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"¿Dónde está mi madre?". Así fue el dramático y masivo entierro de Lola Flores
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La Faraona murió hace 27 años

"¿Dónde está mi madre?". Así fue el dramático y masivo entierro de Lola Flores

Hace un cuarto de siglo, la artista era enterrada en Madrid y una crónica que recoge ahora el libro 'Mis entierros con gente importante' (Demipage) recuerda aquel día

Foto: La familia Flores. (Cedida)
La familia Flores. (Cedida)
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Le había pedido a Dios que se la llevara, cansada ya de luchar. Lola Flores, la estrella más popular y querida de la canción española del momento, fallecía horas después del ruego, la madrugada del 16 de mayo de 1995 en su domicilio madrileño. Había cumplido 72 años y arrastraba un cáncer de pecho. El cabrón, lo llamaba.

Lo de Lola Flores fue una conmoción popular. El pueblo la despidió en las calles como a una heroína. Ay, pobrecilla, si hasta falleció a ¡buena hora! A una hora decente para nosotros los periodistas que publicábamos en papel. Acostumbrados como estábamos a la ansiedad que generaba la crónica funeraria, en una sección como la de Cultura donde no abundaban las noticias, suspirábamos aliviados, cuando el desenlace se producía con tiempo para una cobertura reposada.

El timbre del teléfono fijo sonó en casa poco antes de las 8:00. Una llamada tan intempestiva solo podía llegar con un imprevisto. "Ha muerto Lola Flores", el mensaje de Justo parecía un telegrama. Justo era el encargado de repartir los cables de las agencias informativas por las diferentes secciones del periódico, un tipo delgado, que llevaba media vida leyendo las notas que escupían los teletipos. Fue la primera y la última vez en más de cuatro décadas de trabajo en 'El País' que marcó mi número particular. A esa hora, las redacciones de los periódicos de papel permanecían desiertas, los periodistas amanecíamos por allí a media mañana justo para empezar el día con un café. La noticia justificaba la urgencia. Madrid se iba a quedar sin flores en el entierro de la Faraona.

placeholder 'Mis entierros con gente importante'. (Demipage)
'Mis entierros con gente importante'. (Demipage)

La nevera, como denominábamos el archivo donde guardábamos las necrológicas escritas antes del fallecimiento inminente de algún personaje notorio, se encontraba vacía. Sabíamos que luchaba contra un cáncer de mama. Perder un pecho, como le había aconsejado el cirujano, le hubiera impedido seguir trabajando y eso no entraba en los planes. Lo contó ella misma con su habitual desparpajo. Llevaba un tren de vida más propio de una estrella de Hollywood; desde niña alimentó muchas bocas. Rodó películas, grabó muchas, muchas canciones, pero vivía de las actuaciones en directo y 'shows' de variedades. No todo el dinero salía de lo ganado en el mundo del espectáculo. Ella sabía bien cómo vender exclusivas, como la de su 'topless' en la portada de la revista 'Interviú'. ¿Posado o robado?

La cultura en los periódicos se incluye como una salsa un tanto exótica frente a las 'verdaderas' noticias: catástrofes, guerras, política o economía suelen ocupar con mayor frecuencia la portada. La cultura aporta caché, pero solo se convierte en noticia cuando contamos muertos, cae algún premio gordo o se levanta un escándalo. Estaba cantado que ese día mojábamos en Primera. Entonces, los periodistas matábamos por firmar en la portada. A Lola Flores llevábamos meses sin dedicarle una línea, no cubríamos sus actuaciones, si acaso en las páginas dedicadas al corazón se daba cuenta de la boda de su hija, pero ese día abriría por derecho todos los informativos del país. 'The New York Times' nunca llegó a publicar eso de "ni canta, ni baila, pero no se la pierdan". Quien se inventó la mentira (las malas lenguas apuntan que fue ella misma quien lo difundió) la definió cabalmente. Nunca llamó la atención como vocalista, pero lo suplió con su gracia innata.

