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Ray Loriga: "Me costó años descubrir que lo más divertido de la noche se acaba a la una"
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ENTREVISTA

Ray Loriga: "Me costó años descubrir que lo más divertido de la noche se acaba a la una"

El escritor y cineasta regresa con 'Cualquier verano es un final' (Alfaguara, 2023), una reflexión con mucha saudade sobre la muerte y las extrañas derivas incontrolables de la vida

Foto: Ray Loriga se cita con 'El Confidencial' en una terraza del centro de Madrid. (A. B.)
Ray Loriga se cita con 'El Confidencial' en una terraza del centro de Madrid. (A. B.)

"Me llamo Yorick (bueno, en realidad no, pero en realidad sí) y casi todo lo que vengo a contarles es cierto y espero que se aclare de una vez por todas este triste asunto, al menos en lo que a mí concierne". Yorick es el protagonista de la última novela de Ray Loriga, Cualquier verano es un final (Alfaguara, 2023), un tipo al que le fascina el verbo de Patricia Highsmith —como a Loriga—, que disfruta del vagabundeo nocturno por las calles empedradas de la freguesia de Carvahal, de la cerveza fría y de los ritmos bailongos de Carmen Miranda —como Loriga—, y que últimamente sufre episodios de vértigo y pérdida de equilibrio debido a un tumor que le extirparon hace poco del cerebro —también como Loriga—. Quizás también vista jerséis de cuello vuelto bajo los que esconda tatuajes talegueros y le haya nacido un cigarrillo permanente entre los dedos índice y corazón, no lo sé, pero Yorick no es Loriga. Es un ladrón que le roba, lo acecha, lo imita. "El protagonista de esta novela, aunque sufra muchas de mis enfermedades, es un personaje", insiste, bautizado así por el bufón de la corte de Hamlet, cuyo cráneo acaba sosteniendo el príncipe danés. Yorick, diminutivo, piensan, de George, Jorge, como Jorge Loriga Torrenova, Ray.

Dice Loriga que decía Belmonte que "uno torea como es", y Loriga escribe como es. Cualquier verano es un final es una novela de una melancólica calidez, como de la última copa de vino en el patio, en la última noche de agosto, frente a la playa, con las maletas a medio hacer desparramadas por la casa alquilada. Es una novela en la que un personaje camina, camina y rumia en busca de Luiz, la ligereza personificada, que planea un suicidio asistido en una de esas clínicas asépticas y metódicas de Suiza —muy lejos de la épica trágica de la sobredosis o el accidente por exceso de velocidad—. Luiz es la representación de esa despreocupación y liviandad juvenil que se vuelve esquiva con los años. Yorick, con encantadora nostalgia, recuerda las diferentes etapas de esa complicidad entre los dos amigos desde que se conocieron, casualmente, en una fiesta en Nueva York hasta que comparten paseos y confidencias e incluso amores, más o menos platónicos, entre los pinares de la costa portuguesa.

"Mi motor literario suele ser un tono, algo impreciso que me apetece explorar. No una trama; no soy un escritor de tramas", explica sentado en una terraza del centro de Madrid. "En este caso es la sensación de miedo al final de verano. Y hacer las paces con esa sensación, porque también es hermosa esa melancolía que se arrastra al final de todos los veranos. ¿Por qué porque los días empiecen a ser más cortos y más frescos me invade de ponto esta saudade? ¡Si tampoco he sido tan feliz! Pero recibo esta sensación crepuscular, de término de algo, quizás de término de un cúmulo de oportunidades que yo me había prometido al principio del verano, que es lo que solía pasar, cuando eras niño y acababa el verano y no habías hecho ninguna de las cosas que te habías prometido hacer. Comparar eso con la vida misma. Te ves al final y te das cuenta de que no has hecho ninguna de las cosas que te habías propuesto hacer".

placeholder 'Cualquier verano es un final' es su duodécima novela. (A. B.)
'Cualquier verano es un final' es su duodécima novela. (A. B.)

