Es noticia
Embriagaos de Kombucha, de Netflix o de Facebook, pero embriagaos
  1. Cultura

Embriagaos de Kombucha, de Netflix o de Facebook, pero embriagaos

Ya lo decía Baudelaire, el poeta antonomástico de la modernidad: el ser humano ha buscado intoxicarse con lo que le quedaba más a la mano

Foto: Se habla poco de drogas (casi menos que de literatura) y mucho de series. (EFE/Manuel Bruque)
Se habla poco de drogas (casi menos que de literatura) y mucho de series. (EFE/Manuel Bruque)

Ya lo decía Baudelaire, el poeta antonomástico de la modernidad: Embriagaos de vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos. Y es que al ser humano, desde el origen de la especie, ha buscado intoxicarse con lo que le quedaba más a la mano, con hongos y plantas alucinógenas, opio y alcohol, LSD y cocaína; tal vez porque el ser humano, a diferencia de otros animales, termina aburriéndose de la naturaleza o, más bien, se aburre mucho de ser él mismo. Esa práctica, que produce visiones y malos viajes, delirios y éxtasis a partes iguales, está seguramente en la raíz de fantasías tan arraigadas como la idea de espíritu, de muchísimas de nuestras divinidades y (por supuesto) de la coctelería creativa.

Las drogas han tenido siempre sus adalides entre el mundo de la cultura. Desde el filósofo y poeta del XIX B.P Blood que cantó las loas del éter en La revelación anestésica, a las Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey, pasando por Aldous Huxley o, en nuestras tierras, Antonio Escohotado. Hay que reconocer que, sin embargo, las últimas décadas no han sido proclives a la reivindicación enteógena. Los jóvenes y no tanto siguen consumiendo drogas, pero a nadie se le ocurre levantar públicamente la voz para defenderlas. Quizás porque las drogas se han hecho mayores de edad y se defienden solas. El puritanismo y el higienismo (como en tantos otros aspectos) le han tomado la delantera a la soflama libertaria. El discurso oficial es que todas las drogas son malas, unas peores que otras. Muchos de nosotros nos permitimos todavía el alcohol y el tabaco, pero no sin mala conciencia. Los gimnasios están llenos de pecadores que expían sus culpas a base de bicicleta estática y sentadillas.

Quizás porque las drogas se han hecho mayores de edad y se defienden solas

Se habla poco de drogas (casi menos que de literatura) y mucho de series. Y es que, en efecto, las adicciones mutan al mismo ritmo que los tiempos. Basta asomarse a la publicidad de algunos de estos productos culturales para descubrir con pasmo cómo el marketing de las plataformas se ha apropiado de la terminología toxicómana. Una serie adictiva… No podrás dejar de verla… Ya hay quien habla de un fenómeno extendido de adicción a las series.

Podrían escribirse unas Confesiones de un español consumidor de series siguiendo paso a paso la obra de Quincey. Conozco compañeros de oficio que podrían hacerlo con solvencia y conocimiento de causa. Yo mismo me impongo a veces, como si de unos deberes escolares se tratase, la necesidad de ver alguna serie. Es solo que lo que funciona con el alcohol y el tabaco no lo hace con las ficciones televisivas. Mi cuerpo (mi cerebro) rechaza la droga sintetizada en la trama de la mayoría de esos seriales, incapaz de digerirla. Seguramente la culpa es mía, me debe de faltar alguna importante enzima.

Las nuevas costumbres sociales

Uno podría pensar que al fin y al cabo la serie manía (o seriepatía, como queramos llamarlo), caso de que efectivamente constituya una adicción, es menos destructiva que la cocaína o la heroína. No diré lo contrario. Lo que sí es cierto es que, si a la adicción por las series le sumamos la adicción por las redes y los videojuegos obtenemos un cóctel explosivo del que tal vez el cuerpo resulte indemne, pero no tanto nuestra psique. La ventaja de las drogas tradicionales es que su uso suele ser social y, según el caso, generosamente compartido. Sin embargo, las adicciones contemporáneas constituyen en su gran mayoría vicios solitarios.

Nadie duda de que nuestros cuerpos no se resienten por estas nuevas costumbres (salvo los efectos perniciosos que pueda producir el sedentarismo) pero cosa distinta es lo que experimentan nuestras mentes. Basta con consultar a un psicólogo para darse cuenta de hasta qué punto los nuevos usos y costumbres culturales y sociales (ligados a las plataformas y a internet) han multiplicado la casuística de patologías mentales. Los porcentajes de protocolos de suicidio en la enseñanza secundaria se han multiplicado exponencialmente en los últimos años, al igual que el consumo de psicofármacos entre la población adulta.

¿Tenemos las adicciones que nos merecemos?

Si los enteógenos producen un efecto generalizado de sensación unitaria, es decir, de fusión con el resto de seres del universo, estas nuevas adicciones tienden a parcelarnos, a crear burbujas a nuestro alrededor que son a su vez espejos. Esta imposibilidad de escapar del propio reflejo, de huir de la cárcel de uno mismo, es sin duda el origen de muchos de esos cuadros psicológicos de los que hablábamos antes. Desapareció el superyó represor del que hablaba Freud a principios del siglo XX, motivo de neurosis y subsecuentes sublimaciones artísticas o espirituales. Ahora nada nos reprime. Más bien se nos incita a disfrutar los infinitos goces de la tecnología, a expresarnos y manifestarnos sin coerciones. El prototipo psíquico de nuestra época (ya lo dijo Christopher Lasch en La cultura del narcisismo allá por 1979) no es el neurótico, sino el narcisista-megalómano.

No tengo muy claro si las adicciones dependen del espíritu de los tiempos o es el espíritu de los tiempos el que acaba conformándose a ellas. ¿Las elegimos o simplemente nos dejamos llevar? ¿Tenemos las adicciones que nos merecemos o las que nos prescriben los gurús y chamanes de Silicon Valley? Es probable que no haya una respuesta taxativa a ninguna de estas preguntas. Lo que sí es seguro es que, mientras llegan o no las respuestas, seguiremos intoxicándonos. Hagámoslo entonces, si es que podemos, de modo responsable.

Ya lo decía Baudelaire, el poeta antonomástico de la modernidad: Embriagaos de vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos. Y es que al ser humano, desde el origen de la especie, ha buscado intoxicarse con lo que le quedaba más a la mano, con hongos y plantas alucinógenas, opio y alcohol, LSD y cocaína; tal vez porque el ser humano, a diferencia de otros animales, termina aburriéndose de la naturaleza o, más bien, se aburre mucho de ser él mismo. Esa práctica, que produce visiones y malos viajes, delirios y éxtasis a partes iguales, está seguramente en la raíz de fantasías tan arraigadas como la idea de espíritu, de muchísimas de nuestras divinidades y (por supuesto) de la coctelería creativa.

Internet Drogas Series de Netflix