Es noticia
Bret Easton Ellis, la bestia insumisa del circo de la corrección política
  1. Cultura
crónica cultureta

Bret Easton Ellis, la bestia insumisa del circo de la corrección política

El escritor californiano convierte sus memorias en una refutación integral de la sociedad aséptica y sectaria en la que vivimos, denunciando la intoxicación ideológica de la cultura

Foto: Bret Easton Ellis (EFE)
Bret Easton Ellis (EFE)

Que las memorias arbitrarias de Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) se titulen 'Blanco' podría sugerir una alegoría sobre la cocaína, el polvo mágico cuya pureza enajenaba hasta el crimen al protagonista feroz de 'American psycho'. No es así en absoluto. El color al que alude el novelista angelino es el color sin color, el sudario aséptico que recubre una sociedad incolora, inodora e insípida.

Conspira contra ella la carnosidad literaria de Easton Ellis. Y retrata la caricatura de Occidente en su pacatería y mojigatería. No ya en la corrección y la conciencia gregaria, sino en la extorsión con que la ideología ha conseguido ocupar el discurso estético y artístico. Las artes han perdido su vocación transgresora y la obligación de incomodar. Han sido domesticadas por la doctrina de la idoneidad pedagógica y por una aberrante noción de la tolerancia que discrimina y conduce a la hoguera, al mismo tiempo, cualquier disonancia en la melodía del bien.

Podría convenirse, por tanto, que Easton Ellis se ha convertido en un reaccionario. El adjetivo acostumbra a observarse o degradarse en una categoría peyorativa, pero la inflación de intelectuales de diseño predispone la reputación de los reaccionarios audaces. Michel Houellebecq es uno de ellos. Sus últimos libros -y los primeros- representan el paradigma de la incorrección y de la insolencia, hasta el extremo de que las tesis de Easton Ellis pueden observarse como una prolongación del discurso “maloliente” del escritor francés.

placeholder 'Blanco', de Bret Easton Ellis
'Blanco', de Bret Easton Ellis

Les identifica a ambos el hartazgo del buenismo y las sociedades castradas, aunque el escritor californiano recurre a su propia biografía como argumento de refutación de la cultura contemporánea. No solo edulcorada y homogénea, sino contradictoria con todas las libertades -y todos los excesos- que caracterizaron su irrupción como abanderado de la Generación X y como apóstol descarriado de la cultura grunge. Easton Ellis opone al color blanco todas las tonalidades y matices del arco iris: de la zona más oscura y turbia a la más luminosa. Por eso abomina de la cursilería de los millennials. Vive con uno de ellos porque su novio participa de las generaciones e inquietudes actuales, pero recela de cualquier adhesión a las inercias de corrección predominantes. No le impresiona que salga del armario un jugador de la NBA. No soporta que se prohíban en EEUU las memorias de Woody Allen.

Ni tampoco acepta que el rechazo a Donald Trump se haya convertido en la coartada activista de “una izquierda fascista y desatada”. “Yo me tomo a Trump de una manera mucho más tranquila”, escribe Easton Ellis. “No dejo que `trumpice`mi vida, como hace mucha gente en EEUU. Así lo único que consiguen es que defina su existencia y les haga mucho más daño. Es mucho mejor mantener la calma. Y si Trump te parece lo peor y quieres que no sea el presidente, vota a otro candidato”.

Yo me tomo a Trump de una manera mucho más tranquila. No dejo que 'trumpice' mi vida, como hace mucha gente en EEUU

Easton Ellis no lo ha votado. Ni lo piensa votar, pero le repugna el sectarismo de la comunidad de artistas demócratas. El intelectual contemporáneo se identifica en una militancia acomodaticia. Tan fácil como levantar el mechero en las causas canónicas y homologadas: del Me Too al animalismo, ambientalismo, pacifismo y a la expectativa de un mundo fraternal.

La primera paradoja del “artista comprometido” consiste en que subordina la propia creatividad a las obligaciones ideológicas. Y la segunda, aún más grave, radica en la persecución de los colegas o movimientos “descarriados”. Prevalece un nuevo maccarthismo de color blanco que conduce al patíbulo la discrepancia, de tal manera que 'Menos que cero' (1985) y 'American Psycho' (1991) serían hoy novelas inaceptables, cuando no prohibidas. ¿Cómo iban a prosperar el realismo sucio, la degradación, el hedor, en una sociedad impoluta y cándida?

Easton Ellis es la bestia insumisa del circo y sus memorias corrosivas le devuelven a la posición que más le gusta. Molestar, indignar, irritar. La trampa a su favor consiste en que nunca ha dispuesto de un escenario más propicio ni más cómodo. Sus ideas no son originales ni es necesario compartirlas. De hecho, puede que el mayor interés de 'Blanco' (Random House) no radique en todas las cosas que cuenta, sino en la manera en que Easton Ellis recupera su pulsión literaria y su papel de agitador. Nada más placentero que convertir el lienzo blanco que hipnotiza a la sociedad en un cuadro desangrado de Jackson Pollock.

Que las memorias arbitrarias de Bret Easton Ellis (Los Ángeles, 1964) se titulen 'Blanco' podría sugerir una alegoría sobre la cocaína, el polvo mágico cuya pureza enajenaba hasta el crimen al protagonista feroz de 'American psycho'. No es así en absoluto. El color al que alude el novelista angelino es el color sin color, el sudario aséptico que recubre una sociedad incolora, inodora e insípida.

Ensayo Literatura