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Vampiros de nuestro tiempo: cómo la obsesión con la productividad nos hace rendir menos
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Vampiros de nuestro tiempo: cómo la obsesión con la productividad nos hace rendir menos

Los 'influencers' de productividad han encontrado un mercado en nuestra inseguridad laboral. Pero su contenido no son consejos verdaderamente aplicables a la vida real, sino más bien pornografía laboral

Foto: La red está llena de 'influencers' que dan consejos de productividad. (EFE/E. Naranjo)
La red está llena de 'influencers' que dan consejos de productividad. (EFE/E. Naranjo)
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Como muchos compañeros, a lo largo de mis años de estudiante desarrollé un método de estudio que apliqué desde el instituto hasta finalizar la carrera. No era perfecto ni infalible, pero sí se ajustaba a mis necesidades y lo sabía probadamente útil. Era, en definitiva, un sistema al que atenerse cuando la tarea era abrumadora. Tremenda arrogancia y desafección hubiera sigo imaginar entonces que las herramientas de gestión de una niña algo ansiosa y resabida serían, quince años después, material monetizable para adultos estresados.

La red está llena de influencers que propagan consejos y métodos de productividad y mejora personal, sea eso lo que sea. Hay sistemas de organización, métodos de estudio, esquemas de trabajo, plantillas de acción, cursos, recursos y un sinfín de horas de contenido que prometen resetear tu vida, alcanzar tus objetivos y convertirte en la persona que siempre quisiste ser. Es decir, transformarnos en otro y más concretamente en el influencer que nos ofrece esta lista de mejoras. Porque ellos, por supuesto, personifican el verbo producir hecho carne y enseñarte los secretos de su éxito es su pasión y carrera.

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Esta evolución digital de los libros de autoayuda sugiere una mezcla de esoterismo (pensamiento positivo, proyección, manifestaciones cósmicas) con técnicas de control empresarial (parametrización, KPI, OKR, GTD y otra sarta de siglas). Habitualmente se combina con el rastreo miserable del tiempo, especialmente aquel dedicado al ocio, para amargarle a cualquiera sus disfrutes y aficiones. Todo aderezado con hábitos insostenibles con la edad adulta, ni que decir con la crianza, y rutinas imposibles que comienzan antes de que salga el sol. Como si la mayoría de personas no tuvieran su jornada medida, ordenada, exprimida para llegar a todo. Como si, casi todos nosotros, no madrugáramos ya, muy frecuentemente antes del amanecer, cada día para ir a trabajar y ser, de verdad, productivos.

No contentos con exponer en público su total falta de contacto con la realidad de las personas trabajadoras, estos influencers se graban para ponerse a sí mismos como ejemplos del despropósito que pretenden ilustrar. "Rutina de mañana para cambiar tu vida", "Sé productivo conmigo: 7 horas de estudio seguidas", "Jornada productiva: trabaja conmigo". Bajo estos títulos y similares pueden verse procesos tan resolutivos y útiles para la vida como una sesión de yoga matutino, responder emails y asistir a videollamadas (esos pozos de tiempo) o algunos pasos extra de mantenimiento estético como, ahí es nada, un masaje facial. En definitiva, ni una cosa que genere valor alguno, es decir, que sea verdaderamente productiva. En cuanto a productividad laboral, con suerte, estos influencers te ofrecen un montaje a cámara rápida de labores indeterminadas frente a un ordenador que vale el SMI anual. Utilísimo todo. Eso sí, nadie explica cómo sacan tiempo para tareas tan mundanas y necesarias mantener sus retretes limpios y neveras llenas en esas vorágines de autocuidado infructuoso y monitoreo enfermizo de la cotidianeidad.

Foto: Un operario descarga la mercancía de un camión junto una oficina de empleo en Madrid. (EFE/Mariscal)

Porque el trabajo de esta gente no es otro que ese mismo; dar la impresión de que hacen algo, más rápido, más valioso y mejor que tú. Pero, como el resto de vendemantas y jaraperos digitales, toman toda la angustia y desafección generalizada que provoca el sistema productivo y laboral y la usan como arma para vampirizar la atención y los anhelos de su audiencia. Un público cuyas inseguridades profesionales y personales se ven, a la vez, satisfechas e incrementadas en este tipo de señuelos. Sin negar que un sistema organizativo sea útil para cualquiera al que los malabares de la vida le aturullen (yo misma la primera) el uso y aplicación que se plantea de estas técnicas de gestión en un mundo donde nadie se siente lo suficiente no es más que un anzuelo para pescarnos por nuestras debilidades.

Consumir este tipo de contenido (y como consecuencia comprar su nocivo discurso) tiene algo de satisfacción vicaria casi inexplicable. Mientras se rasca la picazón que produce la falta de amor propio y valía, el espectador voyeuriza la productividad ajena. Esta contemplación pasiva, a su vez, roba a la audiencia el tiempo y la seguridad personal que necesita para cumplir sus propias tareas, sueños, aficiones u obligaciones. Esto es, como buena parte del resto de internet, no es más que pornografía laboral. Si como personas experimentadas no tomamos por verosímil el cine para adultos, no hay motivo para no hacer lo mismo con el mensaje de estos comerciales del trabajo, con el que prometen tutorizar nuestras tareas, como si aún fuésemos todos una pandilla de niños abrumados.

Como muchos compañeros, a lo largo de mis años de estudiante desarrollé un método de estudio que apliqué desde el instituto hasta finalizar la carrera. No era perfecto ni infalible, pero sí se ajustaba a mis necesidades y lo sabía probadamente útil. Era, en definitiva, un sistema al que atenerse cuando la tarea era abrumadora. Tremenda arrogancia y desafección hubiera sigo imaginar entonces que las herramientas de gestión de una niña algo ansiosa y resabida serían, quince años después, material monetizable para adultos estresados.

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