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El Alfonso Guerra veinteañero en la Sevilla de los 60: cultureta, teatrero y punki
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Un iconoclasta en el franquismo

El Alfonso Guerra veinteañero en la Sevilla de los 60: cultureta, teatrero y punki

Montó obras muy arriesgadas que aún hoy serían irreverentes y formó parte de un ambiente contracultural y subversivo en oposición total al régimen de Franco

Foto: Un veinteañero Alfonso Guerra (al que confundieron el nombre) ofrece una conferencia sobre Bertolt Brecht.
Un veinteañero Alfonso Guerra (al que confundieron el nombre) ofrece una conferencia sobre Bertolt Brecht.

En los años sesenta, un veinteañero Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) tenía a las autoridades sevillanas en tensión. Era entonces un profesor muy cultureta al que le encantaba montar obras de teatro muy iconoclastas y arriesgadas para la época. Una de ellas fue una de Sartre —el filósofo izquierdista era el gran líder de los estudiantes— titulada Muertos sin sepultura que era una auténtica osadía. La historia trata de un grupo de personas encarceladas que reflexionan sobre por qué están encerradas mientras esperan a ser torturadas para sonsacarles dónde está su jefe. Al final les matan, pero sin haberles podido sacar información. Para montarla, el joven profesor buscó actores en las aulas de Medicina, ya que allí estaban los primeros beatniks, los que más se iban a atrever. Y la empezaron a ensayar, pero como ha contado después el propio Guerra, nunca les dieron el permiso para estrenarla. No hay que olvidar que todavía era la España de Franco con gente en la cárcel por cuestiones políticas. Y había gente a la que se mataba por ello. Sin duda, incluso hoy a ese veinteañero que después llegaría a ser vicepresidente de este país con el PSOE, las posiciones más conservadoras le seguirían poniendo en el ojo del huracán.

Otra anécdota de aquel jovencísimo Guerra. Sevilla, 1968. El catedrático de Filosofía, Agustín García-Calvo, ácrata total, acude para rodar junto a Basilio Martín Patino una adaptación de Rinconete y Cortadillo, patrocinada por RTVE. El ayudante de director es Alfonso Guerra. Un día antes de que finalice el rodaje se presenta en la ciudad Manuel Fraga, entonces ministro de Información y Turismo. Ha ido porque la Hermandad de la Macarena le ofrece un homenaje. Y allí se entera de que García-Calvo anda por Sevilla rodando una película. El catedrático era un gran oponente del Régimen y los franquistas le tenían muy enfilado porque se rumoreaba que se mofaba en clase de la Inmaculada Concepción. Por algo era profesor de Filosofía. Pero Fraga se enfada y exige que se interrumpa el rodaje y se guarde todo lo grabado. Y García Calvo prácticamente tiene que salir corriendo de la ciudad. Otro tumulto con un Guerra que solo un año después abriría la librería Antonio Machado que sufriría varios ataques al considerarse subversiva.

placeholder 'Esta vez venimos a golpear', de Fran G. Matute.
'Esta vez venimos a golpear', de Fran G. Matute.

Estas historias las recoge el periodista Fran G. Matute en el ensayo En esta vez venimos a golpear. Vanguardismo, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural 1965-1968 (Silex Ediciones). Al hilo de lo que Ángel Casas dijera en 1972 —"En Sevilla hay un libro que escribir"— Matute ofrece una pléyade de nombres, actividades, centros de cultura —como la famosa cafetería La granja Viena en la Alameda a la que acudía al iconoclasta filósofo Juan Blanco que dejaba con la boca abierta a todos los jóvenes rebeldes que le escuchaban— o el grupo de teatro alternativo Esperpento para mostrar todo lo que ocurría en esa ciudad "todavía pueblerina y catetilla", dice el periodista, pero en la que era posible encontrarse a chavales discutiendo de política, de Marx, de Sartre o de Bertolt Brecht entre canutos y algún LSD.

En esa Sevilla contracultural estaban Felipe González, Alfonso Guerra, Amparo Rubiales, Luis Yáñez, Carmen Romero, Javier Pérez Royo...

