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Arte e inteligencia artificial: la película que pronosticó hace diez años los motivos tras la huelga en Hollywood
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María Díaz

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Arte e inteligencia artificial: la película que pronosticó hace diez años los motivos tras la huelga en Hollywood

El congreso es un clásico contemporáneo de la ciencia ficción y la animación que explica, con previsión clarividente, los problemas de la industria cinematográfica y por qué han explotado ahora

Foto: Los guionistas de Hollywood protestan frente a los estudios de Warner Bros. (Reuters/Fred Prouser)
Los guionistas de Hollywood protestan frente a los estudios de Warner Bros. (Reuters/Fred Prouser)
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"Todo cambia. Muy pronto, la estructura que tanto queremos ya no estará. La estructura alrededor del actor, los agentes, los representantes, las caravanas, las drogas, la coca, las depresiones, las rupturas, los amantes, los escándalos sexuales, los incumplimientos de contrato, los guiones insufribles, la depresión postfracaso, no hacer la promoción, pedir perdón, todo eso puede desaparecer".

Este es un pequeño, pero significativo extracto de diálogo de El congreso, una película de Ari Folman de 2013 que narra una historia de ciencia ficción tanto con acción real como con animación. En la película Robin Wright, protagonista de La princesa prometida, se interpreta a sí misma como una vieja estrella del cine a quien se le ofrece el último contrato de trabajo de su vida —"¿El último? ¿Ya? No he cumplido los 45", dice Wright ante la propuesta—. En la ficción, la actriz es digitalizada por una productora para, gracias al avance de la tecnología, hacer con su imagen todos los productos audiovisuales que la compañía considere en los próximos 20 años. Robin Wright se mantiene así perpetuamente joven, perpetuamente relevante en el panorama cinematográfico, a cambio de perder su capacidad de decisión y su oficio como actriz. Se desdobla de esta manera en dos: la Robin Wright estrella de cine y la Robin Wright persona, mujer para ser más exactos.

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El guion, basado muy libremente en una novela, apunta todos los defectos de la industria de Hollywood como caldo de cultivo para ese futuro próximo distópico: el uso de los actores como marionetas y productos, la extorsión y la manipulación como herramientas de trabajo y la enorme presión estética sobre las actrices, especialmente cumplidos los 35, que son obligadas a mutilar la materia prima de su oficio —sus rostros, sus cuerpos—, a cambio de una mínima prórroga en su carrera. En definitiva, El congreso trata sobre la coacción que ejercen las compañías para que las personas se asemejen a artículos y los artículos a las personas, justo antes de la explosión de la plaga intelectual, se llama marca personal.

La película plantea además, con diez años de avance, cómo la tecnología se pone a disposición de las industrias culturales para sobrepasar el concepto de arte y transformarlo, puramente, en producto. Una situación que cuando Ari Foldman dirigió El congreso parecía ciencia ficción, pero que ahora se palpa como muy real y presente. La desactualización de las condiciones laborales en Hollywood ante el avance técnico está, en parte, detrás de la huelga de actores que dura ya más de un mes y que se añade a la de guionistas, también afectados por estas incongruencias, los cuales llevan más de cien días de protestas.

Por un lado, la tecnología permite rejuvenecer e incluso resucitar a intérpretes, si no se han tomado las medidas legales previas, para que las productoras puedan sacar rentabilidad de la imagen querida y estática que tiene el público de las estrellas. Esto es especialmente relevante en la época de la explotación económica de la nostalgia y de la producción en cadena de sagas y franquicias. Sin ir más lejos, Harrison Ford, sobre cuya imagen se ha utilizado este tipo de técnicas en el prólogo de la última entrega de Indiana Jones, blindó su contrato al respecto para evitar cualquier otro uso futuro de su imagen más allá del autorizado. Está entonces en peligro, si no se llega a un acuerdo pronto, la esencia misma de los derechos de imagen y hasta el libre albedrío de los artistas respecto a su obra.

Foto: Logo de Warner Bros en sus estudios en Burbank, California. (Reuters)

Por otro lado, entre otras muchas y justas demandas económicas sobre el reparto de beneficios en las plataformas de streaming, los escritores se quejan del uso de la tecnología como excusa para la precarización. Mientras que sus obras originales son usadas para entrenar IAs de escritura sin cobrar derechos por ello, se plantea que en el futuro los guionistas se transformen en correctores autómatas mientras la autoría legal la detenta la empresa que contrata el servicio tecnológico. Un planteamiento repugnante y extractivista sobre la tecnología que traiciona toda idea sobre la creación que ha fundado nuestra historia artística.

Las ansiedades en Hollywood al respecto se comienzan a filtrar en la propia gran pantalla. Como ejemplo, en Misión Imposible: Sentencia de muerte, película estrenada este verano bajo la comandancia de Tom Cruise —nombrado por el mismo Steven Spielberg como el salvador de la distribución cinematográfica tras el covid—, se apunta en los primeros minutos de la que será la primera parte de un díptico a un villano más grande que cualquiera, claro pero impreciso: una inteligencia artificial.

Foto: La inteligencia artificial podrá revivir actores y hacer que se multipliquen en múltiples producciones, entre muchas otras cosas. (JD/Ilustración de MidJourney)

La huelga plantea un punto de inflexión importantísimo y de cuya resolución dependen otras tantas industrias culturales, una vez se establezca un precedente. Al respecto de la importancia histórica del caso, Duncan Crabtree-Ireland, director de operaciones y consejero general de SAG-AFTRA y negociador del sindicato de actores, declaraba la postura de las productoras respecto al uso de la técnica como una "amenaza existencial de su forma de vida", pues se pone en peligro no solo las vías de ingreso de los actores, sino también el propio oficio. Mientras tanto, el sindicato se defiende con las herramientas que posee: ha comunicado la prohibición de membresía futura a todos los influencers que participen en promociones de películas mientras dure la huelga, lo que impediría su salto eventual de las redes sociales al cine y la televisión.

En la segunda mitad de El Congreso, en la que hay un salto de 20 años al futuro, cuando se termina el contrato de Robin Wright y debe ser actualizado según la nueva tecnología, el discurso del fin de las estructuras se repite con otro mensaje. El gran derrumbe estructural que se vaticinaba respecto a los actores, llega también a guionistas, grafistas, técnicos, animadores. La industria dice adiós a las películas. Las estrellas son ahora sustancias sintetizadas, fórmulas químicas de venta al público, experiencias de placer: en definitiva, drogas. Una perspectiva crítica sobre la producción cultural en la que la separemos del concepto de bien de consumo puede evitar que la profecía de Folman se termine de cumplir. La guerra se bate en un campo de batalla del siglo XXI con herramientas de combate del XIX, pero aún hay tiempo y, sobre todo, ganas de seguir haciendo arte.

"Todo cambia. Muy pronto, la estructura que tanto queremos ya no estará. La estructura alrededor del actor, los agentes, los representantes, las caravanas, las drogas, la coca, las depresiones, las rupturas, los amantes, los escándalos sexuales, los incumplimientos de contrato, los guiones insufribles, la depresión postfracaso, no hacer la promoción, pedir perdón, todo eso puede desaparecer".

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