Es noticia
Mishima o el placer de leer
  1. Cultura

Mishima o el placer de leer

Mishima o el placer de leer. El color prohibido. Yukio Mishima.Con la publicación de El color prohibido, ya sólo queda una de las grandes obras

Mishima o el placer de leer. El color prohibido. Yukio Mishima.

Con la publicación de El color prohibido, ya sólo queda una de las grandes obras de Yukio Mishima por traducir al castellano: Kyōko no IeLa casa de Kyoko–, una de las novelas más valoradas por el autor, al contrario que la presente, de la que terminó renegando. Y eso que es una gran pieza narrativa, que roza la maestría y que está entre las mejores que se han publicado en lo que llevamos de año. Eso sí, los traductores, Keiko Takahashi y el siempre acertado Jordi Fibla, tienen que advertir que es una obra con “claroscuros”. Aquí, como en El pabellón de oro, novela prima hermana de esta, Mishima se lanza a retorcidas reflexiones en torno a la juventud y la belleza –también sobre el arte literario–, los temas que más le preocuparon y que finalmente le llevaron a su tragicómica muerte. Y es que vida y obra se funden en esa personalidad tan compleja que fue Yukio Mishima, y no sólo en la dirección habitual –de la vida a la obra–: la novela, publicada en 1953, hace gala de formidable capacidad predictiva: cinco años más tarde, Mishima se casaba de una forma bastante parecida a la de Yuichi, el protagonista, quien creía que su madre se moría de una enfermedad renal de la que mágicamente se recuperó después de la boda. En el caso de la madre de carne y hueso, la falsa enfermedad fue un cáncer.

Esta era la segunda ocasión en que Mishima abordaba el tema de la homosexualidad, tras la celebérrima Confesiones de una máscara –una homosexualidad que, como notaba el doctor Vallejo–Nájera en la mejor biografía del novelista disponible en castellano, era puesta en duda en Japón: tal era el virtuosismo del autor que engañó a todo occidente, por mor de la gran sutileza de su pluma; y a la vida que llevó, por supuesto, quizá su obra maestra–. Yuichi es un personaje típico dentro de la novelística de Mishima, un hombre que se empeñó toda su vida en sentir. Sus personajes, o bien son incapaces de padecer emoción alguna –como Yuichi– o bien sólo experimentan las negativas –como Shunsuké–. Esta psicopatía del joven, unida a un cuerpo tan bello que “hasta la felicidad le sienta bien”, permiten convertirse a la sexagenaria gloria de las letras japonesas, Shunsuké Hinoki, en un erastés platónico que empleará a su erómeno para llevar a cabo su venganza contra las mujeres. Debido a su fealdad, no sólo física, sus relaciones amorosas y aun sexuales han sido un fracaso del que ansía resarcirse.

Sin embargo, irá a darse de bruces con la “pureza” –en un sentido que al lector occidental le resulta algo ajeno– del muchacho, quien cumple aplicadamente su cometido aunque sin el resultado deseado. Pues, aunque como su mentor es intensamente misógino, y como miembro de un “gremio” obligado al secretismo y la traición rechaza la sociedad basada en “la heterosexualidad, ese principio, enojoso hasta la exasperación, establecido por la mayoría”, sus acciones inmorales acaban produciendo en él un efecto indeseado: el nacimiento de la emoción, simbolizado por el nacimiento de su propia hija. Desde ese momento, la derrota del repugnante Shunsuké, paradigma de todo lo que el autor rechaza, es segura. Todo ello se nos presenta con el estilo que Mishima forjó pronto: a veces crudo –la explícitamente morbosa descripción del parto de Yasuko– a veces extraordinariamente lírico, oscila ahora entre la narración pura y el panfleto filosófico, momentos en los que se debilita la fuerza de la novela y, de su mano, la del lector. Más adelante, en El pabellón de oro, logrará mayor claridad de pensamiento aunque no tanto de lectura. A pesar de ello, el lector cuenta con la fascinante capacidad de saltarse párrafos enteros, dejando la novela respirar mejor. Y es una novela de amplios y resonantes pulmones.

  El color prohibido. Ed. Alianza. 560 págs. 21,90 €. Comprar libro.

Por un puñado de piedras. El arqueólogo enamorado. Daniel Casado Rigalt.

