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Oro, joyas y cadáveres en el fondo de barro: así se expolió el cenote sagrado de Chichén Itzá
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Aventura de la arqueología IV

Oro, joyas y cadáveres en el fondo de barro: así se expolió el cenote sagrado de Chichén Itzá

Edward Herbert Thompson dragó el famoso cenote entre 1904 y 1911 y le ofreció las piezas encontradas al Museo Peabody de EEUU

Foto: El cenote sagrado de Chichén Itzá. (C.C)
El cenote sagrado de Chichén Itzá. (C.C)
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"Después de matar en sus pueblos, tenían aquellos dos descomulgados santuarios de Chichenizá —Chichén Itzá— y Cuzmil donde infinitos pobres enviaban a sacrificar o despeñar al uno, y al otro a sacar los corazones; de las cuales miserias tenga a bien por siempre librarlos el señor piadoso que tuvo por bien hacerse sacrifico en la cruz al padre por todos". Las palabras de Diego de Landa sobre los pueblos mayas y sobre sus sacrificios, recogidos en Relación de las cosas del Yucatán, habían salido de su letargo tras el hallazgo del manuscrito en la Biblioteca Nacional de Madrid en 1863 (Ver Arqueología III) y despertado un creciente interés en la cultura maya junto a los hallazgos de John Lloyd Stephens.

Precisamente el libro de Stephens sobre las ruinas de Copán había cautivado a su compatriota Edward Herbert Thompson, que además disponía ya del relato de Diego Sarmiento de Figueroa: "Aquellas mujeres eran arrojadas sin ser atadas y caían al agua con gran violencia y ruido. A últimas horas de la tarde gritaban las que aún no se habían ahogado…". O el de Landa, uno de cuyos pasajes le obsesionó: "Va desde el patio, enfrente de estos teatros, una hermosa y ancha calzada hasta un pozo como a dos tiros de piedra. En este pozo han tenido y tenían entonces, costumbre de echar hombres vivos en sacrificio a los dioses, en tiempo de seca, y pensaban que no morían aunque no los veían más…".

"En este pozo han tenido y tenían entonces, costumbre de echar hombres vivos en sacrificio a los dioses, en tiempo de seca"

A diferencia de Copán, el conjunto de las ruinas de la antigua ciudad maya de Chichén Itzá, en el Yucatán mexicano, se conocían y estaban documentadas, desde la pirámide de Kukulcán —el denominado castillo— hasta el de los jaguares, y por supuesto, la fuente sagrada o Cenote, al que se llegaba desde las lindes de la ciudad por un camino empinado. Pero lo que describía Landa en su crónica no se había comprobado nunca, sin embargo, y era factible hacerlo por la segunda parte de ese párrafo:

"Echaban también otras muchas cosas de piedras de valor y que tenían preciadas. Y así, si esta tierra hubiera tenido oro fuera este pozo el que más parte de ello tuviera, según le han sido devotos los indios. Es pozo que tiene siete estados largos de hondo hasta el agua, de ancho más de cien pies, y redondo y de una peña tajada hasta el agua que es maravilla…" —Diego de Landa, Relación de las cosas de Yucatán—. El cenote sagrado existía y estaba a la vista, pero ¿realmente servía como centro de rituales sagrados de sacrificios humanos? ¿eran llevados allí jóvenes y doncellas para ser arrojados al dios de la Lluvia Chaac?

La fiebre por los mayas

Medio siglo después de que John Lloyd Stephens redescubriera entre la maleza las ruinas de Copán, en el Yucatán, (Arqueología III) la ‘fiebre maya’ de curiosos, aventureros y primeros turistas, amenazaba con destruir una gran parte del legado de los pueblos de la civilización maya. Si en el área de la antigua Mesopotamia y el antiguo Egipto se habían sucedido las misiones europeas como las de Layard (Arqueología I) o Koldewey (Arqueología II), en una carrera arqueológica entre museos como el Británico o el Instituto alemán, en América Central, EEUU había definido una gran ‘área maya’ y, al calor de las inversiones del Smithsonian o el Peabody, había comenzado su propia rivalidad arqueológica con la intención de encontrar y exponer más y más objetos y la de patrocinar excavaciones.

placeholder Zona de Chichen Viejo, en Chichen Itza, hoy en el municipio de Tinum, Yucatan, México. (EFE)
Zona de Chichen Viejo, en Chichen Itza, hoy en el municipio de Tinum, Yucatan, México. (EFE)

