'Todo es una mierda': el nuevo chute de nostalgia noventera de Netflix
Este 16 de febrero se estrena esta nueva serie de Netflix, un catálogo de la cultura pop de los 90 más parecido a 'Compañeros' que a 'Freaks and Geeks'
A mí los noventa me tocaron de refilón, aunque reconozco que entre mis gurús espirituales no puede faltar Daria Morgendorffer, la personificación animada del pasotismo adolescente y el hipsterismo precoz. No viví la fiebre de Oasis y no me enteré de —o me dio igual— que un tal Kurt Cobain se hubiese metido un balazo en la cabeza un día de primavera de 1994. Cartoon Network me licuó el cerebelo con los dibujos psicotrópicos de 'Vaca y pollo' y 'Johnny Bravo', las Spice Girls fueron mi primer trastorno obsesivo-compulsivo y siempre desconfié de las calcomanías de los chicles por si llevaban droga. Mi prima me enseñó a bailar el 'Saturday Night' en la cocina de la casa de mis abuelos y en el colegio triunfaban las casetes del 'Máquina total' —napalm, por piedad—, pero por edad no pude poner un pie en una discoteca hasta bien entrado el nuevo milenio. Gracias a Dios, jamás me puse una camisa de franela. Creo.
Dice la 'Vogue' que vuelven los noventa; a la top del momento, Bella Hadid, parece que últimamente le ha vomitado encima el armario de Shirley Manson. Netflix está trabajando en una nueva versión de 'Sabrina, cosas de brujas' y Foo Fighters y Green Day encabezan el cartel del próximo Mad Cool. Esto quiere decir dos cosas: que de los 80 queda poco más que exprimir —ya están demodé— y que quienes vivieron la adolescencia y la juventud en la última década del siglo XX ya son lo suficientemente viejos —perdón, adultos— como para ser el principal 'target' de consumo —¿dónde está el dinero?— y entregarse a la exaltación nostálgica de una época de más pelo, menos tripa y todo el "me la pela" del mundo. Por eso, la nueva apuesta de Netflix para esta temporada es 'Todo es una mierda' ('Everything Sucks) —el título mismo condensa ese espíritu noventero—, la serie que la plataforma estrena este 16 de febrero y que, supuestamente, viene a llenar el vacío que ha dejado el final de la segunda temporada de 'Stranger Things'.
Viernes 27 de septiembre de 1996. Comienza el año lectivo en el instituto de Boring, un pueblucho de Oregón donde nunca nadie se para, un lugar tan anodino como su nombre indica. Primer día de instituto para Luke (Jahi Di'Allo Winston) y sus amigos. ¡Ay, los primeros días de instituto! La luz al final del túnel de la Educación Primaria aniquilada por un ataque de acné agudo espontáneo, el cuestionable olor corporal de la hormona descontrolada, las inseguridades catastrofistas y las dudas sexuales. ¿Qué me pasa, doctor? Un maridaje impredecible entre las perspectivas idealizadas y una reorganización social en la que uno puede acabar protagonizando su propio 'El señor de las moscas', y en el bando equivocado. Porque todos los institutos se parecen más entre sí que al lugar al que pertenecen. La historia de la humanidad se podría resumir en la lucha de pringados contra guays. Que se lo pregunten al Neandental. Darwinismo puro.
Las principales preocupaciones del adolescente medio son encontrar su lugar en el mundo y... el sexo, el sexo, el sexo.
Luke y sus amigos son del primer grupo. Kate (Peyton Kennedy), la hija del director del instituto también. Son los marginados, los frikis, los inadaptados sociales que bailan solos en la fiesta de fin de curso. Y, como primer movimiento de supervivencia, han decidido inscribirse en el Club de Audiovisuales del instituto. "¿Te das cuenta que el club de audiovisuales es el escalafón más bajo de las asignaturas optativas? Está por debajo del coro, por debajo del club de meteorología, incluso si combinas el coro con el club de meteorología", replica uno de los amigos del protagonista. "Seguro que cuando vean alguna de nuestras películas, las chicas van a venir en bandadas". Porque 'todo es una mierda' rescata las principales preocupaciones del adolescente medio —universales en cualquier época—, que son encontrar su lugar en el mundo y... el sexo, el sexo, el sexo.
