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Roca Rey asusta y estremece en una tarde histórica
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FERIA DE BILBAO

Roca Rey asusta y estremece en una tarde histórica

La plaza de Bilbao testimonia la enorme proeza del diestro peruano, cuyas sucesivas cogidas y volteretas no le impidieron cortar tres orejas y salir con honores por la puerta… de la enfermería

Foto: El diestro peruano Roca Rey, con el segundo de los de su lote, al que cortó dos orejas. (EFE/Javier Zorrilla)
El diestro peruano Roca Rey, con el segundo de los de su lote, al que cortó dos orejas. (EFE/Javier Zorrilla)

No estaba claro dónde empezaba la sangre del toro y terminaba la del torero. Sobrevino una confusión eucarística a cuenta de una voltereta espeluznante que condujo a Roca Rey a la enfermería, aunque el superhéroe peruano no aceptó ponerse en manos de los médicos hasta que liquidó por derecho al ejemplar de Victoriano del Río. La conmoción en los tendidos pudo liberarse entre los clamores y los pañuelos. Un exorcismo colectivo que reconocía el arrimón de Roca Rey, la fertilidad de su testosterona y las razones por las que lleva más gente que nadie a las plazas. Valor y personalidad. Entrega y responsabilidad. Y maneras de torero de época. De otro modo, no tendría sentido referirse a la tarde de este jueves en Bilbao como histórica.

Y es verdad que el adjetivo ha perdido el sentido de tanto manosearse gratuitamente, pero es la única manera de delimitar la dimensión del 25-A en la plaza de Vistalegre. Una proeza no ya por los méritos técnicos y artísticos, sino por el estado de sugestión que se vivió en Bilbao. La repercusión lúdica de las faenas de Roca equivalía a la angustia y a la pasión. Hubo pasajes de terror, de miedo extremo. Y no porque al Rey de Perú le molestaran las heridas abiertas y la sangre que manaba de ellas, sino porque decidió salir al ruedo para lidiar al sexto contra la decisión de los facultativos.

Se hizo esperar unos minutos el regreso de Roca. Y se le recibió jaleando su apellido, quizá para 'encubrir' la congoja que producía observarlo tan vulnerable y herido. Y no es que se le vieran las heridas del costado, del brazo y la rodilla derechos, de la muñeca y el pie izquierdos, pero resultaban inequívocos los moratones de la frente y del pómulo. Porque el primer toro de su lote lo había pisoteado y triturado con la ferocidad de un depredador.

No quiso el miserable presidente premiar la faena con dos orejas. Y no tuvo más remedio que concedérselas después de la actuación ante el sexto, cuya trama accidentada se desenvolvía con los sobresaltos de una película de terror. Roca no podía apenas caminar. Se ofrecía vulnerable al ejemplar de Victoriano del Río. Y terminó zarandeado de nuevo como un pelele, aunque la voltereta tampoco le disuadió de rematar la faena. De hecho, cuajó entonces los muletazos de mayor temple y empaque. Acojonante.

placeholder Cogida al diestro Roca Rey con el primero de los de su lote. (EFE/Javier Zorrilla)
Cogida al diestro Roca Rey con el primero de los de su lote. (EFE/Javier Zorrilla)

El delirio de los tendidos explica que los espectadores se quedaran de pie. Que lloraran o miraran para otro sitio. Y que empujaran mentalmente la espada para que Roca Rey tuviera la merecida recompensa al martirio.

No hubo puerta grande porque el maestro peruano regresó a la enfermería. Quizá comprobaron entonces los médicos que tenían delante a una criatura sobrehumana, un 'alien'. La tarde épico-histórica de Bilbao implica que Roca Rey ha sobrepasado un nuevo umbral de su brutal trayectoria.

Nadie lleva más público que Roca, decíamos. Y nadie ha logrado más que Roca la conexión generacional con el público joven. En tiempos de tantos héroes falaces e impostores, resulta gratificante encontrarse con uno de verdad. De los que comen alambre de espino y mean napalm, como proclama Clint Eastwood en aquel pasaje de 'El sargento de hierro'.

placeholder El diestro peruano Roca Rey, zarandeado por el toro. (EFE/Javier Zorrilla)
El diestro peruano Roca Rey, zarandeado por el toro. (EFE/Javier Zorrilla)

No actuaba solo el ídolo de Perú. El Juli anduvo otra vez en su dichosa plenitud, encontrando agua como si tuviera el bastón de un zahorí y malogrando con la espada un faenón de dos orejas, mientras que Manzanares se resignó a su propia irregularidad y desubicación.

Fue emocionante verlos a los dos saltar al ruedo para asistir a Roca Rey en una de las volteretas extremas. Hablaron con él. Y es de suponer que le disuadirían de volver a la cara del toro, pero Roca Rey ya se encontraba en su estado de trance eucarístico y de Minotauro. No se sabía donde empezaban los cojones del toro y terminaban los del torero.

No estaba claro dónde empezaba la sangre del toro y terminaba la del torero. Sobrevino una confusión eucarística a cuenta de una voltereta espeluznante que condujo a Roca Rey a la enfermería, aunque el superhéroe peruano no aceptó ponerse en manos de los médicos hasta que liquidó por derecho al ejemplar de Victoriano del Río. La conmoción en los tendidos pudo liberarse entre los clamores y los pañuelos. Un exorcismo colectivo que reconocía el arrimón de Roca Rey, la fertilidad de su testosterona y las razones por las que lleva más gente que nadie a las plazas. Valor y personalidad. Entrega y responsabilidad. Y maneras de torero de época. De otro modo, no tendría sentido referirse a la tarde de este jueves en Bilbao como histórica.

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