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Yukio Mishima o la búsqueda incansable de la belleza
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Yukio Mishima o la búsqueda incansable de la belleza

El novelista más transgresor de Japón pasó toda su vida obsesionado por la belleza, tema que trató continuamente en su obra. Su peculiar muerte no ha podido eclipsar su vida

Foto: El novelista Yukio Mishima dando un discurso antes de suicidarse. EFE
El novelista Yukio Mishima dando un discurso antes de suicidarse. EFE

Mucho antes de que Haruki Murakami se convirtiera en algo así como el Leonardo DiCaprio de los premios Nobel de literatura (siempre esperando conseguirlo, fracasando hasta el momento), o de que Kenzaburō Ōe llegase tímidamente al mercado occidental con su desgarradora obra, el extravagante Yukio Mishima ya estaba muerto y enterrado. Su particular muerte todavía está envuelta por un halo de misterio, aunque no ha conseguido eclipsar del todo su interesante vida, así como su pensamiento.

Un 25 de noviembre de 1970 cerró con barricadas el cuartel general en Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa, leyó un discurso desde un balcón a los soldados que se encontraban abajo, intentando con ello inspirarlos para que dieran un golpe de Estado y restituyeran el poder del emperador, fracasó, y después llevó a cabo su propio seppuku (ritual de suicidio japonés por desentrañamiento).

Leyó un discurso intentando inspirar a los soldados para que dieran un golpe de Estado y restituyeran el poder del emperador, fracasó, y después llevó a cabo su propio seppuku (ritual de suicidio japonés por desentrañamiento)

La muerte de Mishima es la representación más clara de las fuertes convicciones de este autor, que pasó toda su vida intentando tocar con las yemas de los dedos la belleza más pura. Nacido en Tokio un 14 de enero de 1925, supo aunar a la perfección en su obra la estética moderna y el tradicionalismo japonés, aunque este último fue inclinando la balanza en las últimas etapas de su vida.

Leer a Mishima es desprenderse de la frialdad característica de otros títulos japoneses, que quizá pueden dejar indiferente al lector occidental por la lejanía cultural. Mishima trasciende más allá de cualquier barrera y cualquier frontera. Esa búsqueda de la belleza no es algo que provenga del azar, sino que es un mantra que se repite no solo en su estética sino en su forma. Así la retrata en ‘El rumor del oleaje’, donde la belleza toma el papel de Utajima, una remota e inventada isla de pescadores, algo así como un paraíso perdido donde los dos inocentes protagonistas no conocen la maldad porque esta no puede existir en un lugar tan perfecto.

Se retrataría en un momento de su vida como San Sebastián, con el torso desnudo y lleno de flechas: una representación erótica de la belleza mezclada con el dolor del mártir, icono gay por excelencia, hermoso, frágil y sufriente

La belleza también puede ser una persona, como en el caso de ‘Confesiones de una máscara’, la que es probablemente la obra más transgresora y valiente escrita jamás por un escritor japonés (una historia con tintes autobiográficos sobre un joven homosexual antes de la Segunda Guerra Mundial): la primera vez que el protagonista se masturba, lo hace viendo una representación de San Sebastián. El propio Mishima se autorretrataría en un momento de su vida como el santo, con el torso desnudo y lleno de flechas, una representación erótica de la belleza mezclada con el dolor del mártir, que es además icono gay por excelencia: hermoso, frágil y sufriente.

placeholder Tumba donde descansan los restos del escritor Yukio Mishima en Fuchu, Japón. EFE  Agustin De Gracia
Tumba donde descansan los restos del escritor Yukio Mishima en Fuchu, Japón. EFE Agustin De Gracia

La belleza también es la máxima en la que probablemente es su obra más conocida, ‘El pabellón dorado’. Publicada en 1956, está basada en un acontecimiento real, aunque él le da profundidad psicológica: Mizoguchi, el protagonista, un muchacho torpe y tartamudo quema un templo budista porque aprende a odiar lo que para él es el arquetipo de la belleza absoluta. En la vida real fue un novicio el que también decidió reducir a cenizas un templo, pero Mishima no tenía forma de saber qué se escondía tras semejante acto, por lo que decidió justificar un acto tan extravagante con sus propias obsesiones.

Cuando Sōseki llegó a Londres a estudiar quiso ir a ver la nieve por el simple hecho de admirar la naturaleza, y todos sus compañeros se rieron de él por su excentricidad

Hay que entender que el escritor provenía del mismo país que Natsume Sōseki. El mismo Sōseki que cuando llegó a Londres a estudiar, según cuenta su anécdota más famosa, quiso ir a ver la nieve por el simple hecho de admirar la naturaleza, y todos sus compañeros se rieron de él por su excentricidad. En esa tierna y un poco inocente anécdota se encuentra una parte de la psique japonesa más ancestral, tan diferente a la nuestra: uno puede ser feliz, meditar o incluso escribir un haiku al respecto observando, simplemente, cómo caen los copos de nieve por la ventana.

La obsesión por la belleza se entrelaza en la propia vida de Mishima: durante los últimos 15 años de su vida entrenó con pesas, sin descanso, con la idea de forjar un físico impresionante y dejar atrás al muchacho frágil que en un pasado había sido. Quizá en su contradicción reside su encanto. Era nacionalista de derechas y estaba en contra de la occidentalización de su país, pero eso no le impedía leer con fervor a Wilde o a Rilke. Llegó a tener un pequeño idilio con Michiko Shoda, quien se convertiría después en esposa del emperador Akihito, aunque los rumores sobre su supuesta homosexualidad siempre planearon sobre él, especialmente tras la publicación de ‘Confesiones de una máscara’.

Mishima era nacionalista de derechas y estaba en contra de la occidentalización de su país, pero eso no le impedía leer con fervor a Wilde o a Rilke

Fue llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial, pero no pasó la revisión médica y fue declarado incapacitado, pues el doctor dictaminó que sufría tuberculosis. Eso frustró sus deseos de ingresar como piloto kamikaze, pues deseaba morir de una manera heroica. Quizá finalmente lo hizo ese 25 de noviembre de 1970, cuando había dejado todos sus asuntos en orden, preparando de forma meticulosa su muerte durante más de cuatro años porque no podía vivir en un país que poco a poco iba perdiendo su esencia.

Tampoco quería envejecer lentamente, lo consideraba una agonía, quizá porque era como desprenderse poco a poco de la belleza de la juventud. Su ritual de suicidio, profundamente japonés, fue su última gran obra, marcó el punto de una vida de obsesiones ambiguas en un personaje fascinante y un genio literario. Como él mismo diría: “La muerte tiene el brillo infrecuente, claro y fresco del cielo azul entre las nubes”. Indudablemente, no hay nada más bello que eso.

Mucho antes de que Haruki Murakami se convirtiera en algo así como el Leonardo DiCaprio de los premios Nobel de literatura (siempre esperando conseguirlo, fracasando hasta el momento), o de que Kenzaburō Ōe llegase tímidamente al mercado occidental con su desgarradora obra, el extravagante Yukio Mishima ya estaba muerto y enterrado. Su particular muerte todavía está envuelta por un halo de misterio, aunque no ha conseguido eclipsar del todo su interesante vida, así como su pensamiento.

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