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'Pensilvania': cómo sobrevivir a la adolescencia junto a una fanática cristiana
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Reseña

'Pensilvania': cómo sobrevivir a la adolescencia junto a una fanática cristiana

La última novela de Juan Aparicio Belmonte es para el lector que quiera pasar un rato tranquilo, ligero, agradable. Entretiene y te lleva a pensar en lo que a uno le marca

Foto: Detalle de la portada de 'Pensilvania', de Juan Aparicio Belmonte.
Detalle de la portada de 'Pensilvania', de Juan Aparicio Belmonte.

La infancia y la adultez son dos etapas cómodas para la literatura. La primera porque, con unas gotas de tragedia, acongojas al lector casi sin esfuerzo; la segunda porque tienes todo el abanico vital posible para escribir cualquier cosa. Sin embargo, la adolescencia es más complicada. No dura mucho —menos mal— y está tan llena de tonterías —muchas de ellas sí sirven para guiones de series de púberes idiotas— que hay que tener una buena pluma para que la sustancia literaria no se caiga por el desagüe. En ‘ Pensilvania’ (Siruela), Juan Aparicio Belmonte no sale mal parado. Tiene un buen material para ello: en su pubertad convivió con una familia ultraprotestante en EEUU. Con Dios en una mano y las hormonas masculinas en otra, había una buena tela que cortar.

Los hechos de los que parte la novela son reales. Debido a un intercambio escolar, a los 16 años viajó al estado de Pensilvania para convivir durante unos meses con otra familia. Como ha dicho el autor en alguna ocasión, pensaba que le tocarían un padre y una madre más o menos como los suyos, sin embargo, le tocaron unos fanáticos cuya perspectiva de la vida partía de la Biblia. No fue ir a EEUU, fue como ir a Marte, dice el escritor.

placeholder 'Pensilvania', de Juan Aparicio Belmonte.
'Pensilvania', de Juan Aparicio Belmonte.

Mucho tiempo después, recibe la noticia de la muerte de ella, Rebecca, y ahí salta el resorte para la construcción de una carta a la mujer fallecida que se rellena con los recuerdos, pero también con la imaginación para llegar allí donde la memoria se ha quedado vacía. Porque aquella vivencia no duró mucho tiempo, pero el suficiente para dejar una buena marca en el escritor. “A veces pienso que los once meses que viví en tu casa fueron el periodo más crucial de mi vida”, escribe Aparicio Belmonte, quien no duda en retratar a esta mujer, en las antípodas de su ateísmo religioso, con cariño: “¿Y a qué me sabe tu nombre, Rebecca? Tu nombre me sabe a fanatismo, pero tu nombre también es dulce como el amor. Es raro, es curioso pensarlo. Tu nombre es amor. Amor de madre. Tú no eras un cardo, claro que no. Eras más bien una flor aromática y frondosa, aunque con espinas. Como una madre”.

Con 16 años ocurren muchas cosas que nunca se olvidan.

No es autoficción, se llama humor

Es, claro, una novela autobiográfica, pero, más que acontecimientos de la infancia y la vida del escritor, lo que se suceden son reflexiones sobre temas que pudieron tener su espita en aquellos años y que luego se desarrollaron en la época adulta. Así, habla de los misterios de Dios, de la salud (y sus miedos), del primer amor —ese de los 16 años que seguramente no te hizo caso y te dejó esa herida para siempre—, de la creación literaria y de cómo esas experiencias de la pubertad conforman quiénes somos.

"Pensaba que le tocarían un padre y una madre como los suyos, pero le tocaron unos fanáticos cuya perspectiva de la vida partía de la Biblia"

Dicho así, la etiqueta facilona es la de “otro maldito libro de autoficción sobre los traumas de x, a quién le importa”, pero hay algo que a Aparicio Belmonte le saca de ese aburrido mantra y es que, como suele ocurrir con el resto de sus novelas, es divertido. Mucho más, al parecer de quien esto escribe, que sus 'post' en las redes sociales. Y, además, hay una cuestión que él tampoco oculta: igual todo lo que cuenta es una exageración, una mentira. Ficción pura adornada con un tono ligero.