Foto: Lola Flores. (Ilustración: Jate)
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La genial artista jerezana dejó instrucciones de cómo deseaba despedirse de su público más fiel: mujeres y homosexuales. Y su entierro estuvo a la altura de su apodo: la Farona. La bautizaron con ese sobrenombre (contaba que por su nariz aguileña y su piel morena) durante la etapa que trabajó en México en las primeras décadas del siglo XX, cuando, harta de actuar en cafés cantantes de mala muerte, decidió volar por su cuenta, arropada en su larga gira americana por un contrato millonario de Cesáreo González, el productor del Régimen. Además de popularidad, abrigos de pieles y una casa de su propiedad en Madrid, el cambio de continente le permitió abandonar a Manolo Caracol, con el que formó una pareja explosiva (ella al baile y él al cante) dentro y fuera del escenario.

A Rocío García y mí nos mandaron como enviadas especiales a La Moraleja, el barrio de lujo en las afueras de Madrid, donde vivían los Flores, y al Centro Cultural de la Villa ("el teatro del agua", lo llamaban entonces los flamencos por la cascada que brotaba de una de las paredes), y al día siguiente cubrimos el entierro. Esto fue a grandes pinceladas lo que escribimos para 'El País':

Aquello parecía una copla. Entre lágrimas y claveles rojos, miles de admiradores se arremolinaron desde primeras horas de la mañana de ese martes, 16 de mayo de 1995, en la madrileña plaza de Colón, donde se instaló la capilla ardiente, para despedirla. El féretro permanecía abierto, cubría su cabeza con una mantilla blanca regalo de su amiga Carmen Sevilla, las manos cruzadas sobre el pecho, enredadas en un rosario de plata y las uñas y los labios pintados de rojo.

Parecía una copla. Entre lágrimas y claveles rojos, miles de admiradores se arremolinaron desde primeras horas de la mañana de ese martes

Su estado se había deteriorado mucho en los últimos días. Conocedora de su destino, pidió que no le administraran más medicamentos. Murió a las 4:30 horas en brazos de su secretaria y confidente, Carmen Mateu. A su lado, se encontraban su marido, Antonio González, musicalmente conocido como El Pescaílla; sus dos hijas, Lolita y Rosario, y familiares cercanos. Muy temprano el domicilio de la artista se llenó de amigos y periodistas. Unos 50 cámaras y fotógrafos montaron guardia durante toda la mañana ante el chalé de la familia, en medio de un ambiente no exento de carreras, tensiones y tiranteces, que estallaron a la llegada del hijo de la artista, Antonio, su protegido, que regresaba de Málaga, donde había cantado esa misma noche. Al llegar a casa estalló de dolor y, preso de furia, estampó su brazo contra una pared: "¿Dónde está mi madre?". Con el brazo partido por el golpe, lo dejaron a solas con ella, antes de llevarse el cadáver.

La salida del féretro del domicilio se produjo cerca de las 11:00 horas, en medio de un cortante silencio. Familiares y amigos despidieron desde la puerta los restos de la bailaora y cantante. Al mediodía, con la calle ya semivacía, solo quedaba en el domicilio su marido, El Pescaílla.

En el Centro Cultural de la Villa fue recibido el coche fúnebre entre grandes aplausos y algún grito esporádico de "¡Lola!, ¡Lola!". Media hora después se abrían las puertas al público en medio de una tremenda confusión. Transcurridos los primeros momentos de desconcierto, la cola alcanzó un dinamismo tremendo: pasaban por delante del féretro a un ritmo de 25 personas por minuto. El rito se repetía, arrojaban claveles, la llamaban guapa y le tiraban besos.

