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'La maternal': no se pierdan la película más emocionante del año
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'La maternal': no se pierdan la película más emocionante del año

Tras 'Las niñas', con la que ganó cuatro goyas, Pilar Palomero dirige su segunda película, una mirada a la maternidad adolescente en la que ficción y realidad desdibujan sus límites

Foto: Carla Quílez, en el centro, es la protagonista de 'La maternal', de Pilar Palomero. (BTeam)
Carla Quílez, en el centro, es la protagonista de 'La maternal', de Pilar Palomero. (BTeam)

Como un rasgo heredado. Como el color de los ojos o la altura. En muchos casos, las madres adolescentes fueron fruto también de embarazos adolescentes. Hoy, cuando la media de edad para la maternidad primeriza rebasa los treinta años, resultan anómalos, de otra época. Cuánta historia hay detrás de una barriga hinchada en una niña. Normalmente, guardan el desarraigo, relaciones abusivas, carencias afectivas. Una disfuncionalidad que se perpetúa y de la que es difícil salir. En una de las escenas clave de La maternal, Pilar Palomero tan solo planta la cámara, que va topografiando uno a uno los rostros de las protagonistas que cuentan esa historia, vivida en primera persona. No son actrices —bueno, ahora sí—, sino madres adolescentes en la vida real a las que la directora conoció en un centro de acogida. Realidad y recreación indisolubles en una de las películas más emocionantes del año, en la confirmación de que los cuatro goyas que se llevó en 2021 por Las niñas no fueron fruto de una carambola. Al contrario; en La maternal, Palomero demuestra una sensibilidad mucho más honda, menos convencional, más madura y contemplativa, quizás.

En Las niñas, su ópera prima, Palomero construyó a partir de sus vivencias en la Zaragoza de los noventa un relato sobre el despertar de una niña de doce años a ese principio de vida adulta que es la pubertad. Al mismo tiempo, España transita también por ese paso a la madurez, a la modernidad, de una democracia que todavía arrastraba los complejos y la rigurosidad de un pasado represivo y monjil. Al tiempo que la protagonista prueba el primer pintalabios, escucha el primer disco de Héroes del silencio y recibe el primer beso, la España de los Juegos Olímpicos y la Expo presenta su nueva imagen en sociedad.

En su segunda película, las niñas son otras. Y ese despertar también es otro. Mucho más crudo. La maternal toma su título de los centros de acogida de madres menores de edad en riesgo de exclusión social en el que transcurre la mayor parte de la película. Y donde muchas de las protagonistas, en la vida real, pasaron sus embarazos y primeros años de maternidad. Palomero no cae en el drama social plañidero y panfletario. Lo que hace es un prodigio del naturalismo, de una mirada transparente, sin moralinas. Se centra en la emoción, en cómo las chicas construyen sus vínculos al compartir una realidad que solo ellas comprenden. La maternal es el espacio seguro, una burbuja que las aísla y las protege de un exterior en el que aguardan esas familias conflictivas, esas parejas tóxicas, esas disfunciones que las han llevado hasta allí. Dentro están a salvo, también, de las miradas prejuiciosas que ven en una niña embarazada una aberración, una monstruosidad.

placeholder Ángela Cervantes y Carla Quílez, en 'La maternal'. (BTeam)
Ángela Cervantes y Carla Quílez, en 'La maternal'. (BTeam)

Carla (la atómica Carla Quílez en su primer papel) tiene catorce años. Su madre (Ángela Cervantes) se quedó embarazada de ella cuando era menor de edad y se ha criado sin padre —los hombres, en La maternal, están presentes siempre en la ausencia—. Su relación es conflictiva y está fundamentada en el reproche: la madre siente que el nacimiento de su hija le arrebató una vida, y la hija siente que nunca ha tenido una madre en sí. Ahora, además, tiene que competir por la atención y el afecto con el enésimo novio. Ambas viven solas en un restaurante de carretera en un pueblo de Barcelona. De vez en cuando, reciben la visita de los servicios sociales. Carla, además, está en esa edad insumisa y beligerante de rechazo a cualquier tipo de autoridad. Pasa los días haciendo pellas, bailando para TikTok —su sueño es ser bailarina de streetdance—, jugando al fútbol y montando en bici con su mejor amigo, Efraín. Y un día, casi como un juego, pierden juntos la virginidad. Y Carla se queda embarazada.