Como ocurriera en ‘El disparatado círculo de los pájaros borrachos’ (2005) y ‘ Una revolución pequeña’ (2009), sigue a uno de sus referentes —Woody Allen, quien decía aquello que la comedia es tragedia más tiempo— para abordar temas que desde otra óptica serían casi devastadores. Como su paso por el hospital por una miocarditis vírica que, aunque fue un asunto grave, lo dulcifica con otras historias como la de un padre que, después de que ingresaran a su hija totalmente alcoholizada un viernes por la noche, pregunta si había tomado algo más y el médico le dice: “Hachís, 'speed' y ketamina y un bocadillo de calamares”. “Es terrible. En casa jamás tomamos calamares y menos con pan”, responde el padre.

placeholder El escritor Juan Aparicio Belmonte. (EFE)
El escritor Juan Aparicio Belmonte. (EFE)

También habla de la pérdida del paraíso de la infancia, que ha llevado a tantos al psicólogo: “Si quieres seguir siendo un niño toda tu vida no te metas a artista, como dice el tópico, sino a Pablo Escobar (...). Pablo Escobar es uno de los pocos hombres que, en vida adulta, emuló con su acción la psicopatía del niño que fue”.

El de Aparicio Belmonte es también en ocasiones un humor vitriólico, ese que deja un cierto regustillo amargo. A veces se muestra un escritor resentido. “Los escritores no gustamos salvo cuando tenemos un cargo, que lo mismo puede ser el ministro de Cultura o Asuntos Sociales que el de autor de 'bestsellers”, escribe. Y pareciera que lanza algunas pullas (que llevan nombre y apellido): “Si quieres gustar en Facebook o en Twitter, hazte ministro de cultura o subdirector del Cervantes o ponte a repartir favores”. Si alguien se da por aludido, que conteste a esta reseña.

"Si quieres gustar en Facebook o en Twitter, hazte ministro de cultura o subdirector del Cervantes o ponte a repartir favores"

Por la novela se cuela una chica, Amanda Domarasky. En realidad, dos, porque también está su mujer, Alessia, la voz de la conciencia. Amanda es el amor platónico de la época americana, pero le sirve para hablar de otras mujeres y constatar que el furor hormonal de los 16 es difícil que se pierda, como relata en otros de esos diálogos que buscan la comicidad: “¿Tú crees que los mayores están tan obsesionados como nosotros?”. “No, mi hermano tiene dieciocho años y no habla de mujeres”. “Hoy sé que con ochenta y un años los hombres siguen hablando de ellas”.

No es nostalgia, es el pasado

Como se ha dicho, no es una novela de sucesos nostálgicosno es 'Yo fui a EGB'—, pero sí aparecen una serie de nombres, fechas y acontecimientos que ayudan a encuadrar la memoria. Y que haya algo de recuerdo colectivo. Aparecen citados tercero, cuarto, quinto de EGB que pueden sonar tan marcianos como a los de EGB nos sucedía con el sistema anterior. Aparecen Han Solo, la 'Guerra de las Galaxias', la Vía Láctea —cuando era La Vía Láctea de verdad—, Jimmy Carter, Ronald Reagan y hasta la rotunda victoria del PSOE en 1982. Este hecho le sirve para contar lo que ocurrió al día siguiente en su colegio “un reducto nacional católico que parecía un velatorio”. “Una profesora se quejó con amargura, de que la gente había votado a Felipe González por guapo. Un compañero de clase me dijo que el PSOE lo haría tan mal que en cuatro años gobernaría la derecha y cuando decía la derecha él pensaba más en Blas Piñar, un célebre ultraderechista, que en Manuel Fraga, el líder de los conservadores españoles”.

La última novela de Aparicio Belmonte es para el lector que quiera pasar un rato tranquilo, ligero, agradable. Entretiene, te lleva a pensar en tu infancia y adolescencia, en lo que a uno le marca desde la distancia que dan los 50 años. Es cómica, pero muestra más la cara del payaso triste que la del alegre. Sin pretensiones (y eso es bueno).

La infancia y la adultez son dos etapas cómodas para la literatura. La primera porque, con unas gotas de tragedia, acongojas al lector casi sin esfuerzo; la segunda porque tienes todo el abanico vital posible para escribir cualquier cosa. Sin embargo, la adolescencia es más complicada. No dura mucho —menos mal— y está tan llena de tonterías —muchas de ellas sí sirven para guiones de series de púberes idiotas— que hay que tener una buena pluma para que la sustancia literaria no se caiga por el desagüe. En ‘ Pensilvania’ (Siruela), Juan Aparicio Belmonte no sale mal parado. Tiene un buen material para ello: en su pubertad convivió con una familia ultraprotestante en EEUU. Con Dios en una mano y las hormonas masculinas en otra, había una buena tela que cortar.

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