Huérfanos de San Isidro, los lunes al sol
La plaza de Las Ventas ha congregado a 550.000 espectadores durante un mes de toros, faenas memorables, tardes hostiles y un relevo generacional que explica la masiva presencia de aficionados jóvenes
Del todo a la nada. No va a resultar sencillo acomodarse a la nueva normalidad sin la feria de San Isidro. Claro que son excesivos treinta días de toros sin pausa ni descanso, pero la propia hipertrofia de la 'isidrada' expone aún más la desolación del lunes al sol, y del martes y del miércoles. No se contempla una transición. Y no ha sido fácil compartir o ingerir en Las Ventas tantas jornadas de hostilidad en los tendidos y de “elefantes” sobre el ruedo, pero las emociones extremas que hemos vivido —de Morante para abajo— denotan y exageran ahora el síndrome de abstinencia.
Dan ganas de reconciliarse con los ultras del tendido siete. Y de transigir con la desmesura del “toro-toro” que se ha homologado en Madrid. Cada vez más grande. Cada vez más viejo. Y cada vez más contraindicado al disfrute de la tauromaquia, pero siempre mejor que el toro ausente. No nos pongamos nostálgicos. Hagamos memoria de un acontecimiento que ha congregado a 550.000 espectadores y cuya expectación ha llegado al extremo de precipitar el cartel del “No hay billetes” en once tardes.
Tiene sentido recordarlo porque no existe un espectáculo cultural escénico —ni tampoco deportivo— capaz de reunir tanto público. Y porque esta evidencia “popular” no ha logrado desquitarse del apagón con que los grandes medios informativos, excepto los periódicos, se sustraen a la iniciativa de contar las noticias que engendra la 'isidrada'. No ya eludiendo las obligaciones informativas —de los triunfos a las cornadas—, sino suscribiendo una discriminación que repercute en la idea de la decadencia y de la marginalidad, como si los toros estuvieran realmente agonizando.
La 'isidrada' ha supuesto un acontecimiento de autoestima a la reputación de la Fiesta
La falacia puede refutarse no ya en la impresión inequívoca de la plaza rebosante durante un mes, sino en la incorporación masiva de los jóvenes espectadores. Se venía produciendo desde hace unas temporadas un esperanzador relevo generacional, pero nunca con la elocuencia que ha trasladado la 'isidrada' de 2022. Por varias razones, desde el rechazo a las prohibiciones a la identificación con los toreros jóvenes, sin olvidar el espacio lúdico de Las Ventas en el horario nocturno o los actos de “conversión” masivos que implica asistir a las faenas de Morante, El Juli, Roca Rey, Tomás Rufo o Ángel Téllez, entre otros protagonistas de la feria.
La 'isidrada' ha supuesto un acontecimiento de autoestima a la reputación de la Fiesta. Lo demuestra la presencia institucional de Felipe VI en la corrida de la Beneficencia. Y lo prueba la proliferación de personalidades de la vida pública a quienes ya no preocupa la estigmatización. Hemos visto en los toros a Carmen Calvo y a Sergio Ramos, a José Andrés y Calamaro, a Ana Rosa Quintana o Agustín Díaz Yanes. Y no vamos a negar el oportunismo electoralista con que Vox se ha instalado en la explanada de Las Ventas, pero la feria de San Isidro es un ejemplo de heterogeneidad y de civilización que no puede medirse desde los prejuicios y clichés exteriores.
Del todo a la nada. No va a resultar sencillo acomodarse a la nueva normalidad sin la feria de San Isidro. Claro que son excesivos treinta días de toros sin pausa ni descanso, pero la propia hipertrofia de la 'isidrada' expone aún más la desolación del lunes al sol, y del martes y del miércoles. No se contempla una transición. Y no ha sido fácil compartir o ingerir en Las Ventas tantas jornadas de hostilidad en los tendidos y de “elefantes” sobre el ruedo, pero las emociones extremas que hemos vivido —de Morante para abajo— denotan y exageran ahora el síndrome de abstinencia.