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Cine de siempre y para siempre
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entre la creación y el comercio

Cine de siempre y para siempre

En las épocas de esplendor el cine aún es capaz de producir una obra muy buena y que dicha obra perdure y sea rentable. Pero en épocas de crisis el viejo equilibrio tiende a romperse

Foto: Woody Allen durante la presentación de la película "Café society" en Cannes. Foto: Julien Warnand/Efe
Woody Allen durante la presentación de la película "Café society" en Cannes. Foto: Julien Warnand/Efe

Más que ningún otro arte, el cine se mueve entre las aguas de la creación y del comercio. En las épocas de esplendor el cine aún es capaz de producir una obra muy buena y que dicha obra perdure y sea rentable. Pero en épocas de crisis el viejo equilibrio tiende a romperse, y aquello que era tan bueno ya no es rentable e incluso hay que sacrificar la calidad en nombre del beneficio. Sin embargo, al final ese nuevo producto “salvador” rara vez se mantiene en el tiempo. Dicho de otro modo, el cine es una empresa de envergadura que exige demasiado dinero, pero sólo cuando el dinero fluye podemos asumir riesgos en nombre del sueño que representa. Que se lo pregunten a Orson Welles. Sin esos riesgos el cine pierde uno de sus mayores encantos, aquello que le hace diferente… Su capacidad milagrosa de llamar a nuestras vidas y quedar en la memoria de todos.

Sin riesgos el cine pierde uno de sus mayores encantos... Su capacidad milagrosa de llamar a nuestras vidas y quedar en la memoria

El Festival de Cannes -mañana martes es el día de 'Julieta', de Almodóvar, único llamado y elegido a concurso en los últimos años de entre nuestros cineastas- congrega nuevamente una pléyade de directores de reconocimiento universal. Muchos repiten, alguno fuera de concurso, otros de cinematografías lejanas. Interesante mezcla, siempre representativa del mejor cine del año. Este año sobresalen Woody Allen, Spielberg, Paul Verhoeven, Ken Loach, Park Chan-Wook, Maren Ade, Sean Penn, Olivier Assayas, Nicolás Winding, los hermanos Dardenne y algún otro. Y junto a su cine se despliega la pasarela de la industria, la que conecta el cine norteamericano y los pujantes mercados asiáticos, con China a punto de desplazar a EEUU como territorio más recaudador. Y por supuesto inversor. Francia lo supo hace tiempo y se colocó de mediadora entre lo que está y lo que viene, y tendrá su beneficio.

La tormenta del cine español

Parándonos en España, ¿estamos hoy en condiciones de arriesgar? No demasiado. Como sabemos, nuestro cine atraviesa una situación tormentosa derivada de varios factores: la crisis económica, la falta de apoyo institucional, la banalidad televisiva, la evolución mediocre de la sociedad, la irrupción de internet o la dificultad de apostar ciegamente por nuevos creadores. Pese a ello, seguimos funcionando, sumidos entre la heroicidad y la melancolía, buscando fuera, mirando dentro, algo confusos y expectantes. Hay que recobrar pronto la fórmula mágica. Pero antes de ello sería oportuno plantearnos un pequeño análisis de conciencia.

¿Podemos competir ahora con aquellos productores, guionistas, directores, cámaras, actores, etc., que nos llevaron a una edad de oro? Difícilmente

A nadie sensato se le ocurre comparar nuestro cine con el de aquellos otros países donde la industria cuenta con medios mucho mayores. Esto no es Hollywood y todos lo sabemos. Pero esta obviedad no debería eludir un debate de fondo con nosotros mismos. ¿Las películas españolas de hoy son más buenas que las que se hacían el siglo pasado? Una pregunta conduce a la otra. ¿Podemos competir ahora con aquellos productores, guionistas, directores, cámaras, actores, etc., que nos llevaron a una edad de oro? Difícilmente. Basta echar un vistazo a los créditos para constatar la dolorosa diferencia.