Loriga empezó a escribir Cualquier verano es un final durante su convalecencia hace dos años. "La empecé a formular en el hospital, en el postoperatorio larguísimo, que fue mi confinamiento personal, porque, cuando cayó la pandemia, yo no me podía mover, y me hizo gracia que no sólo yo no me pudiese mover, sino que nadie pudiese hacerlo. Quise partir de un visitante de la muerte a la muerte como tema. Para mí es como un paso a dos. Como en Orfeo, cuando bailan con la muerte en el Carnaval. Quería que el personaje se enamorase de la muerte una noche, como si se pudiera bailar sólo una noche y no para siempre". Como recordatorio de aquello, le ha quedado el parche en el ojo, que visto de otra manera, le hermana con piratas como John Ford, Nicholas Ray y Raoul Walsh.

En muchas de las novelas de Loriga, la muerte es un tema atravesado, pero en este caso, la muerte se hace explícita y se contempla entre la resignación y el fantaseo, como cuando uno sueña con acudir a su propio funeral. "Algo que he intentado en la novela es hacer que lo profundo no pese. Lo que he pensado en estas circunstancias de hospital, sin banalizar, porque es una experiencia que te está pasando, pero sí desdramatizar. Si algo he aprendido en un hospital es que el que no está igual que tú está peor. Ahí no hay nadie en esas camas alegremente tumbado. Es un mal lugar en el que autocomplacerse con el sufrimiento. Un hospital es un festival del dolor y del sufrimiento. Te das cuenta de que eres uno más en un millón y que, por muy mal que estés, lo tuyo palidece al lado de lo que ves y de lo que oyes".

Pero no ha querido acercarse a la enfermedad desde la búsqueda de conmiseración, pero tampoco como un héroe de una guerra sobrevivida. "La gente adorna su experiencia vital, se regodea en una serie de glorias que no tiene ni la mía ni la de nadie. La figura del héroe se ha repartido mucho. Cuando hay una catástrofe, nunca parece que hay una catástrofe sin más, que es lo que suele pasar en realidad, por otro lado. Creo que es algo heredado de la cultura norteamericana, que cada vez que hay un tiroteo en una cafetería o en un mall, en el que mueren siete, en la primera parte del Telediario se cuenta el duelo y la segunda parte se la dedican a los héroes anónimos. Siempre parece que, por espantosa que sea la desgracia que ha montado un capullo descerebrado hay que contrarrestarla con un acto heroico, como si quisiésemos pensar que en realidad somos casi todos gloriosos menos este gilipollas que ha entrado con una escopeta y lo que ha encontrado son héroes, cuando lo que encuentran es, en realidad y desgraciadamente, víctimas".

placeholder Publicó su primera novela, 'Lo peor de todo', en 1992. (A. B.)
Publicó su primera novela, 'Lo peor de todo', en 1992. (A. B.)

Loriga es probablemente uno de nuestros escritores más anglosajones. Vivió una larga temporada en Nueva York, donde se codeó con el artisteo del underground, de la guitarra estridente, el Hollywood alternativo y las letras que si no entran con sangre entran con vino. Ahora huye de la noche —"no se puede ser sexy a los cincuenta", ríe—, o al menos de las noches chiclosas y castigadoras. Es difícil imaginar un lugar más distante emocionalmente de un tugurio neoyorkino que un pequeño pueblecito pesquero de Portugal como en el que transcurre Cualquier verano es un final. "Es verdad que las ciudades -—no sólo Nueva York o Madrid— son para gente más joven. Más joven que yo (se ríe). Las noches, incluso, son diferentes. Son noches en casa de un amigo, tranquilos, con la cerveza en la nevera sin tener que pedirla, te duermes a la hora que quieres, la música la pones tú. Buscas otra cosa. Para mí sí ha girado. Ya no puedo salir de noche ni me divierte, me mareo, me confunde, oigo fatal y me abruma. Lo recibo como un descanso".

