¿Qué decían los siete libros perdidos de Mani? El temible secreto del maniqueísmo
Aquel credo suprarregional y universalista se extendió por todo el orbe conocido y fue perseguido con una saña desconocida... ¿Por qué?
Ninguna religión fue tan acosada, tan arrasada, ningún credo sufrió nunca una acometida semejante. Perseguida, reprimida, denostada y por última caricaturizada como paradigma del discurso simplista, la fe de Mani -que hemos convenido en llamar 'maniqueísmo'- se extinguió junto a los siete libros canónicos que registraban sus doctrinas y de los que no se sabía nada hasta que una serie de asombrosos descubrimientos recientes logró rescatar una mínima parte. Y, sin embargo, el suprarregional y universalista maniqueísmo se extendió por todo el orbe conocido desde su origen en la Ctesifonte persa del siglo II, rivalizó con el cristianismo, el zoroastrismo y el Islam, irradiando motivos y argumentos a todos sus competidores, conquistó al menos por un tiempo a algunas de las mentes más preclaras de su tiempo -como Agustín de Hipona-, y aún hoy la onda expansiva de su teología ofrece claves de comprensión para el estudio de la totalidad de nuestras tradiciones religiosas. ¿Cuál era aquel secreto terrible e irreprimible que le fue revelado a aquel niño persa?
"Cuando un ángel habla, hay que escuchar. Y así, en un pequeño palmar del bajo Éufrates, un muchacho apenas mayor que el niño Jesús cuando se perdió y fue encontrado entre los doctores del Templo, se incorpora y escucha lo que la voz tiene que decirle: 'Tú eres el apóstol de la luz, el último profeta, el sucesor de Set, Noé, Enós, Enoc, Sem, Abraham, Zoroastro, Buda, Jesús, Pablo Elcesai..., y tus palabras serán la culminación de todas sus enseñanzas'. A este ángel se le llena la boca de promesas. ¿Y cómo reacciona el niño? Se asusta y pide una prueba. Entonces, el ángel hace lo que hacen los ángeles. Consuela al muchacho, realiza signos y prodigios, consigue que las palmas hablen, que las hortalizas lloren como bebés y le revela uno de los secretos que habían permanecido ocultos al mundo hasta ese momento: el drama del universo es una lucha entre la luz y las tinieblas, y este estado de cosas no es más que el tránsito entre dos épocas".
Así registra el origen del maniqueísmo la escritora alemana Judith Schalansky en su hermoso e inclasificable
Luz contra Tinieblas
"La historia de Mani comienza al alba de la era cristiana, menos de dos siglos después de la muerte de Jesús. A las orillas del Tigris han quedado rezagados multitud de dioses. Algunos emergieron del Diluvio y de las primeras escrituras, otros vinieron con los conquistadores o con los mercaderes. En Ctesifonte, pocos fieles reservan sus plegarias para un único ídolo, si no que van de templo en templo dependiendo de las celebraciones". Así emplazaba el escritor franco libanés Amin Maalouf el escenario en el que emergió el maniqueísmo en su novela
La mejor exégesis histórica en castellano sobre la religión fundada por Mani es
La filiación gnóstica, cristiana y oriental del maniqueísmo parece clara al igual que su énfasis en el dualismo, en la existencia de dos principios universales y opuestos que podrían reconocerse en la batalla eterna entre la Luz y las Tinieblas. Una batalla asimétrica, ojo, en la que el dios bueno acaba imponiéndose sobre el dios malo o demonio, identificado el primero como la esencia divina que late en todo lo vivo y el segundo como la prisión de la carne y la materia. Un proceso que, por último, se desenvuelve en tres tiempos: la independencia inicial de ambos principios, la mezcla posterior y la final disolución de dicha mezcla. Lo que contado así parece casi trivial logra, sin embargo, en la teología maniquea una complejidad asombrosa y un atractivo irresistible que rápidamente buscaron canibalizar los mismos credos que lo persieguían.
Mani cayó en desgracia con el sasánida Bahram I, que lo condenó a muerte presionado por los celosos magos del zoroastrismo
Mani comenzó a impartir doctrina a los 25 años en Babilonia con una verdad demoledora, relata Judit Schalansky: "Fue el Señor de las Tinieblas quien formó a la primera pareja humana a imagen del mensajero divino, utilizando para ello los restos de luz, y le infundió el aciago impulso de unirse y multiplicarse. Hombre y mujer se unen en un estrecho abrazo, dos figuras desnudas, pálidas, que engendran hijo tras hijo, dispersando la luz en partículas cada vez más pequeñas, complicando así el retorno del Día a su reino celestial".
Visitó Persia, Palestina, Siria, Egipto, fue protegido de los emperadores sasánidas Sapor I y Ormuz I y cayó en desgracia con el hermano de este último, Bahram I, que lo condenó a muerte presionado por los celosos magos del zoroastrismo. Dejó siete libros tan célebres como reducidos a cenizas por herejía de los que sólo quedan hoy unos pocos extractos descubiertos en Turfán y Dunhuang (Asia Central), y Kellis (Egipto): 'Evangelio viviente', 'Tesoro de la vida', 'Pragmateia', 'Libro de los misterios', 'Libro de los Gigantes, 'Salmos' y 'Oraciones'.
Termina Schalansky: "Zoroastro tuvo numerosos alumnos; Buda, cinco compañeros; Jesucristo, doce discípulos, y Mani tuvo siete libros que difundieron su doctrina por todo el mundo, utilizando distintas lenguas para unir lo que la Torre de Babel había separado y para dividir como nunca antes a los que lo siguen de aquellos que lo maldicen. Unos y otros lo llaman Mana, recipiente del bien o recipiente del mal; lo llaman Manna, pan del cielo u opio de los oscurantistas; lo llaman Mani, el salvador alado, o Manes, el monstruo cojo; Manim el iluminado, el que vino para redimir al mundo, o Manie, el loco, el que vino para perder a ese mismo mundo: Mani, el bálsamo; Mani, la peste".
Ninguna religión fue tan acosada, tan arrasada, ningún credo sufrió nunca una acometida semejante. Perseguida, reprimida, denostada y por última caricaturizada como paradigma del discurso simplista, la fe de Mani -que hemos convenido en llamar 'maniqueísmo'- se extinguió junto a los siete libros canónicos que registraban sus doctrinas y de los que no se sabía nada hasta que una serie de asombrosos descubrimientos recientes logró rescatar una mínima parte. Y, sin embargo, el suprarregional y universalista maniqueísmo se extendió por todo el orbe conocido desde su origen en la Ctesifonte persa del siglo II, rivalizó con el cristianismo, el zoroastrismo y el Islam, irradiando motivos y argumentos a todos sus competidores, conquistó al menos por un tiempo a algunas de las mentes más preclaras de su tiempo -como Agustín de Hipona-, y aún hoy la onda expansiva de su teología ofrece claves de comprensión para el estudio de la totalidad de nuestras tradiciones religiosas. ¿Cuál era aquel secreto terrible e irreprimible que le fue revelado a aquel niño persa?