El mundo del cante y el flamenco se emparejó, una vez más, en el velatorio con los personajes de la jet set marbellí, donde la artista veraneaba en los años ochenta del siglo pasado. Se convirtió en una figura habitual de las revistas del corazón, posando, quemada por el sol (entonces se llevaba el moreno excesivo), en fiestas con aristócratas y jeques árabes. Las primeras en llegar a la capilla ardiente fueron sus compañeras de profesión y amigas íntimas, Carmen Sevilla y Marujita Díaz, cuyas carreras se habían desarrollado en paralelo en la primera época. A ellas se unieron poco después Cary Lapique y Carlos Goyanes, Paquita Rico, La Chunga, Perlita de Huelva, Pastora Vega, María Dolores Pradera, Concha Velasco, Ana Belén y Rocío Jurado, quien, de luto riguroso, recordó la pérdida de sentimiento y arte que suponía su fallecimiento.

La céntrica plaza de Colón se llenó pronto de claveles. Las perlas se mezclaron con la bisutería en una cola abarrotada, sobre todo, de mujeres maduras, jóvenes y ancianas. Tres generaciones despidieron, clavel en mano, a "una gran, artista, una gran mujer y una gran madre", como repitieron muchas de las personas que acudieron a darle su último adiós. Aunque todos conocían la enfermedad mortal que padecía Lola Flores, el sentimiento general era de incredulidad: "Parecía inmortal".

Tanto los Reyes como Felipe González, presidente del Gobierno, enviaron telegramas de pésame. El director de cine Pedro Almodóvar también elogió vivamente la profesionalidad de la artista al visitar el velatorio: "Era incatalogable, no se la puede etiquetar de folclórica, no porque no lo fuera sino porque fue mucho más. Ella inventó un modo de cantar, de bailar, de ser y de vivir dentro del arte flamenco. En Lola he perdido una de mis madres y a una colega".

placeholder Lola Flores y el Pescaílla, en el Museo Chicote de Gran Vía. (Cedida)
Lola Flores y el Pescaílla, en el Museo Chicote de Gran Vía. (Cedida)

Acompañando al féretro iban su hermana Carmen ["con ella se va parte de mi vida artística, fue mi segunda madre"] y su secretaria. Lolita, su hija mayor, entró de la mano de su marido, Guillermo Furiase, y de la de Antonio Carmona, cantante de Ketama. Fue recibida por un efusivo abrazo de Paco Rabal, un comunista de toda la vida, que comparó a su madre con el genio de Picasso. “Cuando murió Picasso sentí como si se fuera algo que nos pertenecía a todos. Esto mismo me ha pasado hoy, son símbolos, mitos de esta España que es tan individual”.

Una ama de casa, Josefa Bravo de la Fuente, de 71 años, alcanzó su propósito: ser la primera en despedirla. Desde las 10:00 horas aguantó bajo un sol de primavera. “Si llegamos tres horas más tarde a trabajar, da igual. Lola se lo merece todo”, decían tres treintañeras, mientras avanzaba la fila. Muchas personas esperaban su turno escuchando las últimas noticias en pequeños transistores; algunas señoras se llevaron a los niños y no faltaron ni las cámaras de vídeo ni las máquinas automáticas de fotos para inmortalizar el momento. Entre el delirio del dolor se anunció la llegada de Julio Iglesias desde Miami, quien, al enterarse de la noticia, al parecer, había decidido viajar a España en su avión particular para estar presente en el entierro. No se confirmó su asistencia.

Se anunció la llegada de Julio Iglesias desde Miami, quien, al enterarse de la noticia, al parecer, decidió viajar a España en su avión

Mientras El Pescaílla y sus hijos pequeños, Antonio y Rosario, lloraban en privado la muerte de Lola Flores, Lolita, de riguroso luto y sorprendentemente serena, anunció en una improvisada rueda de prensa: "Nosotros no queríamos esto, pero mi madre nos lo pidió. Ella deseaba que el día de su muerte la pusieran en un teatro para que sus admiradores se despidieran de ella. Os pido un poco de respeto. No la saquéis demasiado ridícula. Se merece un poco de miramiento por lo que ha sido y por lo que será".