Conscientes de ello, quizá sea normal que algunos directores jóvenes echaran mano de viejas “glorias” para dar un aire más sólido a sus trabajos, rescatando una genealogía de calidad. Aunque esos trabajos se movieran en las aguas de la comedia urbana, o del neo-costumbrismo, nadie ha olvidado el reencuentro con nuestro cine de un Luis Ciges, Tony Leblanc,López Vazquez, Alfredo Landa, Chus Lampreave, Luis Escobar, Emma Penella, Terele Pávez, etc. Cualquiera de ellos sabía dejar su huella única en la película y también la moraleja de que las cosas se hacían mejor y siempre pueden hacerse mejor.

¿Dónde está el público con criterio?

Pero para que nuestra mala situación pueda revertirse necesitamos un elemento esencial: el público. Y en relación a él, la siguiente pregunta pone el dedo en la llaga. ¿Existe un público con criterio para reconocer que las cosas se hacían mejor antes? Y más aún, ¿existe una juventud lo suficiente madura para no dejarse arrastrar por el ardor a menudo vacuo de lo nuevo? Uno de los rasgos de la madurez es dar al César lo que es del César, es decir, saber diferenciar aquello que nos gusta de aquello que es bueno. Y resignarse a que algunas veces eso coincide y otras no. Los mecanismos que provocan nuestro entusiasmo ante una película no siempre obedecen a causas racionales o de sutileza del gusto. Obedecen a elementos extra cinematográficos. Y así es muy difícil regresar al punto en que los espectadores sabían valorar mejor el trabajo. Aquellos espectadores de cine provenían a menudo de los teatros; los espectadores de hoy, en cambio, no proceden ni siquiera del buen cine sino de la mala televisión.

Aquellos espectadores provenían de los teatros; los espectadores de hoy no proceden ni siquiera del buen cine sino de la mala televisión

Quizá otro de los motivos de la pérdida de calidad reside en lo que podríamos llamar “populismo de opinión”. El hecho de que todos dispongamos del incuestionable derecho a voto, por ejemplo, no implica que nuestras opiniones tengan el mismo fundamento. A igualdad de condiciones es preferible el juicio del crítico cinematográfico Diego Galán, que el de la “maruja” de turno cuyos referentes son los programas de telebasura. Esto no deberíamos olvidarlo jamás. El hecho de que el cine tenga que nutrirse e intentar satisfacer todos los gustos para sobrevivir no debe llevarnos a pensar que todas las opiniones poseen el mismo valor.

Pero a la hora de hacer balance todos estamos interesados en que las salas se llenen. Y desde esta necesidad urgente, las opiniones técnicas pasan a ser secundarias. Es un pez que se muerde la cola. Con estos mimbres la posibilidad de que las películas de calidad triunfen es cada vez menor. Al igual que sucede con la novela, el cine ha renunciado a ser una herramienta de reflexión -y ya no hablemos de denuncia- para instalarse en el ámbito confortable del entretenimiento. Porque entretener da dinero, mientras que pensar o discutir no. Hoy serían impensables Antonioni, Bergman o Tarkovski, por ejemplo. Buñuel sufriría muchísimo, y Víctor Erice estaría fuera de foco. Pero que nadie se engañe. Cuando se revise la historia del Séptimo Arte, no se hablará de la simpática comedia 'Ocho apellidos vascosi sino de esos otros apellidos, la verdadera aristocracia cinematográfica, que pocos recuerdan y sin la que no seríamos nada. Ni con crisis ni sin ella.

Más que ningún otro arte, el cine se mueve entre las aguas de la creación y del comercio. En las épocas de esplendor el cine aún es capaz de producir una obra muy buena y que dicha obra perdure y sea rentable. Pero en épocas de crisis el viejo equilibrio tiende a romperse, y aquello que era tan bueno ya no es rentable e incluso hay que sacrificar la calidad en nombre del beneficio. Sin embargo, al final ese nuevo producto “salvador” rara vez se mantiene en el tiempo. Dicho de otro modo, el cine es una empresa de envergadura que exige demasiado dinero, pero sólo cuando el dinero fluye podemos asumir riesgos en nombre del sueño que representa. Que se lo pregunten a Orson Welles. Sin esos riesgos el cine pierde uno de sus mayores encantos, aquello que le hace diferente… Su capacidad milagrosa de llamar a nuestras vidas y quedar en la memoria de todos.

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