Entre ellos estaba el propio Herbert Thompson, otro aventurero como Stephens, en una época posterior, fascinado por sus propias indagaciones, en las que al hallazgo arqueológico se le empezaba a sumar el concepto de protección de patrimonio: ¿no estaban las misiones estadounidenses esquilmando el país? Tal y como describe Guillermo Palacios : "Con la fiebre anticuaria, que trajo sucesivas olas de viajeros y los primeros turistas, se expandió también una antigua industria de falsificaciones. Se consolidó asimismo una nueva categoría de agentes e intermediarios, los contrabandistas profesionales, mitad exploradores de mercados urbanos de antigüedades arqueológicas, mitad coleccionistas, en su mayoría angloamericanos, que con frecuencia se apoyaron en el "honor nacional" para contrabandear piezas hacia instituciones estadounidenses, evitando así que fueran a parar a Londres o París…" —Guillermo Palacios, Conquista y pérdida de Yucatán: la arqueología estadounidense en el ‘Area Maya’ y el Estado nacional mexicano, 1875-1940 (2021)—.

placeholder Arqueólogo Edward Herbert Thompson. (C.C)
Arqueólogo Edward Herbert Thompson. (C.C)

Como sacado de una entrega de Indiana Jones, y su célebre frase, "Esa pieza debería estar un museo", los nuevos aventureros y arqueólogos de finales del XIX y principios del XX se preocupaban de que los hallazgos fueran a parar a los estantes de un museo y no al de las colecciones privadas .¿Pero a cuál? ¿Al del país al que pertenecían o a el que había financiado su hallazgo? Así Ward Batchelor, que fungió como proveedor del Instituto Smithsoniano en la segunda mitad de la década de 1880, tal y como explica Guillermo Palacios, fue el autor de una verdadera propuesta de política de saqueo monroiano que el Smithsoniano debía seguir respecto de las antigüedades mexicanas, aprovechándose de las debilidades del Estado mexicano:

"Ahora, si estos valiosos e históricamente importantes objetos caen en manos de coleccionistas que los embarcan a Europa, y así los retiran del continente cuya historia antigua ellos iluminan, ¿será que las instituciones estadounidenses de historia natural, en un tiempo futuro, cuando perciban la importancia de estos objetos […] tomarán medidas para formar colecciones, con adquisiciones a bajo costo y crédito para ellas mismas como las depositarias naturales de los tesoros arqueológicos del continente americano?" —Guillermo Palacios, Conquista y pérdida de Yucatán: la arqueología estadounidense en el ‘Area Maya’ y el Estado nacional mexicano, 1875-1940 (2021)—.

El expolio

Con esta idea en la cabeza, haciendo honor a otra de las imágenes clásicas que proporcionaría la ficción de Indiana Jones, Herbert Thompson se embarcó entre 1904 y 1911 en la aventura de Chichén Itzá para mayor gloria del museo de su país, en este caso el Peabody de Arqueología y Etnografía de Harvard: terminar la aventura para después pasearse por las salas repletas de vitrinas, lo que más adelante sería criticado por las autoridades y académicos mexicanos.

Thompson seguía al pie de la letra las descripciones de Landa sobre el increíble cenote de Chichén: "Parece que tiene el agua muy verde y creo lo causan las arboledas de que está cercado, y es muy hondo; tiene encima de él, junto a la boca, un edificio pequeño donde hallé ídolos hechos a honra de todos los dioses principales de la tierra, casi como el Pantheón de Roma. No sé si era esta invención antigua o de los modernos para toparse con sus ídolos cuando fuesen con ofrendas a aquel pozo. Hallé leones labrados de bulto, y jarras y otras cosas que no sé como nadie dirá que no tuvieron herramientas estas gentes".

placeholder Excavaciones y trabajos recientes en Chichén Itzá. (EFE)
Excavaciones y trabajos recientes en Chichén Itzá. (EFE)

Pero para poder afirmar que el relato de Landa era correcto no quedaba más remedio que sumergirse en el fondo del Cenote, un impresionante pozo natural abierto a cielo abierto de unos 60 metros de diámetro cuyas aguas eran un pozo de barro y ciénaga, no de aguas cristalinas: dragar el cenote de esas dimensiones era una tarea muy complicada:

"Los bordes de aquel enorme pozo tenían una separación de unos setenta metros. Por medio de una sonda comprobé que el nivel de fango se hallaba aproximadamente a una profundidad de 25 metros" explicó Thompson que además preparó la draga del cenote de una forma muy particular, reproduciendo los sacrificios humanos a los que hacía referencia Diego de Landa: "Preparó unas figuras de madera de forma humana, y las arrojó como su fantasía le sugirió que antaño habrían sido arrojadas las doncellas sacrificadas a la terrible divinidad. El objetivo perseguido con tal ejercicio era una primera orientación en el reino de la fuente" —David W. Ceram, Dioses, tumbas y sabios—.