Toda la noche de Madrid se fue a llorar a Lola. Diez horas después de la apertura del velatorio, la hilera de gente seguía interminable. Ni el frío viento que se levantó al filo de la medianoche hizo desistir a los incondicionales del 'Hola' que, mezclados con grupos de gitanos, aguantaban estoicamente en la calle esperando el momento de verla por última vez. El goteo de noctámbulos no cesaba, entre ellos periodistas deportivos que acababan de despedir sus informativos y cupletistas como Olga Ramos. Dentro, junto al féretro, se agolpaba ya una montaña de claveles depositados por todas las personas que le rindieron un último homenaje. El olor a flores resultaba asfixiante. Acompañando a Lolita, a Carmen, la hermana de la cantante, y a Carmen Mateu –la tata, como la conocían todos en la casa de los Flores– aguantaban Paquita Rico, Marujita Díaz, Paco de Lucía, Josemi y Juan Carmona, Juanito Valderrama, Tony Leblanc y Joaquín Cortés, entre otros.

Foto: Lola y Antonio, en París en 1960. (Cordon Press)

Sobre la 1:30 horas llegó Rosario, visiblemente desencajada. Miguel Mora, recién llegado a la sección de Cultura, cubrió los últimos minutos de los que eligieron llorar de madrugada. “Después de las tres, a la hora en que se riegan las aceras y cierran las barras americanas, surgen tacones finos, faldas de lentejuelas, silicona en grandes dosis y labios de cirugía. Los mariquitas de Lola, su club de fans más entregado, han esperado a última hora. El rito lo merece”, escribió.

Las colas bajaron de intensidad avanzada la madrugada. Los mayores picos transcurrieron entre las ocho de la tarde y las dos de la mañana, en las que el trayecto llegó a durar hasta tres horas. Un portavoz policial precisó que durante las 19 horas en que el cuerpo de la artista permaneció en la capilla ardiente fue visitado por unas 150 000 personas.

Con las luces del día se cerró el féretro de caoba clara y la familia pidió media hora de intimidad, algo que no habían tenido hasta entonces. Mientras tanto, en la calle esperaban miles de personas. El cortejo fúnebre fue seguido por sus admiradores, en los casi cinco kilómetros que separan la plaza de Colón del cementerio de la Almudena, la necrópolis más grande de la capital. Sus devotos tiraban flores al paso de la comitiva y aplaudían al tiempo que gritaban ‘¡Lola!, ¡Lola!”, “¡guapa!, ¡guapa!”. Un dispositivo especial de la Policía Municipal de Madrid ordenó el recorrido del cortejo que fue acompañado por 12 furgonetas cargadas de coronas y ramos.

Un dispositivo de la Policía Municipal de Madrid ordenó el recorrido del cortejo con 12 furgonetas cargadas de coronas y ramos

Tanto en la capilla ardiente como en el recorrido hasta el cementerio, la mayor parte de los congregados eran, otra vez, mujeres. “El entierro de La Farona, al margen del dolor, fue uno de los espectáculos más barrocos que se han visto jamás en Madrid junto a la Santa, como clamaban en llamarla algunos asistentes, el gran protagonista fue el pueblo”, escribió el inefable periodista Ricardo Cantalapiedra. Teresa Rodrigo, de 49 años, casada y con cuatro hijos, aguardaba desde las ocho de la mañana en primera fila para verla pasar: "La gente así no se debería morir nunca", le comentaba a la señora que se encontraba a su lado, una jubilada llegada desde Alicante para asistir al sepelio. “Yo estuve en el entierro de La Pasionaria”, recordaba una ama de casa de 69 años. Algunos de los asistentes rememoraban también la despedida que Madrid rindió a su alcalde más popular, Enrique Tierno Galván, en enero de 1986.