A pocos se les escapa que en España es una potencia arqueológica. Quizá no tan cantosa como Egipto –que es a la arqueología lo que Brasil al fútbol–, pero sí resultona. Pocos países pueden decir que cuentan con el yacimiento donde han aparecido los europeos más antiguos –y algunos aquí siguen–, con la “Capilla Sixtina del arte cuaternario”, con ciudades fenicias, griegas y romanas –y las autóctonas tartésicas e íberas–, todo en tan reducido espacio. Durante siglos, no eran más que piedras. Los paisanos, demostrando que el reciclaje es costumbre inveterada, se llevaban columnas, dinteles y sillares para darle más solera a sus casas. De vez en cuando, alguno muestra orgulloso en la pared de su salón un taqueado jaqués que otrora fuera ornato de algún templo, y algunos confiesan, tan ingenua como dolorosamente, que tiraron huesos y fragmentos que encontraron en al remover su jardín, que luego las autoridades no les dan permiso para hacer nada. Porque nuestro patrimonio siempre ha estado amenazado. Mucho es lo que se ha perdido y lo que se está perdiendo, como denuncia el arqueólogo Daniel Casado, a manos de paisanos, de traficantes, de piratas y de autoridades ociosas. Como la Vega Baja toledana, bajo la que yace una ciudad visigoda, a punto de perecer bajo el infame ladrillo de innecesarios ensanches.

Claro que no sólo de llanto vive el hombre. Casado reconstruye, con aliento literario y solidez erudita, la intrahistoria de la arqueología española. La de los yacimientos y sus excavadores, a veces afortunados aficionados, otras sesudos científicos con las uñas llenas de tierra y los ojos hechos chiribitas de escarbar la tierra de sol a sol. Algunos, como don Marcelino Sanz de Sautuola, tuvieron que batallar contra todos los prejuicios de que hacen gala las élites establecidas, para vencer finalmente en el espacio de la posteridad. Otros, como Juan de Dios de la Rada, fueron derrotados por esta. Tras los elegantes muros del teatro de Mérida hay una historia que se remonta al siglo XVI, cuando ya Felipe II se fijara en las ruinas, que gozaron de favor real con Carlos III, aunque no se excavarían hasta el siglo XX. Y Ampurias la República tuvo la ocurrencia de instalar baterías antiaéreas durante la Guerra Civil, convirtiendo la venerable ciudad en objetivo militar. Estas son algunas de las historias con las que Casado hace ver que son más que piedras, que “recogen en su seno la impronta de las emociones” y se pueden mirar con ojos más profundos, con ojos que recorren el fluir del tiempo para sentirnos más antiguos, más completos, más humanos.

ET y el secreto de las civilizaciones perdidas. El Templo de la Luna. Fernando J. López del Oso.

Y seguimos con arqueología, aunque ahora del lado de la ficción. Si han visto ustedes –¡pobres!– la última película de la tetralogía de Indiana Jones, les será más fácil ponerle cara a un argumento parecido, aunque de ningún modo copiada; dado que no necesita impresionar con imágenes, trabaja mejor la trama, que sólo temblequea al final, cuando estira una situación insostenible de manera precaria, dejando a sus personajes a la altura intelectual de Forrest Gump, testigos ciegos de algo totalmente evidente –no sólo para el lector, claro está, que cuenta con todos los datos–. El autor administra bastante bien la intensidad y el misterio, si bien hay que penalizar un innecesario de las cursivas y unos personajes planos, con comportamientos y reacciones más novelescos que naturales. Ello no obstaculiza la diversión que depara su lectura, que debe su argumento a la doctrina paracientífica del origen alienígena de la civilización, una solución ad hoc ante las lagunas de nuestro conocimiento.

La novela narra la búsqueda de un misterioso artefacto precolombino, relacionado con un importante hallazgo en Egipto, un templo perdido que se pensaba leyenda. Del desierto africano al altiplano andino, el millonario Alfredo Peralta y el arqueólogo Julián Curto –en parte un trasunto del autor, pero tampoco oculta modelos populares como Indiana Jones, casi inevitablemente, y James Bond; no obstante, le falta altura para convertirse en icono–, tratarán de resolver unas incógnitas que les ponen al borde de un descubrimiento terrible: que ambas culturas tienen un origen común, fuera de nuestro mundo. Y que no son los únicos que conocen esa conexión, y estos otros no se andan con miramientos a la hora de recabar información o eliminar posibles competidores. Lo mejor de la novela es este cruce de géneros, entre la ciencia ficción, la novela de espías y la intriga histórica, y el recurso al manido pero sugerente contrapoder del 4º Reich.

 El Templo de la Luna. Ed. Minotauro. 320 págs. 19,50 €. Comprar libro.

Mishima o el placer de leer. El color prohibido. Yukio Mishima.