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Semana Santa: los yanquis y el KKK nos podéis chupar el capirote
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Semana Santa: los yanquis y el KKK nos podéis chupar el capirote

Ya es parte consustancial de nuestra Semana Santa el hecho de epatar al yanqui con la estética del nazareno, que a algunos les recuerda al Ku-Klux-Klan

Foto: Nazarenos en la procesión del Santísimo Cristo del Salvador, en Valencia. (EFE/Kai Forsterling)
Nazarenos en la procesión del Santísimo Cristo del Salvador, en Valencia. (EFE/Kai Forsterling)
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Ya es parte consustancial de nuestra curiosa forma de afrontar la efeméride de la muerte y resurrección de Cristo el hecho de epatar al yanqui. Los capirotes despiertan en la mirada del turista promedio del Moribundo Imperio Americano una urticaria estética irrefrenable. Les remite al Ku Klux Klan y, tan frecuente es el escándalo, que algunos escaparates sevillanos ponen el cartel "not KKK" junto a las figurillas nazarenas: un trigger warning en toda regla.

Entre nuestros papanatas patrios, los hay que consideran que, dado que el capirote afecta a las terminaciones nerviosas del estadounidense más hipersensible, es universalmente ofensivo, porque se ha puesto de moda convertir lo ofensivo en universal siempre que venga de los EEUU, como pasa cuando el concejal de pueblo se pinta la cara de betún para hacer de rey Baltasar y le acusan de ¡Blackface!

Oímos decir cosas como: "¡La Semana Santa es asquerosa! ¡Por qué tenemos que aguantar las procesiones en un país aconfesional!"

Hace falta ser panoli. Sería más útil explicar al estadounidense escandalizado que fue el KKK, en todo caso, quien se apropió del símbolo español hace algo menos de doscientos años, porque aquí empezaron los capirotes en torno al siglo XVI, según parece. Es decir: que los malditos supremacistas blancos cometieron con nosotros una apropiación cultural. ¡Para colmo de crímenes! Pero a los espumarajos de irritación rara vez se oponen las razones.

Nos hemos acostumbrado a que la confusión simbólica de un lerdo degenere en furia castigadora y tratamos de protegernos de ella. Esto lo hemos aprendido de los americanos mejor que la productividad: se vio con las reacciones de la prensa a la carpetovetónica tradición del colegio mayor Elías Ahúja, recientemente archivada por la fiscalía como mera gamberrada, o estos días con una mona de pascua que tenía forma de mujer negra y que han tenido que quitar de un escaparate en San Cugat (¿San CUPgat?) porque es "sexista y racista y blablablá".

Esto sin contar con que no hay nada más español que abominar de lo que hay. Así, americanos aparte, oímos decir por aquí cosas como: "¡La Semana Santa es asquerosa! ¡Por qué tenemos que aguantar las procesiones en un país aconfesional! ¡Qué invasión! ¡Qué mal gusto macabro! ¡Qué arcaico y anacrónico desfile, ofende al buen gusto del siglo XXI!" Y esto te lo dice uno justo antes de sentarse en la postura del loto para meditar según el rito budista en su apartamento decorado con calacas mexicanas, teteras chamánicas y máscaras africanas.

Si esto no tiene valor de sobra como para disfrutarlo sin necesidad de creer, ¿qué lo tiene?

La colisión entre el desprecio por las expresiones del folclore propio y la admiración por el ajeno, cuanto más remoto mejor, es uno de los rasgos más vistosos y delatores del infantilismo cultural. Muchos detestan la Semana Santa por el simple hecho de que son de aquí, pero perderían el culo subiendo fotos del Cristo de la Buena Muerte a Instagram si vieran el desfile, yo qué sé, tras un Ryanair a Calabria.

Admitamos de una vez que la Semana Santa es una cosa impresionante, y que hasta en la procesión más de pueblo con la banda de música más desafinada y la imagen más cutre puede uno conectar su epidermis a la emoción que provoca eso en lo que no cree. Yo no creo en Dios y lo admito. Gente con capirotes y velas, luto, exageración, paroxismo, figuras tenebrosas, música, silencio, regocijo, saetas. Si esto no tiene valor de sobra como para disfrutarlo sin necesidad de creer, ¿qué lo tiene?

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Pues bien: todavía hay alguno que dice que si les ofende a los yankees habría que hacérselo mirar. Y a mí que me flipa que importemos las lecciones de moralidad de un país que es muy rico, sí, pero tu familia se arruina si te detectan un cáncer; de un país levantado sobre el exterminio de indios y en el que hasta hace poco más de medio siglo no dejaban que los negros se sentaran delante en el autobús; de un país donde todavía existe la pena de muerte ritualizada y los tiroteos masivos se cuentan por cientos cada año.

Si nosotros hemos sido capaces de acoger Halloween, también sería bonito e inclusivo que los estadounidenses se pusieran a procesionar

De verdad: nada es tan divertido como el hecho de que los Estados Unidos se hayan convertido en el mayor exportador occidental de moralidad. Es tronchante.

Pero aquí, sin catetadas, ni para un lado ni para otro. Lo que digo es esto: si nosotros hemos sido capaces de acoger y disfrutar de Halloween donde antes había Don Juan Tenorio y mujeres limpiando lápidas, también sería muy bonito e inclusivo que los estadounidenses se pusieran a procesionar. De acuerdo, allí no tienen las imágenes dramáticas de Murillo, ni ermitas románicas, pero fanatismo tampoco les falta.

Ya es parte consustancial de nuestra curiosa forma de afrontar la efeméride de la muerte y resurrección de Cristo el hecho de epatar al yanqui. Los capirotes despiertan en la mirada del turista promedio del Moribundo Imperio Americano una urticaria estética irrefrenable. Les remite al Ku Klux Klan y, tan frecuente es el escándalo, que algunos escaparates sevillanos ponen el cartel "not KKK" junto a las figurillas nazarenas: un trigger warning en toda regla.

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