De hecho, el furor antifranquista y contracultural de Sevilla no tenía nada que envidiar al de Madrid o Barcelona. Es más, podría decirse que la capital andaluza era punta de lanza de una juventud en busca de progreso. Primero, por sus revueltas de estudiantes en la Universidad, donde se llegó a abrir un expediente colectivo en marzo de 1965 y otro de expulsión directa de alumnos en 1968 por querer montar una reunión clandestina de representantes estudiantiles. Y segundo, porque entre esos grupos juveniles andaban personajes como Juana Aizpuru —la posterior galerista— Alfonso Pérez Orozco, periodista; Gonzalo García Pelayo, director y productor de cine; Ricardo Pachón, productor musical; Nazario, historietista; Basilio Martín Patino, director de cine o el profesor Agustín García-Calvo. Y, claro, también esa camarilla de veinteañeros que todavía no eran nadie, pero que llegarían a liderar el país no mucho después con el PSOE. Entre ellos, Felipe González y Alfonso Guerra junto a otros como Amparo Rubiales, Luis Yáñez, Carmen Romero —a la que, precisamente, Guerra conoció en ambientes teatreros antes que González— Guillermo Galeote o el que después sería jurista, Javier Pérez Royo. En esa Sevilla, también procesional, confesional y mariana, no faltaba de nada.

El Guerra cultureta

A Felipe González y Alfonso Guerra, que ya estaban de forma clandestina en el PSOE, si bien "en esos años en Sevilla eran cuatro gatos en el partido", afirma Matute, no era difícil encontrarles en esos ambientes. Sobre todo a Guerra, ya que a González le tiraba mucho menos el mundillo cultureta. "Él pensaba que la acción tenía más sentido con los obreros y sus acciones iban más vinculadas a las fábricas que a los estudiantes. La cultura no le interesó mucho, pero era algo consciente", sostiene el periodista.

"Guerra estaba en todos los fregados. Iba a ver todas las obras de teatro, a todos los cine-clubs, recitales poéticos"

Guerra, por el contrario, "estaba en todos los fregados" culturales, según comenta Matute tras hablar con el propio Alfonso y con otros compañeros de viaje de aquellos años. "Era una persona muy leída que hizo mucho teatro desde finales de los cincuenta. Iba a ver todas las obras de teatro, a todos los cine-clubs, recitales poéticos, era una persona omnipresente en el ambiente cultural. Era una persona muy inquieta y un consumidor voraz de cultura", describe el periodista.

Y como montaba obras de teatro y estaba en todos los sitios en los que había que estar, acabó entrando en Esperpento, una compañía de teatro independiente que habían puesto en marcha Amparo Rubiales —entonces militaba clandestinamente en el Partido Comunista—, Pedro Álvarez-Ossorio, Miguel Rellán, además de otros estudiantes, y que adquiriría una gran relevancia contracultural. Su ideólogo teatral era Bertolt Brecht y como querían formarse acabaron llamando a Guerra, que era algo mayor que ellos. "Lo fichan para que les dé una serie de cursillos de formación. Esa fue su labor real, no la de director de la compañía, como se ha dicho después. Pero él no formaba parte de los montajes ni dirigía nada. Y luego, sí. Esperpento al final de cada obra montaban un debate con los espectadores y ahí Guerra sí que era uno de los que llevaba la voz cantante. Era el intelectual del grupo", comenta Matute.

placeholder Alfonso Guerra (izquierda) junto a Basilio Martín Patino en el rodaje de 'Rinconete y Cortadillo'. (Ignacio Francia)
Alfonso Guerra (izquierda) junto a Basilio Martín Patino en el rodaje de 'Rinconete y Cortadillo'. (Ignacio Francia)

Pero quizá fueron estas ansias de liderar las que acabaron causando cierto hastío de él en el grupo. "En Esperpento siempre han estado muy enfadados con esa idea de que él había sido el director. Y la verdad es que a Guerra al final lo acabaron echando de Esperpento porque intentó meterse ahí, hacerse hueco y que se pareciese a lo que él quería. Aquello era una cosa colectiva y de hecho firmaban como Esperpento, nadie quería figurar. Así que es verdad que hoy en día todos están enfadados con Guerra, aunque los hay que hablan de él con cariño, pero no sé si es por su deriva posterior o porque ya aquellos años el personaje no era del todo friendly. Pero creo que tiene más que ver con la antipatía que ha generado después", explica el periodista. Pero ya cierta soberbia le había jugado malas pasadas. Guerra se pasaba, a veces, de pesado.