Lola Flores recibió sepultura como a ella le hubiera gustado: con la gente cantando La Zarzamora: "Que publiquen mi pecao / y el pesar que me devora". Cuando el féretro era sacado del coche para ser introducido en la lápida, el cantaor Pepe de Triana sacó fuerzas para cantar. La popular copla no cuajó entre el público, el llanto se lo impidió. Rosario parecía al borde del desmayo, pero sacó fuerzas para, entre lágrimas y en medio de un fuerte desconsuelo, volverse hacia el público y agradecerle con un beso su presencia. Ella, junto a su tía Carmen y su cuñado Guillermo Furiase, fueron los más directos miembros del clan de los Flores presentes en el entierro. Hubo dos grandes ausencias en las 24 horas que siguieron a la muerte de la artista: su marido, El Pescaílla –en círculos familiares se comentó que, abatido por la muerte de su esposa, no quería quedarse en el domicilio familiar y que personas cercanas a la artista lograron hacerle desistir de la idea de pernoctar en un hotel– y Antonio Flores, el niño, como le llaman familiarmente, que lloró desconsoladamente a su madre en privado.

Pese a que la familia entendía las ausencias, otras personas cercanas a La Farona criticaron duramente a los dos hombres, que no lograron superar en público el dolor. “Lo de ley era estar aquí”, clamó un pariente indignado, ante la presencia de la anciana tía de la artista, Dolores, que aguantó todo el duelo nocturno en la plaza de Colón y que se acercó también al cementerio. No faltaron tampoco al entierro sus grandes compañeras de fatigas. Hasta el último momento, Lola Flores estuvo acompañada por Carmen Sevilla (de las pocas que no habían pasado previamente por la peluquera), Rocío Jurado (con Ortega Cano del brazo), Marujita Díaz y Paquita Rico. Ninguna de ellas pudo ni quiso ocultar su desgarro. También se veía muy afectado a Pedro Almodóvar –”ella representaba la España más luminosa y tolerante”–, Marisa Paredes, Juanito Valderrama, Peret y El Fary, entre otros. Confundidos entre la multitud se encontraban también numerosos representantes del mundo del flamenco y de la danza.

placeholder Mausoleo de Lola Flores y su familia en La Almudena. (Gtres)
Mausoleo de Lola Flores y su familia en La Almudena. (Gtres)

Justo para el sepelio llegó a Madrid el alcalde de Jerez, Pedro Pacheco, del Partido Andalucista, vinculado al nacionalismo de la región, donde se suspendieron todos los actos electorales en señal de duelo. "Hoy está muerta. Ayer no nos lo creíamos. ‘¿Es verdad?’ me preguntaba la gente por la calle negándose a aceptar la evidencia. Lola no es exclusiva de Jerez, es de España entera". El alcalde de la localidad donde nació la artista rechazó las insinuaciones sobre su pasado franquista. “Estuvo con Franco y con la democracia, pero sus admiradores no saben de sus creencias políticas, sólo la admiran como a una gran actriz”. En una ocasión, Lola, que sabía torear en todas las plazas, le contó al periodista José Miguel Ullán: “A mí Franco no me dio nada; solamente una pitillera, que luego resultó de plata falsa”. Ole y ole.

Los empleados de la funeraria nunca habían visto entrar tantas flores juntas. Las coronas, atadas a las vallas de seguridad, señalaban el camino hasta la lápida. Un camino plagado de admiradores que guardaron hasta la llegada de la comitiva fúnebre un respetuoso silencio. Especialmente en el camposanto, se notó una mayor presencia gitana: había familias enteras. Algunos de los concentrados eligieron el riguroso luto, que contrastaba con los faralaes por los que optaron otras.

Como contrapunto a lo que fue su vida, el entierro de la popular artista estuvo presidido por la sencillez. En apenas diez minutos, desde la llegada a la Almudena hasta que el féretro fue introducido en el panteón familiar, se acabó todo.

Le había pedido a Dios que se la llevara, cansada ya de luchar. Lola Flores, la estrella más popular y querida de la canción española del momento, fallecía horas después del ruego, la madrugada del 16 de mayo de 1995 en su domicilio madrileño. Había cumplido 72 años y arrastraba un cáncer de pecho. El cabrón, lo llamaba.

Lola Flores Antonio Flores
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