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'Una vida bárbara': la rehabilitación de la buscona
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SERIE DOCUMENTAL DE ATRESPLAYER

'Una vida bárbara': la rehabilitación de la buscona

La serie de Atresplayer recorre a lo largo de cuatro capítulos la trayectoria artística y sentimental de Bárbara Rey, a través de la que vemos la evolución del rol de la mujer en España

Foto: Bárbara Rey, en 'Palmarés'. (Atresplayer)
Bárbara Rey, en 'Palmarés'. (Atresplayer)

Retrato de una buscona. Si recopilásemos los cientos de páginas y miles de minutos consagrados a convertir a Bárbara Rey en la bruja y la cortesana de España, conseguiríamos un collage de zafiedades interesadas que la describieron como una mujer ligera de cascos, sibilina y manipuladora, capaz de manejar a los hombres —pobres ellos, tan dóciles, tan indefensos—, con delirios de grandeza —esa loca con ínfulas y en horas bajas—, esa arpía con rostro de mujer y garras de ave de rapiña, que esquilmó a los españoles con sus chantajes de cama. Enrique Martí Maqueda, director de Palmarés, el programa que la lanzó a la fama, en una entrevista de 2017 resumió su visión de ella en un dardo envenenado: "Bárbara Rey no era nada y yo lo que necesitaba era a la mula Francis; la mula Francis también triunfó y ni cantaba ni bailaba".

Cuando en 1980 Bárbara Rey se casó con Ángel Cristo, en la televisión se hizo moda el preguntarle al domador si había conseguido "domar a la actriz". Risas por lo bajinis, guiño, guiño. Cuando nueve años después ya se habían separado, durante una sesión de fotos a cargo de Manolo Carrero, Cristo persiguió a la actriz por su casa con un cuchillo de cocina, la golpeó y la arrastró por el pelo hasta dejarla tirada en la calle (versión corroborada por Carrero). En otra ocasión, cuando Cristo le llevó a Rey unos papeles para que firmase la renuncia de la custodia de sus hijos en común, el domador le pegó una paliza que la dejó con collarín. Estaban en el despacho del director del colegio de sus hijos. Hubo muchos padres, madres y profesores como testigos. Nadie la socorrió. Anteriormente, también se había rumoreado en los medios que Cristo había aparecido en el Bingo Canoe buscando a Rey pistola en mano. Un año después del ¿incidente?, en 1990, el periodista Ángel Casas entrevistó a Cristo en el programa Un día es un día. La pregunta fue: "Pero a usted lo han considerado el malo de esa relación, ¿no? El agresivo, ¿no? El que entraba con una pistola y coge del cuello a su señora...". Cristo se ríe. No, se descojona.

El 26 de junio 1997, Bárbara Rey hace historia de la televisión en Tómbola, programa de cotilleos del Canal 9 valenciano pionero y precursor de Sálvame y demás. Una Rey sensiblemente nerviosa llama por teléfono en directo. "Estoy amenazada; no me dejan vivir. ¡Estoy desesperada!", denunció ante el estupor y la rígida incomodidad de los contertulios. La invitaron a acudir al programa una semana después, para aclarar de qué se trataba el asunto real, pero justo cuando iba a entrar en plató, Ximo Rovira negó que fuese a participar. "Nuestra intención y nuestro compromiso era que entrara Bárbara Rey con ustedes aquí hoy en Tómbola, pero han habido motivos [sic] que, se lo digo de corazón, ignoro qué ha ocurrido...".

En el año 2006, en el programa rosa ¿Dónde estás corazón?, el tertuliano Enrique Miguel Rodríguez, con Bárbara Rey en el plató, expuso lo siguiente: "La gente, cuando se sientan señoras, que yo no digo que no sean maltratadas, maravillosas, guapísimas, como Bárbara, lo ve como un espectáculo televisivo, no como el drama cotidiano de todos los días, el drama de la mujer que está escondida en un rincón, maltratada realmente. Esto lo ve como un espectáculo y no termina creyéndose que las señoras maravillosas sean maltratadas, porque son maravillosas y tienen mucha vida". Año 2005, un Ángel Cristo totalmente destruido por las drogas, apuntilla: "Nadie se atreve en este país a decir la verdad: [Bárbara] es una chantajista".

placeholder Bárbara Rey, en la actualidad. (Atresplayer)
Bárbara Rey, en la actualidad. (Atresplayer)

Estos son algunos extractos que recupera Una vida bárbara, la serie documental de Atresplayer dirigida por Óscar Bernàcer y coescrita junto a Gracia Solera y que entrega la voz del relato a Bárbara Rey, por primera vez. A lo largo de cuatro capítulos, Bárbara Rey desmenuza su vida, conocida ya a través de exclusivas y programas de televisión, pero también refleja el cambio de perspectiva que han experimentado los medios de comunicación que hasta hace muy poco —todavía hoy— emplean el látigo verbal contra las mujeres que en su momento se desviaron de la imagen de la madre perfecta, de la novia sumisa. Una vida bárbara sigue el rebufo de esa corriente de documentales que revisitan algunas figuras de la cultura pop, en su mayoría mujeres, algunas carne de entretenimiento y otras carne de sucesos, pero todas con la coroza en el paseíllo. Por primera vez son ellas las que cuentan SU historia: Nevenka (Netflix), Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkof (HBO), Pamela Anderson, una historia de amor (Netflix). La rehabilitación de la buscona, de la puta, de la lesbiana, de la idiota de las tetas grandes.