El problema es que 'Todo es una mierda' no propone a priori nada demasiado nuevo. Chicos en bicicleta, pringados que almuerzan en el cuarto de baño y guays que te roban la merienda mientras montan en monopatín. Sobre sexo: "Mi primo Maurice dice que todo el mundo tiene sexo en el instituto, incluso los empollones. Entre sí y eso" o "de acuerdo con mis cálculos hay un 2% de posibilidades de echar un polvo antes del último curso. Lo que en verdad es hasta reconfortante; te quita de encima la presión". Sin embargo, la serie también toca las tribulaciones sexuales de algunos personajes fuera de la heteronormatividad, sin agarrarse a la comodidad del cliché.
El tono general de la serie se queda en un terreno ambiguo, entre el drama y la comedia, más cerca de 'Compañeros' que de 'Freaks and Geeks'
Pero parece más un catálogo de referencias culturales —con discusión sobre la letra de 'Ironic' de Alanis Morrisette a lo Tarantino pero sin la chispa de Tarantino incluida— que una serie que pretende ahondar en cajón de sastre que es la pubertad. Que si el nuevo disco de Oasis y lo que me 'flipa' 'Wonderwall', que si Tori Amos, que si la lucha entre lo analógico y lo digital, que si quieres un mini Pop-Tart, que si recitar el monólogo de Jules en 'Pulp Fiction' es lo más... Da la impresión de que sus creadores, Ben York Jones —con un pequeño cameo— y Michael Mohan, se han preocupado más del envoltorio que de lo envuelto, y se pierden mucho en lo accesorio. Además, el tono general de la serie se queda en un terreno ambiguo, entre el drama y la comedia, más cerca de 'Compañeros' que de obras maestras —sí, obras maestras— de la comedia de instituto como 'Freaks and Geeks', 'Popular' o la propia 'Daria'. Falta picardía.
La primera temporada, con 10 capítulos de alrededor de 23 minutos de duración, se centra en la alianza de los chicos del Club de Audiovisuales y del grupo de teatro para sacar adelante su primera película. Mientras ruedan el proyecto sucede la vida: los desengaños amorosos, las desavenencias familiares, los altibajos de la amistad. Y, por supuesto, la comunicación entre padres e hijos, muchas veces un campo de minas. Todo eso de 'te odio', 'no me entiendes', 'voy a fugarme y no me volverás a ver el pelo' que, afortunadamente, suele ser transitorio. Porque resulta que 'Todo es una mierda' aprovecha y también se centra el el mundo de los adultos —con la consiguiente dispersión del tema—, a través de la relación amorosa entre la madre de uno de los protagonistas y el director del colegio. Cómo las relaciones personales siguen siendo difíciles en la edad adulta.
'Todo es una mierda' acaba con el baile de fin de curso de rigor, que es como la Nochevieja de los institutos americanos: el momento en el que se hace el balance del año, esta vez con el ritmo de 'Ordinary World' de Duran Duran. Y antes de estrenar la primera temporada, los creadores han dejado abierta la posibilidad de una segunda, con la llegada de un misterioso visitante motorizado a Boring, Oregón, donde nunca nadie se para. Aunque puede ser un agradable baño de recuerdos de lo bueno de los 90 —esos pendientes de aro en los que podría entrenar Nadia Comaneci, esa vida libre de móviles, esa inocencia pre-crisis—, la nueva serie de Netflix no consigue centrarse —ni en tono ni en protagonistas ni en trama— y tendrá difícil ocupar el lugar de 'Stranger Things' en los corazones de los seguidores más retro de la plataforma.
A mí los noventa me tocaron de refilón, aunque reconozco que entre mis gurús espirituales no puede faltar Daria Morgendorffer, la personificación animada del pasotismo adolescente y el hipsterismo precoz. No viví la fiebre de Oasis y no me enteré de —o me dio igual— que un tal Kurt Cobain se hubiese metido un balazo en la cabeza un día de primavera de 1994. Cartoon Network me licuó el cerebelo con los dibujos psicotrópicos de 'Vaca y pollo' y 'Johnny Bravo', las Spice Girls fueron mi primer trastorno obsesivo-compulsivo y siempre desconfié de las calcomanías de los chicles por si llevaban droga. Mi prima me enseñó a bailar el 'Saturday Night' en la cocina de la casa de mis abuelos y en el colegio triunfaban las casetes del 'Máquina total' —napalm, por piedad—, pero por edad no pude poner un pie en una discoteca hasta bien entrado el nuevo milenio. Gracias a Dios, jamás me puse una camisa de franela. Creo.