"Cuando era muy joven y salía de noche, odiaba soportar la depresión existencial postparto del día de después, donde te preguntas quién eres y por qué dijiste lo que dijiste ayer, intentaba recapitular hasta qué momento la noche había sido realmente divertido, llegaba a la conclusión de que todo se había acabado a la una", confiesa. "Lo excitante es la expectativa y, si eso, el primer contacto. La sensación de entrar. Pero luego empezamos a arrinconar la felicidad y se acaba a las dos horas. Llega un momento con la edad —y me costó décadas aprender esto—, que ya sabiendo que lo divertido se acaba a la una o una y media… Son costumbres de animal party que se van aprendiendo con los años. Aunque luego hay gente que sigue de fiesta con muchos años y va arrastrando su triste cuerpo por las noches".

Loriga siempre ha explotado su imagen de noctámbulo crápula y seductor. Por eso sorprende la sensibilidad y la honestidad con la que su protagonista describe su amistad con Luiz, una relación, como él reconoce, difícilmente distinguible del enamoramiento. "Me rebelo a explicar el porqué de la admiración o la amistad con una persona. La gente lo pregunta desde una posición casi psicoanalítica, como si te faltase algo, como cuando vas al médico y te dicen que te falta litio o te falta hierro. Las relaciones amorosas —porque esta amistad, y creo que toda amistad es amor— tienen una cosa preciosa que es que no exigen una explicación concreta. Cuando uno decide amar a alguien está tan preocupado amándolo que no se plantea el porqué. Aparte, que no le apetece ni le interesa".

"Cuando empecé esta novela estaba pensando en una de mis novelas favoritas —que no quiere decir que me compare con él, pero sí que lo admiro— es Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, en la que hay una amistad de este tipo entre dos hombres, que evoluciona, que se sorprenden los dos participando de esa amistad. La amistad masculina suele considerarse como algo estable, éste es mi colega, éste es mi tronco. En mi época, tronco era algo a lo que asirte siempre de la misma forma, con el que flotas en el mar cuando te caes en un naufragio. La amistad entre hombres tiende a limitarse entre la francachela, la juergota y el que me ayuda en algo difícil, ya sea mover una nevera o hacer una mudanza. O arreglar un coche —siempre problemas mecánicos—. O por asuntos económicos. Creo que la amistad va mucho más allá, para momentos sublimes, con una intimidad, una dulzura, que tiene un abanico disfrutable mucho más grande que darse palmadas en la espalda", defiende.

placeholder En 1997, se adaptó al cine a sí mismo con 'La pistola de mi hermano'. (A. B.)
En 1997, se adaptó al cine a sí mismo con 'La pistola de mi hermano'. (A. B.)

Cualquier verano es un final es una novela impregnada en saudade. "No es casualidad que la novela transcurra en Lisboa —en Portugal, en general—, porque he intentado que tenga una saudade —te digo lo que he intentado, porque lo que he conseguido sólo el lector lo sabe—, que tenga una melodía que suene a fado y a desfado, que tuviera esa saudade encantadora sin grandes dramas ni grandes alharacas, sin grandes causas, que es algo que viene estorbando la literatura desde hace ya un tiempo, y desde un tiempo a esta parte lo que yo llamo la literatura palanqueta. Ahora parece que todo libro ha de nacer para mover una causa social. Cosa que afecta también al cine. Y me parece muy lícito —cada uno escribe como quiere—, pero me cansa un poco la utilidad del libro".