El Guerra conservador hoy

Si bien el propio Guerra puntualizó a Matute algunas cuestiones para este libro, la figura del veinteañero choca con la que el ex político ofrece hoy en libros, memorias y conferencias, aunque tampoco fuera nunca de los más rojos. "Militaba en el PSOE y no en el PCE. Además, en el PSOE la mayoría de sus miembros venían de Acción Católica, como Felipe González. Es decir, tenían todos un poso católico muy potente, aunque también era una parte católica que era muy progre, humanista y que estaba muy pendiente de los barrios obreros", comenta el periodista. Y con todo, este entiende al personaje, quién fue en los sesenta y quién puede ser ahora cuando ya ha cumplido más de ochenta años. Y no solo lo dice por Guerra sino por otros, incluso con virajes ideológicos más fuertes.

placeholder Agustín García Calvo a la izquierda vestido de extra. Martín Patino en el centro. (I. Francia)
Agustín García Calvo a la izquierda vestido de extra. Martín Patino en el centro. (I. Francia)

"Es que lo que se pensaba entonces era algo coyuntural. En el momento en el que el sistema cambia por completo, muchas cosas que tú pensabas en los sesenta dejan de tener sentido. Así, hubo gente de extrema izquierda total en esos años que ha acabado de extrema derecha, pero es que es un viaje en realidad muy corto. Por eso no se puede juzgar a alguien hoy por lo que fue. Y, además, es que no se puede mantener la coherencia porque no se puede pensar lo mismo viviendo Franco que con Naranjito. El mundo había cambiado y sigue cambiando. La coherencia no es mantener las mismas ideas toda la vida", indica Matute.

Tampoco Guerra sabía con 25 años quién iba a llegar a ser 15 años después. Ni siquiera Felipe González. "Felipe y Alfonso no se dan cuenta hasta 1973, 1974 de quiénes podrían ser en el futuro. Hasta entonces eran gente que estaba ahí, pero con un perfil bajo y no tenían una relevancia muy grande", revela el periodista. Sobre todo porque no eran de los que se movían en el mundo universitario donde, como alguien le dijo a Matute, "en 1969 ya se veía en qué sillas se iban a sentar cada uno". González y Guerra no eran líderes estudiantiles y mitineros. Felipe era más de las fábricas —y de las ferias de ganado a las que acudía con su padre— y Alfonso más de la cultura. "Al final es más contracultural la parte cultural que la política, porque en esta había intereses a largo plazo que en la cultura no hay", zanja Matute. Pero hoy sí sabemos quién se llevó el gato al agua hace precisamente ahora 40 años.

En los años sesenta, un veinteañero Alfonso Guerra (Sevilla, 1940) tenía a las autoridades sevillanas en tensión. Era entonces un profesor muy cultureta al que le encantaba montar obras de teatro muy iconoclastas y arriesgadas para la época. Una de ellas fue una de Sartre —el filósofo izquierdista era el gran líder de los estudiantes— titulada Muertos sin sepultura que era una auténtica osadía. La historia trata de un grupo de personas encarceladas que reflexionan sobre por qué están encerradas mientras esperan a ser torturadas para sonsacarles dónde está su jefe. Al final les matan, pero sin haberles podido sacar información. Para montarla, el joven profesor buscó actores en las aulas de Medicina, ya que allí estaban los primeros beatniks, los que más se iban a atrever. Y la empezaron a ensayar, pero como ha contado después el propio Guerra, nunca les dieron el permiso para estrenarla. No hay que olvidar que todavía era la España de Franco con gente en la cárcel por cuestiones políticas. Y había gente a la que se mataba por ello. Sin duda, incluso hoy a ese veinteañero que después llegaría a ser vicepresidente de este país con el PSOE, las posiciones más conservadoras le seguirían poniendo en el ojo del huracán.

Alfonso Guerra
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