo justo fuera del nuestro, algo y alguien para lo cual valía la pena sobrevivir. Gracias a él, logré no olvidar que yo mismo era un hombre”.

placeholder Placa en la localidad italiana de Fossano en recuerdo de Lorenzo Perrone.
Placa en la localidad italiana de Fossano en recuerdo de Lorenzo Perrone.

Pero ¿qué llevó a Perrone a arriesgar su vida a cambio de ayudar a un desconocido? Para Creppi, el albañil actuó movido por un profundo sentido de decencia, porque se avergonzaba de la maldad ajena, experimentaba ese horror que los justos sienten ante las faltas cometidas por otros. Perrone, que tuvo una infancia marcada por la violencia, logró, sin embargo, mantener intacto su enorme caudal de bondad. Quién sabe: quizá fueron los sufrimientos que padeció los que le hicieron generar esa enorme empatía hacia los demás. El propio Levi decía que era una persona simple, pero con una idea elevada y noble de cómo debe de ser la vida de un hombre.

De hecho, no solo ayudó a Primo Levi, sino que también tendió la mano a otras personas. “Tenía otros protegidos, italianos y no italianos, pero le parecía justo no decírmelo: se está en el mundo para hacer el bien, no para jactarse de ello”, según lo describía Levi, quien jamás olvidó a Lorenzo Perrone: habló y escribió con frecuencia de él y llamó a sus hijos Lisa Lorenza y Renzo (nombre que procede de la abreviación de Lorenzo).

Perrone murió con 45 años destruido por el alcohol. "No bebía por vicio, sino para huir del mundo", escribió Primo Levi

Pero los horrores que el albañil presenció le afectaron profundamente. Cuando terminó la guerra y regresó a Fossano (después de caminar durante cinco meses y recorrer a pie más de 1.400 kilómetros), acabó abandonando su trabajo, sumiéndose en un silencio obstinado e impenetrable y entregándose al alcohol, en una espiral de autodestrucción. “No bebía por vicio, sino para huir del mundo. Había visto el mundo y no le gustaba, lo sentía desmoronarse; ya no le interesaba vivir”, escribió Primo Levi en Lilít y otros relatos.

Lorenzo Perrone murió destruido por el alcohol el 30 de abril de 1952 con solo 45 años. El 7 de junio de 1998 fue reconocido como Justo entre las Naciones, un título con el que se rinde homenaje a las personas no judías que ayudaron a los hebreos durante el Holocausto. Tampoco Primo Levi se libró nunca de los horrores de Auschwitz y, de hecho, muchos consideran que no fue accidental que el 11 de abril de 1987, con 67 años, se precipitara por el hueco de la escalera desde el tercer piso de su casa en Turín, sino que fue un suicidio para escapar de una vez por todas de los horrores del campo de concentración.

Uno tenía 24 años, había estudiado en la universidad, era judío y se encontraba encerrado en Auschwitz; era el prisionero 174.517, según el número que le habían tatuado en el brazo. El otro le sacaba 15 años, era prácticamente analfabeto y trabajaba como albañil a cambio de un sueldo en Monowitz-Buna, uno de los tres campos de concentración que componían el gigantesco complejo de la muerte que era Auschwitz.

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