En un artículo que escribió Manuel Vázquez Montalbán en 1995, el catalán describía a los escritores de la generación X, como Mañas o Loriga, como voces hedonistas que acababan de descubrir el yo, frente a la generación de Muñoz Molina, Llamazares, Millás o Chirbes, que escribían perforados por el franquismo o el antifranquismo, con una vocación colectiva, abierta hacia la sociedad. "La literatura se vale por sí misma y defiende algo muy grande que es la expresión literaria. Cada libro bien escrito está defendiendo una cultura ancestral de expresión y de construcción literaria. No veo tanto la necesidad de que cada libro se tenga que asociar con algo o defender lo que sea", sostiene. "Nosotros veíamos en nuestros hermanos mayores unas preocupaciones nacionales, globales, de una comunidad que los que veníamos inmediatamente después, quizás por acción-reacción o efecto pendular, desestimábamos. Importa más lo que me pasa a mí mismo que la concordia o la problemática de una nación. En ese sentido se dijo que éramos una generación de escritores más egoístas, más hedonistas, más autoindulgentes".

placeholder Ray Loriga ganó el Premio Alfaguara en 2017 con 'Rendición'. (A. B.)
Ray Loriga ganó el Premio Alfaguara en 2017 con 'Rendición'. (A. B.)

¿Y ahora? Ahora ya no hay generaciones ni movimientos ni tiempo para que germinen y cuajen y se contagien. "Es difícil durar, tener una trayectoria. La generación de Rosa Montero, de Soledad Puértolas, de Javier Marías, lo que les significa y dignifica es la resistencia. Para impregnar una cultura a la larga —otra cosa es un impacto, un flash— hace falta una capacidad de resistencia a lo largo del tiempo. No sé si es un problema de los escritores o del tiempo de consumo; intuyo que tiene que ver más con la máquina aglutinadora de consumo. Aquello que decía Warhol —“concibo un mundo en el que todos serán famosos durante quince minutos”— hablaba de esto, precisamente. Eso es Instagram, el mecanismo de consumo rápido de las emociones, es un capitalismo donde siempre gana la plataforma, no el individuo consumible, que cae en la máquina, cae en la máquina, cae en la máquina. Siempre gana la banca. Eso está machacando muchas carreras. Hay un impacto muy brutal un día o un mes, puedes ser flavour of the month, y pereces. Para provocar un cambio significativo en una cultura y dejar sedimento hace falta tiempo, ir calando, y ahora mismo en el mundo de la cultura atomizada es muy difícil dejar sedimento".

¿Y qué sedimiento quiere que deje esta novela? "Me gustaría que se quedara como la arena cuando te vas a dormir después de haber ido a la playa y no haberte duchado por vagancia y duermes en la cama pero un poco en la playa. Me gustaría que se quedara en la piel".

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"Me llamo Yorick (bueno, en realidad no, pero en realidad sí) y casi todo lo que vengo a contarles es cierto y espero que se aclare de una vez por todas este triste asunto, al menos en lo que a mí concierne". Yorick es el protagonista de la última novela de Ray Loriga, Cualquier verano es un final (Alfaguara, 2023), un tipo al que le fascina el verbo de Patricia Highsmith —como a Loriga—, que disfruta del vagabundeo nocturno por las calles empedradas de la freguesia de Carvahal, de la cerveza fría y de los ritmos bailongos de Carmen Miranda —como Loriga—, y que últimamente sufre episodios de vértigo y pérdida de equilibrio debido a un tumor que le extirparon hace poco del cerebro —también como Loriga—. Quizás también vista jerséis de cuello vuelto bajo los que esconda tatuajes talegueros y le haya nacido un cigarrillo permanente entre los dedos índice y corazón, no lo sé, pero Yorick no es Loriga. Es un ladrón que le roba, lo acecha, lo imita. "El protagonista de esta novela, aunque sufra muchas de mis enfermedades, es un personaje", insiste, bautizado así por el bufón de la corte de Hamlet, cuyo cráneo acaba sosteniendo el príncipe danés. Yorick, diminutivo, piensan, de George, Jorge, como Jorge Loriga Torrenova, Ray.

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