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Olvido y muerte de Martin Amis, el escritor que lo tuvo todo
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OBITUARIO

Olvido y muerte de Martin Amis, el escritor que lo tuvo todo

Ya no resulta tan evidente que la obra del gran escritor inglés vaya a perdurar más que la de su propio padre, Kingsley

Foto: El escritor inglés Martin Amis. (EFE/Alejandro García)
El escritor inglés Martin Amis. (EFE/Alejandro García)

Sería elevar la nostalgia a canon afirmar que Martin Amis ocupaba ahora mismo un lugar destacado en la literatura de nuestro tiempo. No era así. Su muerte sorprende porque nos pilla mayores, con Amis muy leído hace décadas; con Amis, ay, sin leer desde hace años.

Fue, sin duda, la estrella del rock de la literatura mundial en los años 80 y 90. Cada libro suyo parecía una obra maestra, publicado en España por Anagrama, dentro de las obras maestras (supuestas) que publicaba Anagrama cada mes, bajo la premisa olímpica del dream team. El dream team eran Jordan y Magic Johnson en los Juegos de Barcelona. El dream team literario eran Amis, McEwan, Kureishi y Barnes. En los 90 sí que sabían vender libros.

El siglo XXI le sentó mal a Amis, desde luego en lo que a narrativa se refiere

De pronto, con su fallecimiento inesperado, todo su impacto a finales de siglo XX me ha parecido muy cuestionable, como de tener que leerlo otra vez para saber de qué hablamos. El siglo XXI le sentó mal a Amis, desde luego en lo que a narrativa se refiere. Es como si la simpleza de una cifra hubiera acogotado al talento, que no consiguió hacer pie, afirmarse de verdad, en los nuevos tiempos.

Antes, sí, la obscena gloria. De Amis sabíamos en los 90 hasta sus peleas domésticas. Compartía agente con Julian Barnes (la mujer de Barnes, de hecho), y discutieron y dejaron de hablarse. Tuvo problemas dentales (eran portada de las secciones de cultura, las prótesis y ortodoncias del autor de Dinero, se lo juro), y escribía novelas para pagarse reconstrucciones increíbles de sus maxilares con el adelanto que le daban. Se sucedían las novelas cruciales sobre la vida moderna del hombre occidental, Dinero (1984), Campos de Londres (1989) y La información (1995). Era, se me ocurre ahora, una mezcla fabulosa de Houellebecq y James Bond. Es decir, resultaba turbio, incluso sucio, muy sexual, pero era la turbiedad del tipo más elegante que conocías.

La duda que me deja su obra es muy sencilla: la apabullante masculinidad. En un relato divertidísimo de Mar Gruesa (1998) titulado Deja que cuente las veces, una pareja contaba en efecto las veces que hacían el amor en todo un año, siendo que el sexo anal lo practicaban en dos ocasiones: en el cumpleaños de él, y en el cumpleaños de ella. Esto hace veinticinco años era rompedor, libre y progresista. Hablar de sexo anal en narrativa de primera división.

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De mis lecturas de entonces recuerdo la contradicción de que Amis me gustaba mucho más cuanto más corto escribía. Sus novelas breves Tren nocturno (1997) y La flecha del tiempo (1991) eran extraordinarias, sobre todo esta última, una historia rebobinada (contada hacia atrás, en fin) del Holocausto. También recuerdo mi disfrute con el relato El portero de Marte.

Heredero auto-designado de Saul Bellow y Nabokov, Amis lo tenía todo, hasta un padre escritor que nadie leía, pero que le aportaba abolengo monárquico, Kingsley Amis. Su primera novela, El libro de Raquel (1973), la movió Martin sabiendo, según reconocía en Experiencia, que se la iban a publicar con toda seguridad, pues era el hijo de Kingsley, abran paso.

Hasta sus ensayos eran una delicia, sobre todo los recogidos en La guerra contra el cliché (1971-2000), como escritos a favor del viento, cuesta abajo y con una línea de meta donde no ponía Finish, sino Amis. Era un ganador necesario.

Es sólo una hipótesis. He adorado a Martin Amis como a un Dios

Su último gran libro es quizá su mejor libro, Experiencia (2000), claro; y ya en Koba el terrible (2002) se notaba algo que nada tenía que ver con Stalin (es un libro contra Stalin): que Martin Amis no pegaba tanto en Anagrama, que Amis no pegaba tanto en el siglo XXI, que nuestro autor ya no era, lo diremos, moderno. Era como un señor un poco rancio. Sus editoriales de siempre en Francia y Alemania rechazaron La zona de interés (2014) por burlarse del Holocausto.

Hay, entonces, un momento en el que un autor (pasa lo mismo en la música o el cine) pierde oído, desconecta, no anticipa lo social venidero ni toma el pulso a la realidad del otro lado de la ventana, y se va haciendo pequeño con sus nuevos libros, que ya no le dicen nada a nadie. ¿De qué hablas, Amis, esto ya no nos importa?

Así, la ironía final de la obra de Martin Amis es que quizá la nunca muy leída y apenas reivindicada obra de su padre pueda en el futuro ser más relevante que la suya, como si el padre le hubiera permitido en vida disfrutar del placer de superar al progenitor cuyos pasos se imitan, y cuya sombra se sufre, para, muertos ambos, dejar que el tiempo ponga las cosas en su sitio.

Es sólo una hipótesis. He adorado a Martin Amis como a un Dios.

Sería elevar la nostalgia a canon afirmar que Martin Amis ocupaba ahora mismo un lugar destacado en la literatura de nuestro tiempo. No era así. Su muerte sorprende porque nos pilla mayores, con Amis muy leído hace décadas; con Amis, ay, sin leer desde hace años.

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