Con un uso bellísimo de la elipsis, descubrimos cómo Carla ha pasado a vivir en la maternal. Allí convive con chicas de su edad, algunas ya madres de bebés, otras embarazadas. Están tutorizadas por varios trabajadores sociales que las ayudan a compatibilizar los estudios con su nueva situación y las preparan para saber cuidar de sus hijos. Palomero reproduce las rutinas a base de repetición: los lloros de los bebés, las noches sin dormir, los baños, las comidas. Sus vidas han quedado reducidas a una serie de tareas centradas en el cuidado, cuando ni siquiera saben cuidar de sí mismas. Una etapa que debería ser de autodescubrimiento se ve interrumpida por las necesidades de sus hijos y por la adaptación rol de madre. Vemos cómo cada una de las chicas se enfrenta a la nueva realidad: algunas con resignación, otras con rebeldía. En la película hay espacio para el humor. También para momentos mágicos al ritmo de La raja de tu falda, de Estopa. Y hay mucho barrio.

placeholder Carla Quílez, protagonista de 'La maternal', de Pilar Palomero. (BTeam)
Carla Quílez, protagonista de 'La maternal', de Pilar Palomero. (BTeam)

En su segunda película, Pilar Palomero va un paso más allá en la persecución de un cine que busca capturar la verdad en vez de reconstruirla. Sin renegar de la poesía y de cierta estilización de la realidad, la cineasta se adscribe a esa nueva ola de autores —Oliver Laxe, Carla Simón— que invisibilizan la cámara y buscan "la vida de improvisto", que decía Dziga Vertov. Escenarios naturales, actores no profesionalizados, un lenguaje narrativo cercano al documental y una espontaneidad encontrada a base de la construcción de un espacio de convivencia entre los protagonistas y su director. En La maternal, las chicas recrean una versión de sí mismas reescrita a partir de sus vivencias personales. Y claro, todo el cine de decorado, toda la puesta en escena concebida para el lucimiento del cineasta, todo eso queda, de pronto, viejo y obsoleto.

Las chicas quieren pasárselo bien. Quieren ir de fiesta. Quieren hacer botellón. Quieren estudiar. Quieren ser bailarinas o peluqueras o médicos o profesoras o lo que sea. Pero son madres. Las chicas comparten los miedos, las frustraciones y los sueños. La cámara persigue a Quílez sin tregua y ella, con una naturalidad luminosa, sostiene un personaje complejo, sin complacencias. No es un personaje hecho para agradar ni para dar lástima. Junto a ella, el reparto increíble de sus compañeras, María, Sheila, Estel, Jamila y Claudia, madres adolescentes en la vida real. Es la magia de Palomero, de hacer olvidar que existe una cámara, salvo en los momentos en los que el director de fotografía Julián Elizalde reviste ese naturalismo de un lirismo conmovedor. El final de La maternal, ese atardecer melancólico, es uno de los más bellos del cine de los últimos años. Por favor, no se lo pierdan.

Como un rasgo heredado. Como el color de los ojos o la altura. En muchos casos, las madres adolescentes fueron fruto también de embarazos adolescentes. Hoy, cuando la media de edad para la maternidad primeriza rebasa los treinta años, resultan anómalos, de otra época. Cuánta historia hay detrás de una barriga hinchada en una niña. Normalmente, guardan el desarraigo, relaciones abusivas, carencias afectivas. Una disfuncionalidad que se perpetúa y de la que es difícil salir. En una de las escenas clave de La maternal, Pilar Palomero tan solo planta la cámara, que va topografiando uno a uno los rostros de las protagonistas que cuentan esa historia, vivida en primera persona. No son actrices —bueno, ahora sí—, sino madres adolescentes en la vida real a las que la directora conoció en un centro de acogida. Realidad y recreación indisolubles en una de las películas más emocionantes del año, en la confirmación de que los cuatro goyas que se llevó en 2021 por Las niñas no fueron fruto de una carambola. Al contrario; en La maternal, Palomero demuestra una sensibilidad mucho más honda, menos convencional, más madura y contemplativa, quizás.

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