Después de dar clases de buceo y descartar la idea por la dificultad que entrañaba el enorme pozo y las gran cantidad de agua y cieno, Thompson se hizo con una draga de cuerdas con "juego de poleas y una palanca de treinta pies" con la que comenzar a dragar el cenote, para lo cual había arrojado antes las figuras esperando localizar el mejor punto para comenzar. Durante días no hizo más que sacar madera podrida, follaje, ramas rotas, el esqueleto de un jaguar, el de un ciervo… según su propia descripción: "El sol calcinaba todos aquellos residuos rápidamente y de la fuente emanaba un hedor pestilente del cieno removido y del fango".

La draga comenzó a sacar joyas, vasijas, puntas de lanza, cuchillos de obsidiana, platos de jade y por fin el esqueleto de una joven

Lo primero que halló al ir removiendo trozos de barro y acercarlos al fuego fueron restos de incienso empleados seguramente para los rituales y poco después la draga comenzó a sacar joyas, vasijas, puntas de lanza, cuchillos de obsidiana, platos de jade y por fin el esqueleto de una joven. Las dos partes del párrafo del obispo español se confirmaban: al cenote se habían arrojado personas y como parte del ritual también joyas y oro. Confirmaba también de alguna forma otro relato el de Diego Sarmiento de Figueroa, alcalde de Valladolid (México) en 1579:

"La nobleza y los ricos del país tenían la costumbre, después de sesenta días de ayuno y abstinencia, de acercarse al amanecer a la boca de aquella fuente y precipitar al fondo de las aguas oscuras a algunas mujeres indias que les pertenecían como esclavas… Aquellas mujeres eran arrojadas sin ser atadas y caían al agua con gran violencia y ruido. A últimas horas de la tarde gritaban las que aún no se habían ahogado y se les echaban cuerdas para sacarlas.Una vez fuera, aunque medio muertas de frío y espanto, se prendían hogueras a su alrededor quemando resina de copal".

Thompson interpretaría al bajar él mismo finalmente como buzo, después de haber explotado la draga cuando ya no salían más objetos, que como parte del ritual del pozo, ya que los mayas lo consideraban una puerta al inframundo, las muchachas eran recogidas para que contaran lo que habían dicho los muertos, que no eran sino los ecos de la gente que estaba en el borde: "No sólo les veía, sino que oía el eco suave de la conversación que no podía entender, pues las cavidades del pozo daban a las voces un tono extraño…" —David W. Ceram, Dioses, tumbas y sabios—.

placeholder Castillo Kukulcan de Chichén Itzá. (EFE)
Castillo Kukulcan de Chichén Itzá. (EFE)

El estadounidense concluiría que en esencia los relatos de los españoles sobre los sacrificios de la fuente sagrada de Chichén Itzá eran correctos y que en cambio los tesoros arrojados en los rituales eran aleaciones de cobre y oro de mala calidad que se rompían antes de ser arrojados: "La mayoría de las piezas que aparecían eran fragmentos. Probablemente se trataba de ofrendas que en acto ritual eran rotas por los sacerdotes antes de arrojarlas a la fuente. Y los golpes que se daban para romperlas eran ejecutados siempre de modo que no se destruyeran los rasgos grabados de cabezas o rostros, conservando, pues todo su carácter las figuras representadas en jade o discos de oro".

En 1970 el Museo Peabody accedió a devolver a México la mitad del lote que halló Thompson

Para poder llevar a acabo sus indagaciones, al igual que había hecho antes John Lloyd Stephens, Thompson había comprado la finca de Chichén Itzá en donde se encontraba el cenote y siguiendo los acuerdos con el museo Peabody de Harvard, entregándoles los objetos que encontraba. En 1911 el gobierno de Porfirio Díaz suspendería las dragas del cenote y en 1926 se le expropiaría la finca además de abrirle un juicio civil y otro penal que se extinguió con su muerte en 1935. Finalmente en 1944 la Suprema Corte de Justicia mexicana le dio la razón a sus herederos lo que no fue óbice para que la cuestión sobre el patrimonio cultural y artístico se fuera abriendo paso a lo largo del siglo XX. En 1970 el Museo Peabody accedió a devolver a México la mitad del lote de lo hallado por Thompson que se completó con otras tantas en 2008. Las piezas tienen que estar en un museo, com decía Indy, pero importa, y mucho, en cuál.

"Después de matar en sus pueblos, tenían aquellos dos descomulgados santuarios de Chichenizá —Chichén Itzá— y Cuzmil donde infinitos pobres enviaban a sacrificar o despeñar al uno, y al otro a sacar los corazones; de las cuales miserias tenga a bien por siempre librarlos el señor piadoso que tuvo por bien hacerse sacrifico en la cruz al padre por todos". Las palabras de Diego de Landa sobre los pueblos mayas y sobre sus sacrificios, recogidos en Relación de las cosas del Yucatán, habían salido de su letargo tras el hallazgo del manuscrito en la Biblioteca Nacional de Madrid en 1863 (Ver Arqueología III) y despertado un creciente interés en la cultura maya junto a los hallazgos de John Lloyd Stephens.

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