Más allá del formato —convencional— y del morbo por los detalles más sórdidos de la relación de Rey con diferentes exparejas de mayor o menor duración y publicidad, Una vida bárbara funciona como las hombreras, las chorreras y los cardados de las fotos de los ochenta: como un recordatorio de lo feos que éramos y el mal gusto que teníamos. Y, a veces, lo seguimos teniendo, vistas las campañas de acoso y derribo televisivo de personas —no personajes— de la televisión actual. Pero las imágenes de aquellos programas detonan un pudor colectivo al presenciar un consenso mediático que hoy se deshilacha o, al menos, se cuestiona. La femme fatale y el pobre hombre, arquetipos resobeteados. Mujeres jóvenes que dejan un reguero de amantes despechados y hombres poderosos que caen en una especie de embrujo de amor —¡bruja, más que bruja!— y pierden la razón, como si fueran pobres idiotas sin voluntad. ¿Podría ejercer el poder un pobre idiota sin voluntad? Hasta la becaria de 22 años, Monica Lewinsky, es capaz de engañar con sus malas artes al presidente del Gobierno de Estados Unidos. Bitch!

placeholder Rocío Dúrcal y Bárbara Rey, en 'Me siento extraña', película protagonizada por personajes lesbianos. (Atresplayer)
Rocío Dúrcal y Bárbara Rey, en 'Me siento extraña', película protagonizada por personajes lesbianos. (Atresplayer)

Una noche bárbara también se suma a esa revisión del concepto musa del destape y, por extensión, de la rebelión sexual de los españoles de la Transición y de los roles de "mujer liberada" y "hombre liberado". De cómo la liberación de la mujer es más discutible, porque nunca llegó a pasar de objeto a sujeto sexual. Y más allá de filosofar teorías sobre las imágenes y los referentes, sobre por qué chicas que ni llegaban a la mayoría de edad aparecían en pantalla desnudas junto a hombres bastante más mayores, bastante menos agraciados y bastante poco sofisticados, se han destapado —ahora sí— muchas historias comunes de abusos por parte de los jefazos de la industria a esas mismas actrices inexpertas. La serie también recoge voces que lo consideran un movimiento empoderador que dio cierta visibilidad a mujeres jóvenes que querían entrar en la industria del cine y que acabaron haciendo carrera.

Al mismo tiempo, en las calles de Madrid, la televisión entrevistaba a viandantes —hombres y mujeres— que defendían que el lugar de la mujer era la casa y la cocina, que para qué una mujer iba a querer trabajar y tener su independencia. Dos visiones antipódicas de lo que debía ser una señora de bien. Cuenta Rey que cuando se divorció de Cristo por las continuas palizas, el domador la denunció por abandono del hogar e incumplimiento de los deberes conyugales. Año 1989.

Si el primer y el segundo capítulo se adentran en la Bárbara adolescente que sale de Totana y se busca la vida en Madrid actuando en teatros de variedades y mezclándose con los más modernos de la noche capitalina, y el tercero y cuarto se centran en sus relaciones sentimentales más polémicas —Ángel Cristo y Juan Carlos I—, el principal acierto de la serie es la confrontación de la narración en tercera y en primera persona. Como en cualquier relato, quien lo cuenta incluye y excluye los detalles que le convienen. Pero, cuando la pleitesía y la omertà respecto a la Corona han caído y cuando, por fin, a los españoles se nos empieza a tratar al respecto como mayores de edad. Podrá cuestionarse el pago de 600 millones de euros de los fondos reservados por no filtrar información comprometedora para el Estado. Podrá cuestionarse si es lícito grabar conversaciones con el jefe del Estado cuando supuestamente el CNI pincha tu teléfono y vigila tu casa. Podrá debatirse si el affaire Bárbara Rey se ha limitado a las páginas rosas y no ha saltado a las secciones de política para seguir tachando de fabuladora o mata-hari a la actriz. Pero, al menos, por fin escuchamos la otra parte de la historia. Ni virgen ni buscona, Bárbara Rey.

Retrato de una buscona. Si recopilásemos los cientos de páginas y miles de minutos consagrados a convertir a Bárbara Rey en la bruja y la cortesana de España, conseguiríamos un collage de zafiedades interesadas que la describieron como una mujer ligera de cascos, sibilina y manipuladora, capaz de manejar a los hombres —pobres ellos, tan dóciles, tan indefensos—, con delirios de grandeza —esa loca con ínfulas y en horas bajas—, esa arpía con rostro de mujer y garras de ave de rapiña, que esquilmó a los españoles con sus chantajes de cama. Enrique Martí Maqueda, director de Palmarés, el programa que la lanzó a la fama, en una entrevista de 2017 resumió su visión de ella en un dardo envenenado: "Bárbara Rey no era nada y yo lo que necesitaba era a la mula Francis; la mula Francis también triunfó y ni cantaba ni bailaba".

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