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El debate sobre la educación: egocentrismo y traumas juveniles
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El debate sobre la educación: egocentrismo y traumas juveniles

Los adolescentes se quejan de que no les forman para la universidad, los universitarios de que no les forman para el trabajo y los trabajadores de que nadie les habló sobre la formación profesional

Foto: Varios niños acuden a un colegio de Fuerteventura. (EFE/Carlos de Saá)
Varios niños acuden a un colegio de Fuerteventura. (EFE/Carlos de Saá)
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Que el sistema educativo necesita mejorar parece uno de los pocos consensos sociales que persisten. Sin embargo, la pelea constante por los modos, llevando siempre por delante la experiencia personal y no los datos, hace que perdamos la oportunidad, una y otra vez, de solucionar la cuestión.

Con la ejecución anual de la prueba de acceso a la universidad y la publicación de las notas de corte, suele venir el consabido debate habitual sobre la educación pública en España, especialmente este año que es el último antes del cambio de formato de los exámenes de selectividad. Es común que sea ahora cuando, en privado y público a través de redes sociales, alumnos de bachillerato y universitarios, profesores y adultos formados den su punto de vista personal sobre el estado de la educación y su modelo general y particular, según comunidades.

Foto: Varios niños, a su llegada al colegio Hernán Cortés, en Madrid. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

En este caso, el adjetivo personal me parece especialmente relevante, pues las opciones no suelen tener en cuenta las experiencias del resto de agentes que actúan sobre la situación. Habitualmente, se hace una aproximación al tema desde diferentes perspectivas, como capacidades, competencias, situación socioeconómica, territorialidad, aptitudes, ideologías o mercado laboral posterior, pero difícilmente se combinan todos estos aspectos antes de lanzarse a la piscina de la valoración.

Según el perfil del estudiante se encuentra uno con quejas sobre la dificultad de las pruebas —tanto por arriba como por abajo—, lo arbitrario de los criterios de corrección —muchas veces no coinciden los de los centros o tutores con los de los correctores de selectividad— o sobre la aplicación práctica de los conocimientos memorizados —una queja legítima que tiene poco que ver con las materias y mucho con la perspectiva con las que se imparten—. Unos quieren más clases de refuerzo, diversificación, adaptación de materias; otros piden con vehemencia lo contrario, solicitando mayor flexibilidad lectiva, con menos horas a cambio de mayor calidad, materias más amplias, programas de excelencia.

"Unos quieren más clases de refuerzo, diversificación, adaptación de materias; otros piden con vehemencia lo contrario"

Por otro lado, dependiendo del tipo de profesorado, se reclama la bajada de ratios o reducción del temario contra los que piden incentivos según rendimiento y vuelta a contenidos ya descartados dos legislaciones atrás. Si trabajan en la pública o en la privada —o en el híbrido estéril que es la educación concertada— su perspectiva sobre los problemas logísticos, lectivos y del alumnado cambia radicalmente. Y lo mismo ocurre si acaban de sacar la plaza o les quedan dos cursos para jubilarse.

Los adolescentes se quejan de que no les forman para la universidad, los universitarios de que no les forman para el trabajo y los trabajadores de que nadie les habló, de la manera apropiada y en el momento adecuado, sobre la Formación Profesional. Finalmente, todos terminan por ponerse de acuerdo en que no fueron advertidos con suficiente énfasis sobre las dificultades de estar vivo aquí y ahora: nacer, crecer, trabajar y morirse.

Por su parte, los empresarios aseguran que los universitarios no sirven para nada —pero no te presentes a ningún puesto sin, por lo menos, dos títulos bajo el brazo— y justifican con ello el sistema de eternas prácticas laborales. Junto a estos, los chamanes del emprendimiento claman al cielo eliminar ¡qué se yo!, sandeces inútiles como la filosofía o historia del arte de los programas, para dar por fin paso a enseñar a los chavales cosas prácticas, como a hacer la trimestral mientras meditas o a liderar equipos usando la terapia Gestalt. Es curioso cómo los mayores defensores del autodidactismo suelen ser las personas más faltas de la más mínima curiosidad humana y humanista posible.

Foto: Foto: Europa Press/Jorge Peteiro.

Yo, personalmente y si alguien me preguntara, aún no concibo que la lectura de Galdós, ligera y entretenida como pocas, no sea obligatoria en secundaria como intersección entre literatura e historia contemporánea. Pero, de nuevo, esto es una percepción personal propia y, por lo tanto, inútil para analizar lo que puede estar mal o bien en nuestro sistema educativo. Porque la educación no está concebida para satisfacer las inquietudes individuales de cada alumno, ni para contentar los intereses de sectores particulares y, desde luego, el debate de la reforma educativa no debe tener en el centro resarcir los traumas de juventud de una u otra generación.

La educación, como ocurre con la sanidad, es un plano social interdependiente: que estemos todos educados, en mayor o menor medida, es bueno para todos de manera conjunta y también particular. Es decir, en la educación prima el concepto del bien común, que no equivale, en ningún caso, a la suma de intereses personales de cada individuo. El bien común está por encima de particularidades y redunda positivamente en toda la comunidad, permitiendo a su vez las condiciones para aplicar los bienes propios de cada cual. Es ideal en construcción constante que pretender conseguir el mayor bien posible para el mayor número de personas e, idóneamente, es el concepto que debe estar tras las decisiones públicas que, en nuestro sistema político, se toman a través del voto.

"La crítica al sistema educativo español es tan frecuente como sana, especialmente si se trata de la sensible cifra de abandono escolar"

La crítica al sistema educativo español es tan frecuente como sana, especialmente si se trata de la sensible cifra de abandono escolar que nos coloca en ese marcador entre los peores puestos de Europa. Sin embargo, en diez años, de 2011 a 2021, la tasa de abandono temprano de la educación se ha reducido a la mitad y el porcentaje de población con estudios no obligatorios ha aumentado, en tan solo una generación —comparando población de 25 a 35 años con personas de 55 a 64 años— casi 20 puntos, llegando a los 25 en el caso de las mujeres. Todo esto contando con que venimos de un país en el que en 1984 cerca del 80% de los adultos mayores de 25 años no tenía ningún título equivalente al graduado escolar.

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El abandono escolar, como la insatisfacción educativa, es multifactorial y se debe hacer todo lo posible para paliarlo, pero sin por ello tirar por tierra las victorias evidentes de profesionales y alumnado, de Estado y Comunidades Autónomas. El beneficio común que conlleva una sociedad suficientemente educada es incuestionable y su realización solo puede alcanzarse mediante perspectivas amplias y solidaridad social. No tratemos, pues, de pelear por la razón hasta romperla

Que el sistema educativo necesita mejorar parece uno de los pocos consensos sociales que persisten. Sin embargo, la pelea constante por los modos, llevando siempre por delante la experiencia personal y no los datos, hace que perdamos la oportunidad, una y otra vez, de solucionar la cuestión.

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